¿Por qué importa tanto? Parte II

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¿Por qué importa tanto? Parte II

Esthela Treviño G., Rompeviento.tv

Una identidad en una amplia gama de aspectos sociales, culturales y políticos e incluso sicológicos se configura, por nosotros mismos y por el otro, a través del lenguaje. Es innegable que el lenguaje sí nos retrata. El uno juzga al otro por la lengua que habla, por como se expresa (V. Parte I). Así, hay quienes se disculpan porque no hablar bien ¡su lengua materna!, hay quienes se ufanan porque son preciosistas en su hablar, hablan para los letrados (ya no entrecomillo nada). Mucho se ha dicho ya de las ideas y creencias que subyacen en quien se firma El Cachas (Eduardo Caccia) en el periódico Reforma en ese ya infame texto “¡Vas, carnal!”; yo no le daré más espacio aquí pero puede leerse el artículo de Violeta Vázquez-Rojas publicado en Rompeviento.TV.[1] Lo traigo a colación porque así cree el otro que mi forma de hablar me identifica con tal o cual categoría de persona o, mejor dicho, estereotipo. Siguiendo en ese tenor, si bien hay quienes defienden con orgullo su lengua materna, hay también quienes se avergüenzan de ella; en nuestro país —y en muchos otros colonizados—, centenares de años de discriminación por hablar una lengua indígena, y de opresión para que se sometan a la lengua dominante, han calado hondo en muchos hablantes indígenas al punto de abandonar sus lenguas maternas (sus hijos no las hablan). Lo mismo sucede con algunos compatriotas cuando emigran a los Estados Unidos para quienes hablar en español les trae discriminación y les representa menos oportunidades y aceptación en los diferentes escenarios socioeconómicos. Hemos oído de casos donde en las escuelas regulares les prohíben, incluso, hablar el español; algo muy vigente desde la Conquista y hasta muy entrado el siglo XX en nuestro país, cuando quienes no hablaban el español quedaban relegados y excluidos de los planos económico, político y social.

 

En ese contexto de lucha distinto de los pueblos indígenas, de muy lento paso, están los derechos de los pueblos originarios, entre estos, los derechos lingüísticos y los derechos a la educación. De entrada, notemos que la necesidad de especificar en la Constitución mexicana la existencia de derechos que aluden a pueblos indígenas, supone aceptar la presuposición de que son minorías, minorías en razón de la lengua, la cultura, las costumbres, la educación y todo aquello que no corra en paralelo con la situación de la clase no indígena dominante. Sirvan como una brevísima semblanza los siguientes datos. Los derechos lingüísticos de los pueblos originarios cubren aspectos como el derecho a la educación en la propia lengua materna, el derecho a la administración de justicia según sus leyes y costumbres, y el derecho a ser escuchados y defendidos en su lengua materna; incluso, el derecho a la emisión de contenidos en los medios masivos de comunicación en las diversas lenguas nacionales, y de programas sobre temas culturales que promuevan las letras, artes y el uso de las lenguas indígenas. En 1978 se crea la Dirección General de Educación Indígena (DGEI) con el propósito de integrar un programa de educación bilingüe bicultural; si bien

en ese contexto hubo ciertos avances, un estudio del 2012 externo a la DGEI, que aparece publicado en el 2016[2], revela que los logros en el terreno de la educación bilingüe son escasos y persisten problemas de discriminación y marginación, a los ojos de los profesores involucrados.

