Siguiendo el hilo de la violencia

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Esthela Treviño G. @potemkin

Rompeviento TV, 8 de febrero de 2022

 

Tengo un mundo de emociones y pensamientos en cuanto a las reacciones que vemos, leemos y escuchamos en los distintos medios y redes digitales. Reacciones a casi todo: a tomas de decisiones, declaraciones, opiniones, acciones de distintos actores, posturas políticas; cuestiones anti esto o pro lo otro; posturas feministas, elitistas, clasistas. No importa si son o se interpretan como positivas, benéficas, válidas o como negativas, demagógicas, perjudiciales; en los ataques o defensas, prevalece una violencia verbal alarmante. También en los mensajes mismos que desencadenan tales reacciones y que son sarcásticos, burlones, incitadores, degradantes, o bien intencionados.

Ya he hablado yo de la violencia misógina en otros artículos (p. ej., en “Misoginia se expresa en redes I y II”, en Rompeviento TV). Retomo, aceptando el llamado de Étienne von Bertrab, para seguir analizando y debatiendo el tema de la violencia verbal en redes y de imágenes también. No podía estar más de acuerdo con von Bertrab quien en su artículo “Nuestras violencias”, en Pie de Página (27/01/22), concluye: “estoy cada vez más convencido de que la violencia tiene que ver más con nosotros mismos de lo que creemos”; tendríamos que decir que tiene todo que ver con Nosotros mismos.

Cuando algo o alguien nos toca las cuerdas correctas nos despierta la bondad, compasión, simpatía, o la dureza, maldad, enojo, y pueden desencadenarse reacciones como actos del buen corazón o de las pasiones del dragón. Así que el control y la responsabilidad son enteramente nuestros. Ahora bien, las cuerdas que me encienden a mí, para bien o para mal, son distintas a las de usted. Nuestras historias y nuestro presente son decisivos para comprender por qué reaccionamos de una forma con unos o con algo, y de otra forma con otros y con algo distinto o, incluso, aparentemente igual.

La compasión y la ira no están fuera de Nosotros. La violencia y la no violencia tampoco vienen de fuera. “Perdí el control”, “perdí la paciencia”, “me salió un enojo tal...”, son expresiones sabias que denotan que el control, la paciencia y el enojo están dentro: “los perdemos” o “se nos salen”. Por eso digo que la violencia y la no violencia tienen todo que ver con Nosotros mismos.

von Bertrab afirma que “una condición sin la cual no puede existir ningún diálogo es la de comprometernos con la no violencia”. Pero ¿cómo se compromete uno con la no violencia? No será por decreto, como él bien dice, ni porque nos lo repitamos una y otra y mil veces, eso lo sabemos bien.

¿Cómo deja uno de fumar o beber o textear en el celular? Parecería que la reacción con violencia es ya una adicción o un hábito indeseable si se quiere. Quienes han intentado resolver una adicción saben que ello debe provenir de un conocimiento, convicción y resolución verdaderos. No se da de la noche a la mañana; se da cada minuto, cada hora, cada día. Es un compromiso que se practica, es una práctica, una práctica como la de meditar, que también es un compromiso con uno, una misma. Cuando una practica meditación, nos vamos dando cuenta que tenemos que ser bondadosas, pacientes, tolerantes, resistentes y persistentes con nosotras mismas, no juzgarnos y ser perseverantes en la intención y práctica. Es cuando nos percatamos de que, al estar con Nosotros mismos, todo viene de dentro.

Así que el problema es de mucho más fondo para asentar ese compromiso, esa práctica: primero, tenemos que advertir y aceptar que la violencia y la no violencia vienen de Nosotros mismos y que, entonces, tenemos el control y la responsabilidad.

