Juan Rulfo, transformador de la literatura

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Juan Rulfo, transformador de la literatura ⬇️

 

Cuento elegante ⬇️

 

“El mejor homenaje a Rulfo es leerlo, releerlo, pero sobre todo leerlo y releerlo en voz alta, Rulfo es música, Rulfo es literatura sonora…”

Patricio Gómez Junto, músico.

 “Un día que el Zorro estaba muy aburrido (…) decidió convertirse en escritor (…) Su primer libro resultó muy bueno (…) El segundo fue todavía mejor que el primero (…) Desde ese momento el Zorro se dio con razón por satisfecho, y pasaron los años y no publicaba otra cosa (…) Y no lo hizo”.

 Fragmento de El zorro más sabio de Augusto Monterroso. Fábula dedicaba a Juan Rulfo.

 

Con El llano en llamas y Pedro Páramo Juan Rulfo se consagró como uno de los mejores escritores del orbe, bastó con estas dos obras para que su nombre sonara por todos los recovecos de la literatura; Rulfo después calló por muchos años, hasta que en 1980 publicó El gallo y otros guiones.

Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno nació en Sayula, Jalisco el 16 de mayo de 1917 y estuvo envuelto en el contexto de la Revolución Mexicana y sobre todo de la Guerra Cristera; eventos históricos que lo marcaron personalmente y se verán reflejados en sus cuentos y la novela Pedro Páramo. Una de sus primeras experiencias con la lectura fue cuando a su casa –él siendo todavía un párvulo– llegó la biblioteca de la iglesia que trasladó el cura, ya que ésta había sido convertida en cuartel. A los 6 años de edad quedó huérfano de  padre y a los 8 de madre; desde antes del fallecimiento de su progenitora ya se encontraba    –él y sus hermanos– entre las paredes de un orfanatorio en Guadalajara, sin embargo, uno de sus hermanos lo expulsaron y el otro ya no quiso seguir estudiando; por lo tanto durante 5 años Rulfo se quedó solo en ese lugar. Entre sus grandes amigos, desde la infancia, estaba el otro gran escritor mexicano Juan José Arreola, con él y junto a Antonio Alatorre crearon la revista Pan.  Con el tiempo se trasladó a la Ciudad de México y allí murió el 7 de enero de 1986.

El libro de cuentos El llano en llamas (1953) fue un ejercicio para encontrar la forma de escribir su gran Pedro Páramo (1955) –y la encontró específicamente en el cuento “Luvina”. Rulfo cuenta, en una entrevista, que eliminó todo el lenguaje retórico “pensé que el sustantivo era la sustancia”, por lo tanto, evitó los adjetivos y evadió adornar el sustantivo; eliminó más de 250 páginas del texto original quedando sólo en 159 (esto en la editorial Fondo de Cultura Económica). Empero, los primeros diez años de la publicación las dos obras no fueron admiradas y ni comprendidas, por ejemplo, Alí Chumacero –jefe de producción del Fondo de Cultura Económica– fue escéptico y consideró que el libro no era bueno y aunque se publicó en dicha editorial el poeta le dijo a Rulfo “No te preocupes, de todos modos no se venderá”; a pesar de ello, los libros venían a transformar la literatura de manera radical. Los que sí los aplaudieron con júbilo fueron Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Jorge Luis Borges, entre algunos pocos. Cabe mencionar que Pedro Páramo es uno de los más traducidos en el mundo. Aquí algunos idiomas: Italiano, alemán, ruso, japonés y chino.

El cine gustó también a Rulfo, como espectador y a la postre como creador; sin embargo, no le agradó mucho el resultado. En 1955 se llevó a la pantalla grande –específicamente en cinemascopio– su cuento “Talpa”. Posteriormente colaboró en el guion Paloma herida con Emilio el “Indio” Fernández, aunque después pidió su retiro en los créditos pues no lo consideró un buen trabajo. En 1964 bajo la dirección de Roberto Gavaldón se estrenó El gallo de oro, Rulfo participó con el diseño del argumento, la adaptación la llevaron a cabo Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez. En ese mismo año el cuento “En este pueblo no hay ladrones” de García Márquez se presentó en los cines, la dirección corrió a cargo de Alberto Isaac, en dicho filme aparecieron como parte de los protagonistas Abel Quezada, Leonora Carrington, Luis Buñuel, José Luis Cuevas, Carlos Monsiváis y Juan Rulfo. En 1965 salió a la luz La fórmula secreta dirigida por Rubén Gámez; Rulfo colaboró con un poema en el cual giró la película, dichos  versos fueron leídos por Jaime Sabines. Estas son sólo algunas aportaciones del escritor jalisciense en el cine mexicano.