El 13 de marzo de 2003 se publicó en el Diario Oficial de la Federación el decreto por el que se crea la Ley General de Derechos Lingüísticos de los Pueblos Indígenas, y simultáneamente el INALI (Instituto Nacional de Lenguas Indígenas). De los tres objetivos que rigen al INALI nos interesa el concerniente a las lenguas: “Promover el fortalecimiento, preservación y desarrollo de las lenguas indígenas que se hablan en el territorio nacional”.[3] En octubre de 2013 se suscribe un convenio con el INALI para la formación de defensores penales en lenguas indígenas y para constituir un Padrón Nacional de Defensores Bilingües. Aunque entrar a un análisis del estado de la cuestión arrojaría resultados muy interesantes, y preocupantes, tendremos que dejarlo para otro momento. No obstante, como botón de muestra, cito en el Día internacional de la lengua materna del 2019 a José Manuel del Val Blanco, director del PUIC (Programa Universitario de Estudios de la Diversidad Cultural y la Interculturalidad): “Las lenguas indígenas se deben enseñar en las escuelas oficiales: en las regiones maya, zapoteca, purépecha, náhuatl, huichol… cada una la que corresponda a su comunidad. La sociedad mexicana y las instituciones del Estado aún no han comprendido la responsabilidad que se tiene al respecto.” “Todos deberíamos tener acceso a estas lenguas, que también son nacionales. Ha habido modificaciones jurídicas significativas, pero las leyes en México no se cumplen ni se financian. Hay apoyo político, pero no presupuestal”.[4] Y así, el INALI contaría en 2019 con menos presupuesto para realizar sus actividades, como alfabetización en lenguas indígenas, por ejemplo.

 

Es interesante que el “día internacional de la lengua materna” se reserve para tratar las lenguas indígenas y no es raro que las personas asuman que son equivalentes. Pero es absurdo circunscribir el término lengua materna a lengua indígena. Si usted “aprendió” el español, o el otomí, o el miskito, o el japonés en su infancia, de sus padres y de su comunidad, esa es su lengua materna. Así que hablemos de las lenguas indígenas. Segundo, lengua indígena significa lengua nativa u originaria (de la región). El español es una lengua indígena o nativa de la Península Ibérica, no del Continente Americano. Las lenguas nativas u originarias del continente americano ya existían cuando llegaron los conquistadores: el inuktitut, el iroqués, el navajo, el cherokee, el yaqui, náhuatl, matlatzinca, el maya k’iche’, malecu, miskito, el quechua, el carib, el tukano y muchas, muchas más. El término lengua indígena, al menos en una buena parte del mundo sigue llevando a cuestas esa carga de lengua inferior, “primitiva”, de medio comunicativo de pueblos “salvajes” en oposición a las lenguas “cultas” o “civilizadas” de Europa, terminología explícita a partir del SXVIII como lo registra David Crystal (1995)[5]. Tal distinción obedece a criterios de diversa índole, entre los principales: la falta de literatura escrita —hay muchas lenguas indígenas en el mundo sin sistema de escritura todavía—; la falta de textos de gramática o, de plano, la supuesta simplicidad de la gramática de tales lenguas primitivas; la escasez de sonidos —el francés tiene de 13 a 15 vocales contrastivas (dependiendo de la región), mientras que el español cinco, ¿es más primitivo el español?—; y un repertorio léxico “limitado”. Aberraciones, todas, producto de la ignorancia. Hasta hoy día, resultado de esa ignorancia, se sigue señalando a los hablantes indígenas como hablantes de (un) dialecto; para muestra, dos citas, coronada por la tercera, misma que motivó la necesidad de escribir estos textos (Partes I y II):

 

(1) “Yo tampoco [entiendo], hablan en dialecto”      (Vendedora en un tianguis, a su hija)

 

(2) “Si hablan un dialecto ¿pueden aprender bien el español?”

(Pregunta directa de un empresario)

(3) “¡A mí no me hables en tu dialecto, háblame en español!”

(Grita el juez Jorge González Rivera a Kenia Hernández)

 

Anticipábamos en la Parte I que aquí abordaríamos con cierto detalle la creencia errónea sobre los dialectos como formas carentes de gramática y, por tanto, que no constituyen una lengua plena. Y de ahí el torrente de prejuicios y de actitudes lamentables, diría hasta perversas, hacia los hablantes de dialectos indígenas en particular. Claro, los prejuicios no solo provienen de esa ignorancia sino de la estupidez de un clasismo y racismo rampante como el que atestiguamos en el siguiente tuit de Gabriel Quadri, de una ya vieja discusión (Violeta Vázquez-Rojas, com.pers.):

 

(4) “La enseñanza en lenguas indígenas ¿no aumenta la desigualdad mientras los demás aprenden inglés?”.                 (Tuit reproducido el 06/07/2021)

 

Siéntase libre de desmenuzar esta enunciación; quien la emite debe ser parte de cualquier análisis que se haga. Solo una pregunta ¿creerá el sr. Quadri que no pueden aprender inglés? Se antoja empatar ese tuit con el dato citado en (2) arriba, del empresario. Así mismo, entreveo en el comentario de aquel personaje algo que no dista mucho de lo que deja ver el juez Jorge González Rivera en al caso de Kenia Hernández, como lo desarrollaremos en las siguientes líneas.

