Federación de tigres y lobos

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Federico Anaya Gallardo

 

La semana pasada te mostré, lectora, la falsedad del mito del Señorpresidente que domina a su gabinete. La “sede administrativa” del gobierno nacional está siempre llena de reyertas, facciones y oposiciones. Sigamos repasando los mitos del presidencialismo imperial priísta. A todas nos han contado que México es una federación sólo por imitación extralógica de los EUA; que nuestra historia es “naturalmente” centralista. Falso. La audiencia de Nueva Galicia (actual Jalisco) y su presidente le disputaron eficazmente al virrey y audiencia de Nueva España muchas atribuciones esenciales –incluso la de guerra.

 

A finales del siglo XVIII, las intendencias del gran norte mexicano estuvieron a punto de formar un nuevo virreinato durante las guerras contra la Comanchería ó contra la Insurgencia. Sus jefes militares actuaron con notoria autonomía de los gobernantes centrales en la ciudad de México. (Sobre esto, sigue al abogado-historiador Alfredo Orozco Martín del Campo en @AlfredoOMC.)

 

Bajo la constitución gaditana, cada una de las viejas intendencias (ahora llamadas provincias) formó una diputación ó asamblea representativa. En la aurora nacional (1821-1824) las provincias se llamaron a sí mismas Estados “libres y soberanos”. Jalisco, con la experiencia centenaria de una Audiencia rejega a obedecer a los de México, amenazó con separarse. Lo mismo hizo Yucatán, geográficamente aislado, con relaciones propias, más directas y efectivas con el extranjero (Caribe y el Atlántico). La vieja audiencia española de Guatemala se unió a México bajo Iturbide y se separó al caer éste –pero una de sus intendencias (Chiapas) votó unirse a México. En resumen, el pacto federal originario fue real.

 

Durante el siglo XIX los Estados existieron y pervivieron cada uno con su lógica interna. Y se armaban para defenderse. “Guardia Nacional” no era singular: cada Estado tenía la suya y los gobernadores eran sus comandantes. Lo que sí era central era el viejo ejército ex-realista, cuyos jefes y oficiales aristocráticos veían con horror a los gobernadores enlistar a la plebe en sus Guardias Nacionales. Las Guerras de Reforma e Intervención destruyeron ese viejo ejército con esas milicias populares; pero los presidentes liberales fueron traspasando la tropa de las guardias nacionales a un ejército federal profesional y permanente. Con todo, los gobernadores seguían teniendo la posibilidad de reclutar tropa para mantener el orden interno en sus entidades.

 

En 1913, durante la crisis de muerte de la República liberal, uno de esos gobernadores convocó a sus ciudadanos para armarse y defender la Constitución contra el Usurpador Huerta. Carranza, que algo sabía del peligro radical-federalista, no usó el nombre “guardia nacional” para su organización, sino que le llamó Ejército Constitucionalista –en parte porque el Plan de Guadalupe invitaba a otros Estados a hacer lo mismo que Coahuila. Por cierto: Coahuila se llamaba (y aún llama) “Estado libre, soberano e independiente de Coahuila de Zaragoza” porque entre 1857 y 1867 el gobernador de Nuevo León (Vidaurri) se la anexó –e impuso este hecho aberrante a los augustos constituyentes liberales. Una muestra del poder real que había en las gubernaturas decimonónicas. Estos eran verdaderos lobos feroces.

 

Saltemos a la República postrevolucionaria. En 1920 Carranza fue derrocado por el último levantamiento militar exitoso de nuestra historia, la Rebelión de Agua Prieta. Ya nadie recuerda que este movimiento fue convocado por el Gobernador y la Legislatura de Sonora, quienes llamaron al resto de los Estados a rebelarse para detener las violaciones de Carranza contra el voto público (el casus belli fue la entrada de tropas federales a la soberana Sonora). Al triunfo del plan, el gobernador sonorense (Adolfo de la Huerta) fue nombrado presidente provisional. Luego gobernaron por dos periodos constitucionales los sonorenses Obregón y Calles. En 1928, un fanático religioso asesinó a Obregón, recién reelecto a la primera magistratura. Para sustituirlo en lo que se convocaba a elección extraordinaria, el Congreso designó al gobernador de Tamaulipas, Emilio Portes Gil. El tamaulipeco entregó en 1930 la banda presidencial a Pascual Ortiz Rubio, de triste fama, quien renunció en 1932, obligando a una nueva designación. Ahora llegó de provisional el exgobernador del territorio Norte de Baja California, Abelardo L. Rodríguez.

