“La sensibilidad no se capacita”. La histórica lucha de las estudiantes de la UAM

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Mitzi Elizabeth Robles Rodríguez

Yo soy la morra de la UAM

Está aquí porque no se conforma

Estoy cansada de callar,

A la UAM tomaré, no más impunidad

Existo y resisto desde mi unidad,

esa que nadie voltea a mirar

Y ahora el fuego recorre las aulas,

Somos periferia, Lerma y sororidad

(Canto/consigna de las estudiantes de la UAM-Lerma)

Para las estudiantes del paro de la Universidad Autónoma Metropolitana. También para las compañeras con quienes compartimos nuestra reflexión indignada y articulamos colectivamente este pensamiento y esta palabra.

La lucha que mantienen mujeres estudiantes de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) es histórica: las cinco unidades académicas de esta universidad han sido tomadas como respuesta a la omisión y/o negligencia sistemática en la atención a las múltiples denuncias por violencia de género.[1]

            La relevancia del paro está en su causa: una vida universitaria libre de violencia -de género y de cualquier tipo-, con garantías de “libertad, alegría e igualdad sustantiva”[2]. La potencia del paro está en su capacidad organizativa: estudiantes de las cinco unidades organizadas entre sí, demandan una reforma estructural a la legislación universitaria y la implementación de un protocolo efectivo unificado para atender las denuncias de violencia de género, al mismo tiempo, piden la atención diligente a peticiones específicas según las problemáticas de cada unidad académica.

            Las paristas, con una claridad admirable, toman la palabra, se enuncian desde sus contextos y sus diferencias, muchas de ellas reafirman su lucha como mujeres de la periferia.[3]  Se organizan y se nombran según sus reivindicaciones específicas: asamblea estudiantil, comité provisional de paro, colectivas feministas, o, alumnas organizadas y autónomas. La organización es plural y así se nombra. También se representa pluralmente, con capucha o sin capucha, todo según el contexto local universitario, las diferentes condiciones de vulnerabilidad, necesidades y riesgos.

            Las estudiantes organizadas de las cinco unidades académicas han gestado una palabra colectiva sólida en aras de poner en el centro la necesidad de reconocer la violencia de género como un problema inherente en las dinámicas de la vida universitaria. De esta palabra recuperamos una frase que nos parece fundamental en el ejercicio crítico de pensar el paro universitario a la luz del contexto de violencia de género que vivimos en México: “la sensibilidad no se capacita”.[4] Como lo han señalado reiteradamente las estudiantes paristas, la violencia de género que se padece en la Universidad es un problema sistemático y estructural, y reflejo de la violencia que se experimenta fuera de ésta.

            Con el correr de los días, hemos podido ver el despliegue de una praxis compleja que irradia fundamentos teóricos robustos, pero situados, porque se organiza según el contexto social y universitario de cada unidad académica. De esta manera, las estudiantes muestran que la atención, erradicación y prevención de la violencia no tiene que ver sólo con la revisión y reforma de la legislación universitaria y/o con la implementación de protocolos acordes con los graves casos de violencia denunciados, aunque éstos son condiciones indiscutibles para resolver la problemática. La capacitación y la construcción de recursos pedagógicos orientados a la comprensión y adecuada aplicación de la perspectiva de género[5] y derechos humanos también son un elemento fundamental, pero, como indican en su atinado análisis, el proceso de sensibilización necesario para garantizar la vida y seguridad de las víctimas, requiere que las autoridades universitarias y las personas encargadas de atender las denuncias tengan la facultad de entender las causas de la violencia. En consecuencia, que también sean capaces de reconocer que ésta surge sobre las relaciones desiguales que norman la vida cotidiana de las personas. Como dice Gloria Anzaldúa en su libro La frontera (2016), esa capacidad para “distinguir en los fenómenos superficiales el significado de realidades más profundas”, ése “sentir instantáneo”, esa “conciencia aguda” Por esto, la sensibilidad no se capacita, la sensibilidad se desarrolla a partir de una disposición ética para comprender realidades distintas a la propia.

