Morena: democracia y redención

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Alejandro Saldaña Rosas

 

Morena no es el nuevo PRI, pero sería absurdo descartar la posibilidad de que, con el tiempo y sobre todo, con el poder, no reproduzca las viejas prácticas del partido que gobernó en México por setenta años. De hecho y más allá de discursos y buenas intenciones, hay cuando menos un dato incontrovertible que nos permite albergar la hipótesis de que Morena comienza a reciclar las prácticas priistas: el apego al poder, es decir, el oportunismo para cambiar de bandera con tal de permanecer lo más cerca posible de las instancias de toma de decisiones. Eso explica las súbitas conversiones de añejos militantes priistas en repentinos morenistas a través de un arduo proceso de redención bien conocido: la foto con algún gallón, o gallona, de la 4T mostrando los cuatro dedos como signo de purificación inmediata. Pretender que diez, quince o más años de militancia priista se desvanecen mágicamente con la fotito de los cuatro dedos es de una ingenuidad bastante divertida, si no fuera tan peligrosa.

Echemos una rápida mirada a los recientes gobernadores y gobernadora morenistas triunfantes en la elección del 5 de junio. En Tamaulipas, Américo Villareal dejó su militancia tricolor de 34 años para abrazar la causa del Morena en 2017, es decir, a meses de la elección que llevó a la presidencia a Andrés Manuel López Obrador; su recompensa por el brinco partidario fue un escaño en el Senado de la República y ahora, la gubernatura.

Una historia similar sucedió en Hidalgo, donde Julio Ramón Menchaca Salazar dejó su militancia priista de tres décadas para asumir la candidatura morenista al Senado en las elecciones de 2018; ahora, tres años después, se ha convertido en el flamante gobernador electo de Hidalgo por el partido guinda.

La excepción de estos priistas conversos es Salomón Jara Cruz, militante de izquierda de muchos años, dirigente de la Unión Campesina Democrática, fundador en Oaxaca del PRD, Senador por Morena y ahora gobernador electo. Por su parte, en Quintana Roo María Elena Hermelinda Lezama Espinosa, mejor conocida como Mara Lezama, participa del movimiento obradorista desde hace seis o siete años, fue presidenta municipal de Benito Juárez en donde si algo destacó en su mandato fue la feroz represión el 9 de noviembre de 2020 contra feministas que protestaban por el feminicidio de “Alexis”. La represión de la policía de Mara Lezama a balazos, golpes y torturas es uno de los pasajes más oscuros y vergonzosos en la historia de Morena, sin embargo, no parece que haya indignado, o al menos molestado, al partido puesto que premiaron a la alcaldesa con la candidatura a la gubernatura. La represión del 9 de noviembre atrajo la atención de Amnistía Internacional, como puede usted leer en la nota siguiente: https://www.efe.com/efe/america/mexico/amnistia-indaga-represion-policial-contra-feministas-mexicanas-en-cancun/50000545-4672911.

Son muchos los y las morenistas de conversión más o menos reciente, referirlos a todos sería una tarea ardua y quizás inútil; el punto crucial está bien delimitado y consiste en analizar si basta con la declaración de afinidad con los principios de Morena, y por supuesto el ritual de paso de la foto con los cuatro deditos levantados, para borrar de tajo años de militancia priista (o panista, verde o de cualquier otro color), de prácticas corruptas, de cínica demagogia y de oportunismos varios disfrazados de pragmatismo político. No es una discusión estéril ni menor, se trata en esencia de debatir el carácter democrático, o no, de la principal fuerza política del país y que, si se confirman las tendencias, lo seguirá siendo en los próximos años.

Sería sumamente ingenuo negar que la desbandada priista hacia Morena ha reproducido las viejas y amañadas prácticas políticas del partido tricolor. La foto de los cuatro deditos es insuficiente como ritual de redención para borrar tantos años de rutinas políticas signadas por el oportunismo, la compra de voluntades, las negociaciones en lo oscurito, el acarreo de votantes, la represión a los movimientos sociales, la entrega de “apoyos” a cambio de votos, y, sobre todo, la utilización de las estructuras de gobierno para beneficio personal. Proclamar que la corrupción no tiene cabida en la 4T es importante pero insuficiente, si no se acompaña de las medidas y acciones para impedir que las instancias de gobierno sirvan a intereses particulares.

Resulta sumamente dudoso que los y las priistas conversos lo son por afinidad ideológica o por convicción de servir al país, es mucho más verosímil explicar su cambio de signo político por su apego al poder y a los privilegios. A las evidencias me remito: no es casualidad que muchos y muchas priistas hayan migrado a Morena precisamente cuando el triunfo de Andrés Manuel López Obrador era inminente, al mismo tiempo que la debacle tricolor era prácticamente inevitable. Así, el partido-movimiento que se ha propuesto la transformación del país tiene entre sus cuadros, varios de ellos en cargos de elección, a insignes representantes del régimen que pretende transformar.

Morena ha priorizado al partido por sobre el movimiento, al menos eso se desprende de su evidente inclinación electoral que le ha llevado a postular candidatos y candidatas populares, pero de oscuro pasado, por sobre militantes quizás no tan conocidos, pero con clara identidad ideológica, convicción democrática y arraigo en las bases. El riesgo de priorizar la actividad electoral y subordinar las agendas de los movimientos sociales es extremadamente alto: significa anidar la posibilidad de que las viejas prácticas priistas se reproduzcan, si bien en formatos políticos de nuevo cuño. En esta tesitura, la postulación a cargos de elección popular a través de encuestas es la mejor forma de anular el debate de ideas, la discusión de plataformas, el análisis de perfiles y trayectorias. Las encuestas no pueden sustituir a la democracia y sus muchas posibilidades para postular candidatos y candidatas, entre otras, las elecciones primarias. Inclusive, las encuestas bien podrían ser la expresión transfigurada de la añeja “cargada” de los tiempos priistas.

Está claro que las estructuras corporativas que nutrieron al PRI durante decenios, a saber, la CTM, la CNOP, la CROC y la CNC, esencialmente, no tienen cabida en Morena, pero desestimar que por ello otros esquemas de control político no puedan surgir en el seno del partido en el poder, es incorrecto. Sobre todo, si consideramos que ingentes cantidades de dinero que se destinan a paliar los efectos de la pobreza podrían dar lugar, o están ya dando lugar, al alineamiento político de grupos organizados en torno a quienes son los gestores de esos recursos, en particular, los llamados súper delegados, los gobernadores y las gobernadoras y otras figuras con peso en el partido.

Negar a priori la posibilidad de que un corporativismo de nuevo tipo anide en Morena es quizás la mejor vía para que, en efecto, surjan estructuras de control político -y electoral- cuya fuente de poder es el erario. Sin debate público, contrapesos políticos, escrutinio riguroso de procesos y recursos y mayores márgenes democráticos, las posibilidades de que el priismo vuelva, travestido en morenos ropajes, es extremadamente elevada. La foto de los cuatro deditos levantados no es garantía de redención.

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