Las escaleras y la corrupción

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El lugar común es bien conocido: las escaleras se barren de arriba hacia abajo. Hasta allí e instalados en el sentido común, no hay problema ni reproche alguno: lo más sensato es barrer las escaleras de arriba hacia abajo, aunque barrerlas en sentido opuesto quizás sea una oportunidad -no vista aún- que al “visionario” emprendedor le puede reportar ingentes utilidades, o memorables memes, si la iniciativa se revela como lo que parece ser: un absurdo.

Sin embargo, y utilizado como metáfora de la lucha contra la corrupción, el lugar común puede ser más dañino que benéfico. Me explico: para fines propagandísticos la imagen de las escaleras que se barren desde los niveles más altos hacia abajo es clara, efectiva y seguramente concita adhesiones, pero si se concibe como estrategia para acotar al máximo la corrupción, muy probablemente se esté incurriendo en un error de graves consecuencias que surge de la misma conceptualización que se hace de este ¿fenómeno? ¿problema? ¿rasgo de un régimen político? Al alero de la metáfora de las escaleras que se barren de arriba hacia abajo, parecería que la lucha contra la corrupción es una suerte de limpieza moral cuyo éxito depende básicamente de colocar a los funcionarios adecuados (moralmente limpios) en los diferentes ámbitos de gobierno. Con eso y tiempo, la corrupción quedará algún día erradicada. Salvo su mejor opinión, esta concepción me parece de una ingenuidad que puede ser incluso peligrosa.

Suponer que si en los niveles superiores de la administración pública la corrupción está acotada al máximo, no significa que en otros escalones de la jerarquía gubernamental este fenómeno ha dejado de existir. Incluso podría suceder justo lo contrario: que la corrupción se expanda en niveles jerárquicos medios y bajos, ante la ausencia de “entres” con los jefes: más pastel corrupto a compartir, si el jefe (o la jefa) no lleva moche. Pensar que la corrupción se acota (o ingenuamente, se elimina) como si se barrieran las escaleras significa no comprender el carácter estructural e inherente a una forma particularmente expoliadora de acumulación de capital: el neoliberalismo. Y así, sin conceptualizar cabalmente a la corrupción, es simplemente imposible terminar con ella. Por cierto, decretar la abolición del neoliberalismo y, por extensión, que la barredora de corruptas escaleras está avanzando sin moche alguno que la detenga, es la mejor vía para un meme que ilustre una palabra dura, cruel y fina: ternurita. No, ni el neoliberalismo ni la corrupción se pueden abolir por decreto. Pero tampoco se van a extinguir por motu proprio.

Las escaleras se barren por donde pasa la suegra, sería una expresión también del lugar común que tal vez se ajusta más al actual “combate” a la corrupción que atestiguamos en su fracaso cotidiano. Porque no se explica la fuga de tres reos de alta peligrosidad del reclusorio sur (al menos uno de ellos integrante del Cártel de Sinaloa, el protegido del “Borolas”) si no es por los altos niveles de corrupción en la administración penitenciaria federal. Como tampoco se explica que un juez de la Ciudad de México haya condenado a Sergio Aguayo (académico de prestigio) a pagar diez millones de pesos por “daño moral” a un bicho del tamaño de Humberto Moreira, exgobernador de Coahuila. Como no se explican los asesinatos de defensores y defensoras del medio ambiente (Homero Gómez González y Raúl Hernández Romero, los más recientes), si no es por la connivencia de jueces con autoridades municipales, estatales y federales, con militares y marinos, para proteger a quienes están depredando al país en costas, montañas, valles y desiertos. Como tampoco se explica, si no es por la corrupción, la liberación con multas mínimas de feminicidas confesos e incluso sentenciados. La corrupción mata y las escaleras barridas y trapeadas en los pisos altos (concediendo que es así) no sirven para detener la muerte y el dolor.

Para seguir en el lugar común: si las escaleras se barren de arriba hacia abajo, la del aparato y sistema de justicia ni escalones tiene, por lo que es imposible barrer peldaño alguno. Los casos en los que la bienintencionada escoba lopezobradorista no llega ni con la puntita, se cuentan por cientos, tal vez miles, pero más allá de los casos y los números, lo que importa son las víctimas y su dolor, las víctimas y su terrible búsqueda de justicia y de verdad. Y esa búsqueda, ese reclamo de justicia y de verdad, no se conforma con lugares comunes bien barridos pero llenos de escaleras al cielo de la impunidad.

Utilizar las escaleras y su barrido como recurso para explicar la intención del gobierno federal de acabar con la corrupción, opaca el hecho de que prácticamente no hay instituciones en nuestro país que funcionen sin al menos cierto grado de irregularidades, si no es que de transa: soborno, favoritismo, opacidad, nepotismo, simulación, son algunas expresiones de la corrupción que siguen presentes en nuestra cotidiana realidad. Por supuesto que hay dimensiones y niveles y no es posible generalizar que toda la administración pública (federal, estatal o municipal) está en el mismo rango de exacerbada corrupción. Pero tampoco exageramos al afirmar, sin miedo ni cortapisas, que el “viejo” régimen de compadrazgos velados, favores en lo oscurito, dádivas disfrazadas e influencias travestidas en convicciones ideológicas ha dejado de operar y, sobre todo, ha dejado de ser útil al actual gobierno. Para nada, sin duda que entre la abyecta corrupción de Peña Nieto, la bestial de Calderón y la no menos descarada de Fox (y las de anteriores administraciones priistas) y la de AMLO hay un mar y 30 millones de votos de distancia, pero tampoco es para echar las campanas al vuelo. Entre los muchos problemas de la 4T, el de la corrupción no es menor y ahí están los desfiguros y jaloneos en el partido en el gobierno para constatar que a una buena parte del morenaje el discurso anticorrupción le entra por un oído y le sale por el otro.

Es un sistema construido durante muchas décadas, como para suponer, con las mejores intenciones, que en poco más de un año se hubiese destruido. En lo absoluto. No es un problema que se resuelva con el tiempo, es decir, que en unos tres años, cuatro o un poco más lo habremos dejado atrás, o que en tres años, cuatro o más, seremos “poquito” menos corruptos. Si alguien supone que los primeros escalones de la corrupción se barren en el primer año de gobierno, los siguientes en años posteriores y los últimos al cabo de tres o cuatro sexenios, creo que está equivocado. Insisto en el punto: la corrupción está institucionalizada. Esto significa que requerimos de instituciones sólidas, recursos económicos para esquemas de vigilancia interinstitucional cruzados y contralorías ciudadanas autónomas para acotar paulatinamente la hidra de la corrupción. La escoba lopezobradorista es de enorme relevancia, pero insuficiente para cerrar los márgenes de posibilidad de que la corrupción siga siendo vertebral a la administración pública en sus tres ámbitos y en sus tres órdenes de gobierno.

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