Pasión, muerte y diversión en Semana Santa

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Abel Barrera, director del

Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan

La ciudad de Taxco fue una prueba grande para los penitentes que cada año cumplen con su promesa de auto-flagelarse en la vía pública como parte de una tradición de la iglesia de la edad media. La Familia Michoacana advirtió a los penitentes que serían ellos quienes venderían los rollos de vara de zarzamora que cargan sobre sus espaldas. El obispo y el párroco de Santa Prisca intervinieron para pedir a las autoridades que garantizaran a las hermandades, realizar con seguridad sus actividades penitenciales. La población se desbordó y sin proponérselo, acuerpó a los penitentes que durante el jueves y viernes santo salieron por las calles para cumplir su promesa, y pedirle a Jesús crucificado que pare la violencia y la inseguridad en la ciudad. A pesar de que los encruzados salieron a las calles, la gente sabe que la inseguridad continuará en la ciudad y en las comunidades vecinas. Para las autoridades estatales fue un éxito su operativo de Semana Santa, sin embargo, el retiro de los cuerpos de seguridad, dejará libre el paso para que los grupos de la delincuencia continúen controlando el comercio y causando temor entre la población.

En Acapulco los polos de la violencia y la diversión se fusionaron en las playas, donde se registraron muertes de turistas, de jóvenes, mujeres y niños en los ataques que sucedieron en los días santos. La llegada de más elementos de la Guardia Nacional a los centros turísticos fue para asegurar la derrama económica que se genera en esta temporada vacacional, pero que lamentablemente nunca redunda en beneficio de la población local. Cada vez es más evidente el crimen organizado, no sólo está tomando el control de algunos giros comerciales, sino que también se quiere apropiar de las playas, balnearios y parques ecológicos que representan un gran potencial económico para su poder destructor. En esta Semana Santa se replegaron en algunos lugares como en la ciudad de Taxco, sin embargo, en Acapulco el cobro de cuotas para los vendedores ambulantes en las playas lo hicieron a plena luz de día, sin que fueran molestados por los cuerpos de seguridad. Esta práctica extorsionadora se encuentra extendida a lo largo de la bahía y de las colonias céntricas del puerto. La violencia se recrudece en las colonias periféricas donde se da la disputa por la venta de la droga. La seguridad se focalizó en las zonas turísticas, aún así varios turistas fueron asesinados, sin embargo, estos saldos rojos no se ponen en la balanza para sopesar la percepción que tiene la gente sobre su seguridad.  

En las principales ciudades que no cuentan con afluencia turística, la devoción de la gente afloró en el viacrucis del Viernes Santo. Los actos de contrición de los creyentes expresaban su impotencia y tristeza por la violencia desatada y por los nulos resultados de las autoridades para brindar seguridad. Las mismas reflexiones que daban en cada estación hacían referencia a la situación que vivimos en nuestro estado. Los colectivos de personas desaparecidas también hicieron pública su exigencia de justicia. Realizaron el viacrucis no como una representación únicamente de la pasión y muerte de Jesús, sino de la crucifixión de muchas familias que se sienten como Jesús, clavadas en la cruz, por no saber nada de sus hijos e hijas desaparecidas.

La feligresía católica tiene muy arraigada su fe en el cristo que sufre, que es azotado por las autoridades y que está condenada a padecer el desprecio, el maltrato, la burla, la tortura y la muerte de quienes ejercen la violencia en el estado. Los creyentes no sólo escenifican la pasión y muerte de Jesucristo, sino que lo experimentan en carne propia. La visión histórica que tradicionalmente tiene la celebración de Semana Santa empieza a tomar fuerza y sentido en la pasión y muerte del Jesús histórico que fue crucificado por el poder imperial de los romanos. Enfrentó a los poderes establecidos, fue torturado y encarcelado, condenado a muerte junto a dos ladrones. La causa de su muerte fue por anunciar el reino de Dios, que es justicia, verdad y vida para los pobres de esta tierra. Este compromiso lo llevó a enfrentar los poderes terrenales: el sistema de justicia, el emperador romano, los escribas y fariseos que juntos gritaron ¡crucifícale, crucifícale!   

