El laberinto de la democracia: un juego y una lucha lingüística

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Edurne Uriarte Santillán

Rompeviento TV

13 de marzo de 2023

 

         Las cosas llegan hasta las riberas del discurso

porque aparecen en el hueco de la representación

Michel Foucault, Las palabras y las cosas

 

 

La democracia es un laberinto, un entuerto político compuesto de instituciones, personas y múltiples luchas e intereses en juego. Por definición, es un sistema político que organiza territorial y legalmente a una sociedad, con procesos de elección de gobernantes y que dicho gobierno recae, por definición, en las mayorías. Pero, en el juego, esas palabras que definen la democracia se diversifican y revelan una profunda complejidad de batallas entre grupos sociales, políticos e intelectuales. En la actualidad hay una disputa por la democracia; luchar por ella ha incluido discursos apocalípticos de diversos actores.

Este texto es una reflexión sobre la democracia y se nutre del diálogo con David Bak Geler, autor del libro Reparto de máscaras, para conversar sobre cómo nombramos y clasificamos la democracia mexicana y de qué manera las palabras nos revelan quién tiene derecho a jugar. El enlace a la entrevista la encontrarán al final, en las referencias.

 

 

El reparto de la democracia

Pocas veces la Forma ha sido una creación original, un equilibrio alcanzado no a expensas sino gracias a la expresión de nuestros instintos y quereres

Octavio Paz, El laberinto de la soledad

 

A veces las formas nos ahogan, dijo Octavio Paz, en El laberinto de la soledad. Formas que en el mexicano podían entenderse como máscaras que definen su identidad; expresiones que son adquiridas y que se construyeron como parte de su historia y como forma de expresión y representación. Entre estas máscaras, el mexicano no dice la verdad —miente—, oculta y se oculta, construye un cuerpo y una vida con pudor; escurridiza y resignada. Paz argumenta la identidad de un mexicano alejado del mundo y de sí mismo; encuentra al mexicano migrante —el pachuco—, el campesino, el ceremonial —amante del ritual—; el religiosos, el ʼhijo de la Malincheʾ. El lenguaje popular sirve para revelar esta naturaleza.

Las formas de ese mexicano rozan a veces con el mexicano intelectual, que interpreta y lo nombra desde el arte o la literatura, pero que es principalmente actuado por un pueblo más bien distinto y distante de ese intérprete especializado. Si llevamos a este mexicano construido por Paz a la vida pública, a la esfera de la política, ¿cómo es su actuar? ¿Es realmente un sujeto con máscaras naturalmente aceptadas y asumidas? (Paz, 1993)

Para David Back Geler, aquel mexicano, y su identidad descrita, está lejos de ser una marca esencial y, a través del análisis del lenguaje, revela pautas políticas profundas de convivencia social. Desde el lenguaje ordinario —el de la vida diaria, cotidiano— identifica el escenario de la política y un reparto de máscaras, es decir, una administración social de reconocimiento o legitimidad para actuar en la vida pública. Una realidad social que es posible ver gracias a que vivimos un tiempo peculiar en el que podemos identificar y reconocer distintos lenguajes, y eso es solo posible por el cambio político.

Antes, hace 15 o 20 años, no hubiera sido posible mirar con la misma claridad la convivencia social que el vocabulario político nos permite reconocer. Antes teníamos un vocabulario impuesto, cito, por «las estructuras, las instituciones y las personas que tienen la posibilidad de imponer un vocabulario», señala David. Así, se definió una forma adecuada de lenguaje político, que es también académico, en que se reconocen términos aceptados como democracia, nacionalismo, populismo, liberalismo o libertad. Aunque son términos públicos, pueden ser abstractos o poco claros para el ciudadano en general.

Frente a estos términos, David se acerca a las palabras de «palero», «acarreado» y «reventador» en las que encuentra un campo semántico, un universo de lenguaje político coloquial, desde el cual se expresa la gente en todos los niveles sociales. En la misma metáfora de las máscaras, estas palabras expresan una repartición social impuesta y que, a su vez, clasifica quién puede o no ejercer su voz pública.

Pero ¿quién puede imponer un vocabulario? Quien tiene condiciones de poder sobre diversos grupos sociales: elementos de clase —política o social—, de economía, de medios de comunicación o intelectuales. Así, en primer lugar, lo que identificamos es una condición de clase para el reparto de atributos políticos desde un orden de Estado que, por décadas, administró la correcta democracia y delimitó la arena política, la cual actualmente se disputan con el gobierno del Andrés Manuel López Obrador (AMLO).

