La universidad enferma de gestión

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Tiene razón el presidente Andrés Manuel López Obrador en su señalamiento de que la UNAM dio un giro a la derecha durante los años del neoliberalismo, tiempos por cierto que están muy lejos de haber pasado. Habría que agregar que no solamente la UNAM experimentó ese giro, sino prácticamente todas las instituciones públicas de educación superior. Y no podría haber sido de otra forma puesto que el contexto institucional, que entre otras cosas define los presupuestos y recursos asignados a las universidades, fue un factor decisivo para que las universidades se vieran obligadas a alinearse en esa dirección. Sin embargo, la crítica del presidente es injusta puesto que, por un lado, obvia ese contexto y su amplio poder coercitivo y, por otra, olvida que ni la UNAM ni ninguna otra institución se reducen a las tendencias impulsadas por sus directivos y autoridades: las universidades son mucho más complejas que las definiciones simplistas y maniqueas (como la expresada por el presidente), toda vez que en ellas tienen cabida todas las corrientes de pensamiento, las diversas tendencias que hay en el arte, la ciencia, la cultura y la política.

Precisamente por su pluralidad es que en todas las universidades, en todas, ha habido voces disidentes que no solamente han criticado al neoliberalismo y sus políticas, sino también se han organizado y movilizado en protestas que, si bien no han sido tan contundentes como quizás lo demanda la situación, sí han sido relevantes por cuanto expresan la vitalidad y rebeldía que hay en nuestras instituciones. La crítica es parte de la razón de ser de la universidad, de allí que la observación, el seguimiento, la evaluación y el señalamiento de errores, inconsistencias, incoherencias, mentiras y otras acciones de quienes ejercen cargos en cualquier ámbito del Estado es ineludible. Insisto: es parte de la razón de ser de la universidad, de su función, de su naturaleza. Así que, señor presidente, más le vale acostumbrarse a la crítica de las y los universitarios, porque no va a cesar y qué bueno que así sea.

En efecto, en las universidades, tanto mexicanas como de otros países, el neoliberalismo echó raíces. Una de las expresiones de la expansión del neoliberalismo es la gerenciación de lo social, es decir, la tendencia a gestionar o administrar cualquier institución, e inclusive nuestra vida personal, como si fuese una empresa privada. El crecimiento desmedido en los últimos cuarenta años de la matrícula universitaria en las carreras y posgrados de administración de empresas, gestión de negocios, mercadotecnia, comercio internacional y similares, es parte de esta tendencia de gerenciación de lo social. Y no solo ha sido la expansión de la matricula de las carreras empresariales, sino la utilización de categorías de la administración como categorías de pensamiento social. Así lo escribí hace unas semanas en este mismo espacio: “Posiblemente uno de los pilares más sólidos del neoliberalismo es que sus esquemas, modelos y consignas, provenientes del ámbito empresarial, sean utilizados como categorías de pensamiento social al punto de que inclusive se han convertido en parte del sentido común y, por lo mismo, nociones incuestionables, categorías legitimadas por la fuerza de la costumbre.”

Con el neoliberalismo, los administradores, gerentes o CEO’s (es decir, directores generales) han devenido en una suerte de demiurgos socialmente respetados y admirados, entre otras razones, por sus muy elevados salarios y prestaciones más que generosas. Las universidades públicas no han sido ajenas a este proceso, de allí que Rectores(as), Secretarios(as), Directores(as) y mandos medios se hayan sentido como CEO’s de empresas y, por ende, se hayan despachado con la cuchara grande al momento de la asignación de sus salarios, compensaciones, prestaciones, viáticos, etc. Esto ha dado como resultado que en nuestras universidades haya directivos que ganan salarios verdaderamente ofensivos mientras que, por otra parte, hay personal administrativo, manual y académico con salarios miserables; además, hay que decirlo, de estudiantes que con mucho esfuerzo de sus familias (y de ellos y ellas mismos) logran acudir a la universidad. Por cierto, es muy significativo y plausible que el actual Rector de la Universidad Veracruzana, Dr. Martín Aguilar Sánchez, haya decidido reducir su compensación por el cargo -y la de los funcionarios de primer nivel de su administración- en un 40 %. Sí, desde luego, nuevos y venturosos tiempos corren en la Universidad Veracruzana.

Los altos salarios de los directivos universitarios, la expansión de la matricula de las carreras empresariales y los cambios en los planes y programas de estudio son manifestaciones de un mal que aqueja a nuestras universidades (y a la sociedad en general): el mal de la gestión.

Nuestras universidades están enfermas de gestión. Y la gestión es, antes que otra cosa, una forma de organización del poder, una forma que reproduce relaciones asimétricas de poder. Así lo escribí en un artículo publicado hace 13 años: La gestión como ideología en la Universidad Pública Mexicana. En ese trabajo sostuve, y lo sigo haciendo, que la gestión permitió introducir relaciones de mercado en nuestras universidades, facilitando o promoviendo la privatización de ciertas áreas o funciones y dotando de un cariz científico a lo que es, en esencia, ideología pura: la ideología gestionaria, piedra angular del neoliberalismo.

De esta forma, a través de procesos de acreditación de planes y programas de estudio, de evaluaciones que sirven para establecer rankings y otras jerarquías, del reconocimiento de posgrados de calidad (y otros no), del reconocimiento a ciertos académicos (y otros no) en el Sistema Nacional de Investigadores, en fin, a través de diversos mecanismos orientados al establecimiento de relaciones de competencia en las universidades, la gestión en tanto ideología reproductora de relaciones asimétricas de poder se fue entronizando en nuestras instituciones académicas hasta convertirse en un conjunto de verdades absolutas, infalibles e irrefutables.

La enfermedad de la gestión es la que está en el fondo de las enormes desigualdades que hay en las universidades y que se expresa, entre otras formas, en las diferencias salariales que existen entre los directivos y mandos medios y los profesores contratados por hora; también, la enfermedad de la gestión explica, al menos en parte, la simulación que priva en muchas prácticas institucionales, por ejemplo en los concursos de oposición, en los procesos de acreditación de programas de estudio e incluso en los exámenes de ingreso a la universidad; asimismo, la ideología de la gestión es la que explicaría, es la hipótesis, la corrupción en algunas instituciones que desembocó en movimientos fraudulentos, como la bien conocida Estafa Maestra.

La universidad está enferma de gestión y no será sencillo salir de estos esquemas, paradigmas y prácticas institucionales. Quizás uno de los principales problemas para escapar de la ideología de la gestión en la universidad pública es que algunas actividades registradas y normadas en los últimos cuarenta años han dado frutos positivos en nuestras instituciones creando comunidades académicas sólidas, responsables y creativas; por ejemplo, los concursos de oposición (cuando no son meras simulaciones), los arbitrajes en las revistas y publicaciones académicas, la creación de instancias de colaboración, como los Cuerpos Académicos, entre otras.

Cada universidad debe construir su propia ruta para salir de la enfermedad de la gestión, en función tanto de las tendencias globales en la educación superior y en el conocimiento científico en sus diversas manifestaciones, como de los muchos y complejos problemas del país; asimismo, cada universidad debe trazar su propio camino a partir de sus respectivas comunidades, su trayectoria histórica, su identidad institucional, su marco normativo, sus rasgos distintivos. En otras palabras, la salida de la enfermedad de la gestión es un asunto que compete exclusivamente a las comunidades universitarias, a nadie más.

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