La Tribu Yaqui: un Pueblo y su lucha (Segunda parte)

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Por Jano Valenzuela, desde el Territorio Yaqui

Para Rompeviento TV

 

En la entrega anterior de esta serie de textos sobre la Tribu Yaqui, intenté mostrar la forma en que la expansión colonial europea fue, simultánea y paralelamente, la expansión de su tipo de sociedad en conjunto. Lo que implicó la expansión de las relaciones humanas producidas por el mundo europeo. Su cultura, su subjetividad, sus instituciones, su modo de producción, sus relaciones de poder y su forma de relacionarse con la naturaleza, así como sus respuestas a las preguntas ontológicas, filosóficas, existenciales y cosmológicas, como un todo, llegaron para ser impuestas por medio de la fuerza y la violencia a los Pueblos y Naciones que habían ocupado estos territorios desde miles de años antes de la llegada de los europeos.

Cuando la Europa occidental llegó a América, trajo consigo su religión, su economía mercantil, su patriarcado cristiano de la cristiandad fetichizada desde la época de Constantino en el siglo IV, su dualismo cartesiano, su racionalidad instrumental medio-fin y su ego conquistador dominador. Así, la expansión colonial europea de finales del siglo XV inauguró el inicio del proceso por el cual Europa intentará totalizar su tipo de sociedad, la sociedad moderna, como sistema-mundo. Por fortuna, fracasaron en su intento de totalización y absolutización de la institución del mercado, y aún estamos a tiempo de salvar al planeta de ser destruido por las lógicas internas de la Modernidad. En el mundo Yaqui, ese proceso de expansión hizo contacto en 1533 para iniciar el proceso de conquista militar de los territorios y los pueblos milenarios del noroeste.

La expansión europea llegó declarando que quienes habitaban estos territorios no eran seres humanos. Se le negó a los Pueblos Originarios su humanidad, se les catalogó como subhumanos infradesarrollados, seres salvajes en estado de Naturaleza, gente sin racionalidad, que para humanizarse debía cristianizarse. Entre 1617 y 1776, la modernidad europea impuso en la totalidad del territorio del noroeste novohispano un mecanismo de dominación tributario de mercado internacional, o lo que Wallerstein llamaría “cultivos obligados para el Mercado”, que se conoció como Sistema Misional y consistió en la creación de pueblos de Misión, en los que se congregaba a los nativos para explotar su fuerza de trabajo y ser evangelizados. Los pueblos de Misión tuvieron una estructura similar, aunque distinta y con sus propias peculiaridades, a la “encomienda”, impuesta en el mundo mesoamericano, y a la “mita”, implementada en el mundo Inca.

En primer lugar, con la explotación del trabajo indígena y la extracción del excedente, la estructura Misional conseguía cultivos-mercancías que le permitían mantener a flote los Reales de Minas, en los cuales se comenzaba a explotar el oro y la plata que alimentarían la Caja Real de Arizpe, primera capital y centro neurálgico del comercio mercantil regional. En segundo lugar, por medio del adoctrinamiento de la cristiandad se pretendía colonizar la subjetividad del sujeto Yoreme, sustituyendo la racionalidad propia del Pueblo Yaqui por la racionalidad moderna del individuo moderno. Esa empresa, sin embargo, fracasó, aun a pesar de los 150 años de dominación Yaqui por parte de La Compañía de Jesús.

El pueblo Yaqui, en vez de permitir que los Jesuitas le colonizaran con la cristiandad fetichista europea, desarrolló una relectura teológica de las enseñanzas de los textos bíblicos, que le permitieron crear una teología propia que es increíblemente similar a aquella desarrollada por la Teología de la Liberación desde De Las Casas, en el sentido de que afirma la vida concreta del ser humano, así como sus condiciones de posibilidad. En la liturgia Yaqui esto puede observarse en la sacralización de la Naturaleza, del Territorio, creado y dado por Dios al Pueblo Yaqui, como Totalidad, como condición material de posibilidad de su propia vida y su existencia. Defender la Madre Naturaleza es defender la Vida y, por ello, lo Sagrado.

Hasta este punto hemos abordado lo que podría considerarse la primera gran transformación del mundo del Pueblo de La Tribu Yaqui. Esa etapa histórica abarca desde 1533, pasa por los 150 años de dominación jesuita hasta su expulsión en 1776, y concluye hasta el fin de la Guerra de Independencia, en 1821.

Tras el fin de la Guerra de Independencia, las élites criollas regionales, liberales y conservadoras, se disputaron el control de las instituciones del Estado, y tanto unas como otras, las utilizaron invariablemente para desplegar una guerra neocolonial contra el Pueblo Yaqui. En ese momento comienza a gestarse lo que, tras la guerra de reforma y el triunfo del juarismo liberal, en la segunda mitad de este siglo, podría considerarse la segunda gran transformación del mundo del Pueblo de La Tribu Yaqui. La guerra que entonces emprenden las nuevas élites en el poder contra el Pueblo de La Tribu Yaqui puede considerarse, sin lugar a duda, una de las más prolongadas guerras genocidas que la modernidad ha producido.

