LINGUARUM ¿Quién le teme al género? Más allá de «a» y «o»

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Esthela Trevino G. @etpotemkin

Rompeviento TV, 15 de diciembre de 2020

 

Por naturaleza o por tradición

Sexo y género son términos que se han estado acompañando desde la antigüedad. En este artículo nos interesa el género en el campo de la gramática donde, hay que decirlo, también se han suscitado discusiones en torno a equiparar o distinguir sexo y género.

En el fondo, sabemos que la discusión es sobre a natura (por naturaleza) vs. ab auctorictate, (por tradición), es decir, si las categorías son un reflejo natural de las cosas mismas, o si son un constructo social. ¿Qué tendría que ver masculinidad o feminidad o sexo con la gramática? Nada, diríamos muchas o casi todos. Pero si preguntamos ¿qué tendría que ver eso con el lenguaje? Depende, sería la respuesta.

Si, uno, el lenguaje humano es reflejo o espejo del pensamiento, como asumen muchos, y dos, hemos sido dominados no solo por una filosofía sino por un gramaticismo grecolatino (o eurocentrismo gramatical), donde la mayoría de las lenguas tienen género masculino~femenino, más, tres, otro ingrediente peor, el dominio del patriarcado, entonces la distinción masculino~femenino toma un cariz específico. Si, por otro lado, el lenguaje moldea al pensamiento, habrá que investigar cómo decide el lenguaje que las cosas inanimadas, por poner un caso, pueden ser sexuadas. En ambas hipótesis habría que ver siempre los pensamientos.

Al igual que en el campo del debate en la filosofía donde la cuestión del género, o lo que se ha dado en llamar “identidad de género” es un tema muy controversial, candente, de francos opuestos, en el de la gramática ha habido posturas igualmente extremas desde tiempos antiguos. Pienso en el filósofo griego del siglo 5 EC, Ammonius Hermiae y, en el también filósofo griego, Sextus Empiricus, tres siglos antes que Hermiae.

Un poco de pimienta con Ammonius Hermiae (siglo 5 EC). Este filósofo sostenía que el género gramatical brotaba de la naturaleza de las cosas mismas. Según el grecolatinista Tom Hendrickson, Ammonius llegó al extremo de argüir que el género en todas las palabras seguía lo que podríamos llamar una normatividad heteromórfica. Para poner un caso: según el filósofo, palabras como mar y bahía debían ser femeninas porque eran penetradas por ríos, que eran masculinos porque pues, sí, llevaban a cabo la penetración en los mares y bahías.

En el otro extremo, colocamos a Sextus Empiricus (siglo 3 EC) quien afirmaba que el género gramatical es enteramente producto de la convención humana. Su argumento es muy sencillo: si el género fuera reflejo de la naturaleza de las cosas mismas, esperaríamos que todas las palabras tuvieran el mismo género en todas las lenguas, hipótesis fácilmente falsificable.

Sextus Empiricus tiene otro argumento fantástico. En su libro Adversus Grammaticos (‘Contra los gramáticos’, traducido al inglés por Robert Gregg Bury y publicado en 1949 bajo el título Sextus Empiricus), pregunta cómo ha de censurar el gramático a quien «perversamente diga el ‘tortuga’ y la ‘águila’»; si el gramático lo haría sobre la base de que tortuga es de manera natural femenina, pero se ha enunciado con el artículo masculino, o si lo haría sobre la base de que el uso común ha determinado que es femenina.

Si, como Empiricus propone, ningún nombre es femenino o masculino por naturaleza, entonces, es indiferente que tortuga o águila se nombren como sea. Pero, si tomamos la postura de que el género es una convención social, entonces se puede corregir la aberración, que ni siquiera es una cuestión técnica ni teórica de la gramática sino una cuestión de «adherencia» al uso en el habla.

Género gramatical

¿De dónde sale el término género?

Hay una hipótesis que postula que el ancestro del que procede el término género corresponde a una raíz *gene- con el significado de ‘procrear, dar nacimiento’, o engendrar, del proto-indoeuropeo, origen común reconstruido de las lenguas indoeuropeas como las romances, germánicas, eslavas. De la raíz proto-indoeuropea se derivan tanto el término griego génos, el latino genus, como el sánscrito jánHas. Génos significaba ‘clase, tipo’, al igual que genus aunque este tomó también el significado de ‘raza, familia, estirpe, clase/tipo natural de algo’.

