Razones y resultados

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Inicio esta colaboración con un par de anécdotas, que permitirán hilar mi argumento central. Primera anécdota. Hace muchos años estaba en la oficina del dueño y director general de una muy exitosa empresa; el director, ingeniero de formación, profesión que nunca ejerció por dedicarse a los negocios desde muy joven, me pidió un momento para atender un asunto urgente. Hizo pasar a dos empleados, gerentes ambos, para resolver un conflicto suscitado entre ellos. Uno de los gerentes, pongamos que el de administración, expuso a detalle su punto de vista sobre una situación particular de la empresa; al terminar, el otro gerente, digamos que el de producción, hizo lo mismo: presentó sus razones y argumentos sobre el problema en cuestión. Al finalizar su exposición, el gerente de producción se dirigió al ingeniero Elizondo (no es su apellido real) y preguntó:

  • Ingeniero, ¿quién tiene la razón?

El ingeniero Elizondo miró a ambos gerentes y dijo: “tiene razón el que quiera, a mí no me importa”. Ninguno de los dos empleados esperaba esa respuesta, por lo que siguieron insistiendo desordenadamente en sus alegatos. Entonces el ingeniero Elizondo se dirigió a mí:

  • “Alejandro, préstame una moneda”.

Tomó la moneda que le di y preguntó al gerente de producción:

  • “¿Águila o sol?”
  • “Sol”, respondió el gerente de producción.
  • “Entonces tú águila”, dijo al gerente de administración. Luego, lanzó la moneda al aire, la atrapó en sus manos, vio el resultado y dijo:
  • “Tú tienes la razón”, y señaló al gerente de administración. Enseguida agregó: “asunto concluido. A mí no me importa quien tiene razón, yo lo que quiero, lo que les exijo, es que den resultados. Buenos días, por favor cierren la puerta al salir”.

Evidentemente la solución al diferendo no dejó satisfechos a los gerentes, quienes salieron de la oficina igual que como entraron: cada uno con su razón; ni el dueño de la empresa, ni el azar, zanjaron la discusión.

Segunda anécdota. Hace un par de meses fui a la farmacia en busca de un medicamento que necesito. No lo conseguí porque me dijeron que estaba escaso, que llegaría en unos días, que regresara la próxima semana, que... etc. Al escuchar las razones por las que no hay medicamentos, recordé la anécdota del ingeniero Elizondo y me sentí muy identificado: yo lo que necesito son resultados, no argumentos. Recorrí prácticamente todas las farmacias de la ciudad de Xalapa con el mismo resultado: no hay y no sabemos cuándo llegará. Mientras buscaba el medicamento, escuché las explicaciones oficiales sobre el monopolio farmacéutico incubado en sexenios anteriores y las transas de varios exfuncionarios; magníficas y convincentes razones, pero yo no necesitaba argumentos, sino metotrexato. Finalmente, en una pequeña farmacia de medicamentos especializados, lo conseguí (quedaban solamente dos cajas).

Mi situación de salud dista mucho de tener un carácter de urgencia, aun así, resulta por demás frustrante -y desesperante- caer en cuenta de que, por las razones que sean (muy válidas, sin duda), no hay el medicamento que se necesita. En condiciones de imperiosa necesidad uno no quiere escuchar argumentos ni ponderar razones, por muy fundamentadas que sean, lo que se exige son resultados: en mi caso y en el de millones de personas más, que haya medicamentos disponibles. Por cierto, la falta de fármacos para pacientes psiquiátricos es muy preocupante puesto que se trata de personas que no pueden prescindir ni un solo día de su tratamiento; su situación es de muy alto riesgo y, para sus familias, de enorme dolor.

Basten estas dos anécdotas para establecer que,  en determinadas circunstancias y bajo cierta lógica, no se pueden anteponer las razones y los argumentos a los resultados. Esto no significa renunciar al análisis ni al debate, en lo absoluto, se trata simplemente de establecer que son dos perspectivas diferentes, ni mejor ni peor la una que la otra. Para la academia, el periodismo, la actividad legislativa y algunos otros ámbitos, el análisis de las razones y los argumentos detrás de algún asunto público, pongamos por caso el abasto (o desabasto) de medicamentos, es crucial; sin investigación, reflexión y debate es prácticamente imposible develar la verdad, o las verdades, de los problemas sociales y de las acciones de gobierno para intentar resolverlos.

