La disputa por (en) el imaginario y el regreso a la “normalidad”

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La disputa por y en el imaginario definirá el tipo de “normalidad” a la que regresemos pasada la etapa de confinamiento, experimentada por millones de personas como una suerte de arresto domiciliario. En otras palabras, la “normalidad” a la que regresaremos (o estamos regresando ya, dependiendo del lugar del planeta que habitamos) está en debate, incluso en disputa, lo que significa que la “normalidad” puede suceder, o no. Parafraseando a Borges, la “normalidad” pospandémica es inevitable, pero puede no suceder. Le pregunto usted que amablemente sigue estas líneas: ¿a cuál normalidad quiere regresar?

Para miles de familias que han perdido a uno de los suyos, a una de las suyas, la “normalidad” está marcada por el dolor y la ausencia; para los millones de personas que ya perdieron el trabajo, o lo perderán en breve, o para quienes se han ido a la quiebra en sus negocios, la “normalidad” que viene de regreso está definida desde ya por la carencia, por la pobreza, por la cuesta arriba nuevamente. Pero inclusive para quienes no hemos perdido nada (aparentemente) o muy poco, la “normalidad” luego del confinamiento no será la misma de antes, aunque muchos se empeñen en regresar a lo mismo, en retomar sus actividades laborales y escolares, como si este periodo fuera un mal sueño y nada más. Lo cierto es que en este momento no sabemos qué tipo de “normalidad” será la cotidiana, la que ocupará el vacío -y la plenitud- de nuestras vidas.

El espacio abierto por la incertidumbre de la “normalidad” por venir es motivo de debate y, aún más, de disputa. Es una disputa que ocurre en varios escenarios: sanitario, político, económico, social, ideológico, cultural, individual, psíquico, esto es, en el territorio (por así decirlo) del imaginario social. Para no entrar en la discusión del concepto, acudo a una elocuente frase de Cornelius Castoriadis que permite tejer el hilo de mi argumento: “no es lo que existe sino lo que podría y debería existir, lo que necesita de nosotros”. No es la “normalidad” que condujo a la pandemia, el encierro y la pérdida de vidas, empleos y proyectos la que nos necesita, no es la “normalidad” de los feminicidios la que nos convoca, no es la “normalidad” que ha traído pobreza y marginación la que nos requiere, no es la “normalidad” de los grandes negocios a costa de la biodiversidad y las poblaciones originarias la que nos llama a retomar actividades, no es la “normalidad” del narco y la violencia la que nos está emplazando, no es la “normalidad” blanca, patriarcal, heterosexual, explotadora y extractivista la que nos interpela.

Esa “normalidad” no nos necesita porque tiene de su lado el poder del dinero, la potencia de las instituciones, la fuerza de la costumbre, la densidad de la rutina. Esa “normalidad”, realmente existente, está ansiosa por retomar el rumbo, por regresar a más de lo mismo, por dejar atrás este paréntesis pandémico y volver a la ruta de sus ganancias, a sus luchas políticas, a sus asesinatos, a su inmensa oquedad paliada a través del consumo. Consumo de vida, consumo del planeta. Inclusive, en muchas empresas esa “normalidad” no ha sido suspendida ni un solo día, al revés: han aprovechado al máximo el vacío dejado por la competencia para incrementar aún más sus ingentes utilidades. Para mejor ejemplo, que no el único en nuestro país, está Grupo Salinas (y sus muchos negocios), que no ha acudido al llamado a la suspensión de actividades y, obviamente, obliga a su personal a trabajar: el dinero antes que la salud y la vida; los intereses privados antes que el bien común.

La “normalidad” del neoliberalismo se ha hecho humo: el mercado ha mostrado su absoluta incapacidad para hacer frente a una pandemia que, dicen los expertos, no es la primera ni será la última que nos aqueje. Además, y no es un asunto menor, la súplica para que los gobiernos absorban las consecuencias económicas y financieras del periodo de aislamiento, muy probablemente anuncia el inicio de una etapa histórica de mayor presencia del Estado en nuestras sociedades; al menos eso es lo que se está observando en Europa, donde las medidas adoptadas por los Estados nacionales se han impuesto sobre las posibles (e inexistentes) iniciativas en bloque. La “normalidad” del neoliberalismo globalizado está en franco proceso de repliegue, según la información que circula en medios de comunicación y redes sociales.

