Pseudo

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El prefijo pseudo sabemos bien que significa falso, de allí que se utilice para poner en duda la veracidad de algo o de alguien. Por ejemplo, aseverar que ciertos postulados son una pseudo teoría significa que la pretensión científica de un conjunto de afirmaciones se ha quedado en tal, en mera pretensión, porque a ojos de quien juzga se trata de una propuesta endeble, incorrecta o decididamente falsa. De igual manera, decir que tal persona es una ‘pseudo algo’ significa que realmente no lo es, que se trata de una representación más o menos afortunada, de una personificación risible o de plano de una ridícula suplantación. A decir verdad y en sentido estricto, todos, todas y todes somos pseudo. Pseudo algo.

Lo social es por antonomasia representación, de allí que afirmar que todos y todas en algún momento o bajo determinadas circunstancias somos ‘pseudo algo’ no es una exageración, por lo que pretender demeritar las opiniones de una persona, rechazar alguna propuesta o cuestionar determinada iniciativa con el pretexto de que es pseudo, es una fórmula facilonga y acomodaticia para rehuir el análisis, la reflexión y el diálogo. Es más sencillo eludir el debate calificando al otro como ‘pseudo algo’ que aportar razones y argumentos. Resulta más fácil ir por la vida asestando pseudos por aquí y por allá que asumir las consecuencias de nuestras propias decisiones y, sobre todo, reconocer que estamos insertos en una urdimbre social en la que indefectiblemente y a ojos de otras personas también somos, potencial o efectivamente, ‘pseudo algo’.

Insisto en el punto: en esencia, a los ojos de alguien más, somos pseudo. La total coherencia no existe y la pureza de alma se alcanza, si acaso, con la muerte. Aquella persona que se considere a sí misma libre de contradicciones -y hasta paradojas- que tire la primera vacuidad o que lance la primera mentira, que desde la gradería el respetable le asestará con todo tino y seguridad que se trata de un ‘pseudo santo’, es decir, un falso santo. No me puedo imaginar el inmenso dolor emocional que padecería alguien que no tuviera uno o varios pseudos para andar relativamente saludable por la vida.

Supongo que habrá quien se moleste porque le asesten un pseudo inmerecido o que no le corresponde, ya sabemos que hay personas de piel excesivamente delgada, pero en general dice mucho más quien califica a alguien de ‘pseudo algo’ que la persona así caracterizada. Si una reconocida científica califica a una teoría como pseudo, difícilmente podríamos escamotear el merecimiento de su opinión, pero si esa misma científica (o científico) califica de pseudo a una persona o una actividad que está fuera de su competencia, entonces su calificativo no tiene sentido, queda fuera de lugar. Calificar como pseudo a algo o a alguien se hace desde una posición de legítima autoridad, o no se hace. Sin embargo, eso no significa que el calificativo de pseudo de toda autoridad legítima sea, en sí mismo, legítimo. Acusar a alguien de pseudo desde un gobierno democrático, y que además se dice diferente es, en esencia, un muy peligroso rasgo de autoritarismo.

Como hemos leído en redes y medios, hace unos días la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales, la SEMARNAT, acusó a varios personajes de la farándula nacional de pseudoambientalistas, a través de esta interpelación: “¿Dónde estaban los pseudoambientalistas cuando hace años empezó la verdadera devastación en el sureste de México?”. Creo que muchos y muchas ni habían nacido, porque la devastación del sureste de México inició al menos hace 60 años, de allí que el reclamo de la SEMARNAT esté totalmente fuera de lugar. Lo más preocupante es que ese rasgo de autoritarismo no es de iniciativa de la titular de la Secretaría, sino proviene del propio presidente Andrés Manuel López Obrador, quien dijo: “Convencen o contratan a  artistas, a pseudo ambientalistas, supuestamente preocupados  por la defensa del medio ambiente, lo que hace una campaña en contra del tren maya”.

En el entendido de que no hay un ambientalismo sino muchos y con no pocas contradicciones, llama la atención la incongruencia de la SEMARNAT de calificar de pseudoambientalistas cuando la propia dependencia concibe a la naturaleza como un recurso. Se podrá argumentar, con toda justeza, que la SEMARNAT no fue creada en la actual administración, pero el hecho de preservar el nombre y las funciones de la dependencia sí es una decisión de la Cuarta Transformación. La devastación del sureste mexicano, y del país entero, comenzó hace decenas o centenares de años, y una de las causas principales fue considerar a la naturaleza precisamente como un recurso. La naturaleza del capitalismo es precisamente así, devastadora, y la actual SEMARNAT bajo la dirección de María Luisa Albores Guillén no parece ir en contra de esa tendencia, por el contrario. Los retruécanos para eludir el impacto ambiental del mal llamado Tren Maya son una expresión de que para la SEMARNAT el medio ambiente es un recurso y como tal es sujeto de explotación. Para precisar y no eludir el tema: por retruécanos me refiero fundamentalmente a las Manifestaciones de Impacto Ambiental segmentadas, parcializadas, eludiendo por completo una valoración integral de las consecuencias ambientales, económicas y sociales del tren, los hoteles, los centros comerciales, los estacionamientos, los restaurantes, las unidades habitacionales, etc.