Podríamos decir que la forma que nos ahoga en nuestra vida política y pública es la de un escenario político impuesto y que las máscaras del mexicano no revelan una identidad sino un espacio de lucha. Es esta arena, este orden, el que ha asignado un reparto de identidades, de máscaras, sobre los ciudadanos que pueden o no participar de la vida pública. Veamos con un poco de más detalle esta asignación.

 

Las palabras y los sujetos políticos

Acarreado, palero o reventador son términos que se identifican con claridad durante el largo periodo de gobierno del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Durante el priismo existieron personas, organizaciones sociales y agrupaciones utilizadas con fines políticos; estructuras clientelares que promovieron la movilización, la organización y la acción política. Sin embargo, sugiere David, estos términos posiblemente sean anteriores históricamente y deben analizarse con más detalle.

Desde su lectura, las palabras que conforman este campo semántico apuntan a dos condiciones. Por un lado, anulan la agencia —es decir, la acción voluntaria— del sujeto porque actúa en función de intereses de terceros. El acarreado es una persona que llega a un evento público, pero tampoco lo hace por su voluntad, sino por algo a cambio; el reventador es un agente que irrumpe o altera para generar caos o desorden en algún evento y, finalmente, el palero es alguien que aplaude a otro. En los tres casos, interpreta nuestro autor: «las tres palabras nos revelan un tipo de agente que no obedece a su propia voluntad, sino que actúa en representación o en función de otro» (Bak Geler, 2022: 115).

Por otro lado, estos términos no solo anulan la iniciativa del actor, sino que anulan la responsabilidad de cualquier entidad que esté detrás. En este sentido, acarreado, palero y reventador señalan a un tercero desdibujado y, por lo mismo, sin responsabilidad o consecuencia de su acción. De este modo, comenta David, «es posible que al priismo le conviniera ese lenguaje porque no apunta a ningún responsable». No hay figura concreta de quién paga, es un lenguaje conveniente porque no genera responsables; no se manda a juicio a nadie y el único juzgado públicamente es el actor evidente, a partir de elementos que se asumen probatorios como dinero, paquetes de comida, entrega de camisetas o gorras y, finalmente, los emblemáticos camiones.

Las personas a las que se les asignan estos términos suelen ser grupos de sectores populares, de comunidades, de redes políticas en los distintos estados. Llegan en camión porque no tienen recursos. Venden su voluntad por algo de dinero o un lunch (refrigerio de torta y refresco frutsi) y puede establecer una relación supuesta con otro, para actuar a partir de los intereses de este tercero imaginado. Esta relación no se expresa en sectores medios o altos; es, sin duda, una representación de clase social donde se asume que pueden, efectivamente, ceder su voluntad y dejar de actuar por cuenta propia.

Así, en la arena pública impuesta, hay actores con autoridad y voluntad incuestionada y otros, cuya posición política se ve cuestionada y reducida a un mero proceder de un tercero. Este es un reparto de posibilidades de acción política y de reconocimiento de unos grupos sociales frente a otros, a los que se etiqueta en estos términos y, de este modo, se reduce el valor de su actuar en función de otros intereses no identificados.

De esta manera, el mexicano alejado del mundo es realmente un actor político dentro de un reparto desigual y poco reconocido en el espacio público. Un actor que en la literatura de Octavio Paz resultó virtuoso por carecer de ideología —un actor melancólico frente a su historia y las imposiciones que le han dado una naturaleza para ser leída por otros—, y que la apertura política actual, y también lingüística, nos revela que la «máscara» del mexicano, esta metáfora, muestra un orden de la vieja estructura de poder.

 

La arena pública por la democracia en presente

Los límites de mi mundo son los límites de mi lenguaje, dice la famosa expresión de la filosofía de Ludwig Wittgenstein (1889-1951). Al mismo tiempo, la teoría sociológica señala que todos las personas actuamos voluntariamente a partir de un orden que no creamos por voluntad propia. Sin embargo, en ese condicionamiento encontramos siempre formas creativas de acción. Lo que deseo señalar con estas dos ideas, hacia la última parte de este texto, es que, bajo la mirada lingüística de David, vemos que las palabras definen mundos sociales reales y que en la arena política hay una disputa de intereses donde todos actuamos de formas predeterminadas. Al señalar la falta de voluntad del otro solo se revela aquel mundo que deseamos defender, y no neutralidad alguna o cualidad virtuosa frente a otros.

