WhatsApp o la distopía de la instantaneidad

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Alejandro Saldaña Rosas

La aplicación digital WhatsApp está casi en todas partes. A nivel mundial se estima que 2 mil millones de personas la utilizan, lo que la convierte en la aplicación de mensajería instantánea más popular. En México se estima en 78 millones los usuarios del “Whats”, como comúnmente le llamamos. La expansión de la telefonía celular ha sido clave para que WhatsApp se haya convertido en quizás la forma de comunicación más importante; las llamadas telefónicas han quedado relegadas a un segundo lugar y los correos electrónicos tal vez a un tercero, toda vez que los mensajes de texto son la vía de comunicación más utilizada por millones de personas.

            Como todas las aplicaciones y plataformas digitales, el “Whats” nos acerca con las personas más alejadas, pero también nos aleja de las más cercanas. Estas transformaciones que suceden ante nuestros ojos están cambiando radicalmente las relaciones y las estructuras sociales, nuestras pautas de convivencia, nuestras mismas subjetividades, sin que reparemos suficientemente en ello ni dediquemos el tiempo necesario para reflexionar en las consecuencias de estos cambios. La dinámica propia de las redes nos impide pensarlas, criticarlas, trascenderlas. Nuestro sometimiento hacia ellas es total, irreflexivo y quizás, inevitable.

            Es obvio, pero hay que decirlo: la aplicación de mensajería instantánea WhatsApp nos coloca en una situación de subordinación y dependencia ante uno de los corporativos monopólicos más poderosos del mundo: Meta Platforms, integrada por Facebook, Instagram, Messenger, Meta Quest y la mencionada WhatsApp, entre otras plataformas. Las implicaciones de esa subordinación son muchas y, hasta donde logro observar, poco exploradas. Lo cierto es que “el Whats” se ha convertido en una herramienta de comunicación imprescindible que lo mismo se usa para convocar a junta de vecinos que para coordinar la logística de entrega de mercancías, para acordar citas amorosas, organizar fiestas familiares, enviar la lista del super, la ubicación de una dirección, para promocionar candidaturas o concertar resistencias y oposiciones. Vamos, hasta discutimos y organizamos proyectos alternativos al capitalismo neoliberal, patriarcal y colonialista a través del WhatsApp. Ternuritas.

            Como muchas otras aplicaciones y plataformas digitales, WhatsApp se ha instalado en nuestras vidas para hacerlas más sencillas, más confortables, más fluidas, más amables y tersas. El problema es que envueltas en esa amabilidad y tersura residen relaciones de poder en las que inevitable las personas usuarias quedamos por completo subordinadas. Si usted considera que el “Whats” es una herramienta de comunicación sin ideología ni intereses, está en todo su derecho. Pero no podemos obviar que, a fin de cuentas, es parte de un corporativo con enorme poder y sí, con muchos intereses comerciales y políticos. Disponer de los datos, las conversaciones, los intercambios de 2 mil millones de personas confiere a Meta un poder inmenso. WhatsApp es un espacio político de dominación social, envuelto en tres principios fundamentales: la eficiencia, la ubicuidad y la instantaneidad.

            La eficiencia, en tanto lógica empresarial que busca hacer un uso adecuado de los recursos, se ha vuelto un criterio de racionalidad en nuestras vidas cotidianas y aún más, se ha instalado, cual aplicación digital, en nuestras subjetividades. Los mensajes buscan la eficiencia, en la economía de las palabras escritas o grabadas, en las “palomitas” que dan certeza de la recepción del mensaje, en la constatación grabada, visual o impresa que otorga al mensaje un carácter preciso, indubitable y, lo más importante, veraz. Sí, el “Whats” es muy útil, sin embargo, esa función de utilidad y eficiencia responde a criterios empresariales costo-beneficio: el neoliberalismo incrustado en nuestras subjetividades.

            La eficiencia del “Whats” desplaza el encuentro de voces de las llamadas telefónicas por los mensajes de texto, en los que predomina la economía de las palabras y las abreviaturas; sustituye la expresión de emociones por emoticones y gifts (Graphics Interchange Format); transfiere funciones de control y vigilancia propias de las empresas, a los usuarios. Checar el “Whats” es una forma sutil y voluntaria de sometimiento al poder y la vigilancia: al mirar nuestros mensajes, somos los ojos de la empresa (Meta), los vigilantes de nosotros mismos.

