Periodismo superficial

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El periódico Reforma y la reportera Peniley Ramírez abonaron a la escalada de tensiones que se ha estado viviendo por el caso Ayotzinapa. En un acto de cuestionable ética periodística, Ramírez publicó una columna el sábado 24, basada en una filtración del informe que elaboró la Comisión para la Verdad y el Acceso a la Justicia. Este informe, que se hizo público desde el 18 de agosto, contenía algunas partes testadas (borradas) que corresponden a detalles de nombres, datos y comunicaciones interceptadas de los sospechosos. Nada fuera de lo común para un proceso que se encuentra judicializado.

Ramírez no sólo reveló la información sin testar a través de su columna. Publicó, también, un hilo de twitter donde compartió los mensajes intercambiados entre los sospechosos, detalles morbosos de cómo los asesinos se deshicieron de los cuerpos y descripciones escalofriantes de las torturas y asesinatos. No hay revelaciones importantes que no se hayan desclasificado en agosto. Es importante decir que, según lo que señaló el director del Centro Prodh, los familiares conocían el contenido de ese informe, pero no se les entregó copia sin testar.

Más allá de la inutilidad del “golpe periodístico”, es interesante ahondar en la discusión que suscitó en las redes sociales. Desde la oficialidad, el subsecretario de Gobernación, Alejandro Encinas, condenó la filtración y pidió a la Fiscalía General de la República que iniciara una investigación para dar con el responsable de la filtración. “Es absolutamente irresponsable y una falta de respeto a los padres y madres de los estudiantes desaparecidos”, se quejó Encinas. En paralelo, otras voces salieron a criticar lo sucedido y a emplazar a Ramírez por su falta de empatía y sus afanes individualistas de éxito y reconocimiento. En síntesis, se argumentó que la información revictimiza a las familias, pone en riesgo a la investigación y da detalles innecesarios de la muerte de los jóvenes.

Hubo algunos defensores, principalmente de los medios corporativos asociados a la derecha, la cual, con su clásica teoría del empate, intentó comparar la filtración de Ramírez con las de Julián Assange. Se critica a una y al otro no, decían. Como si fuera comparable la revelación de crímenes de guerra provocados por algunos Estados con los detalles innecesarios de una investigación criminal que sólo alimentan el morbo. Hubo otros periodistas más neutrales, que inicialmente apoyaron la columna pero que después cambiaron de idea y rectificaron.

¿Cuál el rol del periodismo?, ¿”la verdad” está sobre la ética?, ¿cómo deberían manejarse las filtraciones?, ¿cuáles son los límites a la libertad de prensa? Un hilo interesante fue publicado por la periodista Wendy Selene Pérez, quien citó el texto “The ethics of Leaks” para referirse al tema. En el ensayo, se cuestiona si es ético filtrar información y si existe la obligación de hacerlo. Si bien, los autores señalan que las filtraciones tienen una función pública importante y que se basan en la premisa de que “el público tiene derecho a saber”, el problema está en los casos en que producen daño y están motivados por un interés individual o político. Así, dividen las filtraciones en “buenas y malas”. Las “buenas” son las que amplían la comprensión de un tema de interés público sin dañar a nadie. Hay casos en los que sí se daña a alguien, pero el interés público en juego es significativo: cuando la vida y la salud están en riesgo, cuando se está cometiendo un delito de fraude o cuando se está malgastando el dinero público. La “mala” es aquella filtración que hace daño y que no ayuda a la comprensión de un tema público importante. Para saber qué hacer con una filtración, pues, se debe evaluar el beneficio público versus el potencial daño que puede surgir de esa información.

Otro texto que puede ser útil para desentrañar este asunto es el que publicó la Fundación Gabo en su Consultorio Ético de Javier Darío Restrepo, a propósito de la filtración de los Panama Papers. En éste, aclara que “cuando un periodista renuncia a la tarea fácil de recibir la información para reproducirla sin más, supera el periodismo intermediario – siempre fácil, siempre superficial, siempre prescindible – y asume el papel del periodismo mediador que no actúa mecánicamente, ni con el impulso primario e infantil de sorprender, sino con el propósito de informar para cambiar algo todos los días”. Es decir, el periodista debe realizar una mediación y evaluar qué publicará de lo filtrado, pues la mera transcripción pasiva implica una “renuncia al ejercicio crítico”.

La periodista Luisa Cantú escribió un tuit el 24 de septiembre sobre la filtración que publicó Ramírez: “Hay que hacerse algunas preguntas: ¿son para evidenciar un abuso de poder? ¿Son pertinentes y útiles para la sociedad? ¿Son detalles que se ocultaron para no revictimizar? ¿Su apertura hará más daño a las víctimas que son quienes deben estar al centro?”. Sopesar el beneficio público por el potencial daño no era algo complejo en este caso. Los detalles ocultos del informe tenían por única finalidad evitar la revictimización y cuidar el debido proceso. Su exposición no aporta en nada a la discusión pública. No hay un beneficio público concreto y el daño es evidente.

Pensemos en lo que se señala en la Fundación Gabo: ¿hay una mediación o es una mera transcripción? La columna de Ramírez es una transcripción literal de los mensajes y de la información censurada del informe. Si bien la reportera entrevistó a los abogados de algunos de los señalados como responsables, no acudió a los familiares de las víctimas ni a la autoridad para contrastar las versiones o verificar la información. Se convirtió en una suerte de portavoz de quien filtró la información y quien claramente tiene un propósito: distraernos del grave asunto de la cancelación por parte de la FGR de órdenes de aprehensión en contra de ex funcionarios y militares involucrados en el homicidio de los 43 normalistas.

En conclusión, lo de Ramírez es un periodismo superficial que busca llamar la atención de las audiencias a partir del morbo y del factor sorpresa. No se le puede denominar periodismo de investigación y sólo causa un daño a quienes hay que resguardar: las víctimas y sus familias. Como señala Eileen Truax en un tuit, “las filtraciones no son periodismo de investigación y el periodismo que revictimiza no es el periodismo que queremos”.

Más responsabilidad y ética, menos vanidad y exitismo.

 

 

Textos citados

 

Kirk Hanson y Jerry Ceppos, “The ethics of Leaks”. Markkula Center for Applied Ethics. 6 octubre 2006. https://www.scu.edu/ethics/focus-areas/journalism-and-media-ethics/resources/the-ethics-of-leaks/

 

Fundación Gabo, “¿Qué tan ético es el uso de filtraciones como ‘Paradise papers’ en el periodismo?. Consultorio Ético. 17 noviembre 2017. https://fundaciongabo.org/es/consultorio-etico/consulta/1736

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