Las corcholatas en Halloween

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El título de esta entrega alude, por supuesto, a la temporada de Día de Muertos y sus versiones comerciales hallowinescas que hacen un absurdo paralelismo entre muerte y terror, ajeno a la tradicional celebración de Todos los Santos; y por supuesto, el título también sugiere que las pre-pre-campañas políticas de las presidenciales, y presidenciables, corcholatas no tienen por objetivo asustar al respetable electorado, al revés, buscan atraer sus simpatías, aunque el efecto sea el contrario. El resultado de las pre-pre-campañas, salvo su mejor opinión, es de absoluto terror por cuanto evoca las peores épocas de un tiempo que uno suponía superado (y supurado): el de la cargada de las fuerzas vivas del priismo más chato, corporativo, corrupto, acarreador y matraquero. Habida cuenta las evidencias, ese priismo no solo no ha muerto, sino que pervive, en calidad de zombi, en los partidos políticos de viejo y nuevo cuño.

Si a las evidencias nos ceñimos, es claro que independientemente de la cauda de votos obtenida en una elección, de las reiteradas declaraciones de “no somos iguales” e inclusive de los proyectos de gobierno convertidos en políticas públicas, lo cierto es que el sistema político mexicano, incluido el sistema el electoral, tiene una fuerza de mímesis que compele a los partidos y a las administraciones públicas a comportarse con enorme semejanza a sus antítesis políticas formales. Esto es, debido a la fuerza isomórfica institucional del sistema político mexicano entre el PRI, el PAN y MORENA y sus respectivas administraciones federales, tendencialmente habría muchas más coincidencias que discrepancias, al menos en la conducción de los grandes problemas nacionales y sus posibles vías de solución. La fuerza de mímesis se explicaría, al menos en parte, por el paso de militantes, candidatos, cuadros y funcionarios de uno a otro partido; de igual forma, esa tendencia mimética estaría en el fondo de las pre y las campañas electorales, tan parecidas, y tan lamentables, las de unos como las de otros, las de los pintos como las de los colorados.

En este contexto, no extraña que las corcholatas estén tan activas. Las tres calaveras presidenciales, perdón, las tres corcholatas presidenciales han iniciado sus campañas de posicionamiento de cara a ganar las preferencias del morenismo, en el entendido de que, a fin de cuentas y encuesta de por medio, la decisión de quién será el abanderado, o abanderada de Morena y sus aliados, será tomada por una sola persona, el presidente Andrés Manuel López Obrador. Pese a las declaraciones del presidente de que no habrá dedazo, hay una evidencia que permite una hipótesis diferente: el calificativo de “corcholatas” él mismo lo endilgó, en espera de que alguna de ellas, alguno de ellos, sea el “destapado”. La fuerza de mímesis del sistema es más que elocuente.

Históricamente, el destape no ha sido el resultado de procesos democráticos de contrastación de proyectos, debate de ideas y enriquecimiento de propuestas, sino la decisión del presidente saliente que designa a su sucesor con arreglo a oscuros criterios de orden político, cálculo electoral y preferencias personales. Hasta donde podemos observar y en función de la alta actividad de las pre-pre-campañas de las corcholatas del terror, no hay indicio alguno de que la encuesta de la que saldrá la candidata, o candidato, de la 4T en 2024 no haya sido previamente palomeada por el presidente Andrés Manuel López Obrador.

Así las cosas, el dedazo está cantado y en estos momentos apunta, qué duda cabe, a Claudia Sheinbaum, a pesar de los esfuerzos (concedamos que lo son) por ganar la gracia del Preciso de las otras dos corcholatas, Marcelo Ebrard Casaubón y Adán Augusto López Hernández. En esa búsqueda por obtener el beneplácito de Palacio Nacional quizás radica el origen del terror de las pre-pre-campañas de las corcholatas presidenciales, y presidenciables, puesto que se trata de mostrar lealtad al proyecto de la 4T al tiempo que voz propia, continuidad y originalidad, acatamiento e independencia. No está fácil conciliar procesos de suyo antagónicos, por lo que el resultado ha sido una suerte de híbridos más parecidos a los alebrijes, esa mezcla de seres entre maravillosos y terroríficos, que a pre-precandidaturas políticas con identidad y proyecto propio. En todo caso, si algo tienen en común las corcholatas alebrijes en pre-pre campaña son las botas militares. Y en eso, justamente, radica lo más terrorífico de las corcholatas: su apego a la militarización en curso.

