La izquierda y el narco

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En Latinoamérica, el combate al narcotráfico ha sido un argumento -o pretexto- para golpear a organizaciones y movimientos políticos de izquierda, algunos de ellos armados. En México, no olvidemos que, al amparo del combate al narco en Guerrero, la operación Cóndor no solamente destruyó miles de hectáreas sembradas de mariguana y amapola (y de otros cultivos legales), sino también permitió que el ejército entrara a las comunidades de la sierra de Atoyac y, a fuerza de represión, asesinatos, desapariciones y violaciones, vulnerara la base de apoyo social a la guerrilla de Lucio Cabañas. En otras regiones del país y a lo largo de las últimas décadas del siglo pasado y las dos primeras del presente, la fórmula se ha repetido: bajo el argumento del combate al narcotráfico, los diferentes gobiernos han reprimido y anulado la protesta y la organización social. Y allí donde no ha sido el Ejército, la Marina o alguna de las policías quienes operan la represión (o todas las fuerzas juntas), la tarea ha sido ejecutada por los grupos paramilitares, como actualmente sucede en Aldama, Chenalhó, Chilón, Simojovel, entre otros municipios de Chiapas.

En esta tesitura, es necesario reconocer el filón político del narco para la preservación y reproducción del sistema, de ahí que el “combate” a este “flagelo” social sea mucho más en el terreno de lo declarativo que en los hechos. Por otra parte, no hay que olvidar que en el sistema financiero internacional los flujos de dinero provenientes del narco, y de otras actividades ilegales (tráfico de armas, trata de personas, tráfico de animales, etc.), son enormes y representan una parte muy importante de la salud del sistema. En pocas palabras, el capitalismo es el principal beneficiario del narcotráfico, por lo que es muy dudoso el compromiso de los países para acabar con las mafias internacionales dedicadas a este negocio. Es más, no es exagerado afirmar que el narco representa la quintaesencia del capitalismo global: miseria para millones de personas, ingentes ganancias para muy pocos, y en el camino, exclusión, destrucción y muerte a raudales.

Por el otro lado, por parte de las organizaciones sociales y de los movimientos políticos populares y de izquierda suele haber posturas ambiguas y hasta encontradas respecto al narco. Por una parte, hay quienes abiertamente se manifiestan por la despenalización del consumo de drogas (no solamente de la mariguana) bajo el argumento, muy sólido por cierto, de que esta decisión coadyuvaría al desmantelamiento de los carteles del narcotráfico; otra de las acciones decisivas sería incidir en el complejo proceso de lavado de dinero, lo que parece aún más complicado que la misma despenalización del consumo, habida cuenta de que buena parte de la salud del capitalismo gravita sobre el dinero proveniente del narco y otras actividades ilegales. Por otra parte, no son pocas las voces que cuestionan la legalización del consumo de drogas (suaves o duras), o que acaso admiten solo el consumo de cannabis con fines medicinales, y que optan por medidas de orden ético o moral para reducir o eliminar el consumo. En este tenor y en nuestro país se ubica al menos una buena parte de MORENA, con el presidente Andrés Manuel López Obrador al frente. Es bien sabido que, en materia de legalización de las drogas, la posición de AMLO es esencialmente conservadora.

Afirmar que la izquierda no sabe muy bien qué hacer con el narco no es una sentencia errada ni una exageración. Apostar por la legalización de todas las drogas, duras, blandas, suavecitas o como sean implica tomar las decisiones pertinentes para abastecer la demanda de las y los consumidores. Y no hay de otra: los cárteles se legalizan como cualquier otra empresa, ceden su espacio a otros inversionistas legales, o bien, se buscan otras formas de producción, distribución y consumo (tipo cooperativas, por ejemplo). Eso o el Estado asume el proceso completo, desde la producción hasta la distribución y el consumo de drogas.

Si el narco representa la esencia misma del capitalismo neoliberal, se colige que la izquierda anda un tanto confusa en su posicionamiento político ante el neoliberalismo. Porque una cosa es declarar anulado el neoliberalismo (sí, como no), y otra muy diferente es que el narco, en tanto actividad esencial del capitalismo neoliberal, haya desaparecido.

Históricamente, levantar las banderas de izquierda significa mucho más que asumir una idea política y una concepción de justicia, implica también un compromiso ético. Si lo que está en juego es la posibilidad de construir una sociedad sin pobreza, justa, democrática y que beneficie a la colectividad antes que permitir que la riqueza se concentre en unas cuantas personas, entonces el compromiso ético debe ser irreprochable: el bienestar de todas y todos está por encima de los intereses particulares. En esta perspectiva, la lucha de la izquierda es completamente irreconciliable con el negocio del narco.

