#PrimaveraVerdeVioleta

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Millones de mujeres se han movilizado en todo el mundo. Sus demandas son las mismas, si bien en cada país y en cada contexto se matizan o se incorporan otras. No parece mucho, pero lo es todo: vivir libres de violencia, en igualdad y con pleno derecho a decidir sobre sobre su cuerpo. No parece mucho, pero la tarea es inmensa: acabar con el patriarcado. Lo gritan con toda fuerza y claridad: “el patriarcado va a caer, lo vamos a tirar”. Yo no sé si las marchas del día 8 de marzo de 2020 hayan sido las más numerosas en la historia de los movimientos feministas, pero lo que sí considero es que, en México, las jornadas de lucha del 8 y 9 de marzo han dado lugar a la #PrimaveraVerdeVioleta, un movimiento de mujeres que nadie va a parar. Para bien de ellas, para bien de nosotros, para bien de México.

Hoy en México la historia la están haciendo las mujeres; los hombres, si acaso, seguimos su lucha a través de redes sociales y, cuanto más, opinamos (opiniones no solicitadas, por cierto) a través de un tuit o en pláticas de café. Si me permite usted la expresión, y espero se entienda en el contexto, hoy la historia la hacen las mujeres, los hombres la tuiteamos, y, a veces, ni eso. Y por difícil que sea aceptarlo para muchas personas, la que quizás sea la mayor transformación en la historia reciente de México, no ocurre bajo los principios, criterios y líneas de acción de la 4T. Resulta ocioso preguntarse si la #PrimaveraVerdeVioleta hubiera tenido la misma posibilidad de prender a millones de mujeres con un gobierno de otro signo político, lo cierto es que le tocó a la 4T y creo que sus dirigentes, y sus militantes, harían mucho bien en aceptarlo: no tienen el control de todos los movimientos sociales, ni por ello las demandas y formas de lucha de las mujeres son “conservadoras”, ni responden a manipulación alguna. Que el oportunismo de algunos partidos políticos, de la iglesia, de empresarios, de organizaciones patronales y otros actores adversarios de la 4T les haya empujado a intentar treparse a las movilizaciones feministas, no significa que sus reivindicaciones, sus organizaciones y sus acciones políticas, sean ilegítimas o, peor aún, espurias. Y ante las enormes y combativas marchas en todo el país, es evidente que los arribistas no lograron su cometido: los gritos de millones de mujeres, su palabra, su pensamiento y su rabia son mucho más contundentes que los guiños vacuos de los oportunistas.

Sin duda alguna, las políticas públicas emprendidas por esta administración apuntan a cerrar la enorme brecha de desigualdad social, pero de allí no se desprende, necesariamente, que tengan una perspectiva de género. Si la consigna fuera “primero las pobres”, quizás fuera diferente. De igual forma, que el gabinete presidencial sea paritario es eso, un gabinete con igual número de mujeres que de hombres, pero ese dato no lo convierte en automático en una estructura de gobierno con perspectiva de género. Una señal clara del compromiso del gobierno federal con las agendas feministas sería dar mayor presupuesto, personal y relevancia estratégica al menos a tres cuadros claves en la administración del presidente Andrés Manuel López Obrador: la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero; la titular de la Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres (CONAVIM), Candelaria Ochoa; y la presidenta del Instituto Nacional de las Mujeres, Nadine Gasman. Tres mujeres con trayectoria, experiencia y capacidad en la problemática de la violencia de género que, sin embargo, han permanecido en un segundo o tercer plano ante la emergencia por los feminicidios y la violencia de género en el país. Un gobierno que se reivindica feminista no puede escatimar recursos para atender los muchos y complejos problemas de las mujeres.

Y disculpe usted, señor presidente, pero reivindicarse como humanista no lo hace ni cercano ni aliado del feminismo, más bien lo hace ver distante a los inmensos reclamos de millones de mujeres. Mucho bien haría que el gobierno federal abandone su empeño en mostrarse feminista cuando es claro que no lo es; mejor asumirse como tal, como aprendiz, como inexperto, pero dispuesto a escuchar las propuestas de los diversos feminismos para incorporarlos en las agendas de gobierno, con responsabilidades claras, líneas de trabajo precisas y seguimiento puntual de las acciones y los resultados, al menos una vez por semana en el contexto de “las mañaneras”.

Es posible que una revolución esté en marcha. Es una revolución encabezada y protagonizada, esencialmente, por mujeres feministas. Es una revolución no contra los hombres (ellas así lo han dicho), sí contra el patriarcado encarnado, fundamentalmente, en nosotros y en la estructura económica, política, cultural y social que le permite reproducirse. Es una revolución en la que las mujeres feministas saben con bastante claridad lo que exigen y cuál es su lugar en la lucha; al mismo tiempo, es una revolución en la que muchos hombres no sabemos ni dónde estamos, ni qué hacer, ni para dónde vamos. Y aunque muchos colegas hombres lo nieguen (con lo que se ratifica la premisa), tenemos miedo. Básicamente porque la transformación que está ocurriendo frente a nuestros ojos, en nuestras oficinas, en nuestros negocios, en nuestros consultorios, en nuestros talleres, en nuestras propiedades, en nuestros sindicatos, en nuestras escuelas, en nuestras instituciones, es ajena a nosotros, es decir, no tenemos ningún control sobre ella. Subrayo que hablo de nuestros espacios que, ante nuestros ojos, están siendo transformados por las mujeres. Es una transformación de nuestro patriarcado, con el que tantos años hemos vivido y del que tantos beneficios hemos obtenido. Y que también, pero de otra forma, hemos padecido. La historia nos está pasando por encima y eso da mucho miedo, aunque no seamos capaces de reconocerlo.

Mire usted si no somos un poquito ridículos: los ejes de la transformación en curso están en manos de mujeres, ellas (ustedes) son las que marcan la agenda, los tiempos y las formas, sus acciones apuntan justamente en contra de nuestros privilegios y nosotros, jajaja, no tenemos miedo. ¿Cómo un hombre va a tener miedo? Usted me disculpará, pero yo sí reconozco que tengo miedo. Eso no me hace ni más ni menos hombre, pero al menos me permite colocarme en un punto de mayor sensibilización ante lo que está sucediendo frente a mi nariz. Y lo que está sucediendo es la revolución de la #PrimaveraVerdeVioleta mexicana. Una transformación de mujeres que exige, de los hombres, cuando menos empatía.

Empatía no significa evasión de compromisos, contemplación estática o nomás dar el avión (es broma, presidente), sino una participación activa, desde nuestras masculinidades, en la destrucción del patriarcado. La #PrimaveraVerdeVioleta es la mayor esperanza de transformación que hay en México, y en el mundo. Destruir el patriarcado es imposible sin acabar, a la par, con el capitalismo y el colonialismo. La lucha es ardua, pero la vida en el planeta depende de ello.

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