Un segundo hecho fundamental es que realmente no escuchamos, no sabemos escuchar; apenas vamos oyendo o leyendo y ya tenemos la respuesta, mejor dicho, la reacción a lo que creemos que se ha dicho o escrito que, las más de las veces, no corresponde a lo que se dijo o escribió. Ni siquiera tratamos de cerciorarnos, preguntando al autor, si hemos entendido lo que intentó expresar. En mi experiencia, cuando lo llegamos a hacer, quien se vuelve nuestro interlocutor responde respetuosamente, o no responde, o responde con un “vieja babosa, pos en qué mundo vive”. Si hay discrepancias, desacuerdos o suspicacias, casi nadie se da a la tarea de investigar; lo más fácil es el hábito de descalificar, y rematar con insultos o mofas.

Tercero, hay que reconocer también que vivimos en una cultura donde desde el núcleo familiar se nos desdeña o ignora o ningunea y se nos maltrata desde Niños verbalmente y, en muchos casos, físicamente. Esta es una realidad y no de pocas de nosotras y nosotros. Una realidad donde el tú-cállate o el ¿a-ti-quién-te-preguntó? o el tú-qué-sabes o el tú-ni-opines es cotidiano. Una realidad donde en vez de prepararnos para comprender, argumentar, debatir ideas, parece que se nos enseña que son Otros quienes tienen el poder de callarnos, y el poder de opinar, de decir o desdecir. Lo hemos vivido en casa y ya no se diga en la Escuela. Se ve claramente reflejado en todo ese mar de textos y contratextos en las redes sociales.

Para mí, el tercer factor es el de más peso en pos de explicar esa licencia que nos damos de agredir, de herir, de lastimar en la comodidad del anonimato. ¿Qué tanto nuestra violencia verbal es un desahogo, un ejercicio reprimido, una igualación de fuerzas? ¿Qué tanto influye el no estar frente al Otro para espetarle en una red pública a un conductor y opinador un “pinche joto asqueroso...”? O para que un tuitero ofenda con vileza al presidente en la respuesta a un periodista amenazado: “que la vida de este y demás periodistas, estén en peligro, no le permitamos al porro obrador, salir sin ser evidenciado. *Por un México mejor, dile NO al ganso obrador* (verbatim).

Violencia. Necesarísimo definir o tener una noción más o menos clara de qué es violencia. Justamente, von Bertrab señala en su artículo que podría haber quienes no consideraran violentos ciertos mensajes o actos que lo son. Me hubiera gustado que ahondara en lo que llama la “disyuntiva de qué-es-y-qué-no-es violencia”. Tarea imperativa que merece mucho más espacio, reflexión e investigación.

La violencia es un rasgo netamente humano, concuerdo con esa postura filosófica, quizás porque el lenguaje y la psique están imbricados en ella.

Al definir violencia, habría que establecer si consideramos matices o no, si hacemos distinciones o graduaciones entre, por ejemplo, la violencia que puede desatarse en una huelga o manifestación de aquella que se descarga contra migrantes o refugiados, o la que se vive en una guerra, revolución armada, o revuelta. Habría que decidir si contemplamos como violencia “institucional”, disfrazada de problema social (o socioeconómico), la pobreza, el hambre, la inaplicabilidad de los derechos humanos, aunque todo esto, eso sí, se dé “pacíficamente”; asimismo, sopesar si hay que traer a escena intenciones, medios y fines. Finalmente, sería relevante analizar si hay actos de violencia justificables o permisibles.

Por cierto, y muy pertinente, en el caso de ciertas acciones policiacas o militares se habla de “uso excesivo de fuerza”, nunca “uso (excesivo) de violencia”. Es una interrogante legítima: los militares, las policías u otros cuerpos semejantes, ¿ejercen violencia o fuerza? ¿Hay diferencia en esos términos? ¿Están autorizados a ejercer violencia?

Jean-Marie Domenach nos recuerda al pensador francés George Sorel, conocido por sus ideas sobre la violencia, quien llegó a plantear que la fuerza es burguesa mientras que la violencia es proletaria. Para él, las clases oprimidas tenían que buscar la liberación del Hombre a través de la violencia; la intención de realzar la violencia era la de desenmascarar la opresión por las clases dominantes, una opresión ya normalizada debido a que las clases burguesas se amparaba en legalidades y criterios morales a modo. (Jean-Marie Domenach, “Violence and Philosophy”, en Violence and its causes, Unesco, 1980).