La obra de Juan Rulfo no sólo fue en el ámbito de las letras, también se consolidó como un excelente fotógrafo; se conocen alrededor de 500 fotos, sin embargo, dicen los expertos de este escritor que existen más de 6 mil negativos. Con su Rolleiflex atrapó y petrificó en el tiempo imágenes que nos cuentan una historia e invita a penetrar en cada uno de los protagonistas y espacios retratados; escenarios y personajes que se parecen tanto a los que deambulan en sus narraciones. Y, precisamente, es con su fotografía titulada  Niño y grupo que me inspiré para realizar un cuento a este excepcional escritor-fotógrafo-viajero, con el cual le rindo un pequeño homenaje en el aniversario de su fallecimiento.

 

 

Elegante

“San Juan Luvina. Me sonaba nombre de cielo aquel nombre. Pero aquello es el purgatorio. Un lugar moribundo donde se han muerto hasta los perros y ya no hay nadie que le ladre al silencio; pues en cuanto uno se acostumbra al vendaval que allí sopla, no se oye sino el silencio que hay en todas las soledades.”

Luvina” en voz de Juan Rulfo.

 

A Juan, el insustituible, Rulfo.

Una mirada triste pero penetrante, dureza en las facciones del rostro –sin llegar a ser  agresivo– y   bigote  casi  ralo.  Un  hombre  con  ropas   humildes,  de  mediana edad, pero parapetado con una reluciente canana cruzada sobre su pecho. En la mano izquierda  lleva  un  rifle  con  la  culata  apoyada  en  un  suelo  terroso,  tierra  que ensucia  los  pies  guarecidos  en  guaraches  con  apenas  tres  cintas  de  cuero.  A pesar  de  la  pobreza  de  su  atuendo  hay  mucho  de  elegancia  en  la  pose erguida y en el rostro orgulloso. Pero lo que más resalta es el enorme sombrero que casi se desborda del marco. A Juanito le gusta ver esa fotografía –la única que hay en su casa– porque él también quiere ser retratado, algún día, así como su abuelo.

San Juan es un pueblo envuelto por su propio polvo, un constante y necio viento retoza  con  la  resequedad  de  la  tierra,  las  escasas  aguas,  muchas  veces,  ni siquiera  alcanzan  a  caer  en  su  estación  cuando  más  se  les  necesitan  para  las esqueléticas milpas. Las casas llegan a tristonas casuchas de adobe que apenas abrigan  a  sus  moradores;  un  pueblo  marginado  del  progreso  que  tanto  se presume en los poblados más grandes. Los únicos que parecen divertirse con el viento  –que  con  sus  manazas  erosionan  la  piel  del  pueblo– son  los  niños  más pequeños,  porque  ni  siquiera  los  grandecitos,  aquéllos  que  están  aruñando  la pubertad, ésos pronto quieren salirse a conocer el pregonado progreso de otras tierras. Por eso los seis años de Juanito le permiten ir tras el aire, correr descalzo y bañar sus pies con el polvo envolvente de San Juan. De sus cuatro hermanas, más grandes, Dolores de vez en vez juega con él a las escondidas, los refugios para  ocultarse  son  algunas  casas  abandonadas, corretean junto a sus huesudas mascotas que ladran  alegres cuando ven travesear a sus dueños; en fin, improvisan diversiones para ser más llevadera la niñez.

El día amanece con un ruido que no es habitual, a motor que raspa lo cotidiano. En lo alto, compitiendo con el vuelo de las aves de rapiña, una avioneta deja una estela de humo detrás de sí mientras hace acrobacias, que mantiene boquiabierto a quien las mire. Una lluvia de papeles con letras impresas cae sobre la incertidumbre de los habitantes, junto con una voz salida de un megáfono:

Pobladores de San Juan se les invita a participar en el evento donde se dará conocer al candidato de la oposición, la mejor opción política para todos ustedes, el Sr. Jacinto Y. Z. NO FALTEN. Habrá una gran fiesta, pagada por el candidato, éste no roba ni tantito, como otros sí lo hacen. Habrá carreras de caballos, jaripeo, kermés, música, diversiones diversas, ¡ah, también tendremos gallos!, y si tiene usted uno, tráigalo para que pelee. La cita será en la cancha de basquetbol, el próximo domingo ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡NO FALTEN, NO FALTEN!!!!!!!!!!!  

Los signos de admiración, en las últimas cuatro palabras, son tantos como si con ellos quisieran convencer a los indecisos, aunque pocos saben leer.

