Los números de la hecatombe educativa

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El septiembre del año pasado, a propósito de las clases a distancia y del programa Aprende en Casa II, publiqué en esta misma columna que se estaría “gestando un desastre de proporciones mayúsculas cuyas consecuencias serían terribles para millones de familias mexicanas” (https://www.rompeviento.tv/hecatombe-educativa/). En ese texto recuperé la expresión que me dijo una maestra con muchos años de experiencia frente a grupo, para quien se estaba gestando una hecatombe educativa. Bien, la hecatombe educativa ya tiene cifras: 5.2 millones de personas no se inscribieron al ciclo escolar 2020-2021, ya sea por razones relacionadas a la pandemia de COVID-19 (2.3 millones) o por motivos económicos (2.9 millones).

 

Otros datos de la hecatombe: “De los 33.6 millones de estudiantes en el ciclo 2019-2020, 738.4 mil no concluyeron el ciclo escolar”. Para el ciclo 2020-2021, las cifras se incrementaron, como lo indica la ECOVID-ED: “Adicional a los 5.2 millones que no concluyeron el ciclo escolar por COVID-19 o falta de recursos, 3.6 millones no se inscribió porque tenía que trabajar”.

 

 

(Subrayado mío. En la siguiente liga puede usted consultar los resultados de la Encuesta para la Medición del Impacto COVID-19 en la Educación (ECOVID-ED 2020): https://www.inegi.org.mx/contenidos/investigacion/ecovided/2020/doc/ecovid_ed_2020_presentacion_resultados.pdf).

 

Asimismo, los datos proporcionados por la ECOVID-ED permiten observar que los estragos causados por la pandemia han sido más lacerantes en la población en situación de pobreza: 1.8 millones de personas entre 3 y 29 años (fundamentalmente de escuelas públicas, 89%) que sí estuvieron  inscritas en el ciclo 2019-2020, no lo hicieron en el siguiente ciclo escolar (2020-2021) debido al COVID-19 o a falta de recursos económicos. Si estimamos un aproximado de 30 estudiantes por salón de clases, que 1.8 millones de personas no se hayan inscrito al ciclo 2020-2021 significa 60 mil aulas vacías. Son datos contundentes, terribles, y ominosos. Ante estas cifras sorprende, desagradablemente, el silencio de las autoridades educativas, su falta de sensibilidad, su ausencia de estrategias efectivas para hacer frente a la pandemia, su actitud condescendiente y sobrada de sí. ¿Cuáles son las acciones de las autoridades de la SEP para atender el abandono escolar reportado por la ECOVID-ED? Hasta el momento, no sabemos nada. La SEP, encabezada por la obediente maestra Delfina Gómez (“yo haré lo que me diga el presidente”, dijo hace unas semanas), permanece en silencio.

 

De las personas inscritas en el ciclo 2020-2021 (32.9 millones), el 90 % (29.5 millones) lo hizo en escuelas públicas, mientras que el 10 % (3.4 millones) en instituciones privadas. Llama la atención que en el ciclo escolar 2020-2021 los porcentajes de personas inscritas en niveles de prescolar, primaria y secundaria (es decir, personas de entre 4 y 15 años) son altos: 4-5 años, 85 %; 6-12 años, 97 %; 13-15 años, 89 %. Para los siguientes rangos de edad, los porcentajes caen drásticamente: 16-18 años, 63 % de estudiantes se inscribió al ciclo escolar; 19-24 años, el 31 %; 25-29 años, solamente el 8.6 %. En otras palabras, de acuerdo con los datos arrojados por la ECOVID-ED, el abandono escolar es mucho más elevado en jóvenes y chicas en edad de cursar los niveles medio superior y superior. La ausencia de las escuelas de estas personas se debe, en gran proporción, a falta de recursos y dinero.

 

La ECOVID-ED presenta otros datos de interés que motivan a la reflexión. En cuanto a los dispositivos tecnológicos para seguir los cursos a distancia, el mayor porcentaje lo tiene la telefonía celular: 65.7 %, le sigue la computadora portátil con un 18.2 %, la computadora de escritorio con el 7.2 %, la televisión digital representa el 5.3 %, y la tablet, el 3.6 %. De acuerdo con estas cifras, las dos terceras partes de las y los estudiantes de entre 3 y 29 años hicieron uso del teléfono inteligente para conectarse a sus cursos, lo que indica que las compañías de telefonía celular han sido de las pocas empresas “ganonas” por la pandemia. De ellas, Telcel es la que mayor cobertura y clientela tiene, por lo que con toda seguridad es la compañía que mayores ingresos ha obtenido por las recargas de 20, 30, 50 pesos que han hecho las familias para enviar la tarea de sus hijas e hijos. Miles de familias no tienen computadora ni acceso a internet, por ende, dependen de la telefonía celular para conectarse con las maestras y maestros; ante este hecho, no ha habido ningún plan de apoyo para la economía de esas personas: más minutos por recarga, tarifas preferenciales para estudiantes, exención de pagos, qué se yo.

