El aspiracionismo aspirado

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Espero que usted, que amablemente sigue esta columna, haya transitado por El Buen Fin sin mayores daños en su economía personal; y si no lo logró, si sus finanzas sufrieron un raspón (o una fractura), hago votos para que su recuperación sea lo más rápida posible. La buena noticia es que El Buen Fin dura unos cuantos días, la mala es que la temporada de mayor movimiento económico apenas inicia y contempla fechas que casi irremediablemente implican abrir la cartera: desde el brindis en la oficina, los regalos navideños y la cena de año nuevo, hasta las compras del día de Reyes. El bien conocido maratón Guadalupe-Reyes tiene en el Buen Fin una especie de calistenia o un intenso entrenamiento.

Si las rebajas y promociones del Buen Fin son efectivas o estafas disfrazadas, poco importa para los miles de personas que año con año se agolpan en tiendas departamentales, boutiques, sucursales de grandes compañías o bien, en los portales de ventas por internet de toda clase de productos y servicios. En función de los resultados reportados en años anteriores, difícilmente podemos escamotear la eficacia de las estrategias de ventas desplegadas en El Buen Fin, si bien el lado oscuro de esta temporada es el endeudamiento en el que casi obligadamente incurren las y los consumidores. Es más, para muchas compañías (sobre todo para los bancos) el negocio es, fundamentalmente, la deuda contraída por sus clientes. Sobre el tema me ocupé en esta entrega: https://www.rompeviento.tv/el-hombre-endeudado/

Para miles de negocios, la temporada navideña (que, insisto, inicia prácticamente con El Buen Fin) representa la posibilidad de resarcir parte de las bajas ventas del año, sobre todo en estos duros tiempos de pandemia. Qué bueno por las familias que viven de esos pequeños y medianos negocios, si bien hay que reconocer que muchas de las ventas de fin de año son de productos fabricados por trasnacionales, de allí que probablemente las firmas más beneficiadas sean Sony, Samsung, Apple, HP, Xiaomi, Nike, Adidas, Reebok, Microsoft, Lenovo, Canon, Nintendo, entre otros, y por supuesto los fabricantes de tequilas, whiskies, vodkas, cervezas, mezcales, etc. Sin olvidar, desde luego, a los bancos y sus brutales intereses.

Sí, sin duda, la temporada iniciada con El Buen Fin es en la que las “aspiracionistas” clases medias se expresan con toda su fuerza, y con toda su flaqueza. Sí, sin duda, el tan criticado aspiracionismo se expresa contundentemente en el consumo, con todo lo reprobable que puede ser esto, pero al mismo tiempo, con todo el bienestar que trae para la economía -y la subjetividad- de millones de personas. Así, me parece una enorme incongruencia ensalzar los indicadores de la recuperación económica, por una parte, y por la otra atizar el fuego para quemar en leña verde a las clases medias y su “aspiracionismo”. Son esas “aspiracionistas” clases medias las que hacen el gasto, las que hacen miles, millones de pequeños gastos que, en conjunto, contribuyen decididamente a la recuperación de la alicaída economía. Mejor que juzgar a las “aspiracionistas” clases medias quizás sea una buena idea tratar de comprenderlas; en este sentido, poco importa que los analistas digan que para pertenecer a la clase media se necesita ganar 60 mil pesos al mes, quizás es más relevante la autoasignación, el autorreconocimiento como clases medias que las clases medias hacen de sí mismas.

Antes que criticar a las “aspiracionistas” clases medias, es pertinente detenerse un momento a reflexionar sobre los resortes que mueven o motivan esa compulsión consumidora. De otra forma, si no se reflexiona sobre los procesos sociales y los imaginarios movilizados en la esfera del consumo, la crítica a las “aspiracionistas” clases medias se queda en una mera reprimenda moralista que lejos de comprender el fenómeno, lo evade anteponiendo juicios de valor. Esto no significa justificar per se el consumo irracional, desmedido y hasta riesgoso (para su salud, para su familia, para el medio ambiente) que acusan muchas personas, simplemente se trata de ponerlo en contexto. Y el contexto es que quien aspira es porque a su vez es aspirado. Esto no es un asunto individual sino parte de un proceso social muy complejo y, en mi opinión, poco explorado, por lo que los juicios de valor expresados desde la ignorancia salen sobrando.

Aunque nos desagrade el hecho, es preciso reconocer que quien aspira es porque a su vez es aspirado, es decir, que los motivos subjetivos que detonan el consumo están asociados con el deseo de reconocimiento social, de tal suerte que cualquier compra de satisfactores básicos (alimento, vivienda, vestido, etc.) es, al mismo tiempo, una declaración de pertenencia de clase o de aspiración de pertenencia. Inclusive, además de una declaración de pertenencia social, puede ser una proclamación de convicción ideológica; de esta manera, cenar en el Hunan o comer en una fondita de carretera son mucho más que simples actos de consumo de alimentos: son expresiones de pertenencia de clase (y de la arrogancia que da la impunidad) y de convicción ideológica.

Sugiero que para reconocer nuestras aspiraciones nos detengamos un momento a reflexionar sobre lo que nos aspira. En otros términos: no hay aspiraciones, o “aspiracionismo”, sin algo (o alguien) que nos aspira. Es posible que usted, como yo, no aspire a un reloj Rolex de cientos de miles de pesos, o a una mansión en Miami, o a vestir ropa de diseñador, es decir, quizás sus aspiraciones no sean las de miles de personas que son aspiradas por lo que muchas personas consideramos estilos de vida altamente consumistas, vacuos, aburridos y carentes de sentido. Pero eso no significa que usted, como yo, no seamos aspirados por imaginarios diferentes, tal vez más relacionados con convicciones ideológicas expresadas también en el consumo, o por estilos de vida que quizás no son compartidos por muchas personas, o por dedicar nuestro tiempo libre a actividades estéticas o intelectuales.

Somos aspirados, y aspiradas, en función de nuestra pertenencia de clase y del capital cultural movilizado para ratificar esa identidad social, o para intentar escapar de ella. Y, en mi opinión, es absolutamente legítimo, siempre y cuando lo haga por la vía legal, que alguien que ha pasado una infancia de privaciones y carencias y que logra ascender en la escala social y declararse clasemediero (aunque no gane lo que dicen los expertos que se debe ganar para pertenecer a este sector social) exprese el resultado de su esfuerzo adquiriendo una vivienda para su familia, o un auto, o pagando unas vacaciones que nunca tuvo cuando niño, o niña. Y si decide comprarse un reloj de miles de pesos, o vestir ropa de diseñador o decorar su casa a su gusto, pues muy su dinero y muy su derecho, aunque a otras personas, como usted o yo, nos parezca frívolo, de mal gusto o lo que sea. Esa persona fue aspirada por una determinada idea de éxito, triunfo o logro, como sea, por lo que sus aspiraciones están en función de su deseo de reconocimiento social: es una persona exitosa, un “winner”... aunque en la perspectiva de otras personas ese éxito sea relativo, efímero o francamente fútil.

Así, cuando critiquemos el “aspiracionismo” de mucha gente, quizás sea oportuno también pensar y cuestionar sobre aquello que les aspira. Si observamos el consumismo en su máxima expresión en la temporada inaugurada por El Buen Fin, tal vez sea pertinente reflexionar sobre la palmaria escasez de opciones para aspirar al reconocimiento social por fuera del mercado. Vaya paradoja: en un mundo saturado de mercancías para todos los gustos y bolsillos, hay una terrible escasez de alternativas al reconocimiento social que, como individuos, necesitamos.

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