Miopía

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Washington – Así como los médicos prometen cumplir con el juramento hipocrático, los reporteros profesionales aceptan informar con objetividad, sin tendencia partidista, para poder someter a escrutinio a funcionarios públicos y gobiernos que deben rendir cuentas al pueblo.

 

Por décadas, la sociedad mexicana ha sido y sigue siendo víctima de la prensa sesgada y al servicio de los gobernantes en turno. Debido a esa anomalía, los informadores y los medios de comunicación, aunque existen excepciones, no contamos con la confianza de la sociedad.

 

Está demás recalcar que como la mayoría de la prensa se vendió a los gobiernos que han ejercido el poder en México en las últimas décadas, el resentimiento social hacia los medios de comunicación está enconado.

 

Soy optimista y habrá quien me juzgue de ingenuo: no todas las manzanas en la canasta están podridas; hay excepciones a la regla, que para fortuna nuestra hacen que a unos cuantos nos siga apasionando la labor periodística.

 

Nadie es perfecto, Todos cometemos errores. Escribo esto porque con horror vivo en carne propia constantes acusaciones de que soy un reportero vendido a los repugnantes regímenes priistas y panistas, cada vez que cuestiono las acciones del gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador.

 

Proceso, el semanario al que represento como corresponsal en Washington, constantemente es objeto de críticas y acusaciones infundadas de que responde a intereses totalmente ajenos a la línea editorial que respaldamos todos los que laboramos en este medio.

Las redes sociales son una plataforma plural que, para bien de la sociedad, contribuye a la defensa de la democracia, pero también son vías predilectas de quienes acusan sin fundamento.

 

Aplaudo el respiro democrático y genuino que representa la elección de López Obrador como presidente de México. No se equivoquen, esto lo expreso como ciudadano mexicano, pero como reportero no cierro los ojos ni pretendo incumplir mi deber cívico de informar con objetividad.

 

El presidente tiene la piel muy delgada y se equivoca en sus “mañaneras” al incentivar los ataques a la prensa. Cuando algo no le gusta de un medio, lo acribilla con adjetivos. Al semanario Proceso lo acusó de ser conservador, y él sabe que no lo es. Si ha dejado de leerlo, está en todo su derecho. Evita, eso sí, reconocer la contribución de la revista que fundó don Julio Scherer García a la democracia y a la libertad de expresión. No pido aplausos ni el reconocimiento del presidente, Proceso no es un medio vendido; no vivimos de ello.

 

La información objetiva y la verdad es la savia de la que nos alimentamos quienes integramos la familia del semanario. La miopía de quienes en las redes sociales apedrean a Proceso se percibe cuando la revista expone faltas, verdades a medias, promesas incumplidas, confusiones y otras invectivas del gobierno de López Obrador.

 

Una sociedad sin memoria histórica corre el riesgo de emitir fallos erróneos y tendenciosos. Si ha habido un gobierno al que Proceso ha desnudado es el de Felipe Calderón Hinojosa. México sigue padeciendo las consecuencias de la incompetencia e irresponsabilidad con la que gobernó el panista, y Proceso ha seguido reportándolo, como hacemos en el caso de sus antecesores y de Enrique Peña Nieto.

 

Sin tener el más mínimo conocimiento de la línea editorial del semanario, esa miopía ha llegado a afirmar que la familia de Calderón Hinojosa nos la dicta.

 

Asumo los costos de mis errores y desatinos como reportero. Estoy cansado de que me tilden de “chayotero” por cumplir lo mejor que puedo con mi labor. Con toda humildad y aprecio pido a quienes aseguran que me sobornan que me lo demuestren.

 

Si he contribuido a exponer las manzanas podridas que hay en el cesto de los medios de comunicación del país, sería indigno hacerme víctima de juicios, comentarios y opiniones si me demuestran que soy infecto.

 

Para un reportero que cumple con la tarea de informar con la verdad, es oro molido descubrir los errores intencionados, la corrupción, el abuso de poder y la impunidad que ejerce cualquier gobierno.

 

Al obtener “la nota”, las ganas de denunciar e informar a la sociedad el descubrimiento periodístico nos carcome los dedos y los labios.

 

No pido censura ni estoy atentando contra la libertad de expresión de nadie.

 

Esa objetividad que me demandan mi profesión y la sociedad a la que informo, es la que me atrevo a reclamar a mis críticos y a los de Proceso.

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