Rifa, plebiscito e impunidad

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No habrá rifa del avión presidencial, pero sí habrá sorteo. En realidad, no se trata de la rifa del avión presidencial, sino de una “cooperación para equipos médicos y hospitales donde se atiende de manera gratuita a la gente pobre”, según dice la leyenda del diseño de “cachito” de lotería presentado en la mañanera en días pasados. Con la venta de 6 millones de billetes a razón de 500 pesos, se espera reunir 3 MMDP, de los cuales 2.5 MMDP serán para la compra del equipamiento médico, 400 MDP para el mantenimiento del avión por dos años y el resto para repartir entre el gremio de billeteros de la Lotería Nacional para la Asistencia Pública (LOTENAL).

La rifa del avión no pudo realizarse por varias razones legales, la principal porque la Lotería Nacional está incapacitada jurídicamente para efectuar sorteos con premios en especie. Sin embargo, la rifa simbólica del avión a través del sorteo de su valor aproximado sí es factible de realizar y, si no hay algún otro escollo, la venta de billetes iniciará en marzo. Pero una cosa es rifar un avión y otra cosa, relacionada pero distinta, es rifarlo simbólicamente, por lo que es importante enfatizar que no es el armatoste en sí lo que se rifará, sino el dinero que más o menos cuesta (si hubiera comprador). Por otra parte, se nos ha dicho que los 2 MMDP a repartirse entre los 100 ganadores provienen no de la “vaquita” hecha por los mismos participantes de la rifa, sino de los 4 MMDP que tiene el Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado (INDEP). Curiosa alianza de facto entre la LOTENAL y el INDEP que abre la posibilidad para que en un futuro se cree el Instituto Nacional para Rifarle al Pueblo lo Recuperado de lo Robado para la Asistencia Pública (INARIPURERO).

Si el INDEP tiene esos recursos que podrían utilizarse para el equipamiento de clínicas y hospitales, ¿para qué la rifa? En mi opinión, esencialmente para sacar al presidente López Obrador del berenjenal en el que él solito se metió tratando de hacer lo correcto: deshacerse del ridículo avión (tan absurdo que nadie en el mundo lo quiere comprar).

La rifa simbólica del avión presidencial hay que entenderla, no sólo ni fundamentalmente, en su sentido económico (que lo tiene), sino también en un sentido político: es una forma de tomarle el pulso al país sobre el nivel de aceptación -o no- de las políticas de la 4T con relación a las administraciones de Peña Nieto y de Calderón y de las furiosas críticas de la oposición y de la prensa chayotera.

No es un plebiscito, pero ¡cómo se le parece! En esta tesitura, quién se empeñe en hacer una lectura exclusivamente en términos de racionalidad económica o de rigor con la normatividad institucional, está dejando de lado un componente clave de la acción política: la emoción. Así, no importa que se argumente que la rifa implica pagar dos veces el avión, que es un distractor de los muchos problemas del país, que es un disparate propio de una fiebre tropical o que la rifa expresa el fracaso de AMLO por no poder vender el avión; entrados en el terreno de la emotividad política ningún argumento, por muy sólido que sea, puede mover las convicciones de quiénes están a favor de la rifa simbólica del avión. Comprar un boleto para la rifa simbólica del avión presidencial tiene al menos tres significados:

  1. Solidaridad con la gente más pobre que necesita clínicas y hospitales públicos equipados.
  2. Participación colectiva para que el gobierno se deshaga de uno de los símbolos más oprobiosos de la corrupción, el dispendio y la frivolidad que caracterizaron a los sexenios anteriores.
  3. Apoyo al gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador y la 4T.

 

Sería absurdo hacer de las rifas una política pública para el aprovisionamiento hospitalario (o para cualquier otra cosa), pero se entiende la iniciativa como un acto de solidaridad con la gente que más lo necesita. De igual forma, la rifa del avión no es el mecanismo para deshacerse de ese ostentoso aparato (no sé si en dos años habrá que volverlo a “rifar”), pero sí es una forma simbólica de participación en el desmantelamiento del régimen de corrupción y sangre que tanta pobreza y dolor ha dejado en el país. La rifa simbólica representa, también, una especie de ratificación del mandato de AMLO a dos años (un tercio de su mandato) de las elecciones que lo llevaron a la presidencia.

No dudo en lo absoluto que los 6 millones de cachitos se vendan, incluso mucho antes del 15 de septiembre. La amplia aceptación de AMLO (que ronda el 70%) es la mejor garantía de que mucha gente está dispuesta a comprar uno, dos o más billetes, sin embargo, en la rifa simbólica hay un gran riesgo: la cargada, esto es, la compra coaccionada de cachitos. Si regidores y regidoras, diputadas y diputados, integrantes del Senado, cuadros dirigentes y militantes de MORENA son obligados a comprar determinado número de cachitos (dependiendo de sus ingresos y nivel de responsabilidades) so pena de ser acreedores de determinadas sanciones, de la exclusión política o del escarnio entre su grey, la señal sería muy negativa. De la misma forma, si los empresarios son compelidos a colocar determinado número de billetes entre la base trabajadora de sus empresas, estaríamos ante un impuesto disfrazado. Y cualquier escenario de compra más o menos obligada de billetes de la rifa sería un acto inaceptable de autoritarismo.

Sin embargo, el mayor riesgo de la rifa simbólica del avión no está en la eventual compra de cachitos por obligación, sino en la impunidad ante la corrupción. En este sentido, la rifa podría convertirse en un procedimiento para sedimentar la memoria, catalizar la indignación y diluir jocosamente (los memes han estado muy divertidos) las exigencias ciudadanas para investigar y castigar conforme a derecho a los responsables del saqueo a la nación. Si la rifa significa que una vez “vendido” el avión presidencial (lo que no sucederá) se hace borrón y cuenta nueva de los delitos cometidos en anteriores administraciones, se estaría abonando a la impunidad en el país. Se ha dicho, con justa razón y evidencias contundentes, que el avión presidencial es la representación más nítida del régimen de corrupción, dispendio y frivolidad del que ha tomado distancia, al menos lo ha intentado, la 4T. Pero no es suficiente con mostrar que el gobierno de la 4T es diferente (concediendo que lo sea), es necesario investigar detenidamente a Peña Nieto y sus secuaces, a Calderón y su gavilla, para demostrar, con hechos, que estamos realmente ante un cambio de régimen, no sólo de gobierno. Y hasta el momento, la 4T está quedando a deber en materia de cerrar el paso a la impunidad. La justicia no puede estar sujeta a los resultados de un plebiscito ni mucho menos a una rifa.

Movilizar emociones es inherente a la actividad política, pero si se cae en una lógica del todo o nada, del estás conmigo o estás contra mí, los riesgos de entrar en una espiral de sinrazón, intolerancia y dogmatismo son muy altos. La rifa simbólica no puede convertirse en un todo o nada hacia el lopezobradorismo y su 4T. Comprar un billete de la rifa simbólica no significa firmar un cheque en blanco.

 

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