La mentira, el engaño y el error

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Violeta Vázquez Rojas Maldonado

Febrero 6 2021

La mitad de lo que comunicamos lo expresamos con palabras, y la otra mitad, con silencios y omisiones. Los humanos, más que para decir, somos buenos para hacer inferir.

Quien interpreta un mensaje no lo decodifica: lo calcula. Primero identifica el significado literal de las palabras que lee o escucha. Pero para comprender el mensaje cabal que se le da, toma en cuenta también lo que el otro, pudiendo haber dicho, eligió no decir. Interpretar es descifrar el camino de la conversación imaginando a dónde llevan los senderos que no estamos recorriendo.

La interpretación no es, pues, sólo la decodificación de lo literal, sino un cálculo de intenciones. No sólo nos respondemos “¿Qué significan las palabras de fulano?”, sino “¿Qué me quiso decir fulano al usar esas palabras y no otras?”. Los lingüistas y filósofos llaman a esto “razonamiento griceano”, porque fue H.P. Grice el primero que explicó cómo funcionan estas inferencias. Para Grice, la comunicación es un acto de cooperación, que se guía por máximas, como la de proporcionar toda la información relevante y sólo la información relevante para el propósito comunicativo. Como hablantes asumimos esto y podemos explotar esa confianza para inducir creencias falsas. Pondré dos ejemplos.

El jueves 4 de febrero el periódico argentino La Nación publicó este tweet:

“Sarlo: “Me ofrecieron la vacuna y dije: prefiero morirme ahogada de Covid”.” Ese fue el texto que escogieron para difundir su nota. Ya entrando en la página del diario, se lee que la escritora Beatriz Sarlo declaró en un programa de televisión que le habían ofrecido la vacuna por debajo de la mesa y que ella, por una cuestión ética, se negó, aduciendo: prefiero morirme ahogada de Covid”.

Lo que dice el tweet de La Nación, estrictamente, es verdad: Sarlo dijo que rechazó la vacuna que le ofrecieron, y dijo también que prefería lo otro. Pero no es toda la verdad. “Una verdad a medias –decía siempre nuestro profesor Bogard– es una mentira completa”.  La parte que se omite es la causa por la que Sarlo rechazó la vacuna: una razón ética. Si ésta no aparece, el lector infiere que la rechazó sin más, por desconfianza al producto mismo. En un contexto mundial de emergencia, en el que lo que más se necesita es que la gente se vacune para poder terminar con los contagios y muertes por Covid, el tipo de engaño en el que incurre La Nación es una falta a la ética y al respeto por la vida.

Otro ejemplo lo encontramos en la andanada reciente contra Fernanda Mendoza, médico residente en el Hospital General de México. Desde que era estudiante en el IPN, la hoy doctora Mendoza mantiene un canal de Youtube, al que se debe su sobrenombre: Glucosa Atómica. Con este medio de difusión se acreditó desde 2020 como reportera en las conferencias vespertinas sobre Covid-19. Hace unas semanas, como todo el personal del HGM, Fernanda recibió la primera dosis de la vacuna contra el Covid y lo anunció en redes. El Reforma consideró pertinente hacer una nota al respecto, que presentó así: “Fernanda Mendoza, estudiante de Medicina, simpatizante de AMLO y conocida como Glucosa Atómica, presumió que fue vacunada contra Covid-19”. https://twitter.com/Reforma/status/1349909839447814144?s=20

El enunciado de Reforma, una vez más, no es estrictamente falso. Pero es engañoso porque pone un énfasis en las preferencias políticas de Mendoza llevando al lector a inferir que éstas juegan un papel relevante en el hecho de haber sido vacunada. La idea que se quiere sembrar, sin decirlo abiertamente, es que hay corrupción y favoritismo político en la manera como se aplican las vacunas, socavando con ello la confianza en el plan de vacunación.

Estos dos casos son apenas una muestra de la calidad de información que recibimos diariamente. En ninguno de los dos podemos decir que los periódicos mintieron, pues estrictamente no aseveraron algo falso, pero sí engañaron, pues llevaron a sus lectores a inferir información que no es verdadera: en el primer caso, que Beatriz Sarlo desconfiaba de la vacuna contra Covid, en el otro, que Fernanda Mendoza fue vacunada por sus simpatías políticas. En ambas situaciones los medios se podrían defender arguyendo: “nadie lo dijo: ustedes lo infirieron”.

El engaño es acaso más reprobable que la mentira porque, aunque induce deliberadamente al error, conlleva su propio mecanismo de evasión: pone la responsabilidad en quien interpreta, y la quita de quien enuncia. Como profesionales de la comunicación, los editores de este tipo de piezas están al tanto de que las palabras dicen tanto como las omisiones y los énfasis, y por ello podemos asumir que explotan ese recurso de manera premeditada.

¿No deberíamos sujetar a los medios de comunicación a un estándar de veracidad mayor que el de simplemente aseverar lo verdadero? ¿No deberíamos hacerlos abiertamente responsables por aquello que intencionalmente llevan a inferir de manera soterrada? El engaño no es una sensación ni una intepretación subjetiva de la que podamos culpar al receptor del mensaje, es una conducta intencionada que explota las máximas de la conversación y, por lo tanto, es demostrable. Al menos eso nos enseñó Paul Grice, a la vez que nos dejó las herramientas que nos permiten identificarlo y, sobre todo cuando se usa en el discurso público, denunciarlo abiertamente.

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