El yo-pixel

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Un píxel o pixel, plural píxeles (acrónimo del inglés picture element, ‘elemento de imagen’), es la menor unidad homogénea en color que forma parte de una imagen digital. (Wikipedia: https://es.wikipedia.org/wiki/P%C3%ADxel)

 

 

Es altamente probable que usted esté leyendo estas líneas en su teléfono celular, en su tablet o en la pantalla de su computadora. Y quizás también es muy probable que al terminar de leer este artículo (agradezco su tiempo y su amabilidad) continúe usted mirando la pantalla de su smartphone o de su laptop durante su jornada de trabajo, si es que tiene la posibilidad de trabajar desde su casa, y que, al terminar, en su tiempo de descanso, vea usted en su pantalla plana o en su tablet una película o serie en alguna plataforma de streaming. Asimismo, es muy probable que, tanto en su tiempo de trabajo como en el tiempo de reposo, o bien durante el traslado de un lugar a otro, en la antesala de alguna cita médica, en espera de un autobús o de un taxi, o para realizar algún trámite, su atención esté capturada en su teléfono celular por alguna de las redes sociales digitales más populares: Whatsapp, Facebook, Twitter, Youtube, Instagram, Spotify o alguna otra.

La escena la hemos visto en muchas ocasiones, si es que no hemos sido partícipes: una familia, o un grupo de amigos, sentados ante la mesa pero abstraídos, abstraídas, en su teléfono celular atendiendo asuntos de cada quien, y que para cada cual son de relevancia suficiente como para obviar la presencia de las demás personas. Conocemos al menos a una persona (si es que no somos esa persona) que debe checar su celular decenas, centenas de veces al día y, si no lo hace, sufre de una suerte de angustia existencial por sentir que algo importante está sucediendo, o puede ocurrir, y no participa del acontecimiento relevante. De allí que si no consulta su celular al menos tres o cuatro veces por minuto, corre el riesgo de quedar excluido tanto de los grandes acontecimientos de la historia, como de los pequeños sucesos de la vida cotidiana: es imprescindible participar en alguna red social a través de un comentario, una instrucción, una mano con el pulgar levantado, una fotografía, un emoticón sonriente o enojado.

De la misma manera, esa persona debe revisar constantemente las reacciones a sus publicaciones en la red: los “likes” acumulados, los comentarios recibidos, las veces que su publicación ha sido compartida, inclusive los insultos recibidos. Pareciera que si no está en alguna red social, el sujeto no sólo se pierde de los acontecimientos trascendentes, o banales, registrados puntualmente en las publicaciones, comentarios y reacciones, sino que incluso construye la fantasía todopoderosa de que la red deja de operar, la red no funciona porque se pierde de su participación, de allí que haya una apropiación de los rasgos o atributos específicos de cada red digital. De esta forma, es mi muro de Facebook, mi feed de Instagram, mi timeline de Twitter, mi perfil en TikTok, etc. La ilusión de omnipotencia ha encontrado la posibilidad de expandirse infinitamente, sin más cortapisa que las limitaciones tecnológicas inherentes a las necesidades de las redes digitales: falta de electricidad, debilidad o inexistencia de wifi, carencia de datos u otras similares. Narcisismo de redes, tal vez podríamos llamarlo, pero yo pongo a su consideración la posibilidad de caracterizar a esta ¿patología digital? como una expresión de la identidad pixel, o mejor aún, del Yo-pixel.

El Yo-pixel es una propuesta para intentar dar cuenta de las subjetividades que, si bien no son nuevas, se han precipitado aceleradamente a partir del confinamiento (parcial o radical, voluntario o no) derivado de la pandemia. Nuestro día a día es un ir y venir de una pantalla a otra: del celular a la tablet, de la laptop a la SmarTV, de una reunión en Zoom a un like en Facebook, de una discusión interminable en Twitter a un acuerdo vecinal en WhatsApp. Qué razón tiene Martín Caparrós cuando escribe: “Era cierto: el mundo, al fin y al cabo, es plano. Ahora, tras tanta desmentida, lo sabemos. No tiene volumen, no se puede tocar, está todo en pantallas: televisores, computadoras, telefonitos varios. Nos dicen que es 3D porque solo tiene dos dimensiones. Este mundo plano es un relato permanente, historias que nos cuentan sobre nuestra historia. Ahora somos eso, somos esos.” (https://www.nytimes.com/es/2020/03/26/espanol/opinion/coronavirus-cuarentena-martin-caparros.html). En gran medida son las redes sociales digitales las que permiten el relato permanente, las que cuentan las historias en las que devenimos parte de la historia, en las que contamos nuestras historias para construir ¿la ilusión? de que somos parte de la historia. Ausentarse de las redes sociales digitales implica el riesgo de quedar vacíos de historias y, con ello, el peligro de quedar afuera de la historia.

