¡Hasta la ternura siempre!

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Cualquier cosa que digamos sobre doña Rosario Ibarra de Piedra se queda pequeña frente al tamaño de esa extraordinaria mujer que nos dejó hace un par de días. Las decenas de anécdotas que han aparecido, apenas se dio a conocer su muerte, integran un gran tapete hecho con miles y miles de retazos de vida de algunas de las muchas personas que compartimos con doña Rosario alguna marcha, algún plantón, algún mitin, alguna corretiza, alguna broma, alguna cena. Ese gran mosaico anecdótico es una muy pequeña muestra del cariño, la admiración y la solidaridad que doña Rosario sembró y cosechó a lo largo de tantos años, a lo largo de tantas luchas.

Encabezando al Comité Pro-Defensa de Presos Perseguidos, Desaparecidos y Exiliados Políticos de México, doña Rosario evidenció y documentó la participación de las fuerzas armadas en la detención, tortura y desaparición de cientos de personas en los años setenta, ochenta y noventa del siglo pasado, años de gobiernos del PRI, y gracias a su lucha decenas de “desaparecidos” pudieron regresar a sus hogares. Sin embargo, nunca dio con el paradero de su hijo Jesús.

Gracias al cúmulo de evidencias que doña Rosario logró reunir, parte de la verdad sobre las desapariciones de luchadores y luchadoras sociales logró conocerse, aunque los responsables permanecen en la impunidad. Doña Rosario demostró que el Ejército Mexicano fue sistemáticamente violador de los derechos humanos, evidenció que en sus instalaciones (el campo militar número 1, entre otras) hubo (¿hay?) cárceles clandestinas en las que se torturaron a cientos, quizás miles, de personas. Doña Rosario demostró que, en el delito de desaparición forzada, el ejército fue responsable de cientos de casos. Y demostró, también, que “no hay democracia con desaparecidos”. Lema que hasta le fecha es vigente.

La izquierda en México no se entiende sin las aportaciones de doña Rosario.  Es más, el México de hoy es impensable sin su enorme contribución a la transformación democrática del país. Su lucha ha sido (porque sigue siendo) fundamental para colocar en la agenda pública más de una reivindicación popular. Desde luego y, en primer lugar, la lucha por la presentación con vida de los y las desaparecidos, pero también la lucha por la democracia (no olvidemos que fue candidata presidencial, diputada y senadora), por los derechos de las minorías y, sobre todo, por la denuncia persistente e irrenunciable de la participación de las policías, el ejército y la marina en la desaparición de personas.

Honrar cabalmente la memoria de doña Rosario es insistir en su grito de lucha, tantas veces escuchado en todo el país: ¡Vivos se los llevaron! ¡Vivos los queremos! Pero haríamos mal y traicionaríamos su legado si el grito se quedara en el vacío, sin apuntar a los culpables de las desapariciones, las torturas, las matanzas, el dolor: el expresidente (aún vivo) Luis Echeverría Álvarez, los mandos y ejecutores de la desaparecida Dirección Federal de Seguridad y de manera destacada, el Ejército Mexicano y la Marina Armada de México. Si en verdad queremos honrar la memoria de doña Rosario Ibarra estamos en la obligación de que su voz se escuche a través nuestra: #FueElEstado. #FueElEjército. #FueLaMarina.

En mi opinión, honrar la memoria de doña Rosario en abstracto, con frases contundentes, fotos con pretensiones de pasaportes a la Historia y anécdotas pintorescas, significa no comprender el sentido esencialmente político y radical de su lucha. Se entiende, es lo “políticamente correcto”, pero no estoy de acuerdo. Apelar al “amor de los hijos” y la solidaridad con sus reivindicaciones es un lugar cómodo, para salir al paso digamos, pero que evade la denuncia esencial de doña Rosario durante más de 45 años: las y los desaparecidos son responsabilidad del Estado mexicano, y en particular, de sus fuerzas armadas: policías, ejército y marina.