Eso, en teoría; en los hechos y a lo largo de todo el siglo XX y lo que llevamos del XXI, hemos sido testigos de que, al abrigo de esas banderas, diversas organizaciones políticas y político-militares identificadas con la izquierda no solamente han coqueteado con grupos delincuenciales de menor o mayor tamaño, sino inclusive ellas mismas se han convertido en parte de los mecanismos de funcionamiento del crimen organizado. Vamos, no son pocas las organizaciones de izquierda que, bajo cualquier argumento, han derivado en estructuras de activa participación en actividades de narcotráfico, secuestro, trata de personas, extorsión, etc. Algunas organizaciones de izquierda que han devenido en gobiernos tampoco han sido ajenas a la “tentación” (por así decirlo) de las ingentes ganancias obtenidas en actividades ilícitas.

Por mencionar solamente algunos casos, recordemos al general Arnaldo Ochoa, héroe de la revolución cubana (peleó bajo el mando de Camilo Cienfuegos), combatiente en Bahía de Cochinos y en Angola, militar con innumerables condecoraciones, que en 1989 fue declarado culpable y sentenciado a muerte por el delito de alta traición a la patria. Como profusamente fue documentado y evidenciado, Ochoa, al mando de otros oficiales cubanos, era el enlace del cártel de Medellín en épocas de Pablo Escobar, por lo que Cuba se convirtió en el puente del trasiego de drogas de Colombia a los Estados Unidos. Si el general Arnaldo Ochoa actuó por cuenta propia o no, es algo no dilucidado, sin embargo, hay quienes sostienen que el mismo Fidel Castro habría dado su beneplácito para que Escobar usara a Cuba en su ilegal negocio, a cambio, obviamente, de que parte de los muchos millones de dólares se quedaran en la isla.

En Nicaragua, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) también fue señalado por su probable participación en actividades de narcotráfico, si bien las evidencias no han sido tan contundentes como en el caso del general Ochoa o como en varias organizaciones político-militares de otros países. Como es bien sabido, la lucha del FSLN derivó en un gobierno autoritario encabezado por Daniel Ortega.

En Colombia, tanto las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) como el Ejército de Liberación Nacional (ELN) son activos participantes en actividades de narcotráfico, esencialmente como proveedores de cocaína para los cárteles internacionales. El “argumento” muchas veces esgrimido para participar en actividades del narco es pueril, por decir lo menos: obtener recursos para financiar la revolución y, de paso, “envenenar” al imperio de los Estados Unidos.

En fin, basten los anteriores ejemplos para señalar que no existen blindajes ideológicos ni éticos que impidan que las fuerzas de izquierda, en todo su abanico, desde moderadas hasta radicales, participen directamente en el narco o al menos contribuyan al lavado de dinero o favorezcan las actividades de los cárteles a cambio de beneficios económicos o de otra índole. No es algo que salga de mi imaginación: las evidencias están sobre la mesa.

De allí que nadie pueda llamarse a sorpresa por los señalamientos de que en México el partido gobernante favorece a un cártel mientras persigue a otros. Baste recordar que en las elecciones del año pasado se dijo, y se documentó por la prensa, que en varios distritos electorales y municipios de Sinaloa integrantes del cártel dominante en aquella entidad habrían operado a favor de los candidatos y las candidatas de MORENA. En las siguientes ligas puede usted consultar algunas de las notas de prensa documentando la participación del cártel de Sinaloa a favor de MORENA: https://www.infobae.com/america/mexico/2021/06/07/como-opero-el-cartel-de-sinaloa-para-favorecer-a-morena/. https://www.proceso.com.mx/reportajes/2021/6/14/sinaloa-hace-media-hora-levantaron-mi-hermano-ya-no-quiero-la-candidatura-265914.html. Resultan muy sospechosos, al menos, los señalamientos de los lazos entre el cártel de Sinaloa y el partido gobernante, que se refuerzan, por supuesto, por la liberación de Ovidio Guzmán en Culiacán y por el saludo del presidente a la mamá del Chapo Guzmán. Hasta donde conozco, no hay ningún proceso judicial iniciado para averiguar esos posibles, subrayo, posibles, nexos.

La hipótesis que subyace a esas posibles alianzas entre el partido en el poder y el cártel de Sinaloa es que ese pacto o acuerdo tácito se habría establecido para reducir los índices de violencia en el país. Pacto que se estaría dando no solamente en Sinaloa, sino en todo México, o al menos en aquellas entidades con fuerte presencia del cártel liderado por el Mayo Zambada y por los Chapitos. Un pacto que, en términos sencillos, diría que desde el gobierno nos hacemos de la vista gorda en sus negocios, a cambio de que metan en cintura a los otros cárteles, paren las masacres y operen sin violencia. Eso se llama, aquí y en donde quiera, pax mafiosa, y de ser cierta la hipótesis, las coordenadas del país se orientarían, al menos en parte, por el narco y su secuela de muerte y destrucción.

En conclusión: en la izquierda no hay blindajes ideológicos, éticos o morales que puedan más que la realpolitik. Y en la realpolitik, al menos en México, todo indica que el narco manda.

El tema amerita, cuando menos, un debate amplio, plural y constructivo. Rompeviento TV puede ser el espacio que proponga y anime esta discusión.

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