            Zygmunt Bauman lo ha escrito de manera clara y contundente, por lo que me permito citarlo en extenso: “todo evoluciona desde la obligación forzosa hacia la tentación y la seducción, desde la regulación hacia las relaciones públicas, desde el control policial hacia la promoción del deseo. Y todo lleva a traspasar el papel principal en la consecución de objetivos y los buenos resultados de los jefes a los subordinados, de los supervisores a los supervisados, de los vigilantes a los vigilados, de los dirigentes a los dirigidos”[i].

            Ubicuidad en la medida en que el “Whats” nos permite estar, virtualmente, en muchas partes al mismo tiempo. Revise usted en cuántos grupos de WhatsApp participa y se dará cuenta de sus dones de ubicuidad.

            Mediante este servicio de mensajería, por ejemplo, atendemos una urgencia de trabajo, una reunión del comité de seguridad vecinal, los acuerdos para la fiesta de los egresados de la secundaria y damos seguimiento a nuestras hijas, a nuestros hijos en el antro. Todo al mismo tiempo. O bien, coordinamos actividades laborales en varios frentes: instrucciones a colaboradores, informes a dos o tres jefes, emergencias en algún área o departamento o atención personalizada a clientes. La distancia no importa, los mensajes de texto del “Whats” nos colocan en varios lugares al mismo tiempo, sin movernos del sitio en el que estamos.

            El ”Whats” permite la realización anhelada por muchas empresas de contar con trabajadores multitareas o polifuncionales: un mismo trabajador capaz de cumplir con varias tareas, incluso al mismo tiempo. De igual forma, la ubicuidad que posibilita el “Whats” representa un momento cúspide en la sociedad de la vigilancia y la dominación social: somos observados en varios ámbitos: en nuestra vida privada y laboral, con vecinos y familiares, en los intercambios con los amigos de la universidad y en la coordinación de logísticas y avituallamientos. No olvidemos que los mensajes de texto han sido fuente de información para detectar actividades delictivas, y para identificar resistencias y conspiraciones políticas. Y quizás lo más peligroso: los observadores somos nosotros mismos, nosotras mismas: la vigilancia la ejercemos nosotros contra nosotros, nosotras contra nosotras, sin percatarnos en lo absoluto de ello. El Gran Hermano nos habita.

            La instantaneidad de los mensajes es quizás el rasgo más apreciado del “Whats”. En la instantaneidad se sintetizan los rasgos anteriores: la eficiencia y la ubicuidad. Que el mensaje llegue inmediatamente a su destinatario es el correlato subjetivo del principio empresarial del just in time. El mensaje del “Whats” llega justo a tiempo, con independencia del lugar en el que nos encontremos y de la hora en que lo recibimos; se espera una respuesta si no inmediata, sí al menos pronta. En tiempos digitales parece que no hay mayor ofensa que dejar a alguien “en visto”, sin responder el mensaje de manera inmediata. Dejar “en visto” es mucho más que un gesto de posible indiferencia o de confusión del proceptor (neologismo que integra al productor y receptor del mensaje), es considerado un agravio, una ofensa mayor. La sensibilidad digital es, paradójicamente, de cristal.

            Cierro este texto porque tengo varios mensajes que responder en “mi Whats”, no vaya a ser que alguien se sienta por dejarle en visto. Apunto un comentario final.

El tiempo y el espacio comprimidos en el “Whats”, el vértigo de su funcionalidad, la evidencia de su utilidad, están en las antípodas de la imaginación y la utopía, tan necesarias en nuestras vidas, en nuestras sociedades. La utopía requiere del tiempo distendido, de la imaginación proyectada, de la esperanza por un porvenir más o menos promisorio.

            El WhatsApp representa lo contrario: la distopía construida por la eficiencia, la ubicuidad y la instantaneidad.


[i] Bauman, Z. y Lyon, D. Vigilancia líquida. Paidós.

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