Matar al padre

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En Tótem y Tabú, Freud establece dos premisas que serían claves en su obra: i) la prohibición del incesto inaugura el entramado de la ley para la regulación de la vida en sociedad y; ii) el asesinato del padre por parte de sus hijos y su posterior idealización en la figura totémica como momento fundante de la religión. Por supuesto, sus ideas son mucho más profundas y complejas que la simplificación que hago, pero para efectos de este texto baste señalar que la muerte (simbólica) del padre es condición para alcanzar la madurez y la autonomía. El padre “asesinado” dejaría de ser idealizado como figura omnipotente, pero tampoco sería ya una amenaza, por lo que se lograría la conciliación necesaria para la vida adulta, para la madurez.

La evocación de Tótem y Tabú me vino a la mente por el sonado asunto de la llamada “casa gris”, del que no se ha dejado de hablar desde hace ya tres semanas. El presidente Andrés Manuel López Obrador, en lugar de dejar pasar el tema y ocupar su tiempo en asuntos de trascendencia, se enganchó en un pleito grotesco en el que lleva todas las de perder, con los resultados que ya sabemos: foro para un sujeto que no merece la mínima atención y un tremendo desgaste para AMLO.

En este contexto, y toda vez que el presidente abrió la puerta de la discusión, es inevitable pensar en la muerte simbólica del padre en dos direcciones: por una parte, en el evidente golpe en la línea de flotación que ha padecido su gobierno y, por la otra, en la sucesión presidencial y los cuadros políticos de MORENA que levantan la mano para el 2024. Veamos en breve ambas direcciones.

Si la casa de Houston en la que vivió José Ramón López Beltrán y su familia representa un conflicto de interés, como afirman los detractores del presidente, es algo que se debe dilucidar a través de una investigación pulcra y rigurosa. De acuerdo con información publicada por La Jornada, no habría tal conflicto de interés toda vez que la casa en cuestión fue rentada con todas las de la ley.

El enganche del presidente dio inmerecido foro a quien representa lo peor del periodismo mexicano. Aunque bien sabemos que el presidente no es un hombre que reconozca sus errores y rectifique, es necesario insistir en que darle bola a Loret de Mola ha sido un yerro que le ha expuesto innecesariamente al punto de ser el evento que mayor impacto negativo ha tenido en su administración. El presidente se ha mostrado como un hombre alejado de la templanza necesaria para gobernar y se ha visto descompuesto, irascible, vengativo incluso, y lo más delicado, con posibles violaciones al marco legal. Como bien dijo Juan Gabriel: ¿Pero qué necesidad?

Si la casa de Houston fue rentada, prestada, usufructuada o lo que haya sido, para el presidente y su discurso de austeridad y contra el aspiracionismo clasemediero, es un golpe difícil de encajar. Por supuesto, José Ramón, su esposa Carolyn y su familia tienen el derecho de vivir como mejor les plazca, aunque sus decisiones vayan a contrapelo de los principios del padre, suegro y abuelo. Si la renta de la casa es legal, habla bien de la señora Adams y de su esposo que, como toda pareja más o menos bien avenida, decidieron vivir de conformidad con sus ingresos y sus gustos.

Quiero suponer que ni José Ramón ni Carolyn toman sus decisiones como pareja y como familia pensando en función de AMLO, pero más allá de si hay o no conflicto de interés con la famosa casa de Houston (todo indica que no lo hay), lo cierto es que esas decisiones le han pegado, y muy duro, al presidente de México. Optar por vivir en una casa de 1 millón de dólares (por cierto, modesta frente a las propiedades de los petroleros texanos) no es precisamente aceptar los principios de austeridad defendidos por su padre y convertidos en criterios de gobierno, por lo que podemos conjeturar que, consciente o inconscientemente, José Ramón ha dado muerte simbólica a Andrés Manuel. Si bien y a la luz de los acontecimientos de las últimas semanas, habría que añadir que el parricidio simbólico quizás también tuvo mucho de autoinfligido. Si la casa fue rentada legalmente, el padre ha muerto, bien por José Ramón.

La otra dirección en la que propongo reflexionar la muerte del padre es sobre la persona que habrá de tomar la estafeta de AMLO y su 4T. Es perfectamente comprensible que en momentos de aprietos haya un cierre de filas en torno al vapuleado presidente, pero, por otra parte, el apoyo irrestricto e incondicional como el expresado por las y los gobernadores de MORENA, o el ignominioso de las y los senadores, no constituyen signos saludables de independencia política.

Mal por las y los gobernadores que en pleno periodo de revocación de mandato deciden violar la ley y publican un desplegado de apoyo al presidente, pero peor aún la decisión de la bancada morenista en el Senado con su comunicado en el que explícitamente dicen que el jefe del Ejecutivo “encarna a la Nación, a la patria y al pueblo”. Hacer de Andrés Manuel López Obrador una especie de Espíritu Santo 3.0 no es precisamente una idea que destelle por su perspectiva democrática, por el contrario, es evidencia de convicciones dogmáticas y propensión autoritaria. Junte usted al verbo encarnado con la presencia militar por doquier y el coctel resultante es para prender focos de alarma.

Pero si de un lado derraparon las y los morenos, del otro salió peor con la etiqueta dedicada a Loret. ¿En serio todos son Loret? Es decir, ¿se les da eso de los montajes, las mentiras y el chayote? Pues bueno, cada quien se alinea con quien quiere y es responsable de sus dichos y de sus hechos. A mi parecer, en el pleito barriobajero de AMLO y Loret de Mola quienes más pierden, quienes más perdemos, somos usted, yo, somos todas y todos. Los llamados a la cordura han sido desatendidos por lo que no queda más que contemplar la guerra de lodo desde la distancia, procurando no mancharnos.

Regresando al tema central de este texto, matar al padre. Falta mucho para la elección de 2024 pero toda vez que el propio AMLO adelantó el proceso de la sucesión, es inevitable colocar en la mira a las y los aspirantes ya conocidos: Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard, Ricardo Monreal, inclusive Adán Augusto López. Por lo visto en la reciente encrucijada abierta por la muerte simbólica de su padre propinada por José Ramón y la casita de Houston, ninguna de las personas que aspira a la presidencia ha dado un paso hacia el frente para matar a su padre político. Ninguna. Y quizás no lo hagan nunca, con lo que seguramente cosecharán muchas simpatías, las mismas que les impedirán, en caso de ganar la elección, gobernar con total autonomía.

Quien quiera tomar la estafeta de AMLO, en su momento tendrá que matar al padre político de la 4T. E inclusive, quizás dar por sepultada la transformación identificada como la cuarta, para dar paso a muchos procesos de cambio que requiere el país y que hoy están -en los hechos- fuera de la agenda. Hasta el momento, no se aprecia que Claudia, Marcelo, Ricardo, Adán u otra persona, estén con la disposición necesaria para matar, simbólicamente y en el terreno político, a Andrés Manuel. Matar al padre no es sencillo, pero es indispensable para la autonomía que todo proyecto político requiere.

En cualquier escenario, en el plano personal, dado que se trata del presidente, o en el plano político, toda vez que se trata de la sucesión presidencial, lo más saludable es matar, simbólicamente, al padre.

La carta de Carolyn Adams / Notimex: 2 años de huelga / SCJN: obligado diferenciar Noticias/Opinión
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