¿Quién será ese Jacinto Y. Z.?, se interroga un grupo de habitantes; ¡pues otro más que quiere venir a chingar al pueblo!, responden algunos incrédulos; ¿y vamos a ir a la gran fiesta?, vuelven a preguntar los primeros un tanto desconfiados; pos sí, hay quir, vuelven a responder, pero eso sí, llegamos cuando el julano Y. Z. haya dejado de hablar, ya nos sabemos sus labias de estos hijos sin progenitora. ¿Y si ése… ése… ése… cómo se llama… J. X, quiere que votemos por él en las siguientes elecciones? Pregunta alguien con fastidio en la voz; pos como siempre le hacemos, mentir como ellos mienten, que votaremos y al mero rato inventar una excusa.

Los sanjuaninos están acostumbrados a las visitas muy esporádicas de los políticos que quieren cosechar votos sin ser merecedores de ello; los pobladores han aprendido con el tiempo que el gobierno y esos politiquillos de pacotilla van siempre con mentiras y promesas desenvainadas, para tratar de convencerlos de que el progreso, casi, está a la vuelta del otro pueblo. Lo que no saben estos politicastros es que el siguiente poblado se encuentra a kilómetros de distancia. ¡Aaay, esos cabrones!, creen que nos van a vender sus palabras atascadas de embustes; finalmente dice don Catalino.

Mientras llega el día de la gran fiesta, los pobladores siguen tejiendo su cotidianidad y, quizá, uno que otro pensando en qué llevará puesto para la celebración prometida, que acaso le dará una teñidura diferente a un pueblo monótono.

¿Qué  me  pondré  para  la  fiesta?,  Juanito  le  pregunta  a  Genara y  sin esperar respuesta; quiero ponerme mi sombrero, mi pantalón y mi camisa. Quiero verme como mi abuelo como está en la foto, cuéntame amá, dime por qué trae el rifle; pero Genera más preocupada por lo que irán a comer no responde; sí, mi abuelo estuvo en la revolución jue revolucionario, ¿verdad que hasta acá llegó gente con armas, amá?; y el único que le responde a Juanito es el aire recio de la tarde.

Muchas de las paredes, de las casuchas, tienen la señal de una guerra pretérita; agujeros que habían dejado las balas son, ahora, hogar de insectos y animalitos diminutos. En la memoria de los más viejos hay trozos de recuerdos de aquellos enfrentamientos entre revolucionarios y del mal gobierno –como dice don Catalino–  contemporáneo  del  abuelo  de  Juanito.  Éramos regüenos  pa’  tirar balazos, yo me eché uno que a otro federal, tu abuelo también mató a rihartos “pelones”. Por eso a Juanito le gusta ir a husmear en las pláticas de los grandes, de los viejos, que le reconstruyen la figura de su abuelo, el único referente masculino en la familia.

El rumor   del día es diferente, se siente un aire menos polvoso como  si  la  gente  estuviera  contenta,  algo  difícil  en  San  Juan.  En  la  casa  de Juanito sus hermanas se trenzan el cabello y lo aplacan con un chorro de limón al igual   que  Genera,  la madre. El  pantalón de  Juanito heredado quizá por cierto pariente  lejano  o  vecino,  es  más  largo  que  sus  piernas,  por  eso  tiene  que  ser doblado, está tan remendado que tiene parches en los parches; la camisa otrora blanca,  apenas  muestra  que algún día  fue  elegante.  El  sombrero  de  ala redonda,  pequeño,  compacto  como  para  medio  tapar  el  sol,  es   la  pieza imprescindible en la vestimenta de Juanito, pues eso lo hace sentir como si en él reviviera  a  su  ancestro.  ¿Y  el  calzado?... no  hay  tal,  los  pasos  de  Juanito  siempre dejan  la  impronta  de  su  pie  desnudo,  pero  son  simplemente  pequeñeces.  Él  se siente elegante, como ese abuelo que no llegó a conocer.

Todo ese sonar diferente del día es porque el candidato –más gris que el aire de San Juan– cumple a medias lo prometido, hacer dizque la gran fiesta. Al pueblo llegan un par de desnutridos caballos, un torillo, una vaquilla y unos cuantos gallos que ya vienen peleando entre sí en las jaulas en que los traen; mujeres y hombres –probablemente mandados por Jacinto Y. Z. – llegan con algunas cazuelas de comida y unas poquiteras cervezas sin refrigerar.