 

Más interesante, cuando en 1934 el aún joven Partido Nacional Revolucionario (PNR) debió escoger a su segundo candidato presidencial, algo que operó a favor de Lázaro Cárdenas del Río fue el apoyo de los exgobernadores de Tamaulipas (Portes Gil) y de San Luis Potosí (Cedillo) quienes dirigían poderosos movimientos agraristas en sus entidades (consulta “Epílogo: El triunfo del cardenismo”, en Historia de la Revolución Mexicana, periodo 1928-1934, escrito por Lorenzo Meyer en 1978, Liga 1). Cárdenas mismo era exgobernador de Michoacán y tenía allí su propio movimiento campesino. Otro exgobernador poderoso que terminó apoyando a Cárdenas era Tomás Garrido Canabal –quien seguía dominando un movimiento popular radical en Tabasco. ¿Y quién apareció en la boleta contra Lázaro? El candidato del Partido Socialista de las Izquierdas era otro exgobernador agrarista: Adalberto Tejeda, quien había gobernado Veracruz ocho años (1920-1924 y 1928-1932, aún no se prohibía la reelección en los Estados). Estos eran tigres populares.

 

En otras palabras, gobernar un Estado y construir allí una base social poderosa, era relevante para ganar la presidencia. Luego de Cárdenas sólo los presidentes Miguel Alemán Valdés y Adolfo Ruiz Cortines fueron gobernadores, ambos de Veracruz y ambos con la capacidad de tejer fuertes alianzas sociales y políticas desde su gubernatura. Después de que Adolfo el viejo dejó la presidencia en 1952, debió pasar casi medio siglo para que llegase a la Presidencia un gobernador: el guanajuatense Vicente Fox Quezada.

 

De los cuatro presidentes del primer cuarto del siglo XXI mexicano, tres han sido gobernadores (Fox, Peña Nieto y López Obrador). Fox demostró su valía como candidato defraudado en Guanajuato 1991 y construyó sus alianzas con el empresariado desde la próspera economía neoliberal del Gran Bajío entre 1997 y 2000. Peña cosechó las mieles dinásticas de Atlacomulco y desde ellas compró la publicidad que lo hizo presidenciable entre 2005 y 2011. López Obrador aseguró su base social en el centro del país a partir de su programa de gobierno en el DF (hoy Cdmx, mañana Anáhuac).

 

Regresemos al presente y a los gobernadores de hoy. ¿Hay alguien que cuente con una base social propia, construida a partir de su gubernatura? Esa ha sido la intención de tres de ellos: Claudia Sheinbaum Pardo (Ciudad de México), Enrique Alfaro Ramírez (Jalisco) y Samuel García Sepúlveda (Nuevo León). Las dos primeras gobernaturas empezaron en 2018 y la neoleonesa lleva menos de un año. Para cuando se deban definir las candidaturas presidenciales en Diciembre de 2023, el regiomontano llevará dos años en el cargo –más o menos lo que Fox-gobernador llevaba cuando conquistó el ticket presidencial de Acción Nacional en 1999. Pero Fox había construido su “persona política” desde 1991 –ocho años antes, como candidato heroico a gobernador. En contraste, en la anterior elección de gobernador (2015) Samuel García contendió sólo para diputado por una organización local (Rescatemos Nuevo León). Fue hasta 2018 que un partido político nacional (Movimiento Ciudadano) lo postuló para el Senado. MC ganó esa elección y se llevó las dos senadurías de mayoría. El PAN ganó la senaduría de primera minoría. La campaña mediática y de redes sociales de García podría recordarnos la de Peña Nieto, pero de nueva cuenta, el problema es el tiempo. Peña fue groomed para la Presidencia desde Atlacomulco al menos siete años antes de la elección presidencial.

 

La pregunta relevante es si los programas de gobierno de Sheinbaum, Alfaro ó García son comparables –en términos de creación de base social– a lo que fueron los agrarismos estaduales del periodo 1920-1934, la alianza industrial-civilista de Alemán entre 1936 y 1948, a la alianza empresarial-sociedad civil por la transición de 1991-2000, ó al proyecto obradorista de primero los pobres de 2000-2018. Parecería que sólo la actual gobernadora de la Ciudad de México estaría en ese nivel, pero como continuadora de un proyecto más grande. (Esto es lo que ha debilitado la precandidatura de Ebrard dentro de Morena, porque ya se tiene la experiencia de no-continuidad del proyecto obradorista durante su sexenio en el DF.)

 

Pero no es lo mismo ser la persona fundadora del proyecto que la continuadora. Como sea, la jefa de gobierno capitalina tiene muchas más posibilidades de ganar una candidatura presidencial que, por ejemplo, el chiapaneco Rutilio Escandón Cadenas –por más que el “círculo rojo” mecánicamente haya dicho que Escandón “operó” mejor la Revocatoria que Claudia. (Ese es otro mito de la comentocracia que habría que discutir.)

 

Como sea, es obvio que los gobernadores de antaño eran tigres y lobos capaces de construir desde sus regiones proyectos nacionales. Hoy día, más bien parecen tigres de papel y lobos “feroces” a quien nadie les teme.

 

Ligas usadas en este texto:

 

Liga 1:

https://www.jstor.org/stable/j.ctv233nmh.7?seq=3

 

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