La administración de los algoritmos

  • 0

Alejandro Saldaña Rosas

 

En un día cualquiera, usted abre en su teléfono celular sus redes sociales: Facebook, X, Instagram, TikTok o la que sea; igualmente, consulta los mensajes recibidos en WhatsApp o en algún otro servicio de mensajería instantánea. Su visita puede ser rápida, simplemente para estar al día en los mensajes e interacciones recibidas, o bien puede dedicar algunos minutos o algunas horas a navegar en ese mundo digital. El problema es que ni usted, y quizás nadie, nos percatamos de que nuestras “neutrales” interacciones en las redes sociales en realidad responden a un conjunto de algoritmos que no solamente perfilan nuestras identidades virtuales, sino que incluso establecen nuestros comportamientos en el mundo digital y con ello, se configuran como determinantes de nuestras vidas cotidianas. En otras palabras: la libertad de la que gozamos está en función de los algoritmos que articulan y definen nuestras redes sociales; es decir, nuestras libertades están acotadas por los algoritmos generados por unas pocas y poderosas empresas.

Inclusive, si usted no es una persona usuaria de redes sociales, es prácticamente imposible eludir a los algoritmos de las empresas, ya sea porque utiliza la banca por internet, hace alguna compra, navega en Google, utiliza Waze, escucha algo en Spotify, hace algún trámite en una dependencia, ve programas y videos en Youtube o películas en alguna plataforma de streaming. Prácticamente no hay posibilidad de eludir a los algoritmos de las empresas y las organizaciones, lo que significa que las personas estamos sujetas y dependientes de los grandes capitales. La dominación del capital opera no tanto como un discurso ideológico (que lo es) sino como un conjunto de algoritmos que determinan nuestras experiencias individuales: los algoritmos de los procesadores electrónicos tienen el control de buena parte de nuestras vidas.

Ahora bien, esos algoritmos forman parte de los procesos administrativos de las empresas y organizaciones, esto es, son parte sustancial de sus modelos de gestión orientados a ampliar su presencia en los mercados, a ganar clientes, en pocas palabras, a incrementar sus utilidades y beneficios. Si en la época del fordismo la cadena de montaje fue determinante para la construcción de la sociedad de masas, en la actualidad el scrolling (desplazamiento) que hacemos en los dispositivos digitales configurados por los algoritmos empresariales, es esencial para el narcisismo de masas, crucial para el sistema económico dominante hoy en día. La dominación del capital se expresa a través de nuestros dedos desplazándose en las redes sociales.

Una de las consecuencias de esta dominación es la construcción de verdades diferenciadas que dan lugar a comunidades que se identifican entre sí. Se conforman en una suerte de tribus digitales que defienden sus verdades y las contrastan con otras, que luchan en las redes con argumentos que sustentan sus ideas, propuestas y conjeturas; lo interesante es que sus verdades y sus diferencias circulan por los mismos circuitos electrónicos gracias a los algoritmos de las empresas que sustentan las redes y en general el mundo digital. De esta forma, los debates democráticos, aceptando que lo sean, quedan subordinados y dependientes de las poderosas firmas que posibilitan la comunicación digital; de esta forma, las verdades en discusión, las polémicas políticas, las identidades compartidas en redes, los puntos de vista en debate y en general, las discusiones digitales se convierten en formas de aportación de valor al capital y en posturas individuales que permiten la proyección de los mercados comportamentales. Es decir, usted pelee y debata lo que guste en las redes sociales, defienda y ataque a quien desee, (o simplemente navegue sin discutir con nadie) da lo mismo porque lo que está haciendo es fortalecer al capitalismo digital y con ello, permite que sus comportamientos y sus tendencias de consumo tengan mayores rangos de predictibilidad.

Este escenario se complica mucho más con la inteligencia artificial (IA) y su cada vez mayor presencia en el mundo digital. La administración de los algoritmos, desde su diseño hasta su aplicación y su fortalecimiento, está orientada bajo principios eminentemente antropomórficos, es decir, la IA busca que los procesadores desplieguen cualidades humanas prácticamente invisibles para las personas. La intención de reproducir los rasgos del cerebro humano es una de las características que distinguen a la IA. En este contexto, la posibilidad de replicar el comportamiento del cerebro humano deriva de las acciones de las empresas (muchas vinculadas a universidades y centros de investigación) que investigan, diseñan, prueban y producen los cada vez mayores programas de IA. Si uno de los rasgos del capitalismo estudiados por Marx en el siglo XIX fue lo que llamó la expropiación del saber obrero, en la segunda década del siglo XXI se ha sofisticado al punto de que el capital no solo ha expropiado amplios conocimientos de la humanidad, sino que está re-produciendo, cada vez con mayor eficacia y alcance, los rasgos antropomórficos de nuestra individualidad y de nuestra vida en colectivo. No solo se expropia el saber, sino toda nuestra condición humana, en particular, el funcionamiento cerebral.

El poder de los algoritmos empresariales que dominan el mundo digital está creciendo exponencialmente por la IA: los procesadores están asumiendo cada día más atribuciones que anteriormente habían sido exclusivamente humanas. El resultado de este proceso apenas lo estamos advirtiendo, en sus expresiones más evidentes significa el desplazamiento de miles de empleos que ahora son desempeñados por artefactos (robots, por ejemplo) gracias a la IA. Las consecuencias de este cambio son enormes, sin duda, y significan, entre otras cosas, la enorme ampliación de las utilidades de las firmas debido a la reducción de los costos laborales: hay menos empleados y más dispositivos digitales funcionando con IA. Pero las consecuencias de la administración de los algoritmos de la IA van mucho más allá del ámbito laboral: perfila a las redes sociales, incide en la construcción de escenarios urbanos, establece prestigios simbólicos de individuos y organizaciones, instaura criterios compartidos de salud y enfermedad, impacta directamente al consumo, a la comunicación en general, a las actividades del tiempo libre (deportes, cine, música, etc.), a la educación inclusive y fundamentalmente establece los rasgos de los procesos democráticos, desde las campañas electorales, la difusión de planes y proyectos políticos, las acusaciones y denostaciones de candidatas y candidatos, entre otros aspectos.

Las personas respondemos a los intereses privados de firmas enormemente poderosas, a sus algoritmos y su administración, a sus expectativas y necesidades, a sus perspectivas utilitaristas. El destino de la humanidad, y del mundo por supuesto, depende de las firmas y sus algoritmos digitales.

Así que sigamos dando like a los posts en redes sociales, naveguemos en Google en busca de información, busquemos vías para llegar del punto A al B en Maps, hagamos transacciones bancarias vía celular, organicemos nuestras actividades laborales, vecinales y sociales en WhatsApp; es más, organicemos debates políticos en Youtube que repercutan en otros ámbitos como X, Facebook e Instagram y promovamos candidaturas para las próximas elecciones. Sigamos ejerciendo nuestra libertad, defendamos nuestra ideología y construyamos la democracia que consideramos necesaria… al hacerlo, alimentemos los algoritmos de las firmas digitales.

Violencia y Justicia, ¿para quién están hechas las leyes en México?  #VideoOpinión Federico Anaya
Atrás Violencia y Justicia, ¿para quién están hechas las leyes en México? #VideoOpinión Federico Anaya
El Congreso de Morelos: enredos en la ESAF
Siguiente El Congreso de Morelos: enredos en la ESAF
Entradas Relacionadas

Escribir comentario:

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *