Puño de paz

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Washington – Los esfuerzos de Donald Trump por minimizar el miedo a la propagación del Coronavirus en Estados Unidos son un fracaso.

 

Los desatinos y contradicciones del presidente y su vicepresidente, Mike Pence, son motivo de chistes y burlas.

 

Trump afirma que su gobierno “ya contuvo” el problema; Pence, que hay materiales y equipo suficientes para someter a pruebas médicas a toda la población, no obstante que la realidad lo refuta.

 

En Estados Unidos van 19 muertes confirmadas a causa del Coronavirus (Covid 19). La presencia del virus está registrada en 31 de los 50 estados, hay 424 casos de contagio y, para colmo, Pence se corrige y admite que el gobierno federal no tiene -todavía- la capacidad para garantizar que todos los estadounidenses puedan hacerse la prueba clínica.

 

Es innegable la crisis de pánico mundial por el Covid 19 y las consecuencias negativas que ha generado en las economías.

 

Estadísticamente, es más probable que una persona muera al ser atropellada por un automóvil en la calle o en un accidente automovilístico provocado porque alguno de los conductores manejaba en estado de ebriedad, que por contagio del Covid 19.

 

Los epidemiólogos han dicho hasta el cansancio que los niños, los adolescentes y los jóvenes son los menos vulnerables al contagio del virus, contrario a lo que puede ocurrir con las personas mayores de 50 años y en estado de salud endeble.

En las farmacias, supermercados y tiendas de autoservicio en Estados Unidos ya escasean productos sanitarios y de primera necesidad como jabón antibacterial, cubrebocas, agua purificada y alimentos enlatados.

 

Como en la época de la Guerra Fría del siglo pasado, cuando los estadounidenses construyeron bunkers y almacenaron alimentos para vivir como topos todo un año, así hoy se comportan ante la mínima probabilidad de contraer el Coronavirus.

 

Desde el viernes de la semana pasada, en la capital estadunidense se registró poca afluencia de personas en restaurantes, eventos deportivos y conciertos. Las aerolíneas están horrorizadas: bajaron sus ventas. Nadie quiere contraer el virus y toda precaución es válida.

 

Es algo muy personal, pero siempre he dudado de la franqueza, la amistad y la seguridad de las personas que me saludan de mano con una flacidez como si sus falanges fueran de gelatina.

 

El saludo de mano con firmeza está en nuestros genes como símbolo de amistad, confianza y seguridad. Tengo un colega hipocondriaco –condición que él admite como una enfermedad sicológica- que siempre que me encuentra, en lugar de darme la mano, hace con ella un puño pretendiendo que lo emule y choquemos nuestra mano derecha empuñada.

 

Siempre le digo que si no nos estrechamos la mano, será mejor que no me salude; lo hago para obligarlo a dejar por un instante sus fobias.

 

Sin consultarme, mis padres me bautizaron, me confirmaron y me guiaron para hacer mi primera comunión en la religión católica. No voy a misa a menos que me sienta en la obligación por compromisos familiares, por lealtad o por los regaños de mi madre cuando estoy con ella, aunque, en honor a la verdad, ya no lo hace.

 

Como católico por herencia y agnóstico por convicción, me sé los ritos de la misa. Por ello, no salgo del asombro desde el pasado fin de semana cuando me enteré por el periódico The Washington Post de la decisión tomada por las autoridades de la arquidiócesis de Washington y Virginia.

 

Debido al pavor de contagio del Covid 19, los jefes católicos pidieron a los feligreses que asistieron a misa el pasado domingo que en lugar de desearse la paz con un saludo de manos, se abstuvieran u optaran por chocar sus puños, como pretende saludarme infructuosamente mi colega hipocondriaco cuando nos vemos.

 

Ese tipo de saludo fraternal con los puños lo he visto con frecuencia entre los jóvenes y los adolescentes que cada vez, por la tecnología, han ido perdiendo el sentido y la importancia del contacto humano. Es la moda tal vez, o se ve “cool”, como dicen los estadounidenses y muchos chavales mexicanos afresados.

 

La historia de este mundo tan cambiante y adicto a la tecnología nos puede mostrar que con un saludo de mano se ha puesto fin a guerras entre naciones y a conflictos entre familias, y se han logrado reconciliaciones entre amigos, hermanos, conocidos y desconocidos.

 

Es muy probable que yo sea un viejo testarudo y tradicional, pero si en la iglesia católica ya empezó a reemplazarse el deseo de paz por el choque de puños, que no nos sorprenda que un día los acuerdos de paz ya ni siquiera se firmen en papel y sean sustituidos por un mensaje de texto telefónico, por la señal del dedo pulgar levantado en Facebook o por un simple pero influyente tuitazo.

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