A pesar de la flaqueza de la “gran fiesta” los sanjuaninos no se amilanan, al contrario, se van arremolinando a las cacerolas y sólo unos cuantos logran refrescar sus gargantas con la tibieza de la bebida alcohólica. Una banda musical de viento da un clima de alborozo, mientras el estruendo de unos cohetones quiere ser un coro un tanto fastidioso. Y están más contentos porque el candidato gris, mandó a un representante para que hablara en su nombre; al parecer alguien le dijo a Jacinto Y. Z. que en San Juan no valía la pena dar discursos estériles como su tierra.

Juanito también se pavonea con su ropa zurcida, arrastra los pies porque siente rica la tierra suelta, corre de aquí hacia allá sin decidirse qué quiere mirar. Su hermana Carmela, a escondidas  de  su  madre, se  lleva el único animalito emplumado que tiene en su granja (si es que así se le pudiera llamar) y le dice a don Catalino que también lleve su gallo: ¡pa que peleen don Cata a ver quién gana!; Don Catalino la mira divertido: ay, mi’ja pero esa es una pobre gallina. Y sin ningún asomo de sorpresa Carmela le responde: sí, don Cata ya sé  que  es  una  gallina,  no  me  crea  bruta,  pero  la  traje  porque  es  bien  brava  y hasta se viene echando a su gallo. La pelea de gallos –también unos cuantos– se realiza en el arremedo de cancha de basquetbol, que algún politiquero prometió y dejó a medio hacer, sin aros para encestar y sin piso para botar un balón.

Entre la algarabía, Juanito observa  a  un  hombre fuereño con cámara en mano enfocando una casucha, luego una pared, más lejos un techo; parece abstraído del ambiente festivo de los sanjuaninos,  hasta  que  lo  interrumpe:  señor,  señor;  siente  un  jalón  en  la chaqueta;  tómeme  una  foto  a  mí;   el  extraño  no  se  hace  del  rogar:  ¿así  que quieres  una  foto?  ¿Cómo  te  llamas?;  me  llamo  Juanito;  mira  qué  casualidad también  yo  me  llamo  Juan,  Juan  Rulfo,  nos  llamamos  igual  que  el  pueblo  ¡mira qué casualidad!; Juanito le echa una mirada incrédula: pues aquí casi todo el pueblo se llama Juan, está don Juan el de la tienda, está el viejito Juan que vive allá a las orillas, esta Juan el borracho… hasta mi abuelo se llamaba Juan; Juanito se queda pensativo como si estuviera contando todos los Juanes del poblado y remata con una pregunta: ¿Será que la gente es requetefloja y le da lo mismo ponernos como al pueblo?; El fuereño no puede controlar una risilla divertida y le contesta al niño: Pero tú y yo somos especiales; le dice como para salir del paso; y entonces Juanito quiere contarle que su abuelo también era especial por haber sido revolucionario, que se siente orgulloso de llevar su nombre… pero ya no dice nada, sólo lo piensa, lo que él quiere es ser fotografiado. ¿Y dónde quieres que te la tome?; aquí, aquí quiero aquí de este lado  en  esta  pared,  quiero  que  se  vean  los  bújeros  que  hicieron  las  balas;  y  ríe divertido  por  la  palabra  que  usa  habitualmente  don  Cata  y  que  a  Juanito  le encanta  usar.  El  niño  se  para  erguido,  se  siente  elegante,  se  acomoda  el sombrero  y  también  ese  flequillo  que  lo  hace  ver  coqueto,  mete  sus  manitas terrosas  dentro  de  los  bolsillos  del  pantalón,  por  unos  segundos  quiere  sonreír porque se siente tan contento, pero se arrepiente; ¡no, quiero salir serio como mi abuelo, igualito a él!

Juan, el fotógrafo, enfoca su cámara, oprime el obturador y captura la imagen de Juanito… para siempre.

 

Referencias:

Documentales: 100 años de Juan Rulfo, Canal 28 Nuevo León y Juan Rulfo por sí mismo.

Entrevista con Juan Rulfo en el programa de TV Espejo de escritores.

 

Créditos:

Voces en el texto Juan Rulfo, transformador de la literatura: Patricio Gómez Junco y Eneida Martínez Ocampo.

Voces en el cuento Elegante: Juan Rulfo, Gerardo Juan Sierra y Eneida Martínez Ocampo.

Edición: Gerardo Juan Sierra y Eneida Martínez Ocampo.

Música:- Johann Wilhelm Hertel; “Rayando el sol” de Grupo Armonías; Bandas de viento Hermanos de la Huasteca Hidalguense y Banda de Buenavista Guerrero.

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