Mi negocio, mis reglas

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En días pasados se denunció en redes sociales el racismo que se ejerce en muchos restaurantes de México, en particular el caso que llamó la atención fue el del Sonora Grill de Polanco. No voy a insistir en el punto, simplemente cabe señalar que sí, en efecto, el racismo y el clasismo imperan no sólo en restaurantes sino en hoteles, bares, antros, escuelas, universidades, plazas comerciales, bancos, hospitales, aeropuertos, empresas de todo tipo, en barrios y ciudades. Sí, en efecto, todo México es Sonora Grill. Negar el racismo y el clasismo, o matizarlo con banalidades como el “racismo a la inversa” significa cerrar los ojos, y la inteligencia, a uno de los rasgos más pronunciados e indignantes de nuestro país: la discriminación por el color de la piel, por la condición social o económica, por alguna discapacidad o por cualquier otra causa.

México es un país profundamente racista y clasista y si hoy en día el tema ha salido a debate es, en gran medida, por el triunfo plebeyo de Morena en 2018. Al México bien, al México güerito, al México educado y de buenas maneras, no le agrada en lo absoluto que el otro México, el pobre, el profundo, el de tez oscura, el que no habla “con propiedad” ni tiene mundo, ese México de los jodidos sea el que hoy gobierna y que, pese a errores, incongruencias y contradicciones, por primera vez en la historia moderna ha colocado en la mira de las políticas públicas a los excluidos de siempre. El México de los whitexicans no ha asimilado que la victoria electoral de 2018 ha sido mucho más que un mero reacomodo de fuerzas políticas: se trata del inicio de una transformación de mucho mayor calado en contra de los privilegios de clase y de raza (no así los de género, a decir verdad). Al menos esa ha sido, esa es, la expectativa.

En el debate desatado por el racismo del Sonora Grill no faltaron los argumentos para justificar lo injustificable: es su negocio, por lo tanto, son sus reglas. Esta afirmación, de amplia aceptación entre gente afín a la ideología de empresa, es no solamente perniciosa, sino totalmente falsa e incluso ilegal. No, no por ser un negocio particular se está en la libertad de imponer reglas, hay leyes cuya observancia no queda a discreción: son obligatorias, de allí su estatuto legal. Para el caso del racismo en restaurantes o en cualquier otro establecimiento, baste señalar que la Ley Federal para Prevenir y Eliminar la Discriminación contempla con bastante precisión las formas de la discriminación. Es pertinente citar en extenso el artículo primero de la mencionada Ley:

“Para los efectos de esta ley se entenderá por discriminación toda distinción, exclusión, restricción o preferencia que, por acción u omisión, con intención o sin ella, no sea objetiva, racional ni proporcional y tenga por objeto o resultado obstaculizar, restringir, impedir, menoscabar o anular el reconocimiento, goce o ejercicio de los derechos humanos y libertades, cuando se base en uno o más de los siguientes motivos: el origen étnico o nacional, el color de piel, la cultura, el sexo, el género, la edad, las discapacidades, la condición social, económica, de salud física o mental, jurídica, la religión, la apariencia física, las características genéticas, la situación migratoria, el embarazo, la lengua, las opiniones, las preferencias sexuales, la identidad o filiación política, el estado civil, la situación familiar, las responsabilidades familiares, el idioma, los antecedentes penales o cualquier otro motivo;

También se entenderá como discriminación la homofobia, misoginia, cualquier manifestación de xenofobia, segregación racial, antisemitismo, así como la discriminación racial y otras formas conexas de intolerancia”.

 

De acuerdo con la Ley Federal para Prevenir y Eliminar la Discriminación, separar a los clientes en función de su color de piel, su condición económica o social, su apariencia física o cualquiera de las señaladas, es discriminación y contraviene lo dispuesto en la ley. Por lo pronto, el Consejo para Prevenir la Discriminación en la Ciudad de México abrió un expediente para investigar la denuncia en redes al Sonora Grill. Esperemos en breve los resultados de su indagatoria y, en su caso, las sanciones al establecimiento.

Por muy negocio propio que sea no se pueden establecer prácticas laborales, esquemas salariales, campañas de marketing o cualquier otro tipo de directriz gerencial, al margen de la ley. No se puede ni se debe, sin embargo, es una práctica frecuente en el mundo empresarial en general, y en particular, de México. El “accidente” en la mina de carbón en Sabinas, Coahuila, en el que han quedado atrapados varios mineros, no es más que otra lamentable expresión de empresarios que imponen sus reglas al margen de la ley y sin que la autoridad (en este caso, la Secretaría del Trabajo) les sancione.

El incumplimiento de la ley por parte de empresas y negocios no es nada extraordinario, por el contrario, es una práctica recurrente facilitada, hay que decirlo, por las deficiencias institucionales (por ejemplo, leyes contradictorias entre sí, anacronía normativa) y por la corrupción que persiste, pese a las declaraciones que la dan por desaparecida. Por lo tanto, no sorprende que la consigna “mi negocio, mis reglas” logre imponerse por la vía de los hechos y con la venia corrompida de funcionarios de distintos niveles y ámbitos de gobierno. Lo que favorece a los dueños de empresas y negocios no necesariamente se traduce en un beneficio colectivo, por el contrario, las ganancias de pocas personas representan la pobreza de la sociedad, es decir, perdemos todas y todos.

Si el clasismo, el racismo, la homofobia y otras formas de discriminación afectaran las utilidades de las empresas, desde luego que las abandonarían de inmediato. Si la consigna “mi negocio, mis reglas” se tradujera en pérdida para los negocios, y me refiero no a un raspón en su prestigio sino a una merma en sus utilidades, le aseguro a usted que la discriminación desaparecería de inmediato. Desgraciadamente, no es así, lo que permite afirmar que la exclusión es parte integral del “modelo de negocio” imperante en México; por supuesto, existen contadas y admirables excepciones, pero el hecho es que, en términos generales, en los negocios, al menos en el sector de servicios, el racismo y el clasismo son moneda corriente y fuente de mayores márgenes de utilidad.

Por lo pronto y de acuerdo con varios tuiteros, el Sonora Grill ha estado abarrotado, lo que indica que la publicidad negativa no necesariamente afecta a los negocios. Es más, no sería en lo absoluto extraño que el racismo de este establecimiento sea motivo de bromas y burlas entre su clientela y que acudir para ver en donde ubican a cada uno, sea una especie de reto entre la whitexicaniza.

La única vía para avanzar hacia la erradicación de toda forma de discriminación, el racismo y el clasismo en particular, es la acción eficiente y contundente de las autoridades. Se necesitan sanciones económicas muy fuertes para desalentar la discriminación, inclusive el retiro de licencias y permisos para funcionar. Si las sanciones se limitan a meras recomendaciones o a llamados a acatar la normatividad, la discriminación seguirá siendo una aberrante práctica de los negocios y las empresas en México. Los intereses de los particulares no pueden estar por encima del bienestar colectivo.

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