Las 100 mil personas desaparecidas y las políticas postmorten

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Ingrid Urgelles

 

El pasado 10 de mayo, las otras madres, esas que llevan años luchando contra el olvido, conmemoraron su día marchando por la Ciudad de México. Más de 60 colectivos de familiares de personas desaparecidas y caravanas de madres de migrantes articulan la undécima Marcha de la Dignidad Nacional. Consignas como “¿Quién te buscará cuando yo ya no esté?” o “¿Dónde están”? se leen en los cientos de carteles que levantan mujeres cansadas, a quienes la vida les pesa en sus cuerpos. Mujeres y hombres visten playeras o gorras con las fotos de sus hijos, enarbolan carteles con sus imágenes, mientras gritan en contra de la impunidad y en contra del Estado mexicano y sus cómplices.

 

En México, el asunto es crítico. Mientras escribo estas líneas me asomo al sitio web del Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas. Hoy, 16 de mayo, el país rebasó la cifra de 100 mil personas desaparecidas. En menos de media hora, observé como la cifra pasó de 99,998 a 100,004. No sólo estremece la cantidad de seres humanos desaparecidos, estremece el ritmo vertiginoso en que sucede esta tragedia humana.

 

Al llegar a la Glorieta de la Palma, lugar en el que hoy sólo hay tierra y un hueco, pues la histórica planta fue removida del lugar por una plaga, los familiares colocan fotografías y cuencos con retratos. Han decidido renombrar ese espacio como “Glorieta de las y los desaparecidos”. La lucha contra el olvido está basada en incidir en lo público y qué mejor que tomarse ese espacio para crear un Antimonumento. El problema está en que esta iniciativa la rechaza Claudia Sheinbaum. La jefa de gobierno ha realizado una consulta pública y, por amplia mayoría, ha ganado la opción de sustituir la palma por un ahuehuete, un árbol prehispánico que, para los aztecas era un árbol sagrado y ceremonial que se relacionaba con el agua. Es decir: su instalación en ese espacio no tiene un componente decorativo, sino de memoria.

 

Los colectivos no rechazan el ahuehuete. Piden, más bien, que se considere combinar ambas ideas: los rostros de los desaparecidos rodeando al árbol. Sheinbaum no sólo ha mostrado su rechazo. Durante la madrugada, ha mandado a retirar todos los lienzos e imágenes del antimonumento. Además, ha instalado vallas en torno a la glorieta para evitar que los familiares insistan en dejar fotografías de las víctimas. En esta disputa simbólica por el espacio público, los colectivos han regresado al lugar ayer, domingo 15 de mayo y, sobre las vallas, han pegado sus imágenes.

 

Los colectivos de madres de desaparecidos llevan décadas cargando los retratos de sus familiares. El fin es preservar su memoria y darles visibilidad. Se trata de personas comunes y corrientes, sin privilegios ni poder, que se transforman en sujetos políticos a partir de la violencia. La filósofa y activista Sayak Valencia denomina este fenómeno como “políticas postmortem”. Es decir: espacios creados por comunidades en duelo que han devenido en sujetos políticos. Se trata de formas de politización del afecto y del duelo que realizan los sobrevivientes de las comunidades afectadas por una violencia letal, introduciendo su dolor en la política. La estrategia de estos colectivos es apostarle a la memoria, como resistencia ante la impunidad, y para evitar la repetición del fenómeno. La pregunta, entonces, es por la representación: ¿cómo crear un lugar de enunciación desde el dolor y la colectividad?, ¿cómo representar a quienes ya no están, a quienes ya no tienen una presencia física?, ¿qué recursos utilizar para transformar la realidad y des-anestesiar a una sociedad que ya no se conmueve con la violencia?

 

Mariana Berlanga estudia las representaciones visuales de los feminicidios. Para ella, la estrategia de utilizar las imágenes de los rostros de los desaparecidos no sólo implica ejercer presión sobre las autoridades; también hacer que aparezcan quienes ya no están, afirmar públicamente que sus vidas eran importantes, que sus desapariciones también lo son y que no merecían ese destino. No sólo los dignifican: los re-viven, los regresan para tener nombre y apellido, para tener rostro, para ser visibles. Son rastreables y eso posibilita el duelo. Es un mecanismo de permanencia, abre el pasado y conecta con el presente. Permiten recordar. Y como ha dicho Galeano, “recordar” viene de “re-cordis”, que significa “volver a pasar por el corazón”.

 

Estos ejercicios de memoria colectiva han logrado posicionar una verdad distinta de la oficial y confrontan al Estado mexicano. La memoria colectiva es una memoria viva, que se construye a partir del recuerdo de distintas personas que, al unirse, vuelven al recuerdo en uno más nítido y logran que permanezca vivo por más tiempo. Esa reconstrucción colectiva de la memoria permite disputar la verdad oficial y convertir un duelo que es privado, en un duelo nacional. Y, ¿qué se quiere de la memoria?, se pregunta Berlanga y se responde: “Cuando hay tanto dolor, tanto exceso y tanto daño irreparable, queremos todo […] queremos una restauración”. Es decir: se quiere dejar huella, decir lo indecible, cuestionar lo incuestionable.

Para lograrlo, se buscan “lugares de la memoria”, espacios para el recuerdo común de quienes han perdido a algún familiar, espacios que buscan, también, transmitir la memoria de generación en generación. Para Pierre Nora, los lugares de la memoria viven del sentimiento de que no hay memoria espontánea, de que hay que crear archivos, mantener los aniversarios, pues sin esta vigilancia, la historia los barrería rápidamente. La “Glorieta de las y los desaparecidos” constituye un lugar de la memoria, uno que visibiliza los rostros de quienes no siguen con nosotros. Uno que sirve para recordar, para volver a pasar por el corazón.

 

No sabemos qué ocurrirá con este tira y afloja entre la jefa de Gobierno y los colectivos de familiares de desaparecidos. Dependerá de la capacidad de Sheinbaum de empatizar y de entender que la memoria es fundamental para no repetir. Pase lo que pase, yo imagino al Ahuehuete rodeado de los rostros de quienes ya no están. Lo imagino ya crecido, de unos 20 metros de altura, dando sombra a su alrededor. Un gran tronco y sus ramas colgantes abrazan el memorial. Veo a jóvenes, niños y mujeres a los pies del árbol. Imagino al “viejo del agua” como un sabio centinela que protege a aquellos que ya se han salido del tiempo. El lazo sagrado entre los seres manifestándose en la glorieta, recordándonos a quienes pasemos por allí que debemos luchar contra el olvido y la impunidad.

 

Referencias

Berlanga, Mariana. Una mirada al feminicidio. Editorial Ítaca, 2018.

Nora, Pierre. “Entre Memoria e Historia: La problemática de los lugares”. En Nora, Pierre (Dir.), Les Lieux de mémoire; 1: La République (pp. 17‑49). Gallimard, 1984.

Valencia, Sayak. “Políticas post-mortem y resistencias transfeministas”. CIEG UNAM, 4 abril 2022. Disponible en: https://youtu.be/xWHc5YdejGw

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