Hombres al borde de un ataque de miedo

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Las protestas feministas programadas para los días 8 y 9 de marzo son parte de un amplio movimiento internacional que el año pasado tuvo un momento de enorme relieve con la intervención, en cientos de ciudades y pueblos de todo el mundo, de “Un violador en tu camino”, el performance participativo de la colectiva chilena Lastesis que en pocos días se hizo viral. Como ha quedado documentado en videos, fotografías, relatos y crónicas, decenas de miles de mujeres de todo el mundo lanzaron un grito de indignación y rebeldía que no deja lugar a dudas: “el Estado represor es un macho violador”. Si usted, estimado lector, concuerda con esa consigna, quizás este texto le sea indiferente; en caso contrario, le invito amablemente a seguir leyendo.

La protesta no fue, no es, en contra de “los hombres” (en abstracto), ni contra los “malos” (lo que ello signifique), ni a favor de “las mujeres” (aunque finalmente lo sea), sino contra el orden patriarcal representado en el Estado (no en un gobierno en particular, ni en una orientación política específica). Quien no haya entendido esto, sea mujer, pero sobre todo si es hombre, no ha entendido nada, por lo que no puede sino repetir frases hechas e insensateces que reproducen el orden patriarcal, contra el que, precisamente, luchan las mujeres. Ni al caso repetir esas pueriles consignas.

Yo no sé si los feminismos son de izquierda y/o de derecha o si pueden adscribirse a esas categorías, lo que medianamente entiendo es que la lucha de las mujeres es en contra de la estructura patriarcal del sistema y eso, desde mi limitada perspectiva, va más allá de los códigos binarios de construcción e interpretación de la acción política: no son claves de lectura de izquierda o derecha, su comprensión está en otra parte. Tratar de comprender en esos términos, es una tarea errada.

La dominación patriarcal es estructural en nuestra sociedad, en nuestra vida cotidiana, atraviesa todos los ámbitos de la vida social, desde los espacios educativos, laborales y urbanos, hasta los espacios privados, íntimos y subjetivos. Está enclavada en el imaginario social, es estructurante de relaciones sociales y, por ende, de subjetividades. De allí que reducir las luchas feministas a una confrontación de “buenos contra malos” no solamente es una reverenda estupidez, sino también una ofensiva caricaturización que no empatiza en lo absoluto con el derecho de millones de mujeres a vivir en paz, seguras y como les plazca. Y tampoco se trata de una lucha de mujeres contra hombres, sino de ellas, de ustedes, contra la dominación patriarcal.

Y señores, compañeros, colegas, compas, caballeros, déjenme decirles que, en mi opinión, esto apenas está comenzando, para bien de todas y de todos, para bien de la vida misma en el planeta. Las luchas feministas contra la estructura patriarcal que tantos beneficios (aparentemente) nos brinda no es coyuntural, no terminará el día 9 de marzo con el paro nacional de mujeres, no va a amainar, ni tampoco las protestas serán “no violentas” (lo que ello signifique), ni van a disminuir su intensidad. No es para menos: las están matando, las estamos matando. Y por favor, que se entienda esta aseveración: no es un hombre en particular, no eres tú que me está leyendo, no soy yo el feminicida, es el patriarcado. Es la estructura de dominación patriarcal la que debe ser eliminada para que las mujeres puedan vivir tranquilas y seguras. Y eso va a llevar tiempo y, para muchos hombres, no será nada sencillo. Para otros, los que estamos haciendo un esfuerzo por movernos hacia otros referentes de masculinidad, tampoco, pero al menos intentamos rehabilitarnos del patriarcado que, hay que decirlo, también padecemos, aunque de manera diferente. No somos muchos los machos en rehabilitación (me incluyo) que tratamos de salir del estereotipo de masculinidad patriarcal. Algunos colegas llevan muchos años en el camino, otros apenas estamos iniciando y no es fácil, se nos mueve el tapete entero, y ancestral, del machismo. Y eso, da miedo.

Las protestas feministas nos dan miedo, a unos más que a otros. Tanto miedo, que mejor le echamos la culpa a la derecha por la organización del paro nacional de mujeres del día 9, incapaces de comprender las claves de lectura que movilizan la indignación de ellas. Nos da tanto miedo que mejor “apoyamos dando el día” a las mujeres que deseen participar en la no-movilización del día 9, sin entender que ellas no están pidiendo permiso, sino ejerciendo su derecho a la protesta. De ese tamaño es nuestro miedo. Afortunadamente, a las mujeres feministas nuestros miedos y nuestras dudas les tienen sin mayor cuidado.

El mensaje patriarcal es claro: que se vea lo nefasta que es la derecha, es decir los conservadores, que se montan en una legítima protesta para golpearnos. O bien, que se note que en esta __________ (coloque la palabra que usted guste: empresa, universidad, ayuntamiento, iglesia) estamos a favor de las mujeres y por eso, les damos el día. Ahí está el mensaje: las protestas feministas no impiden que intentemos seguir teniendo el control de todo. Mejor nos sumamos, cagados de miedo eso sí, pero con la pretensión de querer controlar aquello que está completamente afuera de nosotros.

La paranoia de la “izquierda” y el oportunismo de la “derecha” y de las muchas organizaciones patronales, universitarias, gubernamentales, políticas y hasta eclesiásticas, que se han subido al tren de la protesta feminista, en mi opinión son lo mismo: la clara expresión del miedo patriarcal. Para decirlo rápido y si me permiten parafrasear aquella película de Pedro Almodóvar, Mujeres al borde de un ataque de nervios, los hombres estamos al borde de un ataque de miedo. De pánico, incluso.

Hay muchas formas de expresión del miedo, una de tantas, sutil pero contundente, está en el terreno de las emociones. Para el orden patriarcal (en el que crecí, como tantos otros) es mucho más fácil culparlas a ellas, a ustedes, a las mujeres, de nuestros errores, de nuestros miedos y carencias, de nuestra angustia por no estar a la altura de lo que de nosotros se espera, de nuestra debilidad emocional, de nuestra fragilidad. Es más sencillo culpar a las mujeres de cualquier pendejada que hemos cometido, o que en breve cometeremos, que hacernos cargo de nuestras propias emociones y de nuestros propios yerros.

Propongo que aceptemos que tenemos miedo, como primer paso para la rehabilitación machista. Admitamos que los códigos de la lucha feminista no solamente no los entendemos, sino, sobre todo, no nos pertenecen: dejemos de dar instrucciones sobre cómo deberían ser -según nosotros- sus demandas, sus formas de lucha, sus consignas y reivindicaciones. El debate está en la arena política pero no se limita a ese espacio, y eso, para el orden patriarcal que nos es tan fácil de asumir, genera miedo. No tratemos de treparnos a la lucha feminista, que es, básicamente, contra el orden patriarcal que encarnamos tú, yo, ellos y nosotros. Hagamos nuestra chamba en lo cotidiano, cada quien a su manera y a su ritmo. Aceptemos que somos hombres al borde de un ataque miedo, al menos eso.

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