El reportero ideal

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Washington – Hace un par de semanas terminé de leer “El vendedor de silencio”, la excelente novela de Enrique Serna. La historia que nos narra con gran talento literario gira en torno a la atribulada vida de Carlos Denegri, reportero estrella del periódico Excélsior en las décadas de los 50, los 60 y principios de los 70 del siglo pasado.

 

“Mimado por el poder, como columnista político sobresalió por su falta de escrúpulos, al grado de que Julio Scherer lo llamó ‘el mejor y el más vil de los reporteros’. Industrializó el ‘chayote’ cuando esa palabra todavía no se usaba en la jerga política”, se lee en la contraportada de esta gran novela editada por Alfaguara.

 

Desde que la abrí, no puede parar de leerla; me embrujó la manera en que Serna describe (entre ficción y realidad) la biografía de Denegri. Aunque data de otros tiempos políticos en México, no pude evitar hacer el paralelismo con épocas recientes. ¿Cuántos columnistas, articulistas, reporteros, directivos y dueños de periódicos, estaciones de radio y televisión no se hicieron millonarios a costillas de los gobiernos priistas y panistas? Pregúntenle a Joaquín López Dóriga, él posiblemente nos ayudaría a encontrar la respuesta.

 

Gracias a la elección de Andrés Manuel López Obrador como presidente de México, ese contubernio entre el poder político y la prensa se terminó. Con pelos y señas, la presidencia de AMLO nos mostró lo que se gastó en el sexenio de Enrique Peña Nieto para “maicear” a los “periodistas”.

 

Es añejo mi debate con un colega sobre hechos que conocemos los dos: el caso de un columnista que deliberadamente ha mentido a sus lectores y el de otro “periodista” que se inventó una entrevista con un mexicano condenado a muerte en los Estados Unidos. El diario Reforma publicó en primera plana esa patraña. ¡Increíble!, pero el autor de ese embuste no sólo sigue escribiendo en un diario, incluso ha publicado libros después de su novelesca entrevista.

 

Volviendo a la discusión con mi colega, él justifica al columnista porque sostiene que es un buen reportero y que está muy bien informado. Le argumento a él, que por cierto admira a diarios como The New York Times y a la revista The New Yorker, que en Estados Unidos ni a su admirado columnista y mucho menos al inventor de entrevistas ningún medio de comunicación les publicaría ni siquiera su nombre, punto. Aunque no lo crean, hay una colega, reconocida y galardonada en Estados Unidos, que defiende al inventor de la entrevista.

 

Me ha tocado trabajar como reportero desde hace más de 30 años y me consta que durante los sexenios pasados los representantes de la prensa independiente, que hacían y siguen haciendo las preguntas necesarias e incómodas, como es su deber y manda la ética periodística, eran denostados y vistos como apestados por los “periodistas” que emulan a Denegri. Las odas al gobierno, a los políticos y a los millonarios dueños de casi todo el país, apuñalaban día tras día a los lectores, radioescuchas y televidentes. Sólo algunos en el mundillo político, como AMLO, aplaudían la independencia y la osadía de la excepción a la regla escrita por personajes como Denegri. Recordemos que AMLO sacó un ejemplar de la revista Proceso en un debate con sus contrincantes para denunciarlos y exhibirlos ante el país.

 

Al presidente le molesta que lo cuestionen. Se palpa su intolerancia ante los cuestionamientos que ponen en entredicho el quehacer de su gobierno. Es un AMLO desconocido. Que nadie se atreva a juzgar al presidente López Obrador, quien ahora se burla y critica a la prensa que antes utilizó para acusar a sus contrincantes presidenciales. Incluso la tilda de conservadora e inventora de noticias falsas, igual que Donald Trump.

 

En su intolerancia, la semana pasada, AMLO corroboró (tal vez sin darse cuenta, lo que sería aun más grave) algo que con anticipación publicó Proceso sobre el operativo fallido de Culiacán: que no hubo participación de la DEA ni de ninguna otra agencia de seguridad estadounidense, y reveló, por medio del titular de la Sedena, el nombre del encargado de dicha operación.

 

Quienes no entienden que la prensa debe seguir cuestionando al poder para que rinda cuentas ante la ciudadanía y que los reporteros deben hacer las preguntas incómodas pero necesarias, acusan de “chayotero” y vendido a quien se atreve a tal desafío. Me consta.

 

En el mundo de AMLO, el “periodista” ideal para sus mañaneras debería ser y actuar como Denegri y todos sus discípulos que décadas después lo imitaron para enriquecerse. “¿Qué hora es?”, pregunta el primer mandatario; “la que usted diga, señor presidente”, responde el reportero.

 

 

 

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