Las fuerzas armadas de México son las principales responsables de las desapariciones de miles de personas, eso es lo que doña Rosario nos demostró con su lucha. Son las mismas instituciones que ahora construyen aeropuertos y administran aduanas las que hace apenas unos pocos años desaparecieron a Jesús Piedra Ibarra y a miles de personas más en Nuevo León, Guerrero, Oaxaca, estado de México, DF, Sinaloa, Chiapas, Veracruz, en fin, en todo el país. Ni mandos ni tropa han sido castigados. Fueron ellos, son ellos. Son los mismos del 2 de octubre y el 10 de junio, los de Acteal, Aguas Blancas, Ayotzinapa y tantos otros lugares. Son los mismos asesinos. Son los mismos y mientras no haya castigo a los culpables, mientras no se esclarezca toda la verdad de SU responsabilidad institucional en la desaparición y muerte de miles de mexicanas y mexicanos, no podemos dar tregua ni bajar banderas: fueron ustedes, son ustedes, siguen siendo ustedes: policías, paramilitares, pero, sobre todo y fundamentalmente: marinos y soldados. Doña Rosario murió sin encontrar a su hijo, pero encontró a los responsables de su desaparición: el Estado mexicano, a través de la Dirección Federal de Seguridad y el ejército.

No se puede ser consecuente con la lucha de doña Rosario Ibarra, y honrar su memoria, al mismo tiempo que se defiende al Ejército Mexicano y su omnipresencia en la vida pública del país. No se puede. No se puede decir que Rosario Ibarra fue una gran luchadora social sin tener un mínimo de vergüenza para exigir castigo a los militares culpables de miles de desapariciones, asesinatos y torturas sucedidos en México en los últimos cincuenta años, al menos. No se puede. No es posible sentir orgullo de una institución que, igual que construye, masacra, que al mismo tiempo que apoya, vulnera, que defiende con una mano y con la otra, asesina. No se puede. Y si usted puede conciliar ambas facetas, no le felicito, simplemente manifiesto mi asombro, y mi indignación.

Desviar el grito de doña Rosario apuntando hacia el ejército y su total responsabilidad en la guerra sucia y la desaparición de personas, es traicionar sus muchos años de lucha. No se puede. O recordarla por tantos años de lucha, o por las vivencias a su lado, o por los miedos compartidos, o por las alegrías mutuas, dejando de lado el centro de su lucha contra el Estado, es dejarla en el olvido. No se puede, no se debe. Así que el mejor homenaje que podemos hacerle es seguir su lucha, gritar y exigir en el sentido que ella nos marcó: fue el ejército. Y hasta que no haya castigo a los culpables de tantas y atroces violaciones a los derechos humanos y crímenes de lesa humanidad, no dejaremos de insistir: #FueElEstado. #FueElEjército.

Al recibir la medalla Belisario Domínguez, doña Rosario envío un comunicado que leyó su hija, la actual presidenta de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, Rosario Piedra. El texto, dirigido al presidente Andrés Manuel López Obrador, en su parte fundamental dice lo siguiente:

“No quiero que mi lucha quede inconclusa. Es por eso que dejo en tus manos la custodia de tan preciado reconocimiento y te pido que me la devuelvas junto con la verdad sobre el paradero de nuestros queridos y añorados hijos y familiares”.

La medalla sigue en manos del presidente. La verdad aún no se conoce.

El título de este artículo tiene dos fuentes: una, aquella vez que doña Rosario me dio cobijo en su casa en Monterrey y la conocí brevemente en su vida cotidiana. Me cuidó como si fuera su hijo. La otra, una afortunada frase de uno de mis más queridos compañeros de lucha de aquellos años.

¡Hasta la ternura siempre, querida Rosario! Y hasta que la justicia viva entre nosotros y nosotras. ¡Que la dignidad sea costumbre!

¡Vivos se los llevaron! ¡Vivos los queremos!

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