Tenemos que hablar de racismo

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La semana pasada OXFAM, México, presentó el informe Por mi raza hablará la desigualdad cuyo objetivo es mostrar el impacto de las características étnico-raciales en la desigualdad de oportunidades en México. El documento realizado por Patricio Solís, Braulio Güeméz y Virginia Lorenzo contribuye a evidenciar la manera en que elementos como el color de la piel, el género o la lengua que habla nuestra familia generan beneficios o cargas que impactan en nuestra trayectoria de vida.

Los datos presentados dejan poco lugar a dudas, en México las personas que hablan una lengua indígena, que se identifican como parte de una comunidad indígena, negra o mulata, o que tienen el color de piel más oscuro, tienen menos oportunidades de avanzar en el sistema educativo, de progresar en el ámbito laboral o de acceder a la parte más alta en la distribución de ingresos.

Ciertamente, estas características no son las únicas que tienen efectos sobre la desigualdad de oportunidades, de hecho, como lo señala el propio Informe, la posición socio-económica de la familia de origen sigue teniendo mayor peso. Sin embargo, las características étnico-raciales deben entenderse como un factor explicativo relevante que entra en relación con otros, como la clase y el género. Una de las sugerencias más importantes del trabajo presentado por OXFAM es que la desigualdad entre hombres y mujeres se amplía cuando se consideran las características étnico-raciales.

En ese sentido, el informe señala que la forma en que se clasifica a las personas en función de sus rasgos físicos incide en el trato que reciben en distintos ámbitos, es decir, que los rasgos físicos pueden derivar en prácticas de discriminación que acentúan la desigualdad.

Como afirman los propios autores, la investigación no hace sino confirmar un hecho que a muchos nos resulta evidente, a saber: que en México el racismo es una ideología persistente que se expresa en prácticas cotidianas y que permea en el funcionamiento de nuestras instituciones   Sin embargo, la reacción negacionista de buena parte de la opinión pública ante la visibilización de esta realidad, incluidos comunicadores y políticos considerados progresistas, da mucho que pensar.

Aun cuando el racismo en México no tenga las mismas características del apartheid en Sudáfrica o del segregacionismo en Estados Unidos, es innegable que nuestra historia colonial y la ideología del mestizaje, surgida en el siglo XIX y acentuada en el marco de la construcción del Estado posrevolucionario, han favorecido una forma de percibir la sociedad que tiende a desvalorizar a las personas indígenas, a quienes se identifican con una comunidad indígena, negra o mulata o a quienes tienen un tono de piel más oscuro.

Desde la antropología, la historia, la sociología, la filosofía y la academia en general se han aportado evidencias que muestran la persistencia del racismo en nuestro país. Con todo, basta con escuchar las burlas cotidianas que reciben las personas debido al color de su piel, atender a los comentarios de quienes se enorgullecen porque sus familiares “salieron más blanquitos”, observar los rostros de las figuras que aparecen en la televisión, en las revistas de líderes y famosos, o poner atención en la publicidad de Universidades y empresas, para corroborar hasta qué punto seguimos asociando el color de la piel al éxito o al fracaso, a la belleza o a la fealdad.

Hablar de racismo en la actualidad en nuestro país no debe interpretarse como una forma de dividir a la sociedad, sino como un paso importante para reconocer un problema y tomar medidas para afrontarlo.

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