La lucha contra la violencia desde un feminismo interseccional  

En coherencia con el planteamiento anterior, la exigencia transversal de las estudiantes en paro es el despliegue de un feminismo interseccional[6] que funcione como fundamento de una educación con perspectiva de género y de derechos humanos. Con la visibilización de la violencia de género (en sus diferentes manifestaciones) que sostiene el sistema de relaciones patriarcales[7], es imprescindible que entendamos que, entre quienes habitamos cotidianamente los distintos espacios de una universidad pública como la UAM, existen diferencias vitales y opresiones distintas de las que hay que hablar siempre. Es esta la mirada del feminismo interseccional que, en la teoría y en la práctica, nos deja ver que la experiencia de la violencia de género se complejiza y amplifica por su confluencia con otras jerarquías sociales distintas a las que se establecen por razón de género, como, por ejemplo, aquellas que se imponen desde la clase y la raza.[8] Este es el sentido de una praxis feminista que ha posibilitado el impulso de una organización estudiantil amplia en la que tienen lugar, como dijo la feminista afroamericana Audre Lorde, las diferentes necesidades y objetivos, pero también la diversidad de alianzas que se han podido tejer[9].

            Por otro lado, el desarrollo de una práxis crítica propia del feminismo interseccional, a la luz de la movilización y lucha de las estudiantes, nos permite plantear el problema de la universidad, sus estructuras y la violencia que sostienen, tal como lo hemos enunciado en líneas anteriores. La crisis que en la actualidad enfrenta la UAM, ha revelado que la violencia que se denuncia se gesta como una resonancia de las problemáticas sociales que padecemos todos los días las mujeres, las personas de la diversidad sexual y otros grupos vulnerables. En este mismo sentido, la jerarquía institucional que rige la vida universitaria es un reflejo tácito de la jerarquía social que nos afecta de muchos modos fuera de la misma. Tal jerarquía denota las relaciones de poder que determinan las lógicas de socialización dentro y fuera de la Universidad. El ensamble de desigualdades y opresiones supone un ensamble de privilegios y beneficios para grupos específicos de personas, en detrimento de la garantía de derechos de otras.

            En este tenor, la verticalidad que denuncian las estudiantes paristas en las respuestas que ofrecen las autoridades universitarias ante los casos de violencia de género, refleja paternalismo y falta de comprensión de las realidades complejas que enfrentan la mayoría de les estudiantes, así como la poca disposición para denunciar y renunciar a los privilegios de distinta índole, de los que gozan autoridades universitarias, y una parte del sector académico y de trabajadores. Privilegios que, digámoslo claro, se traducen en gran medida en prestigio social y en condiciones de vida materiales privilegiadas que distan abismalmente de las condiciones de vida material no sólo de la mayoría de les estudiantes, sino también de las comunidades o grupos poblaciones sobre de los que manan sus investigaciones académicas.[10] Como hemos dicho en algún otro espacio a propósito de esta coyuntura que enfrenta la UAM: sin hacer frente a la desigualdad social, es difícil imaginar un futuro sin violencia.

            Si no cuestionamos por qué se ha permitido que en los espacios universitarios germinen condiciones propicias para la reproducción de la violencia y su normalización, la función social de la Universidad se diluye. Lo mismo pasa con nuestra capacidad para responder a las contradicciones de nuestro tiempo y con la posibilidad de contribuir en la construcción de un mundo socialmente justo -más allá del cliché y del discurso políticamente correcto.

Los movimientos contra la violencia no son movimientos de mayorías

La lucha concreta contra la violencia de género y de otros tipos, la asumen, sobre todo, quienes la padecen de manera directa o quienes han comprendido su raíz y sus impactos en la vida colectiva. Por esto, creemos que la legitimidad de una lucha colectiva no depende del reconocimiento que le den grupos amplios o mayoritarios. En el caso específico de la lucha de las mujeres estudiantes de la UAM y de otras universidades y colegios, su legitimidad está dada en función de las graves afectaciones que la violencia de género, y sus ensambles con otras violencias, genera en la vida de quien la sufre. De modo que la existencia o no del consenso entre toda la comunidad universitaria sobre la pertinencia del paro como medio de visibilización de la violencia que nos afecta, no determina su legitimidad. Porque, en todo caso, los derechos no deben consensuarse sino garantizarse.

            Ante la incomprensión, estigmatización y criminalización de la que puedan estar siendo objeto las estudiantes paristas por sectores diversos de la comunidad universitaria, nos parece que el reto no es que las demandas de las compañeras paristas representen los intereses generales de la misma, sino que se busquen los cauces pedagógicos que ayuden a generar la empatía y conciencia social que se requieren para que la Universidad sea realmente un espacio de transformación social y justicia, que garantice una vida libre de violencia para todes.


