Soñar guerras, Hacer guerras

  • 0

Federico Anaya Gallardo

 

Mi buen y bleeding-heart amigo, el ciudadano Ledesma, me reclamaba que no termino de tomar partido en ciertas disputas. Cuestiones de carácter. Confieso que me preocupa ser aventurado cuando las cosas son demasiado complicadas. Por eso me tranquilizó oírle a él y a Fritz Glockner Corte (n.1961) abordar la disputa FLN-EZLN. (“Perspectivas: Fernando Yáñez, el comandante y la historia soy yo”, Liga 1.) Glockner relata allí cómo fue cambiando su opinión acerca de un acontecimiento crucial en su vida: el asesinato de su padre, Napoleón Glockner Carreto, en 1976. ¿Qué tiene que ver ese hecho con el debate?

 

Todo y nada. Todo, porque retrata éticamente a una de las organizaciones en la extraña disputa de “precedencias” de la que hablé aquí la semana pasada. Nada, porque el incidente formó parte de una encarnación previa de las FLN que fue atacada sin cuartel (y derrotada) por el Estado Mexicano durante la Guerra Sucia (que Fritz correctamente llama Guerra de Baja Intensidad).

 

Resumo lo que Fritz refirió en la entrevista. La muerte de su padre y de Nora Rivera Rodríguez en 1976 la atribuyeron él, la Academia y las Izquierdas, a la represión del Estado Mexicano. Los indicios dejados en los cuerpos señalaban a los estilos de tortura de la Dirección Federal de Seguridad (DFS). Veinte años más tarde (1995) como parte del escándalo orquestado por Zedillo al descubrir que el Subcomandante Insurgente Marcos era en realidad Rafael Sebastián Guillén Vicente y que las FLN habían dado origen al neozapatismo chiapaneco, circuló la especie de que Napoleón y Nora habrían sido ejecutados por las propias FLN. Esta versión fue rechazada por todas las personas de buena voluntad e interpretada como parte de la nueva Guerra de Baja Intensidad que se emprendía contra el EZLN. Veinte años después (2019-2021) las propias FLN han reconocido su responsabilidad en los libros que han publicado para dignificar la Historia.

 

Fritz es ecuánime y honesto. Él se construyó así a partir de una terrible experiencia de dolor personal. En 1974 tenía 13 años y se enteró de que su padre había decidido ir detrás de su utopía en la guerrilla mexicana. Napoleón había sido capturado y el Estado lo había encerrado en el Palacio Negro de Lecumberri. Allí visitó Fritz a su padre acompañado de su abuelo, Julio Glockner Lozada, el legendario rector progresista de la Universidad Autónoma de Puebla. Lectora: deja que Fritz mismo describa la escena: “Cuando llega mi abuelo a encontrarse con su hijo y veo a mis dos ídolos desmoronarse también me desmoroné yo, porque no entendía cómo era posible que mis dos héroes estuvieran chillando al mismo tiempo. Una imagen que todavía tengo es cuando los veo darse un abrazo con los ojos llenos de lágrimas. Yo pensé: «No chillen enfrente de mí –con una mueca que precede al llanto–, los hombres no lloran». Y no porque existiera esta máxima en la casa, sino porque era como ver a Batman y Robin derrotados. / Ahí es cuando empiezo un poco a entender el calvario y el infierno que estábamos viviendo los Glockner al tener a un familiar detenido en Lecumberri.” (Liga 2.)

