Morena: movimiento, partido y gobierno

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Con motivo de su tercer informe de gobierno, el primero de diciembre, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha convocado a una concentración en el zócalo de la Ciudad de México.  A pesar del riesgo de contagios por la pandemia, lo más probable es que la convocatoria logre reunir a varias decenas de miles de personas por lo que el corazón político de México seguramente estará rebosante de entusiastas seguidores de AMLO. Es de suponer, también, que la guerra de cifras sobre la cantidad de gente reunida colme las redes sociales y los medios de comunicación, con estimaciones tan disparatadas que pueden variar entre los 10 mil y los 250 mil, o más.

De la misma manera, el tercer informe de gobierno seguramente desatará debates (en el mejor de los casos) y reyertas en redes y medios (en el peor de los escenarios) en torno al éxito, o el fracaso, de la llamada Cuarta Transformación. Al igual que las estimaciones del número de asistentes al zócalo, las opiniones en torno a la administración de AMLO oscilarán entre las catastrofistas para las que la debacle del país es inminente, hasta las apasionadas para las que la transformación de México es irrefutable e irreversible. Como lo he comentado anteriormente en este mismo espacio, quizás una estimación equilibrada de la administración del presidente López Obrador se ubique a medio camino entre la perspectiva catastrófica y la valoración épica.

Independientemente de las cifras y de las opiniones a favor y en contra, propongo a usted una línea de reflexión paralela que tal vez nos ayude a comprender y valorar con mejor tino a las administraciones morenistas (tanto la federal como las estatales y municipales). Mi propuesta va en el sentido de analizar las administraciones del partido del presidente López Obrador en el entrecruzamiento que se da de Morena en tanto movimiento, partido y como partido en el gobierno. Son tres registros evidentemente vinculados entre sí, pero que responden a lógicas o racionalidades no necesariamente coincidentes, es más, incluso pueden ser contrapuestas. Desde mi punto de vista, los criterios del partido se han impuesto, desgraciadamente, sobre la perspectiva del movimiento y sobre las exigencias implicadas en el ejercicio de gobernar.

Morena está muy lejos de ser un movimiento, y un partido, en el que las variopintas fuerzas de izquierda encuentran representación. Muchas fuerzas democráticas y de izquierda (organizadas y no) no solamente no han encontrado eco en la plataforma política y en la praxis de Morena, sino inclusive han topado con animadversión y hasta antagonismo. Ambientalistas, feministas, comunidades en defensa de sus territorios, defensores y defensoras de derechos humanos, colectivos de familiares en búsqueda de personas desaparecidas, comunidades académicas, artísticas y científicas, son algunos de los sectores y grupos sociales cuyas demandas y reivindicaciones se han expresado al margen de Morena en tanto movimiento y partido y que, hay que decirlo, tampoco han encontrado respuestas suficientes (no digamos ya solución) en los gobiernos morenistas.

Por otra parte, es claro que en el partido en el poder hay personas que ni de lejos podrían ser consideradas de izquierda, es más, muchas son de muy reciente “militancia”, luego de décadas de pertenecer a otras organizaciones políticas y de comulgar con otras ideologías (sobre todo priistas, pero hay también panistas y hasta ultraderechistas del Yunque). Algunas de esas personas, muchas, tienen cargos en los gobiernos morenistas, tanto en los municipales y estatales como en el federal; igualmente, muchas son representantes populares que más por conveniencia personal que por convicción política votan siempre (e irreflexivamente) con Morena. Los tiempos de la aplanadora priista, que uno suponía rebasados para siempre, han regresado de la mano de Morena.

Para decirlo rápidamente: ni toda la izquierda está en Morena ni todo Morena es de izquierda.

El movimiento que llevó a López Obrador a la presidencia y que permitió el triunfo de Morena en gubernaturas y congresos locales, paradójicamente perdió muchos cuadros que fueron llamados a ocupar cargos de gobierno o de representación popular. Esta transferencia de cuadros políticos del movimiento a los gobiernos no siempre ha sido la mejor decisión ya que con frecuencia se ha impuesto el reparto de cargos con arreglo a las cuotas de poder de las diferentes fracciones del partido, por sobre las consideraciones de capacidad técnica y de conocimientos de la administración pública. El activismo político en calles, plazas, transporte público, fábricas, escuelas, etc., no necesariamente implica capacidad de gobierno, por lo que el reparto de cargos en función de casas visitadas y de volantes repartidos no otorga capacidad para ocupar puestos en la administración pública; como tampoco la honestidad y la lealtad son suficientes para dar resultados de gobierno a la altura de las enormes necesidades ciudadanas y de las expectativas generadas por Morena.

