El don y la maldición de las palabras

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Esthela Treviño @etpotemkin

27 de junio de 2023

 

 Producir una palabra nueva es acercarse a la inmortalidad

Amos Oz

Las palabras parecen tener vida propia, surgen a raudales; muchas mueren a las pocas horas de nacidas, otras sobreviven algo más, ¿cuánto tiempo lo hará «derecha moderna»? otras más se van quedando, pero su significado, o sentido, o referente nunca permanece inalterable y eso, las desviste para sacar una nueva piel.

Inquieta y asombra cómo se van produciendo en masa, como nunca, y ya no les damos alcance ni para traducirlas, ¿hay que traducirlas?: woke, gaslighting, stealthing, ghosting, cuffing, cis, Karen, curvy (teníamos curvilínea, ¿verdad?, ¿será hoy inapropiada?), mansplaining, yolo, negging, body shaming, más la que ustedes añadan.

Todas esas palabras sin traducción describen acciones, algunas altamente perniciosas; hacer un comentario negativo bajo el disfraz de un cumplido es negging (contracción de negative complimenting, ‘un cumplido negativo’). Y, en general, se usan para denunciar y alertar sobre los comportamientos que describen.

Muchas palabras se deslavan de tanto que se usan con referentes tan dispares que las desdibujan; yo creo que democracia ha caído en esta desgracia, y se ha angostado a limitarse a democracia electoral. Entonces, se nos convoca en aras de la democracia a votar masivamente por el partido en el poder, y que de no hacerlo seríamos corresponsables de propiciar un gobierno de derechas, furioso. De no votar, o no hacerlo por el partido en el poder se latiga con las palabras “derechista”, “fascista” que son, casi por definición, si no antónimas, sí la antítesis de democracia. Los argumentos que se tengan para sustentar la decisión no importan, no hay ninguno que valga. Pero a los Estados Unidos se le llama democracia.

Otras palabras, para sobrevivir ¿o transformarse?, se aferran a las que van acompañando, sea por vacilaciones, o desacuerdos o, incluso, por la necesidad o urgencia de reconocer desigualdades. Tal es el caso de «feminismo/ feminista»; una va encontrando: feministas blancas, feministas radicales, feministas light, feministas terfas, feministas abolicionistas, feministas liberales, feministas marxistas, feministas anárquicas, feministas lésbicas, feministas provida, y sigue la lista.

Nos apropiamos o nos deshacemos de palabras: «No se dice todes. Se dice todos. Que siempre sea un orgullo hablar correctamente» reclama ¿o arremete, o declara o proclama, o...? la senadora Téllez, precisamente en el Día del Orgullo LGBTIQ+, usando como dardo la palabra «orgullo», y dejar (entre)ver así, un tinte o franco rechazo discriminatorio. Pero ya lo decía el grandioso poeta T. S. Eliot: «Porque las palabras del año pasado pertenecen al lenguaje del año pasado, y las palabras del año próximo esperan otra voz», escribe en Cuatro Cuartetos, palabras con las que, como buen poeta, juguetea en la intitulación —vocablo, este, que, según el DLE, está en desuso—.

Nos damos licencia para usar las palabras como artilugio o subterfugio, o escudo o estandarte. Bien dice Saramago en Ensayo sobre la lucidez: «Es lo que tienen de bueno las palabras simples, que no saben engañar»; cuán bien entendemos candidatos de tal partido a la presidencia, y cómo se complica todo con «coordinador de la defensa de la 4T». Ni siquiera líder, palabra más sencilla, y ese informe o deforme o amorfo «coordinador», como pieza negra a defender la regencia de la 4T, contra las amenazantes piezas blancas, un alfil quizás, de ¿cuál ataque?

Las palabras no tienen palabra de honor. Hasta hay palabras necias. Cínico, que no es una palabra necia pero que perdió el honor, se refería a un movimiento filosófico. Los cínicos alertaban sobre “las falsas monedas de la moralidad”, o sea, las costumbres y convenciones sociales y políticas. A Diógenes, el cínico más conocido, le llamaban ‹el perro›, eso significaba cínico en griego, porque los cínicos emulaban la soberanía de los perros, totalmente ajenos a cualquier convención. Diógenes caminaba de día con una lámpara encendida y a la gente que se le reunía les decía que andaba en busca de seres humanos. Hoy, quienes desconocen las intenciones y filosofía del cinismo, pensarían que ese Diógenes de la lámpara es la imagen perfecta del cinismo, mas no el del asceta, sino el del descaro, la desfachatez. Eso es lo que significa hoy día, calificativos, por cierto, que se justificaban ya, de antiguo, por la impudicia de los cínicos, como podrán imaginarse: como los perros, defecaban y copulaban en las calles, vivían en las calles.

