Patocracia. Parte I

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Esthela Treviño G. @etpotemkin

Rompeviento TV, 8 de noviembre de 2022

 

Introito

El martes 24 de octubre, el Monero Rapé, invitado de Héctor Javier Sánchez al programa Mirada Crítica de Rompeviento TV, afirmó: “La salud emocional en este país está en franca decadencia”.

El miércoles 25, Federico Bonasso, invitado en Astillero Informa hace el siguiente reclamo: “Estamos perdiendo la sensibilidad social”. Le responde alguien a un tuit suyo aduciendo que la cuestión de los desaparecidos «no tiene impacto electoral».

La insensibilidad de varios políticos de alto y no tan alto nivel, frente a causas como las del feminismo, la violencia contra las mujeres y las Madres Buscadoras, es reflejo de una normalización indeseable con consecuencias indeseables.

Insanas las opiniones escalofriantes que leímos en varios mensajes de tres noticiarios en la red en torno a los desparecidos cuando se dice que los de este sexenio son un problema de este gobierno: «pos si andan con el narco, qué esperan»; y en el episodio de todos conocido de Adán Augusto, secretario de Gobernación, que le responde altisonante a una Madre Buscadora “yo tampoco confío en usted[es]”, y que varios internautas salieran en defensa de aquel, por ejemplo: «que se vayan a chillar a otra parte», «¡qué esperaban si insultan al Secretario!».

Sí, la salud, la ecuanimidad, la compasión y la tranquilidad mental está en Urgencias. Sí, de este país, políticos y aparato en el poder incluidos.

“La compasión es una aspiración, un estado mental, de querer que los demás se liberen del sufrimiento. No es pasivo, no es solo empatía, sino más bien un altruismo empático que se esfuerza activamente por liberar a otros del sufrimiento”.

La esencia del Sutra del Corazón, Dalai Lama

 

 

Patocracia. Preámbulo

En 1985 aparece publicado, después de muchas vicisitudes, múltiples pérdidas de manuscritos y demás, un libro sobre la ciencia de la maldad cuyo autor llamó ponerología (si bien existe como rama de la teología que trata sobre el Mal). Andrzej Łobaczewski, quien vivió bajo la ocupación nazi en Polonia seguida de la brutal ocupación estaliniana, escribe Ponerología política, un texto que no podía publicarse ni en Polonia ni en la extinta Unión Soviética, pero que traducido ve la luz en los Estados Unidos, traducción que el propio autor corrige en 1998.

El 3 de septiembre de 1996, el periódico británico Independent publicó un artículo con el siguiente encabezado:

P: ¿Cuál es la diferencia entre un político y un psicópata?

R: Ninguna

Sin una gota de sarcasmo, el artículo, aunque breve, plantea con toda seriedad algunos de los rasgos que comparten con los psicópatas no solo ciertos profesionales como corredores de bolsa y abogados sino políticos y periodistas también.

Ian Hughes —psicoanalista y doctor en física— advierte en su libro Mentes transtornadas del 2018, sobre los tres tipos de trastornos mentales que representan un peligro grave para la sociedad: la psicopatía, el narcisismo y la paranoia.

Łobaczewski acuña el término pathocracy, ‘patocracia’ para referirse a un fenómeno macrosocial: un estado patológico que surge de diversas circunstancias. Cito: “Aceptaré la denominación de patocracia para un sistema de gobierno [...] en el que una pequeña minoría patológica toma el control de una sociedad de personas normales”.

Justamente, en su libro, Hughes describe las personalidades de Stalin, Mao, Hitler y Pol Pot y muestra cómo esas tiranías, encabezadas por líderes patológicos, destruyen la democracia. Se genera una patocracia en la que una vez en el poder, los líderes patológicos se vuelcan en contra de instituciones e individuos que puedan amenazar su persona —en el sentido jungiano de personalidad—.

Es una conclusión similar a la que llega mucho antes Łobaczewski. En efecto, podríamos decir que líder patológico y democracia es una contradictio in terminis. Se vuelven tiranos, esclavizadores y son incapaces de (querer) soltar el poder. Bolsonaro nos ha dado una muestra reciente de ello.

En 2019 se publica un libro que es una compilación de contribuciones de 37 especialistas en salud mental, uno de los cuales es Ian Hughes, sobre el caso de Donald Trump. Un claro patócrata de nuestro tiempo, muy conocido y sufrido por muchos mexicanos, ya no se diga estadunidenses.

Regresando al artículo del periódico Independent, se relata la investigación que conduce una sicóloga —Lisa Marshall—para establecer cuáles reos en una prisión de Escocia tenían rasgos psicopáticos. La lista de partida consistía de 20 rasgos, de los cuales el puntaje en un cierto número de ellos era indicativo de tal situación psicológica.