 

Empecemos por el principio. Si Fernanda Melchor (escritora veracruzana) me dice que habla español, Rita Segato (activista feminista bonaerense) me dice también que habla español, y Carmen Maura (actriz madrileña) nos dice que el español es su lengua materna, ¿a cuál español se refieren? Porque mire, como buena madrileña, Carmen Maura diría ‘La di un disco (a Sara)’ mientras que yo —que también hablo español— diría ‘Le di un disco (a Sara)’. Y Rita Segato diría ‘yo no comí tamales todavía’ donde Fernanda Melchor expresaría ‘yo no he comido tamales todavía’. Y yo no sé Fernanda Melchor, pero donde yo enuncio ‘sí se torturó a los estudiantes’ hay quienes dicen ‘sí se torturaron a los estudiantes’; un hablante de español de la Península Ibérica rechazaría por completo ‘se torturaron a; se acusaron a’. Y créanme, estas diferencias son sintácticamente significativas; es decir, son diferencias a tal punto que tendríamos que especificar la existencia (de la gramática) del español mexicano, el español argentino, el español ibérico, etc. Y, dentro del español mexicano estamos obligados a reconocer ese dialecto en donde el verbo concuerda con un objeto (‘se torturaron-pl(ural) a los estudiantes-pl’ ) frente a otro que no exhibe esa propiedad (‘se torturó-sing(ular) a los estudiantes-pl’). Así que un dialecto es una manifestación, una variante lingüística de aquello que reconocemos como una misma lengua, el español —en nuestro caso—. Por consiguiente, es un sinsentido decir que el mazahua o el náhuatl o cualquier otra lengua indígena es un dialecto; evidentemente hay dialectos del mazahua o náhuatl, como el náhuatl de la Huasteca potosina, o el de Puebla, o el de Tetela del Volcán… Y lo que es absurdo es afirmar, como en el ejemplo (1) que alguien “habla en dialecto”, como si todas las lenguas indígenas fueran una misma, o una masa informe que etiquetamos como dialecto.

 

¿Qué suposiciones se esconden bajo quien hace la pregunta en (2) “Si hablan un dialecto ¿pueden aprender bien el español?” Al intentar averiguar qué había detrás de esto, mi interlocutor aclaró que era evidente que “no hablan bien español”, dicen “10 peso” por ejemplo, y eso, pues “es elemental, 10 pesos”, si no pueden decir lo más elemental, imagínense ustedes “lo más complejo”.

 

—¿Hablas inglés?

—Bastante bien

—¿Y cuando  alguien que habla español dice “I did’nt studied today” (‘No estudié hoy’)?

—¿Qué tiene?

 

Este empresario que habla bastante bien el inglés no se percata del error gramatical del uso doble del tiempo pasado, en ‘didn’t’ y en el verbo ‘studied’ (la forma gramatical es “I didn’t study today”). Con la paciencia que me caracteriza logré hacerle ver varias cosas. Agradecido terminó la conversación.

 

