El hombre endeudado

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 La economía neoliberal es una economía subjetiva, es decir, una economía que requiere y produce procesos de subjetivación cuyo modelo ya no son, como lo eran en la economía clásica, el hombre que intercambia y el productor (...) Hoy, cuando las crisis financieras empiezan a sucederse unas a otras, la figura subjetiva del capitalismo parece encarnarse, antes bien, en el “hombre endeudado”.

Maurizio Lazzarato. La fábrica del hombre endeudado.

Amorrortu Editores. 2013. Buenos Aires

Para efecto de este texto aludo al hombre como sujeto masculino. Lo hago con toda intención y sin olvidar que las mujeres también contraen deudas, sobre todo si ellas son el soporte económico de sus familias. Sin embargo, en esta entrega la referencia es exclusivamente al hombre, a propósito de que el próximo domingo 20 se celebra en nuestro país el día del padre, en el entendido, por supuesto, de que no todos los hombres son o serán padres (ni que lo deseen, lo que es absolutamente respetable), pero sí somos todos hijos de algún padre que, no sería nada raro, haya sido o una presencia difusa, o una figura ausente, en la historia de muchas familias, en la historia de muchos de nosotros.

El hombre endeudado es una noción que va mucho más allá de la esfera de la economía, toda vez que implica la producción y el control de las subjetividades ad-hoc para la reproducción del capitalismo en su fase neoliberal. De igual forma, además de remitirnos a las subjetividades y la reproducción social, el hombre endeudado es una noción política en la medida en que el crédito es una promesa de saldar la deuda no basada en la confianza o en la palabra, sino en un conjunto de dispositivos de control altamente eficaces: buró bancario, historial crediticio, seguridad en el trabajo, edad, entre muchos otros. Escribe Lazzarato: “La deuda no es solo un dispositivo económico, sino también una técnica securitaria de gobierno tendiente a reducir la incertidumbre de los gobernados”.

De esta forma, el hombre endeudado no es un sujeto aislado o un caso único e independiente, por el contrario, se trata de una mínima parte de un engranaje global del neoliberalismo que, a través del endeudamiento, modula las subjetividades que requiere para su reproducción. Estamos ante un proceso que va desde lo íntimo y subjetivo hasta la esfera social y económica.

Sostengo que de una u otra manera una proporción muy alta de los hombres estamos endeudados, aunque no necesariamente se trate de deudas económicas, de compromisos en pesos y centavos (o más difícil aún, en dólares) sino de déficits construidos por la distancia entre un “deber ser” socialmente legitimado y promovido desde diferentes ámbitos (sistemas educativos, medios de comunicación, redes sociales, el mercado en tanto institución, entre otros) y el “ser” concreto de carne y hueso que somos cada unos de nosotros. En otras palabras, el hombre endeudado alude a una condición en la que no estamos a la altura de las demandas sociales de lo que un hombre “debería de ser”, por lo que vivimos en permanente falta, carentes de los recursos, habilidades, capacidades o arrojo suficientes para ser “alguien”, un hombre “verdadero” en la sociedad.

En estas circunstancias, no es de extrañar que, en tanto hombres en falta, contratemos deudas que pueden llegar a ser muy difíciles y hasta imposibles de saldar: el hombre endeudado es, por definición, un hombre que debe empeñarse (nunca mejor dicho) en pagar los saldos dejados por la distancia que lo separa entre sus condiciones materiales y simbólicas de vida y las expectativas construidas en torno suyo. Estas expectativas son profundamente contradictorias y pueden ser generadoras de vergüenza y sufrimiento emocional. Es el caso de miles, de millones de hombres que crecen en un ambiente familiar en el que los dobles mensajes son pan de cada día: “hijo, estudia para que no seas un jodido como yo; hijo, desde que tienes un buen trabajo te has olvidado de tu familia, como somos pobres...” O bien, “mira, yo sin tener carrera todo lo que he conseguido, tú en cambio dejaste la escuela y no has hecho nada”. En fin, ejemplos hay muchos y es posible que usted mismo haya sido víctima de este tipo de mensajes paradójicos. Dejo este espacio en blanco para que usted reflexione sobre su propia experiencia_________________________________________________________

Como hijos estamos sujetos a este doble mensaje: por una parte, nuestros padres desean que continuemos con la tradición (la herencia) de la que ellos provienen y que se expresa, entre muchas otras formas, en la continuidad de ciertos nombres de peso en la estirpe familiar; pero, por otra parte, proyectan en nosotros deseos y expectativas, metas a alcanzar, proyectos de vida. La relativa conciliación entre los mensajes contradictorios ocurre en el proyecto parental, entendido como la expresión del deseo de los padres para con los hijos. En el proyecto parental se anudan la continuidad y la ruptura con la familia, los objetivos a alcanzar por parte de los hijos y la proyección de los deseos de sus padres. Es decir, el proyecto parental suele ser contradictorio: por una parte, apunta a la reproducción de las familias y sus condiciones de vida, por la otra, incita a la diferenciación. En esta bifurcación de mensajes se juega y se negocia la identidad -paradojal, por antonomasia- del hombre endeudado.

Muchas veces esta suerte de deuda social se trata de cubrir adquiriendo deudas económicas en pagos chiquitos, a meses sin intereses, viaje ahora y pague después, o en alguna de las muchas modalidades en que nos “ahorcamos”, como coloquialmente decimos, por presión social, pero voluntad propia. Sí, son abonos chiquitos, pero con intereses gigantescos a través de los cuales financiamos al 1% más rico del planeta.

Por otra parte, el hombre endeudado vive con el tiempo comprimido puesto que el capitalismo “dispone de antemano del futuro” en la medida en que “los efectos del poder de la deuda sobre la subjetividad (culpa y responsabilidad) le permiten al capitalismo tender un puente entre el presente y el futuro” (Lazzarato). En este sentido, el neoliberalismo es “una economía vuelta hacia el porvenir”, en la que el tiempo del hombre endeudado está puesto a disposición de la reproducción del sistema. Nuestro tiempo no nos pertenece, está, literalmente, hipotecado.

En el contexto de la pandemia es altamente probable que las deudas se hayan incrementado: ya sea para tratar de mantener el negocio a flote, por una emergencia de salud, por los imprevistos gastos derivados del fallecimiento de un familiar, por la compra de equipo de cómputo para las clases de los hijos o el trabajo en casa, por la pérdida o disminución de los ingresos, o por alguna otra circunstancia. Cargar con deudas no debería ser motivo de culpa o vergüenza, aunque tampoco, por supuesto, de orgullo. Es una realidad a la que estamos condicionados millones de hombres, sin que esto implique la imposibilidad de salir de deudas; se trata de asumir, simplemente, que en tanto hombres endeudados no somos ni más ni menos. Es una condición compartida por millones de hombres en todo el mundo.

Sin lugar a dudas, saldar deudas implica apropiarnos de nuestro tiempo presente y futuro y, por lo tanto, significa aumentar nuestra autonomía tanto en lo individual como en lo colectivo. Conciliar el proyecto ideal de nuestros padres hacia nosotros con la realidad palmaria de nuestro cotidiano, es una condición necesaria para salir de culpas y vergüenzas, es decir, para sanar nuestras subjetividades; de lograrlo, quizás incluso pongamos un pequeño dique a la oleada aparentemente imparable de la expansión neoliberal.

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