[1] El 10 de marzo del 2023, estudiantes mujeres de las cinco unidades académicas de la Universidad Autónoma Metropolitana declararon un paro indefinido de labores, como respuesta a la actuación deficiente y revictimizante de las instancias encargadas de sancionar la violencia de género.

[2] Tomado del comunicado de las Alumnas Organizadas y autónomas de UAM Lerma, del día 5 de abril de 2023. Disponible en: https://www.facebook.com/photo?fbid=680104874121691&set=pcb.680107540788091

[3] Decimos esto y pensamos en las compañeras de la UAM-Lerma. Reconocer y nombrar el lugar que se ocupa es fundamental para trazar el camino, y es político. La periferia es el lugar en el que cualquier estructura institucional tambalea: la periferia es su fisura, ahí se revela la asimetría del poder y sus efectos nocivos: violencia, desigualdad social, discriminación y exclusión por razones de género, pero también por clasismo y racismo. La periferia como los sitios físicos desde lo que se estableció el paro indefinido de actividades escolares. También la periferia como los cuerpos de quienes resisten a puertas cerradas ante el estigma, la criminalización y la revictimización.

[4] Nos referimos a la palabra colectiva que se articuló en la rueda de prensa convocada por las estudiantes organizadas de las cinco unidades académicas, el día 23 de marzo de 2023. Disponible en: https://fb.watch/jMrE9GL02L/

[5] La perspectiva de género es una herramienta metodológica y de análisis que surge y se actualiza con las luchas concretas de mujeres que, en diferentes tiempos y contextos, han buscado terminar con la discriminación y desigualdad, exclusión y violencia de las que han sido objeto históricamente las mujeres.

[6] Dígase mejor, un feminismo crítico del colonialismo y el capitalismo, que, más que dar cuenta de intersecciones, muestra el ensamblaje de opresiones.

[7] Las relaciones patriarcales constituyen un sistema de opresión que se sostiene a partir de la jerarquización entre sexos, en donde lo masculino ocupa un lugar superior y de dominación respecto a lo femenino. La principal condición de posibilidad de las relaciones patriarcales, como sistema de opresión, es la imposición de una idea de desigualdad natural que subsiste entre hombres y las mujeres, y otros grupos vulnerables.

[8] A las jerarquías sociales por género, clase o raza, hay que agregar otras que también producen experiencias de la violencia, tales como la violencia institucional, la violencia académica, la violencia laboral, la violencia capacitista, etc.

[9] Por esto es posible ver que las estudiantes movilizadas, desde los primeros instantes del paro, han establecido la pauta de una lucha feminista abierta a la diferencia: lo dice su lenguaje político inclusivo y lo dice, por ejemplo, su apertura a la participación activa de un grupo de compañeros que, además de brindar respaldo al paro, de alguna forma han estado involucrados en la toma de decisiones. El respaldo y acompañamiento de las profesoras feministas de la UAM también es una muestra de esta capacidad de alianzas, y esto merece una mención aparte, porque el reconocimiento de la legitimidad de la lucha de las estudiantes por parte de estas profesoras es un gesto político y ético que ha ayudado a sostener la justificación del paro, a mantener visibles las condiciones mínimas que se necesitan para resolver satisfactoriamente las demandas que se han hecho a las autoridades universitarias y, no menos importante, a fortalecer la necesidad de establecer cauces reparación del daño.                

[10] La omisión, minimización y falta de sensibilidad ante problemáticas relacionadas con la violencia de género y de otros tipos, son un síntoma de la incomprensión que tienen las personas más privilegiadas dentro de una jerarquía social respecto a los impactos que aquella pueda tener en la vida cotidiana de las personas más vulnerables. Por eso, consideramos que la respuesta tardía de las autoridades universitarias y su dificultad por entender a cabalidad la demanda de las estudiantes agraviadas por situaciones de violencia, surgen del distanciamiento social que produce la desigualdad. Pensamos que ocurre lo mismo con algunes integrantes de los cuerpos académicos de la Universidad, que pusieron mucho empeño en defender la actuación de quienes han dictaminado negligentemente sobre casos de violencia de género, arguyendo las deficiencias en los reglamentos y protocolos, sin expresar alguna consideración por los agravios hacia las víctimas. Más allá de esto también está la posición aparentemente neutral de quienes, desde el silencio, simplemente observan el momento de crisis.

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