Crónica de la marcha que no fue

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Rocío Ruiz Lagier*

Rompeviento TV

26 de noviembre de 2022

 

Domingo 13 de noviembre, 2022.

El pasado domingo 13 de noviembre asistí a la Glorieta de las y los Desaparecidos — conocida, hasta hace poco, como la Glorieta de la Palma— a un acto convocado por familiares de personas desaparecidas, el cual coincidió con la tan comentada marcha en “defensa” del INE. Hace seis meses (después de que las autoridades retiraran del lugar la palmera que murió a causa de un hongo), las familias instalaron en la rotonda un memorial con los nombres y rostros de desaparecidos y, desde entonces, han realizado en el sitio distintas acciones de memoria con la intención de visibilizar y denunciar el gravísimo problema de desaparición que hay en el país. Así, por ejemplo, el 30 de agosto, Día Internacional contra la Desaparición Forzada, colocaron una placa con el nuevo nombre de la glorieta y realizaron diversas actividades, como la presentación de un informe sobre Infancia y desaparición, entre otras.

Esa mañana, caminamos por las calles de la colonia Juárez y por la avenida Reforma para llegar, alrededor de las 10:30, a la glorieta. En el trayecto, vimos a muchos manifestantes preparados: gorras rosas, tenis impolutos, playera y ropa blanca o rosa con la leyenda “Yo defiendo al INE” y su vestido de domingo. Había de todo, familias con niños, personas mayores, jóvenes y hasta mascotas; pero es innegable que había un elemento de distinción de clase notorio. No era la gente que “normalmente” sale a marchar; tampoco eran las pancartas, los gritos o las formas de siempre. Era un sector de la población que no suele manifestarse en el espacio público, y que, por lo tanto, no comparte la experiencia y el conocimiento de quienes durante décadas han hecho suya la calle. Y no porque no tengan derecho a hacerlo, sino porque, como ellos mismos dijeron en diversas entrevistas posteriormente, no tuvieron necesidad.

La calle ha sido históricamente el espacio de lucha política para diversos sectores sociales. Es un espacio conocido, en el que exigimos derechos, donde reclamamos reconocimiento y otorgamos legitimidad política a grupos y causas. También es el lugar donde festejamos las victorias con los otros, y donde rompemos las reglas de manera visible al detener el tránsito con una marcha, poner un puesto o hacer un grafiti. La calle es el sitio de la garnacha y la comida callejera, el escenario de la diversidad, así como de la desigualdad; es el lugar en el que trabajan y habitan muchas y muchos que no vemos y de los que no hablamos. Representa, pues, un espacio de lucha, y no de privilegio. Seguramente por eso, de camino a la glorieta, no encontré los olores, los sonidos, las personas y las consignas que en otras marchas me resultan familiares, sino una calle impregnada de acentos y vestidos que evidenciaban la distinción de clase de las personas que marchaban, al tiempo que se escuchaban las consignas de “¡México, México!”.

Y entonces llegamos a nuestro lugar de destino, donde había muy pocas personas, quizá una decena. Entre ellas, desde luego, las madres con los rostros, nombres y fechas de desaparición de sus hijas e hijos impresos en sus playeras. Una manera de llevar consigo el recuerdo, pero también la denuncia y la exigencia de justicia. La acción que realizaríamos consistía en colocar el nombre de la glorieta y las fotos de los desaparecidos en las vallas metálicas que rodean la rotonda; imágenes que ya existían, pero que las autoridades borraron días antes, pintando sobre ellas motivos navideños. Ciertamente, no es la primera vez que borran las intervenciones de los familiares, ya antes ha habido momentos de tensión y negociación con el colectivo de la glorieta. Por ejemplo, en junio pasado, cuando el gobierno de la ciudad trasplantó el ahuehuete a la glorieta (al que las familias nombraron “el Guardián de las y los Desaparecidos”), las autoridades quitaron las fotografías que los familiares habían colocado previamente.

Mientras pintábamos, el señor Gerardo nos contaba que llevaba tres años buscando a su hijo, quien desapareció después de salir a trabajar, y todo lo que ha aprendido en estos años sobre trámites concernientes a la desaparición y los derechos que tienen los familiares de los desaparecidos (por ejemplo, a conocer el expediente), saberes que ni él ni nadie tendrían que estar obligados a conocer. La marcha del INE transcurría simultáneamente, y hubo manifestantes que intentaron pegar sus carteles en defensa del INE sobre las vallas intervenidas, sin mirar o importarles no sólo las horas y el esfuerzo necesario para pintarlas, tampoco les interesó en lo más mínimo enterarse de lo que ahí pasaba o, al menos, leer lo que estaba escrito. Entonces, una madre buscadora, al ver que querían pegar la propaganda, me dijo casi con timidez: “dile que no”. Así que, con el mismo respeto y tranquilidad con la que ella lo hizo, le pedí a esa persona no colocar su cartel.