Además de los cuadros que fluyeron hacia los diferentes gobiernos y congresos, la lógica del partido poco a poco fue desplazando a la lógica del movimiento, por ejemplo, estableciendo alianzas con personajes y fuerzas políticas ajenos a los intereses populares, o bien, subordinando al partido y sus tácticas las banderas de lucha de grupos y organizaciones sociales como los pueblos en resistencia y defensa territorial, las colectivas feministas, los movimientos ambientalistas u organizaciones del movimiento urbano y popular, entre otros. De esta forma, los movimientos encauzados bajo las siglas de Morena, y los que luchan y se expresan al margen de éstas, se debilitaron debido al fortalecimiento del partido y sus responsabilidades de gobierno. En otras palabras, Morena-partido se fortaleció en detrimento de Morena-movimiento.

De forma semejante, los criterios y cálculos políticos de Morena-partido se han impuesto sobre las decisiones digamos técnicas de gobierno. Es bien sabido que personas identificadas con la izquierda (pero no militantes de Morena) con capacidades técnicas en áreas de economía, desarrollo social, medio ambiente, género, derechos humanos, protección civil, obras públicas, entre muchas otras, han sido llamadas a integrarse a los diferentes gobiernos en estados y municipios. Sin embargo, a lo largo de estos tres años de gobierno poco a poco han ido abandonando los gobiernos morenistas debido a que, nuevamente, la racionalidad político electoral del partido se ha impuesto por encima de las decisiones técnicas e inclusive de los marcos normativos vigentes. En esta tesitura, la exclusión de cuadros altamente calificados, como el ex Secretario de Hacienda Arturo Herrera, son la expresión de que la lógica del partido y de la lealtad a ciegas se impone sobre la lógica técnica y hasta del apego a la normatividad que, uno supone, debería privar en las decisiones de gobierno. Arturo Herrera es uno entre muchos profesionistas con conocimientos, capacidad y experiencia que han sido excluidos de los gobiernos morenistas por criterios políticos ajenos a su talento y sus habilidades. Esto es, Morena-partido representa un obstáculo para que los gobiernos morenistas den mucho mejores resultados de los hasta ahora ofrecidos al país.

Si las paradojas ocurridas en el entrecruzamiento de movimiento, partido y partido en el gobierno no han descarrilado a Morena, se debe a la presencia y liderazgo de Andrés Manuel López Obrador. Sin AMLO, es muy probable que las paradojas hubieran dado lugar a desaliento en el movimiento social morenista, a fracturas y escisiones en el partido, y a que las críticas a los resultados de los gobiernos de Morena impactaran negativamente en las encuestas. Sin embargo y como bien sabemos, la aprobación de AMLO se mantiene muy alta (ronda el 68%), el partido (pese a todo) está integrado (o al menos da esa imagen), y bajo el haz de la luz del combate a la corrupción y de los proyectos emblemáticos de la 4T, los muchos yerros y deficiencias de los gobiernos morenistas quedan en la oscuridad para la mayoría de la población. Mientras AMLO siga apelando a la movilización de afectos y emociones “del pueblo”, las racionales críticas al partido y a los resultados de los gobiernos morenistas seguirán siendo marginales y sin afectar mayormente a las encuestas.

Para comprender esta serie de paradojas de Morena movimiento, partido y gobierno, propongo a usted la siguiente reflexión: más allá de las decisiones individuales, o de los cálculos políticos de coyuntura, que Morena partido haya subordinado en su lógica al movimiento social y a los propios gobiernos morenistas, quizás se debe prioritariamente al diseño político e institucional de México. Un diseño político e institucional que favorece y prohíja los liderazgos individuales antes que las decisiones colectivas, las movilizaciones populares más que la eficacia de gobierno, la movilización de las emociones políticas antes que los análisis de metas y resultados, la simulación antes que la autocrítica. De ser así, si esta hipótesis tiene algún sentido, no sería nada extraño que Morena se transforme en una especie de PRI del siglo XXI. Hacia allá se está perfilando.

En este escenario cabe preguntarnos ¿qué va a suceder cuándo AMLO deje la presidencia y se retire de la política? ¿Las paradojas van a aflorar y a perder el relativo equilibrio que hoy tienen? No lo sabemos, lo que sí es importante señalar, desde ya, es que Morena no puede seguir ostentando la exclusividad de la izquierda en México, ni continuar con su obstinada reticencia a la crítica y al disenso. Se requiere un amplio diálogo de las muchas y diversas fuerzas de izquierda y grupos sociales con demandas específicas, a efecto de construir y fortalecer una plataforma política plural, democrática y de largo aliento.

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