No olvidemos que hay palabras que por el mero hecho de emitirlas producen el evento proferido. Son las palabras que John L. Austin llamó performativas: «decir algo es hacer algo» como en los casos de declarar, bautizar, apostar, jurar, inaugurar, siempre y cuando se den las circunstancias apropiadas. Que yo desde mi cocina sentencie a Calderón, al del sagrado corazón, a 150 años de prisión, es ilusorio y hasta irrisorio, si se quiere, pero que lo haga el juez que tendría delante, se vuelve de facto la prisión. «Circunstancias apropiadas» encierra varias cosas —quién, cómo, dónde, ciertas condiciones de sinceridad, intenciones, etc.—pero no entraremos en los detalles porque no es el propósito de este texto.

Así que, declararle la guerra a otro país no es un acto de decir, sino la acción misma de instaurar la guerra. En la tradición judeocristiana, ¿no es Dios el mejor ejecutor de actos a través de la voz? Dice la Biblia que Dios creó el mundo diciendo; así, leemos: «Y Dios dijo ‹Sea la luz› y la luz fue», se hizo la luz por el mero proferir de Dios.

Haríamos bien en percatarnos de las palabras que usamos y que se truecan en actos y emociones, en haceres y deshaceres. Después de todo, proferir un deseo es desear y proferir un insulto es insultar; y usar como artilugio o subterfugio una palabra es embelesar o engañar.

También usamos las palabras como «sustancias letales», parafraseando a Cortázar en Rayuela; esas sustancias, cito, «se cuelan por cualquier parte [...] se respiran sin saberlo». Vienen a la mente los calambures y otros recursos de Quevedo quien, dice la leyenda, para llamarle coja a la reina Mariana de Austria y responder así a un reto, le dice a esta: «entre el clavel blanco y la rosa roja, su majestad escoja». A él se le atribuye la siguiente cita, tan puntual para las campañas políticas: «Nadie ofrece tanto como el que no va a cumplir». Vaya, en su honor, un calambur ad hoc para nuestro medio político de partidos tan venidos a menos: «El PAN está hablando» o [el pan está blando].

Igual de cierto es que las palabras se usan para componer el ánimo y, en algunas ocasiones, según Isabel Allende, en Ciudad de las bestias, «las palabras no son tan importantes cuando se entienden las intenciones».

La poesía y la literatura están llenas de elogios y lamentos sobre las palabras. Oscar Wilde, para quien «los nombres lo son todo» se quejaba y arremetía contra lo que llamaba «el realismo vulgar en literatura», cito de El retrato de Dorian Gray: «A la persona capaz de llamar pala a una pala se le debería forzar a usarla. Es la única cosa para la que sirve».

Por su parte, Galeano sentencia en La canción de nosotros: «Yo sé [...] que las cosas importantes se mueren cuando se las nombra, y que hay que desconfiar de las palabras, emputecidas por el uso.»

Thomas Mann es su inconclusa obra Confesiones de Felix Krull —que en español se traduce como Confesiones del estafador Felix Krull— pone en boca de Felix, porque Felix era idóneo para decirlo: «La palabra es enemiga de lo misterioso y cruel delatora de lo vulgar».

Mientras que Amos Oz, en ese espléndido libro A tale of love and darkness, ‘Una historia de amor y oscuridad’ escribe: «El hombre que tiene la habilidad de generar una palabra nueva y de inyectarla en el torrente sanguíneo de la lengua me parece estar solo un poco por debajo del Creador de la luz y la oscuridad».

Estimada audiencia lectora y escucha, ha sido una aventura vivificante escribir para este medio. Hoy termina y esta es mi última colaboración. Agradezco, infinitamente, a Rompeviento TV la oportunidad de haber tenido esta columna, muy en especial a Ernesto Ledesma, siempre, siempre le tendré agradecimiento. Merece mi gratitud también Leonardo Peña, gracias a su paciencia los podcasts salieron como ¡seda! Agradezco mucho a quienes me han leído y/o escuchado, más de lo que pueda decirles.

Dejo en los deseos, por ahora, seguir de algún modo con esta aventura. Y dejo un hermoso fragmento de Burnt Norton, de Eliot, incluido en Cuatro Cuartetos —traducción de Jesús Plasencia—:

 

Y todo es siempre ahora. Las palabras se tensan,

Se agrietan y a veces se rompen, bajo la carga,

Bajo la tensión, resbalan, se deslizan, perecen,

Decaen con imprecisión, no se quedarán en su sitio.

No se quedarán quietas. Voces chillonas

Regañando, haciendo burla, o solo charlando.

Siempre las asedian. La Palabra en el desierto

Es sobre todo atacada por voces de tentación.

La sombra gimiente en la danza fúnebre,

El sonoro lamento de la quimera desconsolada.

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