No sé si —como a mí— a los familiares les resultaba incómodo pensar que hubiese gente que creyera que el acto en la glorieta formaba parte de la marcha y que, los medios de comunicación o algún grupo político, quisieran politizarlo. Y efectivamente, hubo reporteros que se acercaron a entrevistar a las buscadoras, realizando preguntas que buscaban respuestas que se entendieran en contra de AMLO, así como explicar su presencia en la glorieta en consonancia con la marcha. Incluso hubo reporteros que, abusando de la necesidad y urgencia que tienen los familiares para que sus demandas sean escuchadas, intentaron colocar propaganda de la marcha como fondo durante la entrevista. Supongo que la foto de las buscadoras defendiendo al INE se vendería mejor.

Pero, entre todas las anécdotas que podría narrar, hubo una que me dejó francamente sorprendida y preocupada: un señor se acercó a mi compañero para pedirle que le prestara la brocha con la que estaba interviniendo la barda para sacarle una foto a su hija simulando que pintaba y participaba de esta acción de denuncia y memoria. “Es que es su primera marcha”, argumentó con el celular ya preparado. Pese a la invitación de ir a platicar con las buscadoras presentes e informarse sobre lo que sucede, no se acercaron a ellas. La glorieta era, para estos manifestantes, un escenario más del recuerdo de un domingo extraordinario dedicado al “activismo” social; una escenografía similar al marco para fotografiarse con el lema “yo defiendo al INE”, que llevaban a la marcha. No se trataba —como le dijimos— de tomarse la foto, sino de mirar y escuchar lo que el otro tenía por decir. “Sí sabemos —dijeron— es lo de los desaparecidos”, y se fueron. Al preguntarle a un padre buscador si le enojaba esa situación, él contestó: “Ya no. Al principio sí me molestaba, pero ya no. Con que una persona se interese y se acerque, está bien”. Si salieran a marchar estos miles de personas contra la desaparición, dijo alguien más.

La marcha se fue diluyendo, los autos volvieron a circular sobre Paseo de la Reforma, esta avenida que, a lo largo de su trayecto, alberga distintos antimonumentos que nos recuerdan algunas de las tragedias de la historia reciente del país (Ayotzinapa, los 65 mineros atrapados en de Pasta de Conchos, la muerte de los niños de la guardería ABC, la masacre de 72 migrantes en San Fernando, Tamaulipas, los miles feminicidios y otras más), y que aún están en la lista de los pendientes de la justicia. Sobre Reforma también están las glorietas, La glorieta de las mujeres que luchan y La glorieta de las y los desaparecidos. Estas dos rotondas vieron pasar ese día a miles de personas frente a ellas, con el propósito de —según su propias palabras— defender al país, la democracia y las instituciones.

Sin embargo, de acuerdo con sus propios testimonios, muchos de quienes acudieron a la marcha lo hicieron para manifestar su rechazo a la administración actual, y no debido a una preocupación genuina por el funcionamiento de las instituciones, o a un profundo interés por la construcción de una sociedad más justa y democrática. De hecho, es significativa la omisión en su narrativa sobre las necesidades —en términos de reformas, reestructuración o presupuesto— de las instituciones, incluido el INE. Instituciones que no han podido frenar, por ejemplo, la enorme tragedia en materia de desaparición que vivimos en el país, ni han tenido el éxito deseado con respecto a una mejora contundente en el sistema de búsqueda de personas desaparecidas. En este sentido, vemos también la tardanza en la creación del Banco Nacional de Datos Forenses, a cargo de la Fiscalía General de la República, estipulada en la Ley General en Materia de Desaparición Forzada de Personas que se promulgó en 2017.

Cuatro horas después, la tarea se completó: el nombre de la glorieta y las fotografías con los rostros de los desaparecidos fueron colocados nuevamente. En el lugar sólo quedaba un grupo de ciudadanos que considera inadmisible la indiferencia ante esta tragedia humanitaria, que de manera pacífica ha tomado el espacio público para crear un sitio de memoria que sirva para visibilizar su exigencia de verdad y justicia.

 

Yo no pertenezco a ningún colectivo, no sé —como ellos— lo que es el dolor de la ausencia de un familiar, ni la incertidumbre y la injusticia que rodean la desaparición, pero estoy convencida que es la emergencia nacional más importante en las últimas décadas. La cifra de personas desaparecidas en México es más elevada que la de algunos países en guerra como Siria que, según Amnistía Internacional, reporta 80 mil desapariciones; así de grande también es la indiferencia.

No sabemos si esta intervención seguirá en la glorieta para la próxima marcha, convocada para este 27 de noviembre por el presidente, o si esta vez los manifestantes se detendrán y verán los rostros de las y los desaparecidos, si escucharán con atención sus nombres, y marcharán también por ellos, ojalá que así sea.

 

* Rocío Ruiz Lagier es profesora e investigadora del Departamento de Antropología, en la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa, como parte del programa “Investigadoras e investigadores por México” del Conacyt. Trabaja temas relacionados con prácticas de memorialización en la ciudad y construcción de identidades y prácticas ciudadanas.

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