 

De la misma manera, los datos arrojados por la ECOVID-ED dejan ver que el apoyo a las actividades escolares de niñas, niños y adolescentes recayó, esencialmente, en las madres de familia: en preescolar 84.4 %, en primaria 77 %, en secundaria 60.2 %. Estos datos fortalecen la hipótesis de que en el confinamiento por la pandemia, la carga de trabajo para las mujeres (en particular, las madres de familia) se acentuó. Sumemos a ello la falta de dinero y de recursos, la precariedad y estrechez de las viviendas y la violencia de género y tenemos un escenario de absoluta adversidad para millones de mujeres. Los efectos de la COVID-19 han sido mucho más profundos y perniciosos en las mujeres pobres de México.

 

Que millones de personas hayan abandonado la escuela, así sea temporalmente, es indicador de una hecatombe educativa, sobre todo si consideramos que esas personas, muchas, la mayoría, son pobres y el abandono escolar significa que seguirán en la pobreza durante muchos años, inclusive, por varias generaciones. Como está muy bien documentado en investigaciones en México (y en prácticamente todo el mundo), el ciclo de reproducción de la pobreza se rompe, fundamentalmente, a través de la educación, por lo que abandonar la escuela tiene un impacto que va mucho más allá de los grados académicos y los aprendizajes asociados a ellos. La huella del abandono escolar impacta no solamente a las y los estudiantes que han dejado las aulas, sino inclusive a sus descendientes: es una huella generacional. Al mismo tiempo, estos datos evidencian que los recursos transferidos a través de los diferentes programas del gobierno federal han sido insuficientes o no han llegado a los destinatarios que más los necesitan, por lo que uno de los principales objetivos de la 4T, reducir la desigualdad social, no podrá cumplirse. En esta tesitura, es posible afirmar que la pandemia está siendo la tumba de muchas de las metas de la 4T.

 

El optimismo gubernamental ante la pandemia ha sido totalmente rebasado, como lo demuestra la contundencia de los datos de la ECOVID-ED. Ni la pandemia ha sido domada (estamos a las puertas de una tercera ola), tampoco se trata de una enfermedad leve (más de 200 mil muertos lo evidencian), ni el programa Aprende en Casa II ha sido exitoso, como lo ratifican las altas cifras de abandono escolar. Menospreciar el alcance y la gravedad de la COVID-19 ha tenido un enorme costo para el país: allí están los números para corroborarlo. Y aunque el presidente presuma “otros datos”, la evidencia de los hechos es contundente: por la información de la ECOVID-ED, en la educación estamos ante una verdadera hecatombe.

 

Afirmar que el camino seguido por las autoridades educativas era el único posible, es insostenible. En primer lugar, porque nunca ha sido escuchada la voz de las maestras y los maestros, quienes son los que mejor conocen las diferentes realidades de las escuelas en el país y quienes han atendido, con grandes esfuerzos, a millones de estudiantes. En segundo lugar, porque las voces de varios expertos y expertas en educación no fueron tomadas en cuenta; por ejemplo, el doctor Manuel Gil Antón propuso que en lugar de clases formales se impulsara un amplio programa de lectura en todo el país, de acuerdo con las edades de las niñas y los niños; su propuesta jamás fue escuchada. En tercer lugar, por el centralismo de las decisiones de la SEP que, sin considerar las condiciones particulares en que funcionan miles de escuelas, cortó de tajo (la salida más fácil) y mandó a sus casas a millones de niñas, niños y adolescentes, a maestras y maestros. En muchas escuelas, no sabemos cuántas, no sabemos cuáles, seguramente las clases presenciales pudieron haberse impartido, o se pudieron haber impulsado algún tipo de asesorías y actividades académicas, sin mayor riesgo de contagios. Sin embargo, desde el centro se optó por un formato de educación a distancia, sin que hubiesen las condiciones mínimas para llevarlo a cabo y que, a la luz de las evidencias, ha dejado un terrible saldo en cuanto a abandono escolar se refiere.

 

Ahora bien, aceptando, sin conceder, que no había ninguna otra vía para sortear la pandemia, los saldos arrojados por las decisiones asumidas son profundamente negativos: millones de estudiantes abandonaron sus estudios. No es un dato para presumir, desde luego. Cabe la pregunta: ¿qué estrategias, iniciativas o acciones está tomando el gobierno de la 4T para paliar los efectos de sus decisiones en materia educativa?

 

Estimada lectora, apreciable lector: por favor, no me crea, consulte los números de la ECOVID-ED. Son contundentes, irrefutables y ominosos. Son los números de la hecatombe educativa. Y quizás lo peor sea el silencio, el pasmo, del gobierno federal.

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