Una marca llamada Claudia

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Por Alejandro Saldaña Rosas

 

En la competencia por ganar el favor del dedazo que, posteriormente, será legitimado a través de una encuesta, las corcholatas presidenciables están dispuestas a todo, y hasta a un poco más. Adán Augusto López, Marcelo Ebrard y Claudia Sheinbaum han demostrado que, si bien están en el ánimo del presidente para ser ungidos o ungida con la candidatura en 2024, también es verdad que para la mayoría de la población son poco conocidos, lo que de suyo representaría un hándicap frente a las posibles candidaturas de oposición, pero habida cuenta la flaqueza de la caballada el afán de las corcholatas por ganarse las simpatías de las mayorías tiene que ver mucho más con heredar la encomienda política de la Cuarta Transformación que con temer por una derrota frente a la posible alianza opositora.

En particular, eso explica por qué la corcholata preferida por el presidente, Claudia Sheinbaum, se esfuerza tanto por placearse por todo el país, por parecer cercana a la gente, por demostrar que sabe rasguear la guitarra, come tacos de canasta, imparte conferencias, brinca en trampolines fitness, se reúne con empresarios y con vecinos, participa en actos culturales y, sobre todo, se deja consentir con los recibimientos al grito de ¡presidenta, presidenta, presidenta! El más reciente evento de proximidad con el pueblo (para decirlo en términos cuatroteístas) fue anunciar su boda con el físico Jesús María Tarriba Unger en el programa de radio de una conductora muy popular, sin duda, pero alineada claramente con los grupos opositores, Martha Debayle. Un evento que debería haber permanecido en el ámbito de la vida privada lo convirtió en un acto más de campaña, asimismo, y como para no dejar duda de su pretensión de acercamiento con el electorado, Sheinbaum anunció que pronto será abuela. Es muy claro que en la construcción de una marca llamada Claudia no hay límites ni recatos, vamos, ni siquiera el mínimo de sentido común.

Es muy lamentable hacer que acontecimientos de la vida privada se conviertan en actos de campaña política, pero Sheinbaum o su equipo de marketing tomaron esas decisiones, con las inevitables consecuencias que ello tiene. No es el extremo de Enrique Peña Nieto y su boda arreglada con Angélica Rivera, pero tampoco hay mucha diferencia, en el fondo, se trata de sacar tajada político-electoral de la vida privada. Si no es con un objetivo eminentemente electoral, ¿para qué hacer público lo que corresponde al ámbito privado?

Seguramente las encuestas le darán el pulso de su conversión en marca política, inclusive, es altamente probable que le indiquen que en su ambición por alcanzar el dedazo/encuesta presidencial, Claudia Sheinbaum está perdiendo posibles votantes, eso se sabe, pero se ganan muchos más de los que pierden. No se entiende de otra forma que en la construcción de la marca política Claudia Sheinbaum se insista en fórmulas por demás trilladas, pero que arrojan resultados en términos de simpatías y afinidades que a la postre se traducirán en votos. De esta forma, en la construcción de una marca llamada Claudia, a la Jefa de Gobierno no le ha quedado de otra más que dejarse llevar por sus expertos en marketing político, encabezados por Antoni Gutiérrez-Rubí, responsable de la campaña de Gustavo Petro en Colombia, y esforzarse en dar una imagen que no parece ser la suya: sonriente, amable, bonachona, afable, empática.

Supongo que no es tarea sencilla convertir a una científica dura con muy altas calificaciones técnicas en una marca política popular que genere confianza y emociones positivas, pero lo visto hasta el momento es poco menos que ridículo y, sobre todo, inverosímil. A leguas se nota que se trata de un proceso de construcción de un producto político, o mejor aún, de una marca, en la que se busca enfatizar en los rasgos intangibles de la considerada como la persona idónea para continuar con la llamada Cuarta Transformación.

Las cualidades carismáticas y el liderazgo de Andrés Manuel López Obrador no se heredan y aunque el presidente en más de una ocasión se ha referido a Claudia Sheinbaum Pardo como “una mujer íntegra, recta, honesta”, el espaldarazo no ha sido suficiente para concitar el entusiasmo de las masas, de allí quizás la necesidad de “placear” cada fin de semana a la corcholata mujer. Y después de la marcha del 27 de noviembre en la que se demostró la inmensa popularidad de la que goza AMLO, pasar la estafeta de la 4T a Claudia, a Marcelo o a Adán, no se ve ni sencilla, ni factible la tarea. ¿Terminará la 4T con el fin del gobierno de López Obrador? Es pronto para decirlo, pero no sorprendería a nadie que eso suceda. Ni Claudia, ni Marcelo, ni Adán se acercan ni por asomo a la trayectoria de lucha de López Obrador, ni poseen su habilidad y olfato político, ni por supuesto gozan de la inmensa popularidad del tabasqueño.

Por lo pronto, el esfuerzo por construir la marca Claudia Sheinbaum como la mejor opción para dar continuidad a la 4T está muy lejos de haber alcanzado su cometido. Y quizás nunca se logre consolidar esa marca, por una razón muy sencilla, pero muy poderosa: la marca Claudia, en tanto continuadora de la 4T, carece de voz propia. Es, a todas luces, una construcción mediática y de redes en que la inteligencia de la científica, su capacidad de trabajo y sus cualidades como líder político, quedan subordinados, por una parte, a las exigencias del marketing político y, por la otra, a la sumisión hacia Andrés Manuel López Obrador. Atenazada entre las exigencias del marketing político y la debida obediencia hacia el presidente, la voz de Claudia Sheinbaum está totalmente silenciada, opacada, por lo que no conocemos sus propuestas, sus iniciativas, sus singularidades, sus proyectos. Aceptar la estafeta de la 4T tiene un enorme significado, pero al mismo tiempo es insuficiente para trazar un proyecto de gobierno propio, con estructura, con iniciativas, con proyectos y aliados. Mientras la voz de Claudia Sheinbaum siga subordinada al marketing político y a la obediencia hacia el presidente, difícilmente surgirá un proyecto de gobierno con identidad propia.

En la construcción de la marca llamada Claudia vamos a ver innumerables escenas de lo tantas veces visto desde siempre: fotos abrazando viejitas, videos cargando y besando bebés, inauguraciones de obras varias, asistencia a innumerables actos públicos en el interior del país, vamos, no descarte usted lecturas de cuentos para niños, siembra de arbolitos, expresiones de solidaridad con colectivas feministas, asistencia a clínicas y hospitales, palomazos musicales y hasta la puesta en común de las viejas recetas de la abuela. Todo con tal de que la marca Claudia sea muy conocida, llegue a todo el país, se amplíen sus márgenes de aceptación y se garantice el triunfo en las elecciones presidenciales.

La aprobación presidencial puede que le garantice la candidatura e inclusive le alcance para ganar la elección en 2024 (tal vez más por la debilidad de la oposición que por méritos propios), pero en tanto marca política no parece nada factible que Claudia Sheinbaum Pardo posea los arrestos suficientes para trazar los proyectos y las políticas públicas que México requiere. Ser formal heredera de la 4T no es suficiente. Irónicamente, la marca Claudia impide conocer quién es la posible abanderada presidencial de la llamada Cuarta Transformación.

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