Trump, un tiro por la culata

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Manuel Ortiz Escámez

Sociólogo y fotógrafo documental. Profesor en la UNAM.

@ManuOrtizE

Trump, un tiro por la culata

Derivado de un sinfín de agresiones, en el imaginario colectivo de muchos mexicanos, Trump habla y piensa como todos los “gringos”. Cuántas veces no hemos escuchado decir: “los gringos son racistas, clasistas, violentos, fanáticos religiosos, amantes de las armas y explotadores”. Y sí, mucho hay de eso. La demagogia xenófoba en contra de los mexicanos en la Unión Americana tiene antecedentes lejanos.

Pensemos por ejemplo en la Dillingham Commission creada por el Congreso entre 1907 y 1911. Esta comisión se dedicó a “estudiar” a los distintos grupos de migrantes que había en los Estados Unidos con el fin de dar recomendaciones al Congreso sobre el tratamiento que le debía dar a cada “raza”. En cuanto a los mexicanos, la comisión concluyó que éramos sucios y proclives a la delincuencia. Sin embargo, señaló que representábamos una importante fuente de mano de obra barata para el país. Por ende, según la comisión, el gobierno de los Estados Unidos debía darle estancias cortas de trabajo a los migrantes mexicanos, únicamente mientras estaban en edad productiva, y los gastos que pudieran generar en servicios sociales no excedieran las ganancias generadas por éstos a sus patrones.

Dicho de otra forma, para la comisión, los mexicanos éramos mercancía que había que usar y desechar antes de que se pudriera. Así nos ha tratado históricamente el gobierno, académicos rabiosos como Samuel Huntington, locutores piromaniacos como Michael Savage que llegó a pedir que se quemara a los indocumentados, y una parte de la sociedad civil. Recordemos también que en el 2010, según John Ackerman, entre el 60 y 70 por ciento de los ciudadanos estadunidenses apoyaba la xenófoba Ley Arizona.

No obstante, sería injusto, poco inteligente y muy alejado de la verdad, decir que todos los estadunidenses piensan como Trump. Sería lamentable no ver el lado opuesto, el del sentido crítico, contestatario, ingenioso, valiente y solidario que también tiene una amplia parte del pueblo estadunidense.

El 18 abril del 2005, un grupo de aproximadamente 20 activistas de San Francisco, California, se trasladó en caravana hacia el sur. Yo los seguí para documentar. La idea era llegar muy temprano el día 19 al corredor fronterizo en Naco, Arizona–Agua Prieta, Sonora, para frenar un anunciado mega operativo cazamigrantes del grupo civil Minuteman Project.

Minuteman Project es una agrupación de supremacistas blancos, muchos de ellos exmilitares y miembros de la ultraderechista Asociación Nacional del Rifle (NRA), que patrullan la frontera para detener a los migrantes que cruzan hacia los Estados Unidos de manera indocumentada. Su peculiaridad es que van armados hasta los dientes.

Luego de muchas horas, llegamos a Arizona. Desde el polvoriento trayecto de carretera que nos llevaría a Naco, se veían a los lejos a los Minuteman que andaban por campo traviesa en Hummers y enormes camionetas 4x4 con armas largas en sus toldos; iban a toda velocidad y en la misma dirección que nosotros. Los autos de la caravana eran bajitos, compactos y retacados de gente, por lo que íbamos lento pero sin detenernos. La pregunta que me rondaba en la cabeza en aquel momento era: ¿cómo este puñado de jóvenes flacuchos frenaría a los Minuteman? ¡Imposible!, pensé.

Una vez en Naco, me sorprendió no ver a los Minuteman. “Llegaron pero se fueron”, se nos dijo. En cambio, había una nutrida concentración de personas de diversas edades, en su mayoría tan blancas y anglosajonas como los Minuteman, que habían arribado de distintas partes de los Estados Unidos para repudiar la agresión a los migrantes. Portaban cruces blancas y pancartas en repudio a la xenofobia. “Lo opuesto al amor es el odio. Los que odian son los mismos que construyen muros y persiguen a quienes emigran en busca del derecho natural a la subsistencia”, dijo con micrófono en mano el sacerdote Tom Bueche de la parroquia de San Pedro. Sus palabras rezumbaban en el vacío de la desértica planicie gracias a un voluptuoso equipo de sonido.

Solamente una camioneta de los Minuteman se acercó mientras yo estaba allá. Se bajaron dos hombres y dialogaron con uno de los activistas organizadores. El resto de las personas les gritaban en coro: ¡racistas fuera, racistas fuera! ¡lárguense, lárguense…! Y en efecto, los racistas se largaron.

Aquella fue la primera acción colectiva directa que veía de “gringos” contra “gringos” en pro de los migrantes. Posteriormente fui testigo de muchas más. En el 2006 y 2007, años de las masivas marchas en contra de la atroz iniciativa de ley HR 4437 que criminalizaba a los migrantes, la solidaridad de miles de ciudadanos estadunidenses con los migrantes no se hizo esperar. Muchos ciudadanos marcharon en las calles junto a los migrantes. Otros incluso se organizaron en algunas ciudades para bloquear las agresivas y constantes redadas de la Oficina de Inmigración y Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés).

Y no se trata de ser ingenuos, pero tampoco derrotistas. La cruda realidad nos muestra que la ultraderecha estadounidense es grande y poderosa. La supremacía blanca domina en varios estados. Gran parte de la población es proclive a la ignorancia y la xenofobia. La delirante cruzada antimexicanos de Donald Trump prende como ocote en chimenea en algunas regiones de los Estados Unidos.

Pero la contraparte, cuya conformación es blanca-anglosajona, negra, latina y en general multiétnica, afortunadamente existe y es sumamente aguerrida. Valga como ejemplo la protesta anti –Trump que recientemente obligó al trastornado aspirante a la Casa Blanca a suspender un mitin en Chicago. Por ende, podemos concluir que la primera guerra que Trump enfrentará no será contra México, sino contra un importante y combativo sector de su propio país. Esta vez, la bien conocida fórmula del discurso xenófobo, que tan redituable ha sido para algunos políticos estadunidenses, a Trump se le tornará en un tiro por la culata.

No podía cerrar esta columna sin aprovechar la ocasión para reconocer el brillante trabajo de tres queridos estadunidenses en México: John Ackerman, John Mraz y John Gibler. Su pasión y compromiso con nuestro país, son una muestra de que también que entre los “gringos” podemos encontrar grandes aliados.

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