En el caso de Kenia Hernández Montalván, mujer, indígena y activista, esta triada, y probablemente en ese orden m.i.a., es lo que ha de haber despertado todos los horrores en el juez González Rivera al espetarle “!A mí no me hables en tu dialecto, háblame en español!” (según narra José Antonio Lara Duque —Momentum, 26/05/2021[6]— representante legal de la activista). La situación aquí refleja un acto de descalificar, desvalorizar, menospreciar a una persona por ser indígena (m.i.a.) a través del lenguaje, porque no habla una lengua sino un dialecto. Fijémonos, de inicio, en al menos tres cosas: primero, le habla de tú; segundo, le reclama su superioridad con esa frase “ano me hables…”; tercero, la insulta diciéndole que habla un dialecto y que con él, el juez, no lo use, insulto que se hace patente cuando más adelante en el juicio, según Lara Duque, el juez considera que si Kenia Hernández ya estudió “eso ya la hace no ser una persona indígena” (cito a Lara Duque), por lo tanto, que use un idioma de verdad, el español. Hay que preguntarle al juez González Rivera de Ecatepec que si cuando estudie yo el otomí dejo de ser una persona mestiza, o si cuando estudie el japonés dejaré de ser una persona mexicana. De ese tamaño el odio, el racismo, la ignorancia supina, la estupidez. Hay que decir que la ignorancia no necesariamente va acompañada de esas apreciaciones de odio y rechazo, pero nunca deja de estar del todo exenta de esos matices el término dialecto, sobre todo el de ser “menos que una lengua” porque quienes hablan “dialectos” son totalmente ajenos a “nosotros” los de otra “casta”, los de otra cultura, los de otra educación. Hay que dejar de ser indígenas, qué necesidad, si usted ya habla español. Aún así, estoy segura que el susodicho juez seguiría manifestando su desprecio, su racismo y su ignorancia. La declaración de Quadri igualmente denota esa mezcla de ignorancia, racismo y desprecio al suponer, uno, y bajo el disfraz de la desigualdad, que en vez de aprender inglés vayan a aprender una lengua indígena (qué desperdicio), eso sí aumenta la desigualdad: ¿cuál señor Quadri?; a sus ojos, una lengua indígena siempre estará en desventaja, mejor aprender una lengua hegemónica. Dos, que no se le ocurra pensar que se pueden aprender dos, tres o más lenguas y, en vez de ser bilingües, puedan ser trilingües. Ahí sí estaría él en desventaja. No se le ocurre porque tal vez supone que no son lenguas… pero estas son elucubraciones mías.

 

No existe tal cosa como el español estándar, o el inglés estándar, o el maya estándar, esas son construcciones sociales enraizadas en el clasismo, por no decir más. Lenguas, dialectos o sociolectos es de lo que se ocupan los lingüistas, los estudiosos del lenguaje natural. Una lengua reúne una colección de lectos: dia-lectos, socio-lectos, idio-lectos. Lecto, del griego ‘légō’ significa ‘hablo’; dia- es un prefijo preposicional que significa “entre/a través de” y aparece en formas como diálogo, diámetro, diacronía, dialecto. Diálektos en griego significa conversación, lenguaje de un lugar o nación, forma local de expresarse. El prefijo idio- (del griego ‘idios’-) significa lo que es propio, distintivo, personal de uno; lo encontramos en palabras como idiosincrasia, idioma, idiopatía, idiolecto (la forma personal de usar una lengua). Sociolecto es la expresión de conjunto, de un grupo social; idiolecto es la expresión individual. En lingüística, dialecto es una variante de una lengua, por ejemplo, el español mexicano, o una variante de una variante, como en el caso de ‘se torturaron a los estudiantes’ vs. ‘se torturó a los estudiantes’. El otomí tiene nueve variantes o dialectos; el mixe tiene seis, el tarahumara cinco. No es el vocabulario lo que define una variante; el hecho de que en Chihuahua a la cerveza se le diga birria es una cuestión meramente léxica. Son cuestiones gramaticales las que determinan cuando se está ante una variante dialectal.

[1] Violeta Vázquez-Rojas, “Cómo hablamos nosotros, según ellos”, Rompeviento TV https://www.rompeviento.tv/como-hablamos-nosotros-segun-ellos/  25 de mayo del 2021.

 

[2] Por desgracia no hemos tenido acceso al texto del 2012, pero ver publicación de las autoras en: http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1665-80272016000100005

 

[3] https://www.inali.gob.mx/es/institucional/mision-y-vision.html

 

[4] https://www.gaceta.unam.mx/ensenar-lenguas-indigenas-en-escuelas-ayudaria-a-preservarlas/

 

[5] David Crystal, The Cambridge encyclopedia of language, Cambridge University Press, 1995.

 

[6] Rompeviento TV, Pie de Página, Momentum, https://www.youtube.com/watch?v=DA8yhi4r-oo&list=RDCMUCBdM6w8S6kn90P0or3Z0kxQ&start_radio=1.   26/05/2021

 

 

 

Esthela Treviño G.  Todo lo que concierna al lenguaje me fascina. Así mismo, me mueven y me ocupan temas que toquen las injusticias, los sufrimientos así como los actos bondadosos, generosos y compasivos. También soy lingüista y artesana.

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