La zancadilla

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La fotografía de Johan Alexander Ordóñez Martínez, de la agencia AFP, es contundente: un integrante de la Guardia Nacional hace tropezar a un joven migrante que intentaba cruzar, junto con miles de personas más, de Guatemala hacia México. La imagen se hizo viral rápidamente e incluso fue comparada con aquella de la reportera Petra Laszlo cuando metió el pie para derribar a una refugiada siria. Pues sí, en esencia ambas fotografías evidencian lo mismo, el intento por detener a migrantes, pero con una importante diferencia: la periodista húngara no representaba a gobierno alguno; por contraste, el guardia mexicano es integrante de una fuerza policiaca del gobierno mexicano.

La zancadilla del elemento de la Guardia Nacional es vil, artera, desproporcionada, y en mi lectura expresa, con toda nitidez, la vergonzosa política migratoria del gobierno federal. Más allá de la retórica oficial, de las apologías de los acólitos de la 4T y de los aplausos sanguinarios de la xenofobia, la imagen capturada por el ojo de Johan Ordóñez nos permite ver, en toda su crudeza, la zancadilla que tiró al joven migrante pero que al mismo tiempo hizo tropezar de fea manera al gobierno de Andrés Manuel López Obrador. La foto de la agresión a un migrante es también la imagen de la zancadilla con la que el propio gobierno tropezó.

Que un elemento de la Guardia Nacional propine una zancadilla a un muchacho que lo único que quiere es ejercer su derecho a buscar mejores opciones de vida, nada, absolutamente nada, tiene que ver con el respeto a la migración “legal, ordenada, segura y controlada”, que pregona el gobierno como principios que guían su política en materia migratoria. La zancadilla lo que evidencia no es una acción coordinada para regular el flujo migratorio con apego al estado de derecho y el respeto a los derechos humanos, sino una verdadera cacería de personas. Lo que vemos no es la intervención organizada y profesional de un gobierno para regular el flujo de personas en su frontera, sino su incapacidad y su desesperación por hacer caer, literalmente, a las y los migrantes.

Se podría argumentar que una zancadilla no hace verano, esto es, que la actuación de un elemento de la Guardia Nacional no puede generalizarse a todos los demás integrantes y mucho menos utilizarse para cuestionar la política migratoria del gobierno. Desgraciadamente, la zancadilla no fue una acción aislada, sino parte de la reprobable represión ejercida por el gobierno mexicano en contra de niñas y niños, de hombres y mujeres, de personas de la comunidad LGBTIQ que el lunes 20 de enero (y otros días) intentaron cruzar la frontera sureña mexicana en su ruta hacia los Estados Unidos.

El Colectivo de Observación y Monitoreo de Derechos Humanos del Sureste Mexicano ha documentado rigurosamente las actividades punitivas del gobierno mexicano. Usted puede leer su comunicado del 22 de enero en la siguiente liga: https://redtdt.org.mx/?p=14896. Cazar migrantes, golpearlos con escudos y toletes, tirarles piedras, acorralarlos con gases lacrimógenos, separar a las familias, no es, no puede ser nunca, la política migratoria de un gobierno que levanta banderas de izquierda. Un gobierno que se reclama democrático (y lo es, por el voto de más de 30 millones de personas) no puede ejecutar acciones propias de un régimen autoritario. Por ello, los votantes estamos en nuestro derecho de exigir la rectificación de la política represiva, autoritaria y xenófoba del actual gobierno federal.

Además, y por si fuera poco, el gobierno mexicano, a través del Instituto Nacional de Migración, ha impedido sistemáticamente el trabajo de las organizaciones defensoras de derechos humanos en la frontera sur del país, lo que ha llevado a que el Centro de Derechos Humanos Fray Matías de Córdova haya interpuesto una queja ante la Comisión Nacional de Derechos Humanos por impedir que acompañen y asesoren a los migrantes, en particular a los que han sido detenidos (https://www.proceso.com.mx/615321/el-cdh-fray-matias-de-cordova-denuncia-al-inm-por-frenar-acceso-a-estacion-migratoria). Con el pretexto del “rescate” de los migrantes, se han cometido innumerables abusos, injustificables arbitrariedades, que van en contrasentido de la histórica hospitalidad mexicana para con las y los extranjeros. El “rescate” de migrantes no es más que el eufemismo que trata de ocultar lo que brilla por su nefasta evidencia: la deportación de miles de personas. Incluso se ha llegado al engaño, a la mentira, a la burla. Con el pretexto de levantar censos para dar empleo a los migrantes, quienes de buena fe dieron sus datos con la esperanza de un trabajo, las autoridades los subieron a autobuses para confinarlos en la estación migratoria para su posterior deportación. Infame, por donde se quiera ver.

La zancadilla también ha permitido constatar, una vez más, que la política migratoria mexicana se define en Washington, no en nuestro país. El chantaje de Donald Trump respecto a los aranceles a las exportaciones mexicanas hacia Estados Unidos, entre otras formas de presión, ha sido tan efectivo que el gobierno de AMLO ha puesto en marcha una política migratoria punitiva, rijosa, violatoria de los derechos humanos, “zancadilleante”. Es de esperar que las elecciones en EU (en noviembre de este año) sigan siendo un factor decisivo en la política migratoria mexicana, que, de acuerdo a las evidencias, está totalmente subordinada a los designios de Washington. En el primer año del gobierno de AMLO fue clave mantener la estabilidad económica, cosa imposible de lograr si los EU castigaban las exportaciones mexicanas con altos aranceles, pero de eso a la subordinación hay una gran diferencia. Es momento de redefinir las prioridades estratégicas para fortalecer la presencia de México en la región centroamericana, sobre todo en materia de derechos humanos, desarrollo y sustentabilidad, aunque a los gringos trumpistas no les guste. La subordinación de la política migratoria mexicana ante los EU se expresa, con toda nitidez, en la zancadilla del guardia al joven migrante. Lo reitero: una vergüenza.

Otro efecto de la zancadilla fue hacer trastabillar al partido del presidente López Obrador. Muy pocas voces de Morena se escucharon criticando la represión en la frontera sur; por el contrario, fueron más quienes intentaron justificar lo injustificable con quiebres argumentales, evasiones lastimosas y retruécanos inverosímiles. Una de las pocas voces críticas e inteligentes fue la del diputado Porfirio Muñoz Ledo, quien, desde hace tiempo ya, ha cuestionado la política de Estado en materia de migración. Tan vergonzante ha sido la actuación del gobierno federal en la frontera sur que la diputación morenista impidió que Muñoz Ledo hiciera uso de la palabra en la Comisión Permanente del Congreso. Sí, la votación mayoritaria fue para impedir que Muñoz Ledo subiera a la tribuna, pero el hecho de que el morenaje votara en bloque y planchara el tema, no significa que haya sido una decisión democrática. Al contrario. Pero el miedo al disenso y la crítica es tan grande que la diputación de Morena prefirió el escarnio público por su autoritarismo antes que la voz de Porfirio se escuchara en la “máxima tribuna de la nación”. ¿Esa es la vocación democrática de la 4T? Vamos, fue tan grotesca la posición de la diputación morenista que el mismo AMLO rechazó la censura a Porfirio Muñoz Ledo. “Prohibido prohibir”, dijo el presidente. La pregunta que queda en el aire es ¿prohibido reprimir? O seguirán las zancadillas, los gases lacrimógenos, las mentiras, la deportación, la represión, en pocas palabras, la genuflexión ante Trump.

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