Asimismo, el Yo-pixel es necesario para cumplir con las exigencias académicas, laborales, sociales, económicas o institucionales precipitadas por el confinamiento pandémico. Hay que encender las pantallas de la TV, de la laptop, del celular o la tablet para asistir a clases, trabajar, encontrarse con las amistades o la familia, comprar en línea o realizar algún trámite. Pero no sólo son las pantallas las que se ponen en funcionamiento, también el Yo-pixel entra en actividad, por lo que hay que relatar en las redes sociales las experiencias del día en la escuela, contar las vicisitudes del home office, subir las capturas de pantalla del encuentro de amigos o quejarse del mal servicio de una empresa. El Yo-pixel necesita estar permanentemente en línea para ratificar su existencia a caballo entre la psique y la tecnología.

De allí que el Yo-pixel quiera ser visto, anhele estar presente en los grandes acontecimientos de la historia o en los pequeños eventos de la vida cotidiana; quizás no sepa que, sin el concurso de miles, de millones de Yos-pixeles, la enorme pantalla que mira a, y es mirada por, las redes sociales digitales es exactamente nada; en su ingenuidad, el Yo-pixel cree que su ausencia de las redes significa una pequeña mancha, una mínima zona oscura, un minúsculo punto muerto en la gran pantalla en la que todas y todos queremos ser vistos y reconocidos. No obstante, y paradójicamente, el Yo-pixel tiene razón: si todas y todos nos apagamos, es decir, si nos escapamos de las redes sociales, si cancelamos nuestras cuentas, la gran pantalla simplemente deja de funcionar: millones de Yos-pixeles fundidos, extintos, hacen que las grandes pantallas digitales se apaguen y, por consecuencia, que ingentes negocios se derrumben. Enorme, complicadísimo y hasta impensable movimiento que va desde las dimensiones subjetivas, hasta los referentes políticos e inclusive, y de manera enfática, a los registros económicos.

En efecto, porque si alguien obtiene grandes beneficios de que el Yo-pixel permanezca encendido y actuante, son las grandes compañías que proporcionan sus servicios de manera “gratuita”: Facebook, Youtube, Maps (es decir, Google), Twitter, Whatsapp (Facebook), etc. Y no son las únicas, otras firmas que cobran por sus servicios también hacen de la conectividad del Yo-pixel la principal fuente de sus utilidades: Apple, Microsoft, Amazon, Netflix, entre otras. De allí que las apasionadas discusiones políticas en Twitter, las fotografías familiares en Instagram, los consejos culinarios o médicos ofrecidos en Facebook, los chistes, memes o fake news compartidos en Whatsapp, en fin, los millones de interacciones que ocurren cada minuto en las redes sociales, son lo que mantiene en vida a la gran pantalla digital. Para la gran pantalla de las redes digitales, de la que formamos parte los millones de Yos-pixeles, da lo mismo de qué se hable, qué se publique, qué se comparta, qué reacción suscite una u otra publicación. No importa el contenido de las interacciones, siempre y cuando el Yo-pixel permita que la gran pantalla siga encendida y, con ello, la generación de fabulosas utilidades para esas empresas y para las que utilizan las redes para anunciarse y promover sus productos y servicios.  Así, mientras el Yo-pixel se siente retribuido por la mirada del otro (a través de las interacciones, sean del tipo que sean) y con ello conquista un reconocimiento de orden narcisista, las empresas propietarias de las redes digitales obtienen enormes ganancias resultado de la extracción y venta de sus datos personales. El Yo-pixel sería constitutivo de las subjetividades necesarias para el consumo individualizado, propio del capitalismo digital y de vigilancia. Es precisamente el capitalismo de vigilancia el que interpela a nuestro Yo-pixel que, en el ejercicio de su libertad, se activa para integrarse a la gran pantalla global en la que transcurre y se escribe la historia, mediada por el consumo. La socióloga y profesora de Hardvard Shoshana Zuboff lo dice de manera espléndida en su libro El capitalismo de la vigilancia:

“El capitalismo de la vigilancia reclama unilateralmente para sí la experiencia humana, entendiéndola como una materia prima gratuita que puede traducir en datos de comportamiento. Aunque algunos de dichos datos se utilizan para mejorar productos o servicios, el resto es considerado como un excedente conductual privativo («propiedad») de las propias empresas capitalistas de la vigilancia y se usa como insumo de procesos avanzados de producción conocidos como inteligencia de máquinas, con los que se fabrican productos predictivos que prevén lo que cualquiera de ustedes hará ahora, en breve y más adelante”.

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