En el latín antiguo había una clara distinción entre genus y sexus, más exactamente después del tratado de Varro según veremos más adelante. Como sustantivos, es decir, como palabras gramaticales, genus se usaba de manera ordinaria para la existencia de la categoría gramatical, mientras que sexus se usaba para la distinción biológica macho~hembra entre humanos y otros animales. Evidentemente hubo periodos en que sexus se usaba indistintamente de genus para indicar categoría gramatical. Pero, en el campo de la biología se reservaba sexus para la distinción macho~hembra.

Género en la gramática

El término género, según Karl Brugmann 1889, se utilizó inicialmente en gramática con el significado del griego génos, ‘clase, tipo’. En efecto, cinco siglos AEC, según Aristóteles, los términos macho, hembra y «cosas» eran tipos o géneros en los que Protágoras había dividido las palabras: probablemente fueron, macho, hembra e inanimado. Al parecer, para Protágoras tales categorías estaban basadas en la naturaleza de los objetos.

Para Aristóteles (siglo 4 AEC), en cambio, el género era una característica formal del nombre (sustantivo y adjetivo), es decir, de las terminaciones de los nombres, a las que denominó: masculino, femenino e “inter-medio”, lo que más tarde, con los romanos, llegó a ser el «neutro». Para este filósofo los géneros eran convenciones lingüísticas y no reflejos de propiedades de los objetos.

Curiosidad lingüística: fue el gramático griego Dionisio de Tracia (siglo 2 AEC) quién llamó oudéteros en griego: “ni-uno-ni-otro” al tercer género. Los romanos lo tradujeron como ne.utrum, literalmente “ni-otro”, lo que ahora llamamos en la tradición gramatical neutro. En español “ninguno” hubiera sido una traducción más cercana.

 

La interesante visión de Varro sobre el género

Marcus Terentius Varro, un erudito romano nacido en el año 116 AEC, escribe un valioso tratado para la gramática, De lingua latina. Para Varro solo hay dos géneros.

Varro se da cuenta de la variabilidad en la lengua —el latín— y de que hay palabras que, siendo masculinas, exhiben formas femeninas en ciertos contextos. Arguye, entonces, que una palabra por figura (‘forma’) puede ser femenina, pero por materia masculina. Tomemos como ejemplo alguno de los varios casos del español: mapa cuya forma es femenina por la [a] final, pero el sustantivo es masculino: el mapa.

De modo que Varro, según Hendrickson, parece insinuar que figura sería como se expresa el género mientras que materia sería la verdadera identidad del género. De hecho, en su gramática De lingua latina, explícitamente establece la siguiente comparación, cito con mi propia traducción: «[así] como un actor puede usar túnica de mujer, es dicho que el nombre Perpenna, y Caecina y Spurinna tiene figura (forma) de mujer no [que es nombre] de mujer». Los tres nombres, por cierto, aluden a políticos o generales romanos de distintas épocas.

Asimismo, Varro es claro al decir que el género gramatical es una cuestión de uso, de convención y no de correlación con la naturaleza, y nos da un ejemplo maravilloso. Estaríamos de acuerdo en que hay machos y hembras en algunas especies animales, por tanto, deberíamos poder asignar, en lenguas con género masculino y femenino, uno u otro como lo hacemos en gato y gata, por ejemplo.

Bien, el ejemplo que nos ofrece Varro concierne a las palomas. Antes de que las palomas fueran domesticadas había un solo nombre columbae que refería indistintamente a macho-hembra. Una vez que se vuelven de uso doméstico, se discrimina el macho con el masculino columbus y la hembra con el femenino columba.

 

El género como tipificador

El género es un recurso categorizador de cierto tipo de palabras. Hasta donde sé nadie disputa la existencia universal de dos clases de palabras, la del sustantivo y la del verbo; es decir, como categorías gramaticales. En cambio, al parecer, no todas las lenguas tienen adjetivos o adverbios, o lo que conocemos como tales categorías léxicas. No entraremos en una discusión teórica aquí.

Lo que resulta interesante, son los distintos medios o rasgos por los que las lenguas distinguen las clases de palabras. El «nombre sustantivo», además de denotar una categoría semántica, puede distinguirse a través de la forma entre otras dos características.

Parte de esa propiedad gramatical de la forma la constituyen el género, el número y el caso, que en español no existe en los sustantivos. El género, entonces, permite agrupar un conjunto de palabras en la categoría de sustantivo. El género no es un rasgo de ninguna otra categoría gramatical. El adjetivo, que también es un nombre, hereda, en lenguas como las romances, el género y el número del sustantivo. Es lo que conocemos como el fenómeno de la concordancia.