Actualmente son visibles un grupo de conservadores, es decir, promotores de preservar el orden democrático del pasado. Estos se ven reflejados en la llamada «oposición» —compuesta por partidos políticos, empresarios, medios de comunicación favorecidos y ciudadanos de una élite económica e intelectual—. Uno de los ejes que han articulado sus acciones ha sido la llamada defensa de la democracia y del Instituto Nacional Electoral (INE). Sus palabras y personas expresan términos de ese orden que nos dice David: democracia, libertad, populismo; un conjunto de nociones valoradas como apropiadas o correctas.

Al mismo tiempo, la acción de estos conservadores expresa tanto acciones de continuidad histórica como de vientos de cambio. En relación con la permanencia, actores como Lorenzo Córdova, Ciro Murayama o Enrique Krauze, sostienen un orden intelectual similar al de Octavio Paz y su círculo. Personajes que expresan una democracia monopolizadora: un laberinto democrático donde son transparentes, pero los demás tienen máscaras, afirma David; donde los liberales son ellos y la pluralidad existe desde su definición. Repiten un monopolio de la política y en su lenguaje reproducen esta continuidad ideológica y lingüística en frases como que los mexicanos no tenemos ADN político.

Este ha sido un grupo ampliamente representado —continúa David—, que siempre ha tenido voz y que, con este cambio político, se quedó sin recursos discursivos y ha tenido que convocar a otros y salir a dar el cuerpo. En sus palabras: «como no tienen un discurso hablado, hilvanado […] salen a mostrar que existen, aunque no tengan un discurso aceptable para proponer que continúe su proyecto político». Es decir, su salida al espacio público es una consecuencia de su falta de discurso, una ausencia que es apreciable en las entrevistas de los medios de comunicación.

Ahora bien, en relación con los vientos de cambio, este grupo es visible por primera vez en el espacio público y es señalado también por vez primera. Nunca antes, sugiere David, tuvieron que recibir sobre sus cuerpos palabras como conservador, fifí, reaccionario, fascista; esto es una novedad. Del mismo modo, es una novedad reconocer que todos somos sujetos de manipulación: «antes [señala] se suponía que los manipulables eran los ignorantes sin secundaria, los pobres. Lo que se impone es que esta clase es tremendamente manipulable […] Las respuestas [en las entrevistas] son desaforadas, no saben por qué están, es ignorancia».

En la línea de estos vientos de cambio, que son los que muchos queremos que sigan soplando, cerraré con algunas de las lecciones que surgen de esta conversación sobre el ejercicio de la democracia. Primero, que las palabras que definen a las personas no son parte de su identidad sino parte de la representación del orden político. Segundo, que todos somos voceros de un lenguaje y, por lo mismo, de un grupo social. Reconozcamos y reconozcámonos en este orden político para evitar reproducir formas antidemocráticas.

Tercero, que el derecho a jugar y defender la arena política es social, no pertenece a ninguna identidad predefinida ni a ningún «ADN político»; cuarto, que todos somos sujetos de manipulación y la ignorancia que David ha señalado sobre esta clase no debe tomarse a la ligera. No debemos repartir nuevas máscaras sino aprender. Finalmente, si bien nuestra democracia no está necesariamente en riesgo, recorremos un laberinto con caminos de cambio y permanencia y nuestro lenguaje es, en definitiva, un medio para reconocernos en este recorrido. De esta manera cerramos con una cita de Reparto de máscaras: «La democracia es la forma (o más bien las formas, plurales y variadas) en que una comunidad organiza la posibilidad de que todos sus miembros puedan metamorfosearse en figuras sociales diversas, cambiantes, complejas y hasta contradictorias».

Pie de foto: venta de máscaras en el evento a favor del INE, domingo 26 de febrero de 2023

 

Y para que no nos falte la música, Muy fifí, de Ry Cooder:

https://www.youtube.com/watch?v=FXrG0oMCSgs

 

Referencias

  1. Entrevista para la elaboración del presente texto: “El laberinto de la democracia: un juego y una lucha lingüística”, en Rompeviento TV: https://youtu.be/pCBwF4yUf58
  2. Programa La hora de opinar, programa del lunes 27 de febrero. En línea:

https://www.youtube.com/live/kOufrMP_nJQ?feature=share

  1. David Bak Geler (2022). Reparto de Máscaras, Ciudad de México, Gedisa, 134pp.
  2. Octavio Paz (1993). El laberinto de la soledad. Postdata. Vuelta a El laberinto de la soledad. Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 11-231pp.

 

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