Ahora bien, aunque la “normalidad” neoliberal del mercado como mecanismo único de regulación social se ha esfumado en unas cuantas semanas, su ideología de exaltación competitiva e individualista permanece indemne, al abrigo de muchas instituciones en las que su discurso se (re)produce: en las escuelas y universidades y sus celebrados rankings; en los sistemas de productividad laboral, académica y científica; en las fórmulas de origen empresarial convertidas en pautas de pensamiento social (liderazgo, emprendedurismo, mejora continua, etc.); en las ciudades y sus múltiples vías de exclusión social, tales como priorizar al automóvil en detrimento del transporte público, la gentrificación de barrios, la especulación urbana, entre muchos otros; en la industria del “entretenimiento” y su amplio repertorio para construir héroes y villanos estereotipados, estéticas y narrativas de reificación del individualismo y el consumo. En pocas palabras: aunque el neoliberalismo va en retirada, el capitalismo en tanto modo de producción y, sobre todo, como modo de seducción, está urgido por volver a la “normalidad” que le permite re-producirse, más aún en un escenario de hambre, desempleo y desmovilización social.

La “normalidad” que necesita de nosotras y nosotros no puede ser la que nos llevó a la pandemia y el confinamiento, la que destruyó los sistemas públicos de salud, la que generó millones de pobres al mismo tiempo que muy pocos insultantemente ricos, la que arrasó con selvas, bosques y especies animales y vegetales, la que está acabando con la vida en el planeta. Es la “normalidad” otra la que nos necesita, la que nos está llamando. Una “normalidad” otra que está surgiendo en la solidaridad en tiempos de pandemia a través de cientos de comedores comunitarios y la dispersión de alimentos a quienes más los necesitan; la que se construye desde abajo y en horizontal metiendo el hombro donde haga falta: con una mesa afuera de casa ofreciendo alimentos y agua; la que reivindica y defiende los espacios comunes: la calle, el parque, la plaza, el río, el mercado de barrio; la que valora el trabajo de quienes nos mantienen vivos, alertas y con expectativas de un mejor futuro: campesinas y campesinos, pescadores, artesanas y artesanos, personal de salud (médicas, enfermeros, afanadores, recepcionistas, administrativos), trabajadores/as de los sistemas de agua, de electricidad, de gas, de internet; artistas que hacen teatro, música, grafiti, danza, poesía, novela, foto, pintura, cine y otras expresiones que están naciendo justo ahora; en fin, una “normalidad” otra que ponga el acento en la cooperación, no en la competencia.

La “normalidad” otra que nos convoca tiene que trascender el antropocentrismo, no hay de otra, asumamos que somos una especie más, ni mejor ni peor, en este pequeño planeta azul al que tanto daño le hemos hecho. No es un asunto menor porque implica cambiar radicalmente no sólo los criterios para “medir” el progreso, el bienestar y el desarrollo, sino para poner en tela de juicio esos mismos conceptos. Está visto que el desarrollo “sustentable” es una falacia, que el “desarrollo” humano tiene un altísimo costo para otras especies, que nuestros hábitos de consumo están acabando con la vida toda, incluida la humana por supuesto, que nuestro bienestar no puede supeditar la vida de plantas, animales, mares, ríos, montañas, glaciares y desiertos. Un virus bastante contagioso, pero de letalidad limitada, nos ha puesto en el lugar que nos toca: una especie más en el planeta. No esperemos al próximo virus, igual o más contagioso que este, y de letalidad máxima, para iniciar la construcción de la “normalidad” otra que nos reclama a gritos. O de las “normalidades” otras, porque si algo nos ha enseñado esta durísima experiencia es que la diversidad es el sustento de la vida.

La disputa por (en) el imaginario se hace en contextos locales-nacionales. En cada país, en cada localidad, la disputa adquiere formatos y matices particulares, por lo que es imposible establecer lineamientos o criterios generales para luchar por un mundo en el que todas y todos tengamos cabida. En nuestro mexicano domicilio la disputa pasa, en un primer momento, por acallar las voces e intenciones golpistas que pugnan por la derrota del proyecto 4T para reinstaurar la “normalidad” a la que estaban acostumbrados y que tantos beneficios les redituaba. En eso no hay duda ni se admiten considerandos. Pero acallar las voces golpistas no significa silenciar las críticas a las concepciones de la 4T y sus muchas, y reiteradas, torpezas derivadas de ello. La “normalidad” otra que nos exige se construye en voz alta, no en silencio, ni en lo oscurito, ni con miedo.

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