Violencia verbal. Términos como abuso o acoso verbal, (ciber)bullying o intimidación verbal, discurso de odio o discurso tóxico no son fáciles de definir tampoco. Por ejemplo, en la caracterización de la Organización Mundial de la Salud sobre la violencia no se incluye la violencia verbal; esta queda subsumida en lo que llama violencia sicológica.

En cambio, el “discurso de odio” ha recibido mucha más atención que cualquier otra forma de violencia verbal, quizás porque está a la vista la libertad de expresión, un derecho tan preciado que restringirlo, como se asienta en el documento Countering online hate speech (Contrarrestando el discurso de odio en lína), publicado en 2015 por la UNESCO, exige que tales restricciones estén plenamente especificadas en la ley, además de satisfacer el criterio de ser un hecho “necesario” para así evitar cualquier restricción colateral de una expresión legítima. (Sugiero, también, leer de Karla Pérez Portilla, ¿Sólo palabras? El discurso de odio y las expresiones discriminatorias en México, del 2015 publicado por la CNDH de México.) Vale la pena preguntarse qué consideramos que es violencia verbal.

La cuestión está lejos de ser sencilla. Una reflexión inicial revela cuán difícil y complejo es definir o caracterizar el problema de la violencia y la violencia verbal. Hay quienes dicen que una (simple) agresión no es violencia...que palabras ofensivas no son violencia-violencia, “que se aguante cuando le dicen el kks, que él le puso borolas [a uno] y chachalaca a Fox”. ¿Son las provocaciones una violencia velada? Seguramente responderíamos que depende de la provocación. Hay aquellas que nos llevan a hacer mejor las cosas, aunque sea para luego vanagloriarnos.

Yo personalmente creo que los insultos, las mofas, las palabras ofensivas son agresiones y las agresiones son violencia. Y el discurso de intimidación y de odio es violencia. ¿Graduaríamos de la misma forma el dolor, el sufrimiento?

El anonimato. Por último, no quiero dejar de mencionar el papel que juega el anonimato. Otro gran tema sobre el cual hay bastante escrito e investigado. Étienne von Bertrab, por ejemplo, afirma “lo peligroso viene de la combinación del binomio anonimato-disposición a la violencia”, es decir, de quienes se escudan en el anonimato para violentar, algo que experimentó él mismo y lo lastimó profundamente cuando descubrió la identidad de una amiga detrás de ese anonimato-violencia que ejerció contra él.

Ese binomio del que habla von Bertrab encierra la suposición de que el anonimato, en sí mismo, no lleva a la violencia. Eso es verdad. Pero el anonimato, según el muy citado estudio de Suler del 2004, es el factor principal que desencadena lo que se ha llamado ya la ciberdeshinibición. Según él: “El yo en línea se convierte en un yo compartamentalizado. En el caso de hostilidades expresadas u otras acciones aberrantes, la persona puede evitar la responsabilidad de esos comportamientos, casi como si las restricciones del superego y los procesos cognitivos morales se hubieran suspendido momentáneamente de la psique en línea.” Creo que explica, en buena medida, lo que relata von Bertrab sobre esa persona que desde el anonimato lo violentó.

(John Suler, 2004, “The Online Disinhibition Effect”, en CyberPsychology & Behavior 7, no. 3 p. 321.)

Es verdad que también hay quienes sin ser anónimos usan de palestra los medios digitales a su alcance, y también como arena de combate y destrucción; un ejemplo de ello es Chumel Torres, una figura pública. Y seguidores tiene, como los tiene Donald Trump.

México es un país que vive una violencia que ha llegado a la crueldad. Parece que sí, que se ha normalizado la violencia y, esto no es ningún eufemismo. Y, si así es, desterrar esa mentalidad, esa forma de ver podría volverse inalcanzable, imposible. Esta normalización nos vuelve insensibles, aniquila la empatía, hasta nos vuelve despiadados.

Esta conversación debe seguir; la reflexión debe seguir, la investigación debe hacerse.

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