Sin embargo, desde otras perspectivas, la discusión de las razones es completamente insustancial, toda vez que lo que se exige son resultados. Para las personas enfermas y sus familiares, de poco -o nada- sirve saber que en sexenios anteriores se destruyó el sistema público de salud, o que el abasto de medicamentos oncológicos recayó prácticamente en una sola empresa, o que varios políticos del PRI y el PAN, accionistas de compañías farmacéuticas, se enriquecieron corruptamente esquilmando las finanzas públicas. Si en anteriores administraciones se lucró con la salud de millones de personas, que se proceda conforme a derecho y se hagan las investigaciones para establecer los diferentes niveles de responsabilidad de funcionarios, empresarios, legisladores, jueces, etc. Lo que ya no tiene cabida son argumentos, o pretextos: lo que se demanda son resultados, es decir, medicinas, no razones.

Como para los cientos de familias del municipio de Aldama, Chiapas, tampoco tienen cabida las razones para explicar por qué siguen los ataques en su contra, lo que exigen son resultados: que cesen los ataques, se castigue a los culpables, se repare el daño y se garantice la no repetición de las agresiones. Los argumentos para explicar las causas de los ataques pueden ser o no válidos, lo que es cierto es que no detienen las balas.

De igual forma, se entienden bien las “razones” (y las sinrazones) que están detrás de los miles de feminicidios en el país y las “acciones” (concediendo que las haya) para detener este delito, pero hasta el momento escuchar y comprender no ha evitado que sigan matando mujeres. La exigencia es de resultados: que no se asesinen más mujeres por el hecho de serlo, que se castigue a los culpables, haya reparación del daño para las familias (a sabiendas de que es imposible la reparación total) y se garantice la no repetición, nunca más, de este delito.

De la misma manera, es comprensible que dar con las más de 80 mil personas desaparecidas en el país no es una tarea sencilla, que hay enormes dificultades de orden institucional, carencia de personal capacitado en búsqueda de desaparecidos, que no hay suficientes expertos forenses (médicos, antropólogos), que en las fiscalías no hay voluntad, o sobra la indolencia, para integrar adecuadamente las carpetas de investigación y darles seguimiento. En fin, hay muchas y muy válidas razones que explican el enorme rezago en materia de búsqueda y localización de personas desaparecidas. Pero entender esas razones no es suficiente, la exigencia no puede ser otra que la de dar resultados: que aparezcan las personas desaparecidas, que se castigue a los culpables del delito, que se repare el daño (hasta donde la ley lo permita) y que se garantice la no repetición.

Como tampoco tienen cabida ya las razones, fundamentadas todas ellas, para explicar la inseguridad y la violencia que hay en el país y las dificultades para transitar hacia la paz y la seguridad. Sí, sabemos que la espiral de violencia comenzó, o se incrementó, con Felipe Calderón Hinojosa, que con Enrique Peña Nieto solamente se administró el desastre mientras se hacía pingües e ilícitos negocios, que las policías todas están infiltradas por el narco, que el Poder Judicial baila al son del dinero y que la delincuencia organizada tiene, y muchos, recursos. En fin, sabemos de razones y de argumentos, pero lo que exigimos son resultados: que cese la violencia, las masacres, los homicidios, las extorsiones, las desapariciones, que se castigue a los culpables, se repare a las familias y se garantice la no repetición.

Podemos seguir enlistando muchos otros problemas que hay en el país, pero creo que el punto está suficientemente planteado: en la construcción de ciudadanía es necesario que exijamos resultados. No puede haber medias tintas ni titubeos: es importante escuchar razones, pero la exigencia de resultados es irrenunciable. Lo es porque son nuestros derechos.

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