Cómo hablamos nosotros, según ellos

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Violeta Vázquez Rojas Maldonado

 

Las élites del poder económico y sus voceros siguen sin comprender los niveles de aprobación del presidente, un personaje que, según su percepción, es inepto, inculto, caprichoso e impredecible. No quieren buscar explicaciones en las decisiones de gobierno, en la ejecución de un proyecto largamente anunciado o en el apoyo a los sectores expoliados por ellos mismos en administraciones anteriores, pues todo esto va contra la lógica de lo que consideran deseable.

Para estas élites perplejas, el respaldo al presidente debe provenir de un lugar netamente emocional, de una mística que escapa a la razón y la evidencia y se finca en una simpatía puramente visceral que no alcanzan a descifrar. Al menos han entendido, y eso nos muestran en este periodo de campaña, que para derrotar al partido del presidente tienen que conectar con la masa de electores, pero –aquí el centro de su drama– no saben cómo hacerlo.

Ayer amanecimos con uno de los intentos más irrisorios por lograr esta conexión. Eduardo Caccia –que en esta entrega firma con el apodo de “El Cachas”, en una pretensión de jocosidad– publica en el diario Reforma una carta titulada “¡Vas, carnal!”. La carta intenta ser un modelo de comunicación de los empresarios con sus empleados, a fin de influir en el sentido de su voto. Pienso que es una carta-modelo para los empresarios, y no una carta dirigida a los trabajadores, por la obvia razón de que no parece que éstos sean lectores de las columnas de opinión de El Reforma. Gustavo de Hoyos Walter la recomienda como “un buen ejemplo para codificar el mensaje” de los empresarios “a sus colaboradores” (sic). La carta abre así:

 

“Te escribo a ti, sí, tú que te la rifas toda la semana en la chamba. Tú, que con orgullo llevas lana a tu cantón, ganada con esfuerzo. A ti, que quieres un mejor futuro para tus hijos y que te preocupa que sepan lo que haces para ganar el chivo cada semana. Quizá tu familia no te ha visto romperte la madre detrás de una máquina todo el día, quizá tus chavos no saben lo que es salir de casa en la madrugada, tomar dos o tres camiones para llegar a la planta, a veces con un atole encima y a veces ni eso. ¡Está cabrón! ¿No?”

 

El primer párrafo sienta el tono: hay que hablarles a los trabajadores como hablan ellos, y para eso hay que usar frases como “ganar el chivo” y “cantón”. En la mente de Caccia, la clase que vive de su trabajo habla con una mezcla de locuciones extraídas de películas de Pedro Infante y de María la del Barrio, salpimentadas con expresiones “malsonantes” como “romperte la madre” y “está cabrón”. Así hablan los pobres, según ellos: “de todo como en botica”, “derecha la flecha al pecho”, “no la chifles que es cantada”.

El contenido de la carta es una grosera manipulación de la intención de voto de los trabajadores. Se trata de una burda apelación a los sentimientos que no escatima en invocar niños enfermos de cáncer y madres solteras sin apoyo para cuidar a sus hijos, entreverada con francas falsedades y omisiones (como cuando olvida que la construcción de la cervecera de Mexicali se detuvo por decisión de una consulta popular y no por capricho del presidente). Pero no me detendré en ello. Me interesa destacar este fenómeno de impostación del habla popular que muestra no sólo Caccia, sino varios actores políticos en su intento de acercarse a la gente.

Poco saben que todos los hablantes acomodamos nuestro estilo de habla a cada situación de comunicación. Dependiendo, por ejemplo, de la familiaridad o distancia que tengamos con los interlocutores, sabemos distinguir entre un estilo coloquial y un estilo formal. No hablamos con los jefes en el mismo registro (así se llama esa variación) que con los amigos de la cuadra. William Labov, el fundador de los estudios sobre la variación social del lenguaje, lo consignaba así: “No hay individuos de un solo estilo”.

En la caricatura de Caccia, los trabajadores no tienen esta capacidad de adaptar su discurso, ni de comprender las variedades de otros, por eso el patrón ha de dirigirse a ellos usando expresiones como “güey” y “tu vieja”, porque piensa que un trabajador no entendería a quién se refiere el patrón si dice “tu esposa”.

