Los abrazotes

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Propongo a usted hacer una pausa, una de verdad, en el ajetreo cotidiano de informaciones endebles, amenazas soterradas (y no tanto) y escándalos periodísticos (o pseudo) que han ocupado la atención de medios y redes en los últimos días. Los fuegos fatuos de las casas grises, los salarios más que generosos, los posibles conflictos de interés y los posibles delitos cometidos, son eso, fuegos fatuos, que se desvanecerán en breve, a menos que haya investigaciones serias y denuncias concretas que los conviertan en algo más que simples alharacas o bien, hasta que alguno de los protagonistas, ambos de mecha muy corta, lancen la siguiente bola de lodo.

La pausa que sugiero es para dedicar al menos unos momentos a reflexionar sobre los cambios, o metamorfosis, que están ocurriendo ante nuestros ojos y que es altamente probable que, a corto o mediano plazo, definan nuevas pautas en las relaciones de amistad, familiares, laborales. Me refiero a los abrazotes y lo que tal vez implica ese mensaje leído en WhatsApp, Facebook, Twitter, Instagram, correo electrónico o cualquier otro espacio digital.

Este texto viene a cuento, además, por el 14 de febrero y su inevitable cauda comercial; la publicidad de hace unos años decía “regale amor, no lo compre”, pero dada la pendiente cuesta de enero, que se ha prolongado a febrero y no sería nada raro que llegara hasta la mitad del año, quizás tampoco alcance para regalar amor, por lo que no queda de otra que enviar cariñosos saludos y, es mi propuesta, mandar abrazotes.

La primera vez que alguien me mandó “abrazotes” vía WhatsApp debo confesar que me quedé un poco sorprendido por la imagen provocada por el cariñoso mensaje recibido. ¿Cómo son los abrazotes? Me imaginé un abrazo muy fuerte, de esos tronadores, pero el plural invitaba a deshacer el estrechamiento un momento para volver a estrujarnos con afán de novios y novias primerizos. La pregunta es inevitable: ¿Cuántos abrazotes se necesitan para que sean realmente abrazotes? Al menos dos, supongo, pero de inmediato surgió otra duda: ¿en los abrazotes ambas personas se aprietan con energía de luchador de sumo o basta que una prense a la otra hasta el desmayo?

La otra posibilidad es que el superlativo de abrazo, en singular, refiera a la duración del estrechamiento, más que a la intensidad. ¿Cuánto tiempo debe durar un abrazo para ser abrazote? No lo sé, pero la imagen de mi amigo y yo estrechados durante dos minutos en plena calle no es algo que me entusiasme, francamente. En fin, si usted no ha recibido un abrazote a través de alguna plataforma digital, no se preocupe, seguramente muy pronto recibirá al menos uno. Y la otra, si no ha prodigado abrazotes entre sus amistades y familiares, dese una oportunidad. Creo que los abrazotes esconden mucho más que una simple fórmula de despedida digital.

Los abrazotes son muy comunes en las borracheras y cumplen varias funciones, todas muy importantes; por una parte, una trascendental función de seguridad: sirven para no caerse. También tienen una función didáctica ya que permiten la comunicación cara a cara, cara a oreja, o cara a poste y funcionan de maravilla para confesar penas, amores y ardores entre hipidos, lagrimeos y una que otra arcada. Una tercera función de los abrazotes de borrachera es de orden espiritual, sí, espiritual, aunque usted no lo crea. Esta función no es fácil de apreciar en el momento, sin embargo, a la mañana siguiente, se manifiesta con toda su fuerza en expresiones como “Dios mío, ¿qué hice anoche”? O bien, “¡Dios, no lo vuelvo hacer!”

Lo malo de los abrazotes de borracho (me han contado) es que son de sinceridad efímera, pueden provocar culpas y arrepentimientos y lo peor: se olvidan fácilmente. O no se olvidan, pero es fácil que recordemos un abrazote con alguien muy querido y el video -que nunca falta- muestre que en realidad era un escusado a quien estrechamos con fruición y le contamos todas nuestras cuitas.

Para profundizar en el tema, tendríamos que preguntar a las y los profesionales del abrazo: los políticos. Ya sabe usted, el típico saludo de político de rancia alcurnia: primero, sonrisa bien entrenada, luego, fuerte apretón de manos para transmitir la convicción ideológica o para avanzar en una ruda manita de puerco y enseguida, el abrazo: panza y barriga juntas, sonoras palmadas en la espalda y murmullos a pocos centímetros de la oreja ajena: “mi hermano”, o bien, “qué gusto, diputado”, o tal vez más quedito y mascullado un sincero: “chinga tu madre, LICENCIADO”. Me parece válida la hipótesis en el sentido de que, si ellos y ellas saben de abrazos, alguna idea tendrán de los abrazotes. Sería bien interesante ver abrazotes entre las personas que han hecho de la política su profesión.