Marshall concluye, según el artículo, que entre los «psicópatas exitosos» —que habían alcanzado éxito en sus vidas— había personas como corredores de bolsa, en cuyos trabajos se suele operar en ambientes de mucha agitación y adrenalina. Los psicópatas exitosos son personas que ejercen mucho poder, que tienen que ser muy frías e insensibles, y que constantemente toman riesgos.

No se trata de una psicopatía que va dejando una mancha de crímenes como gustan de mostrar las películas o series televisivas. No todo psicópata es criminal, muchos no lo son. Marshall aclara que si bien ciertos políticos y periodistas tienen particularidades psicopáticas no tienen la intención criminal. Esto lo retomaré en la Parte II.

Patocracia. Un sistema

El punto central de los estudios citados lo concentro en:

un sistema político regido por líderes con personalidades patológicas como las que menciona Hughes; y una “cantidad significativa” de la población que se vuelve sus seguidores. Ambos ingredientes amenazan y destruyen la democracia.

Es decir, me enfoco en la patocracia.

Entre los subalternos y simpatizantes inmediatos de tales líderes tienden a concentrarse personas que también presentan dichos trastornos o rasgos relevantes de los mismos y que actúan juntas; al hacerlo, encarnan una amenaza muy real porque pueden influir en los seguidores, quienes votaron por ellos o quienes comulgan con sus idearios. Este es el verdadero peligro de esas personalidades cuando tienen el poder.

Desde luego, como lo señala Hughes, es necesario que se dé lo que denomina el “triángulo tóxico”, la conjunción de: 1. las condiciones favorables del entorno; 2. seguidores susceptibles; y 3. líderes destructivos.

Es un triángulo que explica cómo es que llegan al poder ese tipo de personalidades y cómo es que surge una patocracia.

En general, y ante la pregunta de por qué “gente buena y normal” no se vuelve o no le interesa ser un líder político, los expertos en la psiqué observan que la gente empática y compasiva no tiene interés en el poder, en ejercer poder; prefieren estar con las bases y rehúsan cualquier circunstancia o puesto que los coloque en una posición de alto nivel por el riesgo de desconectarse de las bases. Recalco, en general.

Si bien existe la idea extendida, incluso en la psicología, de que todos los seres humanos somos igualmente capaces de cometer los mismos actos de bondad y maldad, la psiquiatría moderna está poniendo esto en tela de juicio y, por el contrario, se afirma que sí existe una minoría significativa, si bien pequeña, de personas que tienen una capacidad “innata y aparentemente inalterable de tratar a otros con brutalidad y desdén, de un tipo muy distinto al de la mayoría” de la gente, según apunta Hughes. Habría que ver la evidencia científica que avala dicha aseveración, pero va más allá de lo que queremos mostrar aquí.

Patócratas modernos. Stalin, Mao, Hitler y Pol Pot son casos extremos. Líderes como Erdogan (Turquía), Ortega (Nicaragua), Xi Jinping (China), y Duterte (Filipinas), entre otros, encajan en un perfil patocrático. Tenemos muy a la mano el caso de Donald Trump, un bully y narcisista en extremo, carente de empatía y con una fuerte doctrina de nostros-blancos-privilegiados-poderosos vs. los Otros.

Trump. Un tránsfuga, chapulín en nuestra jerga coloquial, Trump saltó de partido en partido, fue: primero Demócrata, luego Reformista, luego Republicano, Demócrata una segunda vez y, finalmente, Republicano. Dicho comportamiento dice mucho no solo de “convicciones” políticas, sino de una clara persecución del poder.

Entre tantas otras cosas, fue muy evidente desde temprano que, ya Trump en el poder, una enorme cantidad de personas estadunidenses exteriorizan y actúan su racismo en contra de lo que allá llaman hispanos o mexicanos, pero también en contra de asiáticos y musulmanes y, por supuesto, de sus conciudadanos negros.

Bastaría revisar su gabinete, sus allegados más cercanos, para darse cuenta de las aparentes patologías de estos. Fue como si Trump y Cía. con su discurso racista y de odio, de nosotros-los-blancos versus ellos, constituyeran el aval para dar rienda suelta a la expresión, en todas sus manifestaciones, de ese encono en contra de los no blancos. Make America great again se convirtió en un lema de represión en contra de los non-Americans, es decir, de los no blancos.

Ese es el peligro de la influencia en los seguidores de una personalidad como la de Trump, quien logró atraer a otras tantas como él.

En efecto, las investigaciones de expertos psicólogos y psiquiatras, aunque conjeturales, pues Trump nunca se sometería a pruebas psiquiátricas, concuerdan en que el expresidente era narcisista, hedonista y un bully; varios estudios muestran que los discursos de Trump favorecieron que germinaran y afloraran actitudes negativas en miles, si no millones de personas. Así, aumentó el bullying en las escuelas, la misoginia, y la discriminación racial, entre otras consecuencias.

