Entre el biopoder y el pensamiento mágico

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El control de la sociedad sobre los individuos no sólo se efectúa mediante la conciencia o por la ideología, sino también en el cuerpo y con el cuerpo. Para la sociedad capitalista es lo bio-político lo que importa ante todo, lo biológico, lo somático, lo corporal. El cuerpo es una entidad biopolítica, la medicina es una estrategia biopolítica.

Michel Foucault

 

Tal vez una de las consecuencias más significativas de la pandemia del Covid-19 sea la posibilidad de asumir un poco de humildad, tanto en lo individual como, sobre todo, en lo colectivo. Un poco de humildad social nos vendría muy bien, lo mismo para capotear el temporal pandémico, como para hacer frente a la crisis económica que se avecina y que se anuncia profunda y ominosa. Humildad para reconocer que las promesas del capitalismo globalizado neoliberal fueron solamente eso, promesas. El neoliberalismo prometió que la riqueza fluiría de arriba hacia abajo, de los ricos a los pobres, por lo que primero había que generar riqueza para posteriormente repartirla, en cascada; para ello era necesario privatizarlo todo: la educación, la energía, los transportes, el agua, la salud. Irónicamente, en México lo único que ha fluido desde arriba hacia abajo ha sido la epidemia de Covid-19, que intentamos frenar lavándonos las manos. Las promesas neoliberales quedaron convertidas en eso: meras pompas de jabón con el que nos lavamos las manos, y eso solamente quienes tenemos acceso al agua.

Humildad como especie: la pausa en las actividades productivas, que son las más de las veces extractivistas y expoliadoras, ha dado un ligero respiro al planeta. Los niveles de contaminación han disminuido, en ríos y canales regresan peces, aves y otras especies, muchos animales transitan nuevamente por sus espacios, invadidos por nuestras calles y ciudades. La pausa pandémica ha evidenciado que, para el planeta, el virus somos no tanto los humanos sino la forma de organización de la producción más “eficiente” que hemos inventado: la capitalista.

Quien quiera leer que esta relativa y efímera pausa productiva representa el fin del capitalismo, está muy en su derecho. Y quien opine en sentido opuesto, está también en su derecho: humildad de pensamiento. Hace unos pocos meses, o semanas, nos llenábamos la boca de certezas, de juicios irrefutables y dogmas excluyentes. Hoy, en cuarentena obligada y con el miedo al (inminente) contagio, me parece que es momento de ser más humildes en nuestras convicciones, menos rígidos en nuestros referentes. Aceptemos que, tal vez, hemos estado un poquito (o un mucho) equivocados. De otra forma, millones de personas no estaríamos confinadas al limitado espacio que va de nuestra recámara a la cocina, por muy amplia que sea la casa.

De acuerdo con una nota de La Jornada del domingo 22 de marzo (https://www.jornada.com.mx/2020/03/22/politica/002n1pol) este fin de semana mil millones de personas permanecimos recluidos en nuestras casas, en prevención de mayores contagios. Sin escamitar en lo absoluto los argumentos de los expertos epidemiólogos para retirarnos (quienes podemos) de los espacios públicos, sería sumamente ingenuo suponer que una medida eminentemente médica carece de una connotación política. Por ello la cita de Foucault que abre este texto: el cuerpo, nuestro cuerpo, es una entidad biopolítica, de allí que confinarlo durante 2, 3, 4 semanas o el tiempo que sea al espacio “privado” es una medida que se inscribe en una perspectiva capitalista de control social. Esto no significa que el riesgo de contagio sea fantasioso o magnificado sin fundamento alguno, por ende, tampoco quiere decir que las medidas respondan exclusivamente a una racionalidad de control político, para nada, el riesgo sanitario existe y es de alto peligro para personas vulnerables. Pero tampoco podemos pecar de ingenuos y suponer que, detrás de las recomendaciones médicas de reclusión doméstica, no hay también una intencionalidad de control político abierto (como en China y Corea) o no, como en Occidente.

En México, por lo pronto, el pujante movimiento feminista ha sido obligado a entrar en una suerte de paréntesis (como lo argumenté en mi anterior colaboración), lo que no significa que ha bajado sus banderas ni olvidado su lucha, pero es innegable que la reclusión en casa ha desmovilizado a las diferentes agrupaciones feministas y, aún peor, las medidas de contención epidemiológica podrían estar agudizando la violencia doméstica; por otra parte, la no deseable, pero inevitable, crisis en el empleo, es posible que se recrudezca para las mujeres. Si esto no es biopoder, entonces no sé qué sea. Y los feministas, no son los únicos movimientos relativamente desmovilizados a causa de las medidas tomadas ante la pandemia.