Entre los pueblos de la Montaña la devoción es muy grande, en la mayoría de las comunidades el santo más milagroso es el señor Santo Entierro, es decir, el cristo muerto que fue crucificado por el imperio romano. En estas comunidades se funde también la tragedia con la fiesta, la pobreza con la abundancia, el misticismo con la bullanguería. El Santo Entierro de Xalpatláhuac y de Totomixtlahuaca se han erigido en los símbolos de la identidad de los pueblos que sufren, de las comunidades indígenas que luchan por su sobrevivencia. La mayoría de ellas siembran el maíz de temporal y por eso en cada viernes de la cuaresma realizan fiestas a los cristos muertos que representan a la deidad del maíz, personificada también en San Marcos, que traen la lluvia y el grano mesoamericano.

Lo más importante en la fiesta de Santo Entierro es tocar el santo en su urna, pasar las flores, las palmas y las hojas de borracho para llevarlas a sus casas como reliquias. Con ellas rezan y frotan a los familiares enfermos y las colocan en la puerta principal para protegerse de sus enemigos o un mal aire. La mayoría de madres de familia hacen fila con sus pequeños hijos para que los rezanderos les den la bendición a sus hijos y al mismo tiempo les peguen con el chicote en sus piernitas. La creencia de la gente es que ese flagelo bendito transmite fuerza y cura las enfermedades. Las personas mayores y, sobre todo, las que padecen alguna enfermedad, besan la disciplina y piden en diferentes partes del cuerpo les apliquen varios azotes por parte de quien reza con su salud y para que le vaya bien en su trabajo.

Santo Entierro es el santo que mueve montañas, no hay fiesta mayor que la de Xalpatláhuac y la de Totomixtlahuaca. En esos dos espacios sagrados se concentra la mayoría de la población católica de la Montaña que demuestra no sólo su fe, sino su capacidad para organizarse de manera autogestiva al margen de los sacerdotes o religiosos que se encargan de las parroquias. Cuentan con un sistema de mayordomías que cada año se renueva y ellos se encargan de recolectar las limosnas de los peregrinos que forman parte del tesoro del santo. Son fiestas que hermanan a los pueblos, que resaltan el sentido de reciprocidad que existe entre las comunidades. Los comisarios y principales junto con su banda de música se presentan ante las autoridades tradicionales y ante el santo para entregar la ofrenda del pueblo. Es una promesa que simboliza la fe de una comunidad y un cristo que sufre, y que como el grano de maíz también es enterrado bajo tierra, pero que a los tres días resucita. Esta fe es la que celebran los pueblos, de que su trabajo y sufrimiento hará florecer el maíz en sus tlacololes. Nos atrevemos a decir que es una teología que se nutre de la cosmovisión de los pueblos indígenas que hasta la fecha realizan rituales prehispánicos en la cima de los cerros para pedir el agua a sus deidades. A lo largo de los siglos se ha dado un proceso sincrético en las prácticas religiosas que se van adaptando a las circunstancias históricas y a las condiciones de pobreza que enfrentan los pueblos. El sistema de fiestas en la Montaña coincide con el ciclo agrícola y se divide en el tiempo de secas y el tiempo de lluvias. En los primeros meses las comunidades realizan en los cerros sagrados, rituales propiciatorios para presentar a las nuevas autoridades y pedir sabiduría y fuerza para que gobiernen con rectitud, también presentan la ofrenda a las potencias sagradas para que en el tiempo de siembra llegue la lluvia, los vientos y los rayos para fertilizar la tierra. En estas prácticas religiosas las comunidades también realizan sus festividades católicas centradas en los cristos crucificados. En estas comunidades vamos a encontrar a Santo Entierro que es el cristo sol, también está representado como San Marcos, resemantizado como la deidad del maíz. Se trata de creencias sumamente profundas que configuran el microcosmos que le da consistencia a los pueblos de la Montaña que luchan por su sobrevivencia. Su fe es también un instrumento de lucha, es la expresión simbólica de un pueblo que se congrega entorno a un símbolo sagrado para buscar su redención. Es el motor que le da vida a las familias que los mantienen en pie a pesar de que son crucificados por los diferentes gobiernos. Su sabiduría milenaria les ha enseñado que solo el pueblo salva al pueblo. La Semana Santa es la expresión de la terrible realidad que vivimos en Guerrero, de la pasión, muerte y diversión de un pueblo que padece la violencia y que también se divierte en medio de la tragedia.

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