Salomón Chertorivsky, de Movimiento Ciudadano, también quiso conectar con los votantes de a pie usando lo que considera que son sus términos: “banda”, “fregones”:

Estos intentos por interpelar a las bases populares en lo que ellos consideran “su lenguaje” recuerdan también los videos de Ricardo Anaya, impecablemente producidos, en los que convive con personas comunes tratando de entender sus condiciones de vida, para él sorprendentemente desconocidas.

Hablamos como habla la comunidad con la que interactuamos. Esta comunidad deja su impronta en nuestra identidad lingüística, por eso hablamos con diferentes “acentos”, diferentes vocabularios y, a fin de cuentas, en distintos dialectos. Los hablantes de una lengua, todos absolutamente, dominamos varios estilos y comprendemos múltiples dialectos. No hablan igual las clases altas y las clases populares, pero estas divergencias se consideran precisamente variedades de una misma lengua, y no idiomas distintos, por ser mutuamente inteligibles.

Habrá quien diga que el texto de Caccia retrata el habla real de las clases populares. No niego que, haciendo a un lado los varios clichés extraídos de películas o telenovelas, muchas de esas expresiones son, en efecto, usadas, lo cual, además, no tiene nada de reprochable. El absurdo está en asumir, como lo hace Caccia, que adoptar una manera de hablar que no es la suya es la manera de conectar con otras clases sociales, asumiendo que éstas no serían capaces de reconocer cuando alguien se “hace pasar” como miembro de una comunidad lingüística a la que no pertenece. Este fenómeno tiene un ejemplo bien conocido en aquella visita de Aurelio Nuño, entonces Secretario de Educación, a una primaria pública, donde quiso adaptarse a lo que él consideró era el habla de los niños a los que visitaba: “¿Sí lo vas a ler?”. Su fallida imitación topó con la corrección estilística de una niña: “Se dice le-er”. La niña, al contrario de lo que asumía el secretario, sí entendía que estaba en una situación formal que exigía otro estilo de habla que ella era perfectamente capaz de usar.

Las élites conciben su manera de hablar como algo tan complejo y elevado que piensan que si se comunican con un trabajador o trabajadora como naturalmente lo harían, éstos no van a comprender. Su intento por “bajarse” al nivel del habla popular revela un prejuicio insostenible: que los hablantes que no son de clase alta no son capaces de comprender variedades distintas de su propio idioma, y que no pueden adaptar su manera de hablar al contexto de comunicación. Y al exponer ese prejuicio, se delatan: los que son incapaces de conocer y comprender otras hablas y sus contextos son ellos, la élite económica e intelectual que nunca ha tenido a los trabajadores como verdaderos interlocutores.

Sobre todas las cosas, este tipo de contorsiones lingüísticas nos habla de cómo las élites conciben al pueblo y cómo se conciben ellas mismas y dónde creen que radica su desconexión de las bases. Con ello muestran también su desesperante incapacidad para sortear el abismo profundo que las separa de ellas. Creen que nos conocen desde su asepsia social, pero estos ejercicios risibles que hacen por acercarse a “los otros” los convierte a ellos en objetos de curiosidad. Las élites desplazadas del poder político son, sin duda, especímenes fascinantes.

 

Adenda
Por supuesto que hay un habla popular (o varias), y que son distintas en muchos aspectos a las hablas de las clases altas y de nivel de instrucción elevado. Eso ha sido documentado y estudiado largamente por los sociolingüistas mexicanos. En la década de los 70’s, el maestro Juan Miguel Lope Blanch documentó el habla de la Ciudad de México en múltiples grabaciones. En esta página se encuentran las entrevistas realizadas a diferentes hablantes de clase trabajadora. Quien las escuche notará que las diferencias entre variedades sociales del lenguaje son mucho más complejas y sutiles que lo que nos pinta la caricatura de las élites.

https://www.iifilologicas.unam.mx/elhablamexico/index.php?page=habla-popular

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