Está claro que ni Claudia, ni Marcelo, ni Adán van a pronunciarse en contra de la militarización, en el supuesto de que tuviesen alguna reticencia política, ideológica, de defensa de los derechos humanos, o de otro tipo. Vamos, ni siquiera es de esperar que emitan la menor crítica puesto que eso significaría su inmediata expulsión del proceso sucesorio corcholatero. Si la línea desde Palacio Nacional es promover que los militares se ocupen de la construcción de infraestructura, de la seguridad pública, de la administración de aeropuertos, aduanas y puertos, inclusive del desarrollo económico a través de proyectos como el mal llamado Tren Maya, y, por supuesto, de la ocupación territorial mediante la expansión de los cuarteles de la Guardia Nacional, las corcholatas presidenciales, y presidenciables, simplemente se limitan a acatar sin rechistar.

Si de ganar el favor presidencial se trata, se entiende, que no se justifica, la sumisión de las corcholatas, pero hay niveles, grados, matices, y lo que ha declarado recientemente la corcholata de suprema inteligencia tabasqueña es altamente preocupante. Adán Augusto López Hernández, a quien el presidente ha llamado su “hermano”, no solamente se ha alineado con la militarización en curso, sino que se ha convertido en una especie de vocero de los generales; además, dejó de ser un secretario de Gobernación discreto, negociador, amable inclusive, para convertirse en un político pendenciero con más pinta de porro que de conciliador.

El carácter rijoso de López Hernández quedó de manifiesto desde aquella ocasión en que de manera por demás grosera y agresiva espetó a una madre de una desparecida: “yo tampoco confío en usted”. A esa muy desafortunada expresión añadamos la que hace unos días dijo en el contexto de las críticas a Samuel García, el gobernador de Nuevo León, en el sentido de que los tabasqueños “somos mucho más inteligentes que los norteños”. El gobernador de Tabasco, con licencia, no profundizó en las causas de la inteligencia superior de los tabasqueños (y las tabasqueñas, supongo) por lo que es difícil saber si se debe al pejelagarto y los tamales de chipilín, a los caudalosos ríos y pantanos del estado, al efecto positivo de Dos Bocas, a comerse las eses al hablar o a qué, pero la declaración del titular de Gobernación ha sido sumamente desafortunada, por decir lo menos.

Esas y otras lamentables declaraciones del secretario podemos achacarlas quizás a la altura de la ciudad de México (que al parecer le ha sentado muy mal) o a la añoranza del trópico, vaya usted a saber, sin embargo, lo que lo coloca al frente del terror corcholatero es que se ha atrevido a destapar a una posible corcholata militar para el 2024. Dijo Adán Augusto que “un militar puede ser presidente de México”. Eso sí es de terror absoluto y sería el corolario de la militarización en curso.

En mi opinión, el exabrupto hay que interpretarlo, por una parte, como un buscapiés del presidente Andrés Manuel López Obrador para calibrar las respuestas de la clase política, los medios de comunicación y las redes sociales; por la otra, como un guiño de López Hernández hacia la SEDENA en el contexto de los #GuacamayaLekas en que se menciona que durante su mandato como gobernador de Tabasco dejó la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana y la Policía Estatal en manos de personas presuntamente integrantes del Cartel de Jalisco Nueva Generación; una tercera interpretación, y quizás la más acertada, es que Adán Augusto López Hernández no es una corcholata con reales posibilidades de ganar el beneplácito presidencial, nunca lo ha sido, pero ha jugado un papel importante para diezmar las simpatías hacia Marcelo Ebrard y de esta forma fortalecer a la corcholata principal, la favorita: Claudia Sheinbaum Pardo.

Es decir, colocar a Adán Augusto como corcholata fusible, pendenciera y prescindible, para que las otras dos corcholatas continúen sus pre-pre-campañas en el entendido de que corcholata favorita solo hay una y es mujer. Y con el terror militar gravitando desde lo oscurito, donde evidentemente se siente muy a gusto.

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