Narcos y terroristas gringos

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Washington – En noviembre del año pasado, Donald Trump sacudió las estructuras del gobierno de Andrés Manuel López Obrador al amenazar con designar como organizaciones terroristas a los cárteles del narcotráfico mexicano.

 

La bravuconada de Trump respondía a la masacre de integrantes de la familia LeBarón en la Sierra Madre Occidental entre Sonora y Chihuahua, presuntamente llevada a cabo por narcotraficantes.

 

Las implicaciones de la posible aplicación de las leyes antiterroristas de Estados Unidos estremecieron al sistema judicial mexicano. El amago de Trump se interpretó por parte de algunos ilusos sensacionalistas como la posibilidad de que el Pentágono entrara a México con elementos de élite para exterminar a los cárteles mexicanos, que han intimidado y doblegado al gobierno de López Obrador, como quedó claro con la liberación de Ovidio, uno de los hijos de Joaquín “El Chapo” Guzmán, en Culiacán, Sinaloa, a quien ya tenía el ejército en sus manos.

 

Trump no iba a designar como terroristas a los narcos de México. De hacerlo, su gobierno tendría que meterse con los bancos estadounidenses que lavan dinero de la venta de drogas ilícitas, y con algo que es intocable en los preceptos de su plataforma electoral: la industria de las armas. La intimidación y la advertencia quedaron latentes, pero huecas.

 

Esta semana, la revista Proceso que ya está circulando en todo el país publicó una entrevista con Polo Ruiz, Agente Especial a Cargo del sector del estado de Arizona por parte de la Administración Antidrogas (DEA), en la que por primera vez desde que Nixon lanzó la guerra contra el narcotráfico en 1973, el gobierno de Estados Unidos admite algo insólito y sin precedentes: que ya tiene cárteles domésticos.

 

“Sí hay cárteles en Estados Unidos”, me lo declaró Ruiz, sin cortapisas ni titubeos, en la entrevista que le hice para Proceso.

 

Es cierto, todos suponíamos que existían los narcos gringos porque sin ellos no se puede entender la distribución y venta de narcóticos.

 

En mi libro Los Narcos Gringos (Grijalbo 2016) sostengo el argumento de que en Estados Unidos no existían cárteles como los de México, sino narcomenudistas y el trasiego independiente.

 

En cuatro años, y ante la severa crisis de consumo de drogas sintéticas con fentanilo por la que atraviesa Estados Unidos, cambió diametralmente la estructura de su crimen organizado.

 

¿Qué fue lo que ocurrió?, que ante el fracaso de la guerra contra las drogas del gobierno estadounidense y la efervescencia del fentanilo, los que eran narcomenudistas se unieron para definirse y actuar como auténticos cárteles del trasiego internacional de drogas ilícitas.

 

Ruiz expone que ahora los cárteles domésticos, como el llama a lo que nosotros etiquetamos como narcos gringos, dejaron de ser operadores de grupos criminales de México como el Cártel de Sinaloa o el de Jalisco Nueva Generación para transformarse en sus socios.

 

Los narcos de Estados Unidos compran cargamentos de droga a los de México y ellos, ya de forma independiente, transportan, distribuyen y venden la mercancía en el gigantesco mercado negro estadounidense.

 

Pandillas y clubes de motociclistas que antes formaban parte del narcomenudeo, hoy ya son cárteles bien estructurados que definen el precio de las drogas que a granel les compran a los narcos mexicanos.

 

Los narcos gringos tienen demarcaciones territoriales, en perfecta emulación a sus socios mexicanos. El jefe de la DEA en Arizona compara el trato que tienen los narcos gringos con los mexicanos con el que estos últimos tenían durante las décadas de los ochentas y noventas del siglo pasado con los capos colombianos a quienes con el tiempo desplazaron y convirtieron en sus empleados. Nunca desde su creación y fundación en 1973, la DEA había hecho oficialmente semejante admisión.

 

La existencia, presencia y operación de los narcos gringos permite al gobierno mexicano desarticular las amonestaciones que le hace Trump cada vez que retoma el asunto de los cárteles mexicanos como lema de campaña para su reelección, culpando a México por la incapacidad de gobiernos como el suyo para detener la adicción a las drogas de sus conciudadanos

 

Esta semana estará en la capital mexicana Jim Carroll, el zar antidrogas de la Casa Blanca, y qué mejor momento para que el gobierno de AMLO le empiece a decir que su presidente tiene que bajarle tres rayitas a sus amenazas y señalamientos a México por el incontenible y creciente apetito a las drogas de los estadunidenses.

 

Si Trump quiere designar como organizaciones terroristas a los cárteles mexicanos, que empiece por los narcos gringos, total, ¿no presume acaso que el Pentágono puede acabar con cualquier organización criminal en un dos por tres, por más poderosa y temible que sea?

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