Lo que no tiene cabida es preguntar dónde estaban los ambientalistas. La respuesta es dura, pero inobjetable: muchos estaban muertos. Entre 2012 y 2019 al menos 83 personas fueron asesinadas en México por defender sus territorios; la mayoría de esos crímenes siguen en la impunidad. Y la SEMARNAT en la supuesta ignorancia de dónde estaban los ambientalistas. Infame, por decir lo menos.

En las miles de voces que han criticado al llamado Tren Maya hay de todo: ambientalistas de ocasión y por contrato, ambientalistas de enorme trayectoria y reconocida experiencia, académicos y académicas con reconocimiento internacional en diversos ámbitos del quehacer científico, pueblos y comunidades en toda la península de Yucatán, opositores a la 4T, críticos de la 4T, periodistas anhelantes del chayo, expertos y expertas en jaguares y cenotes, vamos, hasta pseudoexfuncionarios se han sumado a la crítica. Está bien y es saludable en una democracia. Lo que es totalmente reprobable es que desde el poder se denigren las críticas, se menosprecien las observaciones, se denuesten a las oposiciones bajo el pueril, e infantil, mote de pseudo. Si la SEMARNAT es la que expide los certificados de ambientalista, anótenme en la lista de los pseudo, aunque no cante, ni baile, ni sea artista en ningún sentido. A las últimas, todos y todas somos pseudo.

La SEMARNAT está en la obligación de aceptar toda crítica, venga de donde venga, venga de quién venga, y de aportar la información técnica que permita una valoración equilibrada del Tren Maya y de otros proyectos. Calificar de pseudoambientalistas a algunas personas es signo de incapacidad, intolerancia y autoritarismo.

No hay ninguna duda de que el tren y sus muchos negocios asociados (hoteles, restaurantes, bares, centros comerciales, escuelas, mercados, etc.) serán un factor que detone la economía de la península y que, a muchas personas, no a todas, les represente empleo, ingresos y “bienestar”. Pero de allí a que sea inocuo ambientalmente hay una enorme diferencia.

La historia del capitalismo es la historia del “desarrollo”, su devastación ambiental y la extinción de miles de pueblos y culturas. Un desarrollo que ha corrido a lo largo y ancho de los trenes, desde las primeras líneas férreas tendidas en Europa a inicios del siglo XIX que contribuyeron a la exclusión y migración de millones de personas, hasta la red ferroviaria en los Estados Unidos que fue clave para aniquilar a la población originaria, o los trenes en el México del porfiriato, orientados prioritariamente a las exportaciones de las haciendas y que luego fueron decisivos para la movilización de las tropas villistas. ¿Por qué el llamado Tren Maya tendría que ser diferente? ¿Qué distingue al Tren Maya de otros proyectos desarrollistas similares?

Es un proyecto capitalista como tantos otros, de allí que está asegurado tanto el trabajo subordinado y explotado de miles de personas como la catástrofe ambiental, pese a las buenas intenciones, las altisonancias de “no somos iguales” y las acusaciones de pseudoambientalistas. Como tantos proyectos similares, los beneficios más boyantes son, qué duda cabe, para los grandes inversionistas, menores para los pequeños empresarios, marginales para la población y brutales para el medio ambiente. Más de doscientos años de “desarrollo” capitalista son la evidencia de los impactos de los trenes en las comunidades y en el medio ambiente. Insisto en el punto: ¿en qué sentido el Tren Maya es diferente a los proyectos ferroviarios mundiales de los últimos doscientos años?

Calificar de ‘pseudo algo’ a los opositores y disidentes revela intolerancia. Y pareciera que la 4T está convocando a los pseudo de todo tipo y calibre: pseudoambientalistas, pseudofeministas, pseudoperiodistas, pseudocientíficos, pseudoartistas, pseudo lo que usted quiera. Usted está en su derecho de proclamarse parroquiano de la 4T. Yo, paso. Me anoto voluntariamente como pseudoarticulista, pseudoacadémico, pseudoambientalista, pseudociudadano, pseudomexicano, pseudohumano. En última instancia, nuestro derecho a ser ‘pseudo algo’ es irrenunciable.

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