 

El dolor del muchacho impulsó el trabajo del historiador adulto. Pero Fritz no dejó hablar a la rabia. Sereno, en cada momento evaluó los hechos que iba descubriendo. La evolución de las versiones de la muerte de su padre son la prueba de esto. Al narrar la saga guerrillera mexicana, Fritz está claro de qué lado estaba la Justicia (sí, así con mayúscula). Estaba del lado de quienes no encontraron otro camino que el de las armas para construir un proyecto de Nación que incluyese a toda la población de México. La evolución de Fritz narrador-histórico frente a la ejecución de Napoleón padre-guerrillero acaso sea uno de los ejemplos más duros de objetividad histórica. Entre 1976 y 1995 las evidencias apuntaban a una más de las ejecuciones extrajudiciales de la DFS. Y así lo consignó el historiador. Entre 1995 y 2020 la especie de que los autores de la ejecución habían sido las FLN la rechazó como parte de otra contrainsurgencia. Ahora que las FLN develan que, efectivamente, Napoleón y Nora fueron castigados por una supuesta traición, Fritz así lo consigna. La Historia del Tiempo Presente requiere una ecuanimidad especial, que incluye aceptar sucesivas revelaciones, hacerse cargo del cambio de interpretación y explicar todo a los lectores.

 

Ahora bien, la tragedia que terminó con Napoleón y Nora ejecutados en 1976 no puede desligarse de esa guerra que ocurrió en México y que el Estado priísta (y sus cómplices) ha tratado de ocultarnos por décadas. El Estado mexicano post-transición sigue haciendo lo mismo (ocultar aquélla guerra) aunque menos efectivamente. Aquél conflicto no fue una disquisición académica (una guerra soñada) sino una guerra efectiva, llena de hechos duros y sangrientos.

 

Y lo mismo fue la Rebelión de Año Nuevo, por más que Aguilares Camines y Castañedas Gútmanes hayan insistido tres décadas en reducir y ridiculizar la empresa militar neozapatista en Chiapas. Lo triste del debate entre las FLN y el EZLN es que el Comandante Germán y su organización tratan hoy al neozapatismo del mismo modo que a ellos les trató el viejo Estado autoritario: ignorando la guerra real y efectiva que las comunidades indígenas hicieron al Estado Mexicano. Un ninguneo colosal.

 

La guerra en Chiapas fue real y quienes tomaron las decisiones militares fueron los mandos del EZLN y no los cuadros de las FLN en el resto del país. Era lo natural y era lo necesario. Adela Cedillo habla de un “golpe de Estado” orquestado por Marcos en contra de la dirigencia nacional de su grupo guerrillero. Pero ella misma reconoce que, en 1993, ninguno otro de los frentes guerrilleros que las FLN había logrado nada. No hay golpe de Estado. Antes bien, sólo en Chiapas las FLN lograron construir desde abajo un nuevo Estado, con un nuevo Ejército. ¿Qué derecho tenía una dirigencia nacional fracasada para detener la decisión de guerra de las comunidades chiapanecas?

 

Esta realidad es esencial. ¿Con qué cara pretendían el resto de los mandos de las FLN detener el proceso de guerra al que ellos habían invitado a las comunidades chiapanecas? Como nadie más había hecho su trabajo bien, ¡que se desmovilicen las comunidades indígenas! ¿Notas, lectora, el profundo racismo/clasismo de esta posición?

 

Cuando Adela Cedillo nos habla del primer congreso nacional de las FLN en la comunidad de Prado Pacayal a principios de 1993, en las Cañadas de Lacandonia, olvida mencionar que durante 1992 las comunidades debatieron la cuestión de hacer la guerra al Estado mexicano. Fue un proceso largo, desde abajo, que incluyó argumentación a favor y en contra. Esto lo pude documentar con los agentes de pastoral de la diócesis católica quienes, en ese año expresaron su desacuerdo con la vía armada y propusieron la lucha no violenta. Y esto lo argumentaron en las comunidades contrapunteando la propuesta neozapatista. La decisión mayoritaria, sin embargo, fue a favor de iniciar hostilidades. Es decir, la guerra no se decidió en Prado Pacayal sino en un diálogo largo y complejo de las comunidades. Lo único que pasó en Prado Pacayal fue que el EZLN informó a las FLN lo que el pueblo armado ya había decidido durante 1992. Esencial diferencia.