A riesgo de esquematizar en exceso, sostengo que en el otro extremo del biopoder está el pensamiento mágico. Suponer que la pandemia no va a impactar en México, como lo ha hecho en otros países, por el sólo hecho de que “somos un gran país”, por nuestra “fuerza moral” o por el “clima”, significa que, o bien le damos propiedades mágicas al chile, al papaloquelite y los mixiotes, o bien confiamos en la Guadalupana, el Santo Niño de Atocha y los amuletos presidenciales para conjurar al virus. No existe ningún argumento racional, ni evidencia científica, para suponer que la pandemia de Covid-19 hará concesiones con nuestro país; si al día de hoy nos sentimos tocados por el velo magico del “aquí no pasa nada, o no pasa tanto”, el tiempo nos habrá de ubicar en la realidad.

Si para la racionalidad del biopoder las estadísticas son piedra de toque en su argumentación, para el pensamiento mágico “qué tanto es tantito” es razón suficiente para obviar cualquier medida sanitaria. La “salida” (en la imaginación) del biopoder a través del pensamiento mágico es colectivamente posible, si asumimos el costo en vidas y sufrimiento para miles de personas; de otra manera, es una insensatez que raya en lo criminal. Por otra parte, “escapar” (racionalmente) del pensamiento mágico mediante el biopoder es factible, si asumimos el costo en términos del control social y vidas que la decisión implica.

En Cien Años de Soledad, la peste del insomnio fue combatida quitando a los chivos las campanitas que “los árabes cambiaban por guacamayas, y se pusieron a la entrada del pueblo a disposición de quienes desatendían los consejos y súplicas de los centinelas e insistían en visitar la población. Todos los forasteros que por aquel tiempo recorrían las calles de Macondo tenían que hacer sonar su campanita para que los enfermos supieran que estaban sanos”.  En Tereza Batista, Cansada de Guerra, Teresa combatió a la epidemia de viruela negra al frente de un pelotón de putas, y salió airosa, vencedora. Gabriel García Márquez y Jorge Amado escribieron enormes novelas típicas del realismo mágico, pero son eso, novelas, magníficas ambas, pero de allí a extrapolar la ficción a la realidad y pensar que el Covid-19 (que no tiene nada de ficticio) puede ser derrotado con buena voluntad, por sanos que suenan campanitas o por pelotones de combatientes putas, hay una enorme diferencia. Y sin embargo, en esa disyuntiva estamos.

Las recomendaciones (con cariz de mandato) del gobierno federal, en voz del muy conocido, y ya con signos de agotamiento, Doctor Hugo López-Gatell, se inscriben en la lógica del biopoder: el control del cuerpo, de nuestro biopolítico cuerpo; recomendaciones (mandatos) que hemos asumido como acciones de responsabilidad civil y las hemos asumido, si no con gusto, al menos sí con prestancia. Y han sido altamente eficaces: cientos de miles de personas en México hemos estado en virtual cuarentena desde hace algunos días, relativo encierro con vistas a prolongarse en las próximas semanas.

¡Guardemos cuarentena!, es la instrucción y muchas personas la estamos cumpliendo, con mayor o menor rigor, a sabiendas del biopder implicado en la medida. Pero al mismo tiempo, el presidente Andrés Manuel López Obrador desatiende sus propias indicaciones y se da gusto placeando, apapachando gente, besuqueando a quien se deje y saludando de mano y abrazo (aunque con menos énfasis en los últimos días), confiado en su halo mágico e histórico (la 4t) de bondad y buenaventura. Para AMLO, la pandemia en México será, está siendo, de mucho menor impacto que en otros países, no por las medidas de confinamiento y sana distancia social adoptadas (y que no cumple) sino porque él ha decidido que eso no suceda. Afirmar que la honestidad es el escudo protector es apostar por el pensamiento mágico y esa, según yo, es una apuesta perdida.

Cientos de miles, millones de personas en México (y el mundo) estamos confinadas voluntariamente para evitar mayores daños por la pandemia, lo sabemos y lo asumimos, pero si al mismo tiempo quien preside la nación se jacta por su supuesta invulnerabilidad y hasta se mofa de quienes asumimos las indicaciones de su propio gobierno, lo único que hace es promover la desconfianza, abonar a la incertidumbre, banalizar una circunstancia que ha cobrado la vida de más de 10 mil personas en todo el mundo. Insistir en que eso no pasará en México, motiva a cuestionar la pertinencia de las medidas de reclusión asumidas hasta ahora. Si la pandemia es inevitable, pero México indemne a ella, ¿para qué la cuarentena?

Entre el biopoder y el pensamiento mágico hay espacio para construir, en pequeña escala y desde abajo, en silencio pero con lazo fuerte, redes y estructuras de resistencia a la sistemática y digital dominación biopolítica, al mismo tiempo que se desinflan los merengues pintados del magicismo político. En los próximos días tendremos más preguntas, más inquietudes, quizás algunas respuestas. Lo cierto es que hoy, la historia es inmediata. Lo cierto es que hoy el biopoder es, además, digital. Lo cierto es que hoy el pensamiento mágico no puede ser el mismo que el de hace 50 años.

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