¿Se imagina usted el abrazo de político convertido en abrazote? Piense usted en Quadri en tremendo abrazote con Fernández Noroña (ambos tratando de aplicar la “quebradora” al adversario). ¿Se imagina a Alito Moreno con doña Olga Sánchez Cordero? ¿A Claudia Sheimbaun en abrazote recíproco con Miguel Barbosa? O mejor aún: a Andrés Manuel López Obrador con Carlos Loret de Mola en una suerte de abrazote de Acatempan recargado. No sé, son ideas…

Ya, pongamos freno al desvarío y las imágenes que convoca y pasemos a algo serio.

Entiendo el superlativo de abrazo como un intento de aproximación emocional en el duro y plano ciberespacio, como un guiño de proximidad al que nos vemos obligados y obligadas por la distancia, voluntaria o forzada, debido a la pandemia. Los abrazotes son un grito que vibra y resuena en las pequeñas pantallas de nuestros celulares, una llamada de atención para no olvidarnos, una convocatoria a mantenernos presentes en la querencia de la otra persona. Desconozco si en otros países y en otras culturas sea costumbre enviarse abrazotes, pero en este nuestro mexicano domicilio y toda vez que el apapacho, el arrumaco y los abrazos son parte de nuestras tradiciones más queridas, los abrazotes son ineludibles. Y qué bueno que así sea.

Tal vez, incluso, los abrazotes sean una mínima rebeldía ante la tiranía de las pantallas y su implacable brillantez de neutralidad aparente. Los abrazotes representan una pequeña subversión al sometimiento del celular, la tableta o la computadora, al que quizás estamos irremediablemente condenados, pero aun así intentamos algunas acciones con visos de rebeldía. Los abrazotes son nuestra respuesta carnal, sensual, tierna, hasta brusca quizás ante la frialdad de las teclas, los pixeles y los pulsos eléctricos. Y si bien nuestros abrazotes viajan por el ciberpespacio gracias al lenguaje plano de la información y su aburrido código binario, la convocatoria es al estrechamiento con la otra persona, a la sensualidad del tacto, a la reciprocidad de las miradas, al intercambio de humores, sutiles o salvajes. Los abrazotes viajan en código de ceros y unos pero al llegar a su destino rompen con la tristeza binaria de la comunicación digital.

Escribe Byung-Chul Han en “No-cosas”: “En la comunicación digital, el otro está cada vez menos presente. Con el smartphone nos retiramos a una burbuja que nos blinda frente al otro. En la comunicación digital, la forma de dirigirse a otros a menudo desaparece. Al otro no se le llama para hablar. Preferimos escribir mensajes de texto, en lugar de llamar, porque al escribir estamos menos expuestos al trato directo. Así desaparece el otro como voz. La comunicación a través del smartphone es una comunicación descorporeizada y sin visión del otro”.

Yo no sé si en Corea, donde nació Chul Han, o en Alemania, donde vive desde hace muchos años, se envíen y se den abrazotes, pero en México buscamos cómo corporizar esa comunicación digital, cómo darle visibilidad, tangibilidad, sonido, color y olor a la otra persona. En una de esas, los abrazotes son de mexicana estirpe y ni cuenta nos hemos dado.

Eduardo Galeano escribió en El libro de los abrazos: “El sistema, que no da de comer, tampoco da de amar: a muchos los condena al hambre de pan y a muchos más condena al hambre de abrazos”. El sistema ha mutado y se ha vuelto digital, pero los condenados al hambre de pan se siguen contando por millones y los condenados al hambre de abrazos son, somos, muchísimos más. Es posible que los abrazotes sean nuestra respuesta a la necesidad de cariño, a la avidez de amor, a la nostalgia de la proximidad corporal de los tiempos prepandémicos. No lo sé. Y por desgracia ya no está con nosotros y nosotras el querido maestro Eduardo Galeano para invitarle a escribir El librote de los abrazotes.

Si usted me acompañó hasta el final de la lectura, o de la escucha, de este disparate, agradezco mucho su tiempo y su atención. Hemos hecho una pequeña pausa para pensar un poquito más allá de los sombrerazos, los alaridos y las tolvaneras levantadas por los escándalos de la semana. No me queda más que enviarle, junto con mi agradecimiento, abrazotes.

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