Narcisismo de redes

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Permítame iniciar con una bien conocida cita de Jorge Luis Borges: “De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación”.

Al alero del pensamiento de Borges cabe preguntarnos por el teléfono celular: ¿cuál es la corporalidad extendida del teléfono celular? ¿qué órgano o capacidad humana se expande con un objeto que es cámara de cine y de fotos, grabadora y mezcladora de audio, radio y televisión, libro electrónico y procesador de textos, ventana al mundo y cuarto de pánico, oficina y bar, espejo y caverna, terapeuta y pornógrafo, banco y supermercado, confesor y dominatriz, vamos, hasta teléfono es. ¿Qué de nosotros y nosotras se extiende con el celular? Con afán de animar la plática de sobremesa, la discusión de cantina o el chisme en redes sociales, propongo a usted la siguiente respuesta: el celular, en esencia, es una extensión de nuestro narcisismo.

Hace algunos meses publiqué en este mismo espacio un texto en el que decía que “nuestro día a día es un ir y venir de una pantalla a otra: del celular a la tablet, de la laptop a la SmarTV, de una reunión en Zoom a un like en Facebook, de una discusión interminable en Twitter a un acuerdo vecinal en WhatsApp”. Por esta dependencia de las pantallas señalaba que quizás estábamos ante un narcisismo de redes o una especie de extensión del cuerpo y la psique que daba lugar al Yo-Pixel. Ahora me parece que la hipótesis del narcisismo de redes es consistente y se afirma por la centralidad del teléfono celular en nuestra vida cotidiana.

La expresión más nítida y de difícil controversia que evidencia el papel de expansión narcisista que cumple el celular es la proliferación de los llamados influencers y el hecho de haberse convertido en figuras aspiracionales para miles de personas en todo el mundo; si los sueños infantiles y juveniles de generaciones anteriores eran llegar a ser astronauta, futbolista, artista de cine, doctora, millonario o cantante pop, las aspiraciones de buena parte de las generaciones contemporáneas giran en torno a la máxima acumulación de seguidores en redes sociales. Y si bien la aspiración a devenir influencer es exclusiva de ciertas y estadísticamente pocas personas, la (auto)estima de muchísimas otras más gravita en torno a la consecución de seguidores, la acumulación de la mayor cantidad posible de “me gusta” y la ratificación de que somos alguien a través de compartir experiencias en las redes sociales.

De esta manera, las plataformas digitales de redes sociales, en particular, Facebook, Instagram, TikTok, Youtube, Twitter y alguna más que se me escapa, están llenas de publicaciones con imágenes del desayuno de esta mañana, de fotos con alguna celebridad (abundan las de los cuatro deditos con alguien de la 4T), de fiestas y celebraciones con amigos de toda la vida, de mordaces comentarios soltados a la primera provocación o precisamente para provocarlos, imágenes en fin de las mil y una aristas que expresan que nuestra vida es plena (o vivible, al menos) y que hasta tiene sentido.

La imagen se replica en todo el mundo, diariamente, cada segundo: millones de personas inclinadas hacia su teléfono celular, signo de la postración ante los poderes en el capitalismo flexible y digital. En estricto sentido, no es mucha la diferencia si la inclinación ante el celular es para chatear con amigos, hacer una operación bancaria, convocar a una protesta, comprar un artículo, navegar en busca del tiempo perdido, leer este artículo o para organizar una insurrección popular: el hecho es que estamos sometidos ante el celular, da igual para qué lo hagamos, lo importante es permanecer en línea, estar conectados, participar del mundo digital, opinar, criticar, apoyar, disentir, buscar, publicar, leer, escuchar, comprar, asistir, hacer, engañar, diferir, consultar, amar, mantener, poner, aparecer, inferir, abusar, orar, desmentir, mentir, anular, apoyar… sí, al principio fue el verbo, da igual qué verbo, con tal de que la acción sea en línea.

Sobre el teléfono celular escribe Byung-Chul Han: “El teléfono móvil como instrumento de vigilancia y sometimiento explota la libertad y la comunicación. Además, en el régimen de la información, las personas no se sienten vigiladas, sino libres. De forma paradójica, es precisamente la sensación de libertad la que asegura la dominación” (Byung-Chul Han. Infocracia. Una exposición de las ideas centrales de este libro puede usted consultarla en el siguiente video: https://www.youtube.com/watch?v=vgsf2ZUVf4A&ab_channel=ClaudioAlvarezTeran).

Es precisamente esa “sensación de libertad que asegura la dominación” la que sirve como anzuelo para engancharnos de nuestro narcisismo más acendrado. Es difícil negar que encontramos satisfactorio el hecho de ganar seguidores, de obtener reacciones positivas (“me gusta”) a nuestras publicaciones, de mostrar a los ojos del mundo las experiencias del viaje más reciente, del éxito obtenido, de nuestros gustos y aficiones, o de generar reacciones negativas, de propiciar críticas y diatribas, de presumir nuestras miserias, de lamentar nuestra existencia ante los ojos de propios y extraños. Por supuesto, regularmente vamos a tratar de que las reacciones a nuestras publicaciones sean positivas a fin de fortalecer la imagen de nosotros mismos, de nosotras mismas, y si los comentarios o reacciones no nos favorecen, probablemente serán condenadas por arbitrarias, absurdas, ridículas o cualquier otro calificativo que deje impoluta nuestra imagen. Así, la tendencia es a que en las redes sociales nos relacionamos con personas afines a nosotros y nosotras.

Insisto en el punto: no importa tanto lo que publicamos, lo que decimos o lo que callamos, siempre y cuando estemos en línea, postrados ante el celular, la tableta o la laptop, que a fin de cuentas el dispositivo de dominación es el mismo y está anclado en la expansión narcisista de nuestras experiencias de vida. Probablemente la inflación del narcisismo digital sea el principal signo que marca nuestros tiempos.

Gracias al narcisismo digital aportamos la información personal de base para construir los algoritmos que deciden, por nosotros y nosotras, el rumbo de nuestro devenir en las redes. Los algoritmos se han convertido en la carta de navegación que usamos, inconscientemente, en las redes sociales, de allí que se hable de la dictadura de los algoritmos. Recomiendo a usted el siguiente documental titulado, precisamente así, La dictadura del Algoritmo. Asimismo, y sobre el tema, permítame recomendarle el siguiente libro que puede usted descargar haciendo clic en esta liga: Algoritarismos.

Del texto citado recupero la siguiente idea de Christian Ingo Lenz Dunker que sintetiza a la perfección el sentido del narcisismo digital: “En el entorno de las redes sociales, aunque sepas que tu mensaje ha llegado a diez o quince personas, la ilusión narcisista es que estamos hablando al mundo, y que "todo el mundo está escuchando lo que decimos". Quizás, sin la ilusión narcisista, las redes sociales se vendrían abajo y con ello, el capitalismo digital extractivista de datos e información. ¿Nos atrevemos a abandonar las redes sociales? O la sola idea de esa posibilidad representa un golpe narcisista que no estamos en condiciones de asumir. ¿Qué opina usted?

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