Es cierto que, durante su periodo, Trump no inició ninguna guerra; pero también es cierto que ordenó los más cruentos bombardeos y lanzadas militares, por ejemplo, en Mosul, Estado Islámico (Iraq) y en Afganistán. En Jacobin, del 30 de junio del 2020, aparece una buena y aterradora reseña sobre la política armamentista y de guerra bajo el mandato de Trump. (https://jacobin.com/2020/06/donald-trump-war-iraq-iran-syria-afghanistan-obama-bush/).

“[Trump] Pareció dar luz verde a los militares para asesinar a mujeres y niños, diciendo: «Cuando agarras a estos terroristas, tienes que eliminar a sus familias». Las tropas iraquíes describieron órdenes explícitas de hacer exactamente eso en Mosul. Middle East Eye (MEE) informó que las fuerzas iraquíes masacraron a todos los sobrevivientes en la Ciudad Vieja de Mosul”, narra dicho artículo publicado en Jacobin.

La historia es clara: una sola persona, con y en el poder, puede afectar a todo un pueblo. Gandhi o Mao. La Sudáfrica de Mandela o la Rwanda genocida. El PRI, una dictadura de partido; Nicaragua, de luchas de izquierda a una tiranía; o Pinochet, un golpista militar, dictador.

Narcisistas y psicópatas

En la Parte II presentaré, de manera sucinta, ciertas particularidades del narcisismo y la psicopatía, dejaré de lado la paranoia por cuestiones de espacio. Seguramente identificaremos algunas de ellas no solo en ciertos políticos y otras figuras públicas de ámbitos diversos, incluyendo las de las altas élites socioeconómicas, o de las clases criminales, sino en conocidos o cercanos a nosotras, a ustedes.

Aclaro, antes, que los expertos de la psiqué advierten que muchos de nosotros tenemos alguno, o algunos rasgos narcisistas, o de paranoia, incluso de psicopatía sin llegar, por ello, a representar una amenaza para nuestros congéneres (y otros no humanos). La historia nos ha mostrado quiénes han sido una amenaza real, desde asesinos y violadores seriales hasta líderes políticos y religiosos patocráticos exitosos.

Nota final. Preámbulo de la Parte II

El asunto de la (in)sanidad emocional individual y pública es un tema de reflexión profunda. Es imperativo que veamos, cada quien primero, hacia adentro, cómo vamos afectando y cómo nos va afectando lo que vamos viviendo en un entorno tan lleno de violencia y de aguas revueltas.

Coincido en que empiezan a verse señales de desencanto, como lo hace notar Bonasso, cito: “Dormida está Morena y la 4T ante un fenómeno creciente: el desencanto. Más allá de la propaganda sucia y cotidiana de una oposición desleal con la misma democracia, hay un desencanto genuino en amplios sectores. Negarlo o descalificar a esos sectores será un error estratégico”.

Algo que desencanta, aparte de chapulineos y prácticas “políticas” existentes entre morenistas, pero que se aducen típicas de los de la derecha, es que la Crítica genuina es repelida con muestras de desprecio, desmérito y descalificaciones.

Hay una preocupación genuina por quienes sienten, me incluyo, y rechazan una creciente militarización, incluso desde los flancos autodeclarados obradoristas. Es común ver textos que inician con un «soy obradorista», o «apoyo la 4T», seguido de un «pero» no apruebo o apoyo la militarización.

Se ven, asimismo, señales de una insensibilización progresiva, para la que intuyo varias razones posibles; digo razones porque no veo claro si son causas o consecuencias y cuáles serían cuáles.

Pongo en la mesa: un cierto cinismo y normalización de la violencia en varios frentes, en los medios, en quienes revictimizan, pensemos en el caso de Debanhi Escobar, y en el de las Madres Buscadoras: «que se vayan a chillar a otra parte», y en sus Desaparecidos: «pos si andan con el narco» —por gente que se autodefine de izquierda o pro-AMLO—.

Sí, también hay tal normalización en quienes piensan que los cientos de miles de desaparecidos no tienen impacto en las urnas electorales, son herencia de otro sexenio; exacto, ya no ven a cada desaparecido como un hecho doloroso, como un hecho que hay que parar sino como un hecho que a la hora de votar no va a tener impacto y, por tanto, el partido en el poder conservará el poder.

Hay una insensibilización nublada por un aferramiento a un líder carismático a quien se le ha glorificado; vemos una gran proporción de personas acríticas, con una fe ciega y reacciones violentas frente a quienes se atreven a cuestionar, a dudar, a preguntar, a exigir la verdad y tantas otras cosas necesarias.

Cierro trayendo a la memoria una profunda reflexión de Nietzsche: el verdadero enemigo de la verdad no son las mentiras, sino las convicciones.

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