En gramática, el género incluye bajo su paraguas la distinción que hacen algunas lenguas en términos de rasgos sexuados: femenino y masculino, y también en función de otros rasgos semánticos como la distinción de animado~inanimado, animal~vegetal, concreto~abstracto, entre otros. Hay lenguas que tienen un sistema de dos géneros, como el español; de tres como el alemán (masculino, femenino y neutro) y de cinco o más como algunas lenguas bantú.

El tema del origen del género como categoría gramatical, en particular el vinculado con los rasgos masculino y femenino sigue siendo un tema inconcluso. Hay quienes conjeturan que una primera distinción de sustantivos en términos de animacidad pudo haber llevado a marcar otros sustantivos que se clasificaron como «femeninos», al menos en lenguas indoeuropeas.

El género gramatical, sin embargo, no es universal. Se estima que poco más de la mitad de las lenguas del mundo carecen de género gramatical, como casi todas las mesoamericanas. Del resto, digamos unas 3,000, los rasgos semánticos de los objetos y la arbitrariedad de la lengua llevan a distinguir con género a la clase gramatical de los sustantivos. Cierto es, asimismo, que la distinción masc~fem es la más usual entre las lenguas con género.

 

Más allá del género en español

A todos los sustantivos en español se les impone género, bien masculino, bien femenino. Una forma es mediante los morfemas /-a/ fem y /-o/ masc. Otra es a través del artículo cuando las palabras terminan en otra vocal o en consonante. Así, tenemos el puente, el diente, el arete, y la fuente, la mente, la simiente. El tren, el sol, el césped. La sal, la red, la miel.

Claro, hay morfemas que crean sustantivos y que arbitrariamente son exclusivamente femeninos como: -ción (formación, aplicación, actuación); -ez (sencillez, estupidez, calidez); -dad (deidad, ciudad, maldad); o exclusivamente masculinos: -aje (peaje, tonelaje, ropaje; -el (mantel, papel, cordel); -al (humedal, pedal, ritual).

El español, al igual que el latín, también presenta variabilidad entre figura y materia, como puede apreciarse en los siguientes datos. Palabras femeninas que se expresan en masculino, ¡la lista es exhaustiva! y palabras masculinas que se expresan en femenino.

  

Cuando -a y -o son más que género

Hay dos fenómenos del español que quiero destacar donde /-a/ y /-o/, ciertamente con el significado de fem y masc, respectivamente, contribuyen con otros significados. En un caso permiten, en alternancias inesperadas, hacer distinciones relativas a ciertas propiedades semánticas. En el otro caso, tales morfemas funcionan como sustantivizadores, es decir, como morfemas que permiten derivar sustantivos de verbos.

Mientras que es predecible que gramaticalmente distingamos entre pat-o y pat-a, lob-a y lob-o, no esperaríamos encontrar *vas-o masculino y *vas-a femenino. No obstante, como se muestra en los datos ilustrados, hay algunas palabras que muestran una aparente alternancia de género.

Entre leñ-a y leñ-o hay una distinción semántica de cuantificación: leña es un sustantivo de masa, no contable, no diríamos «deme dos leñas», mientras que leño es un sustantivo contable: tres, 12 leños, por ejemplo. En otros casos es una cuestión de dimensión, por ejemplo, entre cuadra: «a una cuadra/calle de aquí», y cuadro, como «el primer cuadro de la ciudad». Puede usted divertirse con el resto y aportar más ejemplos. Observemos que en las columnas que aparecen sombreadas, la distinción es entre el árbol y la fruta que producen: «el manzano da manzanas».

 

Formación de sustantivos

Hay verbos que se convierten en sustantivos gracias a los morfemas de género, lo cual es un hecho llamativo, porque, como las marcas de género son un rasgo distintivo de los sustantivos parece natural que funcionen, además, como sustantivizadores en español.

Sustantivos derivados de verbos formados con -a:

La toma < tomar; puesta < poner; cata < catar; manda, < mandar; siembra < sembrar; carga <cargar; entrega < entregar, etc.

Sustantivos derivados de verbos formados con -o:

El paro < parar; atasco < atascar; cobro < cobrar; agasajo < agasajar; encuentro < encontrar; pago < pagar; arribo < arribar; etc.

 

Resulta interesante también que haya sustantivos deverbales que se forman con /e/ y todos estos son masculinos, sin excepción:

saque, llegue, toque, tope, moche, amague, corte, arranque, cierre, agandalle, etc.

¿El género va de disfraz?

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