Pensar por fuera del neoliberalismo

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Una identidad en una amplia gama de aspectos sociales,

culturales y políticos e incluso sicológicos se configura,

por nosotros mismos y por el otro, a través del lenguaje.

Es innegable que el lenguaje sí nos retrata.

Esthela Treviño G. (¿Por qué importa tanto? Parte II)

El neoliberalismo ha sido el modelo de desarrollo imperante en el mundo en los últimos cuatro decenios. Los resultados de su “éxito” están a la vista: incremento de la pobreza y la exclusión social en el mundo, mayor acumulación de la riqueza en unas pocas familias, entronización del capital financiero y especulativo por sobre el capital productivo, degradación ambiental que ha colocado al mundo entero en una situación crítica por el calentamiento global, privatización de los servicios públicos e inclusive de los derechos humanos (acceso al agua potable, por ejemplo), y desde luego la pandemia de COVID-19, expresión máxima de un patrón de producción y consumo que ha escalado a niveles nunca antes vistos la zoonosis, es decir, la transmisión de enfermedades de los animales a los humanos.

Que el neoliberalismo haya sido el modelo hegemónico en los últimos años no es un dato menor puesto que su concepción del mercado, del Estado, de la naturaleza, de las personas y en general su perspectiva del mundo, ha sido dominante y goza de una suerte de estatus que lo hace prácticamente incontrovertible. Y, por supuesto, no lo es, de allí que sea necesario cuestionar los paradigmas neoliberales en el orden del pensamiento, lo que significa debatir el lenguaje que da cuerpo a sus principios, sus ideas, sus propuestas y a sus formas de exclusión social, esencia misma del modelo.

Posiblemente uno de los pilares más sólidos del neoliberalismo es que sus esquemas, modelos y consignas, provenientes del ámbito empresarial, sean utilizados como categorías de pensamiento social al punto de que inclusive se han convertido en parte del sentido común y, por lo mismo, nociones incuestionables, categorías legitimadas por la fuerza de la costumbre. Así, no es de extrañar que conceptos como liderazgo, equipos de alto rendimiento, evaluación del desempeño, mejora continua, visión, misión, excelencia, coaching, planeación estratégica, modelo de negocio o el afamado -y muy chato- análisis de Fuerzas, Oportunidades, Debilidades y Amenazas (FODA), se utilicen indiscriminadamente lo mismo en los negocios (emprendimientos, que les llaman), que en las administraciones municipales, en los gobiernos estatales y federal, en empresas públicas, en organizaciones no gubernamentales y hasta en colectivos y cooperativas que tratan de construir sus proyectos desde perspectivas opuestas, o al menos críticas, al capitalismo. Así, no es extraño encontrar seminarios y talleres que llevan por título, por ejemplo, “seminario de planeación estratégica para el fortalecimiento de las organizaciones civiles”, o bien, “taller de construcción de la visión y la misión para organizaciones comunitarias”. Estamos pues, ante un fenómeno bien interesante que es necesario analizar en detalle: recetas propias de la administración de empresas, convertidas en palabras del lenguaje que poco a poco se ha hecho de uso cotidiano. Como señala Thompson (Ideología y cultura moderna): el lenguaje es el soporte de las ideologías, o en otras palabras, la ideología circula en el tejido social a través del lenguaje. De esta manera, la ideología neoliberal circula en nuestro lenguaje cotidiano, libre y abiertamente, sin que sea sometida a mayores cuestionamientos.

La expansión del lenguaje administrativo, gerencial o managerial está relacionada con dos fenómenos ligados entre sí: i) por una parte, el enorme crecimiento de los programas educativos y la matrícula en administración de empresas, incluidos los programas de MBA (maestría en administración de negocios), ocurrido en los últimos 40 años y; ii) la exigencia generalizada para “cuadrar” la información necesaria de cualquier proyecto, iniciativa, solicitud o ámbito de gobierno, en los formatos institucionalizados del management. De esta manera, quienes ocupan cargos directivos en hospitales, escuelas, universidades, gobiernos de todos los ámbitos, organismos descentralizados, banca (privada y de desarrollo), etc., es muy probable que se hayan formado y especializado en programas de maestría de administración y que las fórmulas y prescripciones allí aprendidas sean aplicadas a rajatabla en las instituciones que dirigen. El resultado de estas tendencias es que los criterios de eficiencia, eficacia, calidad, rendimiento, servicio, racionalidad, costos, excelencia, entre muchos otros, utilizados para la administración de empresas, se han vuelto pautas de comportamiento a seguir en todos los espacios de la vida social, incluida la “gestión de las emociones”. Como lo señala el profesor de la Universidad de Paris VII Denis Diderot, Vincent de Gaulejac, “La gestión es en definitiva un sistema de organización del poder. Detrás de su neutralidad aparente, debemos comprender los fundamentos y las características de este poder”.

Algunas de las expresiones de este sistema de organización del poder son la exaltación del individuo por sobre el colectivo, de allí la exigencia del “rendimiento” individual más allá del 100 %; por otra parte, la actividad colectiva es concebida como una acción racional desprovista de todo contenido político, de allí que la conciliación de intereses y perspectivas sea entendida como negociación para “ganar-ganar”; asimismo, la bien conocida fórmula de que solamente lo que se puede medir se puede administrar, conduce a la matematización de la realidad, de allí que todo sea sometido a “evaluaciones de desempeño” entendidas en términos esencialmente numéricos. En fin, la ideología neoliberal circula de muchas y variadas formas en expresiones del lenguaje que son ya de uso cotidiano, de sentido común.

Cuestionar los conceptos del management, utilizados como categorías de pensamiento, es una tarea indispensable para desguazar los mecanismos de construcción social de la realidad propios del neoliberalismo y, por lo tanto, es una tarea imprescindible para el cuestionamiento de este “modelo de desarrollo” profundamente excluyente. El tema no es menor: se trata de poner en tela de duda la jerga administrativa construida en los últimos cuarenta años que se ha instituido como un conjunto de categorías incuestionables, ahistóricas, con pretensiones científicas y, por ende, de aplicación universal. La pregunta de fondo que es necesario responder es la siguiente: ¿es posible trascender al neoliberalismo utilizando sus conceptos y categorías para orientar nuestras actividades sociales, productivas, educativas, culturales, políticas, institucionales y hasta nuestras emociones?

Alienta saber que las respuestas a esta pregunta están siendo reflexionadas en diversos países de América Latina, como Brasil, Chile, Colombia, Argentina, Uruguay, entre otros, y en México por colegas que trabajan en instituciones como la Universidad Autónoma Metropolitana, la Universidad de Guanajuato, la UNAM, el CIDE, la Universidad Veracruzana, la de Sinaloa, la de San Luis Potosí, entre muchas otras. La tarea no es sencilla ni inmediata; sin embargo, es irrenunciable por cuanto es necesario trascender al neoliberalismo en el corazón mismo de su poder: el lenguaje. Pensar y construir lo social por fuera de las categorías de la administración de negocios, pensar por fuera del neoliberalismo, es el desafío. Estamos en ello.

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