La primera gran rebelión Yaqui del siglo XIX, encabezada por Juan Banderas, inició en 1828, tras emitirse un decreto que promovía la inmigración blanca y la colonización de su territorio, e indicaba que los propios indios debían tramitar títulos de propiedad de parcelas individuales. La intención era obligarlos a convertirse en individuos modernos, poseedores de mercancías, plenamente integrados a la nueva sociedad moderna mexicana. La rebelión duró hasta 1833, cuando Banderas fue capturado y asesinado. Durante los siguientes 30 años los gobiernos liberales y conservadores intentaron revivir los decretos de 1828, ante lo cual encontraron siempre una férrea resistencia del Pueblo Yaqui. Hacia finales de la década de 1850, el Gobernador Pesqueira intentó afirmar de nueva cuenta el control político mexicano sobre la Tribu pretendiendo sustituir a los Gobernadores Tradicionales Yaquis por un “juez de paz” mexicano, así como pretendiendo destruir las estructuras militares tradicionales Yaquis desapareciendo el cargo de Capitán.

No es, sin embargo, sino hasta el triunfo liberal juarista, en 1867, cuando el Pueblo Yaqui conoce con mayor crudeza la irracionalidad de la racionalidad moderna. Se recrudece entonces la guerra, ahora ya plenamente capitalista, contra el Pueblo Yaqui. En 1868, durante el gobierno de Juárez, el Ejército masacró a unos 150 Yaquis, hombres, mujeres, ancianos y niños, quienes fueron quemados vivos en la Parroquia de Santa Rosa de Lima, en el Pueblo de Bácum, Río Yaqui.

En 1873, José María Leyva “Cajeme”, mítico guerrero y líder Yaqui, organiza una nueva rebelión que dotará de nuevas herramientas a la resistencia del Pueblo Yaqui, introduciendo cambios sustanciales en su sociedad. Bajo el liderazgo de Cajeme se lograron reconstituir las antiguas comunidades en los márgenes del río, se reintrodujo al modo de producción Yaqui la parcela comunitaria, logrando nuevamente producir excedente que fue destinado a la compra de armas y fusiles, destinados a la defensa del sagrado territorio y la autonomía. Con el triunfo del liberalismo modernizador porfirista en Sonora, en 1879, se emprende una renovada campaña militar para derrotar a Cajeme, que se extenderá por casi una década hasta el año 1887, concluyendo con su aprehensión y fusilamiento, en el mes de abril de ese año.

Tras la derrota de Cajeme, comenzó un éxodo masivo de Yaquis que abandonaban sus comunidades para sobrevivir. Muchos de ellos encontraron empleo en las florecientes minas de las zonas serranas del estado, así como en los ferrocarriles y en haciendas, mientras que otros conformaron un núcleo rebelde liderado por Tetabiate, que logró conservar algunas de las armas y parque adquirido en tiempos de Cajeme e implementó un nuevo modelo de resistencia basado en las estrategias de la guerra de guerrillas. Tetabiate y sus hombres opusieron una férrea resistencia al despliegue capitalista del régimen porfirista. Durante este período nuevamente se desintegraron los pueblos Yaquis que con Cajeme habían logrado florecer, y la Tribu Yaqui debió adaptarse a nuevas circunstancias caóticas.  Ahora el pueblo Yaqui se repartía entre el trabajo asalariado y la resistencia en la guerra de guerrillas, haciendo que para el gobierno fuera difícil diferenciar entre los “indios dóciles” y los “indios alzados”.

Tras una década de enfrentamientos, en 1897, el gobernador porfirista Luis Torres negoció un acuerdo de paz con Tetabiate y sus guerrilleros, que se conoció como la Paz de Ortiz, tras el cual miles de Yaquis regresaron para repoblar sus antiguos pueblos. El tratado de paz se fracturó dos años después, cuando los Yaquis de Bácum y Vícam se alzaron en armas tras considerar que los acuerdos de dicho tratado no se estaban cumpliendo, ya que ni el Ejército ni los colonos blancos habían abandonado su territorio. Pronto Tetabiate se unió a esta NUEVA rebelión, que fue, finalmente, aplastada salvajemente, en lo que se conoció como la Masacre de Mazocoba, acaecida en el año 1900, y en la que alrededor de 400 Yaquis, nuevamente hombres, mujeres, ancianos y niños, de todas las edades, fueron brutalmente asesinados por las fuerzas militares porfiristas.

Los Yaquis son probablemente uno de los pueblos más aguerridos y resistentes del planeta. Tras la Masacre de Mazocoba y el asesinato de Tetabiate, la resistencia Yaqui se disgregó conformando varias bandas guerrilleras que redoblaron los esfuerzos por detener el implacable avance de las lógicas mercantiles en su territorio. Fue entonces que el gobierno de Porfirio Díaz decidió recurrir, como política de Estado, a la deportación masiva de Yaquis. Miles y miles de hombres y mujeres Yaquis fueron enviados como esclavos a Yucatán para ser explotados en las haciendas de plátano y henequén. Esta política genocida duró hasta el inicio de la Revolución Mexicana. Pero la guerra no paró hasta bien entrado el siglo XX.

La violencia ha sido siempre el medio predilecto a través del cual la modernidad ha ido abriendo camino a la imposición de las relaciones mercantiles. Durante el largo período que comprendido entre el triunfo del liberalismo juarista y toda la era porfirista, la guerra contra el Pueblo Yaqui tuvo como propósito la expansión de capitales específicos cuya existencia no podía ser posible mientras las relaciones comunitarias, propias del mundo Yaqui, no fueran destruidas. Durante ese período se construyeron en el noroeste los ferrocarriles destinados a hacer más eficiente la circulación de mercancías, se intensificó la colonización del valle del Yaqui, se privatizó la tierra, e inició el despojo del agua.

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