 

No se ha escrito la historia militar de la guerra del Año Nuevo. Para empezar a hacerlo, tal vez valdría la pena recordar el terror-pánico que recorrió las filas gobiernistas en Chiapas. Un funcionario de Gobernación federal estaba indignado porque los funcionarios del gobierno chiapaneco en Tuxtla estaban pensando seriamente en huir ante la inminente llegada de los zapatistas. Otra funcionaria federal, del sector agrario, temía seriamente que si los zapatistas ocupaban la capital chiapaneca y avanzaban hacia Oaxaca, las organizaciones populares del Istmo podrían sumárseles. Pueden ser opiniones individuales sin impacto real, pero reflejan que la sorpresa del alzamiento abonaba a favor del EZLN. Doce días después, las operaciones militares pararon, pero la simpatía por los rebeldes dejó miles de hectáreas recuperadas, un gobierno chiapaneco destrozado y Lacandonia bajo mando militar rebelde.

 

Guerra y política forman un contínuo. El alzamiento militar del EZLN en Enero de 1994, más allá de su efectividad estrictamente castrense, permitió que muchas decenas de grupos campesinos terminasen en Chiapas la retrasada Reforma Agraria, caso por caso, región por región, durante el resto del año. El gobierno federal debió crear un programa de emergencia para legalizar esas recuperaciones de tierras. Las organizaciones populares derrocaron muchos ayuntamientos constitucionales y expulsaron del poder a las élites regionales. Todo lo anterior dio origen a una asamblea llamada Consejo Estatal de Organizaciones Indígenas y Campesinas (CEOIC) que, a finales de 1994, funcionaba como un parlamento popular, aliado del EZLN y con un gobernador: Amado Avendaño Figueroa (1938-2004) que el PRD proclamó ganador en la elección estadual. Para rematar, en Noviembre de 1994, el EZLN expandió su territorio y estableció sus municipios autónomos para gobernar civilmente lo que ya controlaba militarmente.

 

La movilización política neozapatista de 1994 fue contrarrestada con el contra-ataque del 9 de Febrero de 1995, que llevó a la ocupación de Lacandonia por el Ejército Mexicano. Pero, como el operativo no logró descabezar al EZLN, el gobierno se vió obligado a negociar. El Congreso de la Unión le sacó las castañas del fuego al poder ejecutivo con la Ley de Diálogo y el esquema COCOPA –que aún están vigentes. Entre 1995 y 1996, el Ejército Mexicano aplicó su plan de contrainsurgencia y utilizó grupos paramilitares para desgastar la base social del neozapatismo. Fracasaron, pero el diálogo de paz quedó interrumpido. Y así sigue.

 

En todos estos hechos, ¿adónde estaban las FLN? Lejos. ¿Quiénes tomaron las decisiones de guerra y paz? El verdadero actor en esos años eran las comunidades y la estructura militar regional (insurgentes y milicianos) que ellas habían construido desde abajo. Esos campesinos-indígenas son quienes mantuvieron la verdadera guerra y quienes han construido la precaria paz que ha vivido Chiapas desde 1994. Fueron esas bases campesinas las que hicieron materialmente la guerra y la paz.

 

¿Qué son hic et nunc (aquí y ahora) las FLN? Comandantes alejados, con museos pero sin tropa, haciendo argumentos de “precedencia” simbólica. Gente que de 1983 a 2022 sólo hicieron guerras soñadas. Y quienes ahora pretenden volver a reclutar en las comunidades. Son unos irresponsables.

 

Ligas usadas en este texto:

 

Liga 1:

 

Liga 2:

https://www.uv.mx/universo2/345/entrevista/entrevista.htm

Transformación y educación
Atrás Transformación y educación
Las narcofosas a un costado de la presidencia municipal de Escobedo, Nuevo León
Siguiente Las narcofosas a un costado de la presidencia municipal de Escobedo, Nuevo León
Entradas Relacionadas

Escribir comentario:

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *